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2. Cementerio de huesos

—¡Suéltame, maldita bruja! —bufé, tratando de liberar mi cabello del agarre feroz de la directora.

Las cabezas de los demonios en lo alto de la pared parecían seguir nuestros movimientos, y sus diabólicas sonrisas con colmillos, regocijarse con mis gritos de auxilio.

La directora me arrastró por un laberinto de corredores imposibles de recordar para una novata en el castillo, y después de un tiempo que me pareció interminable, dejó caer mi cuerpo agitado bajo la luz de una antorcha, con el mismo cuidado que se le habría dado a una bolsa llena de desechos repugnantes.

—Espera aquí por Grettell, escoria, ella te conducirá al corredor de las puertas. —Rodeó mi cuello con su mano de muerto y acercó sus pestilentes labios a mi oreja —. Y no se te ocurra intentar escapar —agregó, como si me hubiera leído el pensamiento —. Nos hemos asegurado de que, una vez dentro del castillo, nadie logre salir.

Le clavé una mirada de cuchillo en la espalda cuando se internó en un túnel oscuro.

Me levanté del suelo, adolorida. Noté que había perdido un zapato y que mis rodillas estaban rojas y peladas por el arrastre. Aquello no me importó. Eché a correr a toda velocidad por un pasillo iluminado débilmente por un candelabro en forma de araña. Tenía que encontrar la forma de escapar.

Me detuve con los pulmones secos al llegar a una estancia abandonada. Los muros que me rodearon, marcados con pentagramas, y las carcasas de los arácnidos que en algún momento caminaron en ellos, me pusieron los pelos de punta.

No les temía a las arañas, pero aquellos exoesqueletos eran más grandes que mi cabeza. Estaba segura de que, de haber estado con vida, me habrían vuelto un capullo humano para succionarme los sesos en segundos.

Estuve a punto de soltar un grito de frustración al notar que la estancia tampoco llevaba a ninguna salida, cuando de pronto, una ráfaga de viento gélido se enroscó en mis tobillos. Agucé la vista en dirección a la corriente de aire y una sonrisa victoriosa se formó en mi rostro.

Había encontrado una ventana.

Encajé las uñas en la madera podrida para dejarla al descubierto y cuando las astillas cayeron al suelo, mi sonrisa se desdibujó: aquello no era una ventana, sino un ducto que, en lugar de abrirse hacia la neblina del bosque y a mi libertad, descendía como una garganta rugosa hacia la penumbra.

Que mala broma, Dios.

Asomé un ojo al interior del ducto y me mordí un labio, pensativa.

Después de un largo minuto me decidí a meterme en el agujero, y con los párpados muy apretados, me deslicé a toda velocidad en una posición casi vertical, sintiendo cómo mi corazón abandonaba sus cavidades para trepar por mi garganta.

Solté un grito de horror cuando mis zapatos se hundieron en un suelo irregular.

Un suelo lleno de... huesos.

Sacudí las pequeñas costillas de un roedor que se habían enganchado en mi falda al ponerme en pie, y con la nariz arrugada por el intenso olor a cadáver, observé la mazmorra donde había aterrizado. El techo abovedado se alzaba con la fuerza de imponentes pilares de piedra. Los rincones permanecían ocultos a la vista, y el frío, que era aún peor que en los niveles superiores del castillo, se aferró a mi cuerpo húmedo, haciéndolo temblar.

—¿Quién anda ahí?

Mi corazón se sacudió nervioso al escuchar la voz débil a mi espalda. Corrí para refugiarme en uno de los anchos pilares, y entonces, cuando me aventuré a mirar al otro extremo de la mazmorra, mis ojos se abrieron como jamás lo habían hecho nunca.

En medio del cementerio de huesos, bañado por un tenue halo de luz, había un chico encadenado.

Su piel albina, llena de hematomas, me encogió el corazón. Parecía como si lo hubieran golpeado sin piedad y sin descanso. Sus largos brazos se elevaban a sus costados, atados por las muñecas a cadenas oxidadas. La cabeza, llena de mechones negros como la tinta, caía sobre el pecho amoratado. Un harapo se aferraba con un nudo a su estrecha cadera, y sus rodillas, flexionadas sobre los cadáveres de las ratas, parecían débiles y doloridas.

—Soy Lucy Miller —contesté, abandonando mi escondite oscuro.

—Lucy Miller —susurró él, con una voz de terciopelo.

Y entonces elevó la barbilla, revelando un rostro salvaje que cortó de tajo el flujo de aire a mis pulmones.

Sus ojos de obsidiana líquida refulgían con una luz propia, como si en lo profundo de sus pupilas se escondieran un millón de estrellas cálidas.

Me sumí con lentitud en sus preciosas facciones, y un aleteó en el fondo de mi estómago provocó que se me calentaran las mejillas.

Los vellos de todo mi cuerpo se erizaron en una mezcla de miedo y veneración al reparar en el velo iridiscente que envolvía su piel, haciendo que las sombras se arremolinaran en torno a él, como si no les fuera permitido tocar algo tan extraordinario.

¿Me lo estaría imaginando todo? ¿Un chico así, con la apariencia de un dios martirizado del inframundo, podía existir?

Él también estudió mi cuerpo, completamente fascinado con lo que veía, como si hubiera sido yo la que había venido de un mundo lejano e inconcebible.

—¿Cómo... cómo te llamas? —pregunté, mientras intentaba poner en orden mis pensamientos.

—Algunos me llaman Seth.

En su voz débil había un deje de autoridad.

Me acerqué nerviosa hacia él, convertida en un mosquito curioso que avanzaba embelesado hacia la trampa de luz.

Los músculos de Seth se tensaron en respuesta a mi proximidad, listo para atacarme. Una lluvia de motas de polvo cayó a nuestro alrededor desde el techo abovedado por el movimiento de sus cadenas.

—Lo lamento —me disculpé, sin saber por qué mi cercanía había lanzado un grito de alerta a cada uno de sus músculos.

—Soy yo el que lo lamenta —dijo, con un tono de decepción—. La cautividad me ha hecho olvidarme de mis modales. Aun así, con modales o no, deberías mantenerte a una distancia prudente. No quiero lastimarte.

Enarqué una ceja mientras observaba cómo las cadenas se aferraban inquebrantables al muro sólido, y cómo sus piernas, largas como las de un gigante, a pesar de mantener el fantasma de lo que había sido un cuerpo vigoroso en otro tiempo, no parecían tener la fuerza suficiente para ponerse en pie.

—No creo que en tu condición puedas lastimarme.

Los músculos de sus costillas se contrajeron en una risa débil.

—No tienes idea de lo que soy capaz de hacer. —Su voz se convirtió en un susurro de advertencia, amenazante como el fulgor asesino de sus ojos—. Y no querrás averiguarlo.

Volví mis pasos hacia la oscuridad, movida por el instinto de supervivencia al ver la tensa línea en la que se habían convertido sus perfectos labios y la ferocidad con la que me observaba. Ante esa reacción palpable de miedo por mi parte, los ojos nocturnos de Seth se suavizaron, avergonzados por su excesiva muestra de poderío.

—¿Por qué estás aquí? —Me atreví a preguntar, mientras meditaba si era seguro abandonar el cobijo de las sombras—. ¿Quién te ha hecho esto?

Y... ¿Qué eres? ¿Por qué parece que te obligas a no hacerme daño?

Aquellas preguntas se quedaron enredadas en la punta de mi lengua.

—Eso no importa —dijo tajante después de un rato, y antes de que yo pudiera decir nada, preguntó:— ¿Qué haces tú aquí?

—Acaban de venderme, o más bien, secuestrarme. Ambas cosas —confesé al notar su evidente resistencia al hablar de sí mismo.

Sus ojos líquidos se encendieron con demasiado interés, como si yo, una completa extraña, significara algo para él.

—¿Venderte?

—Sí. Me trajeron a Bloodrock con mentiras. Me dijeron que vendría a conocer mi nuevo colegio, ¿puedes creerlo? Debí haber huido desde que vi el castillo quemado por la ventanilla del tren. —Agité la cabeza—. Corrijo. No debí haberme subido al tren que me traería a Brokentown y tampoco debí haber confiado en la trabajadora social. Sabía que había algo muy extraño en su forma de mirarme.

—Entonces, ¿eso es lo que Cristopher y Drusila hacen ahora, comprar niñas inocentes para...

—¿Para qué? —Quise saber, e involuntariamente di otro paso en su dirección. Sus músculos se contrajeron, pero está vez, su mirada amable me hizo saber que no me haría daño.

—Debes encontrar la forma de escapar, cuanto antes —dijo, ignorando mi pregunta.

El suspenso de lo que callaba se quedó flotando en el aire de la mazmorra, haciendo más fuertes mis sospechas de haber sido vendida al castillo negro para los fines más crueles.

—Es exactamente lo que estoy haciendo: tratando de escapar. Aunque no creo que esta mazmorra me lleve a la salida.

—Lamento no poder ayudarte. No puedo ni ayudarme a mí mismo. —Su cuerpo de gigante pareció empequeñecerse ante esa verdad.

—Tal vez yo pueda ayudarnos a ambos...

—¡No! —rugió de pronto. Sus facciones se endurecieron en una seriedad absoluta—. Escúchame bien, Lucy Miller. Bloodrock es, sin duda alguna, uno de los lugares más peligrosos en el mundo conocido. Debes escapar sin pensar en nadie más que en ti misma.

Agité la cabeza en desacuerdo.

—¿Y olvidar que hay un chico cautivo en las mazmorras, así, sin más? Como si tu vida no valiera nada. Como si yo fuera Agnes o la directora, que se dan la media vuelta, dejándote a tu suerte. Yo no soy esa clase de persona, Seth.

Lo que pedía me resultaba inconcebible. Seth era sin lugar a dudas el ser más extraordinario que había conocido jamás, y esa posición en la que se encontraba, tan herido y débil, me había contraído el corazón de una manera tal que, sin haberlo siquiera meditado ya me había decidido a encontrar la forma de ayudarlo para ambos escapar del castillo.

—Entonces, si te pido que te olvides de mí, y que no vuelvas nunca más a la mazmorra, ¿no lo harías?

Se me escapó una risa irónica.

—Por supuesto que no, ¿no escuchaste lo que acabo de decir? No voy a abandonarte, Seth.

El dolor de esas últimas palabras se agolpó en mi pecho; ya las había pronunciado antes, con otra persona y, aunque no la había abandonado, tampoco había podido salvarla.

Seth se quedó en silencio con el entrecejo contraído, como si se estuviera decidiendo a compartir los pensamientos que brillaban intensos en su mirada.

—Tu vida y la de todos los demás correría un grave peligro si encontraras la forma de liberarme —confesó, desviando la mirada, nuevamente avergonzado.

—Daría lo que fuera porque la vida de la trabajadora social, de Agnes o de la directora corriera peligro —afirmé con un sentimiento de odio palpitando salvajemente en mi pecho.

Seth volvió a mirarme, la vergüenza en sus ojos había sido remplazada por una preocupación imposible de ignorar.

—No estás entendiendo. Yo no soy... —Sus hombros se hundieron en una evidente decepción—. Lo que solía ser.

—No sé lo que seas, Seth —confesé con el tono más suave y amigable que fui capaz de enunciar, para dejar entrever que nuestras diferencias no me importaban—, pero, a menos de que logres convencerme de que te sientes muy feliz aquí abajo con tus amigas las ratas muertas, y en esa posición tan dolorosa en la que se extienden tus brazos, podría seguir mi camino sin volver a pensar en ti. —Me acerqué a él, sólo un poco, deteniéndome en el punto donde los músculos débiles de sus muslos se tensaron para dar un salto, de haber podido hacerlo—. No soy de las que se rinde fácil con las personas difíciles.

Seth sacudió sus mechones entintados, y aunque la línea entre sus cejas se había convertido en una zanja profunda, pude notar un deje de esperanza en su mirada.

—Utiliza esa convicción para escapar—insistió.

—Voy a utilizarlo para sacarnos a ambos de aquí, si te parece bien —reafirmé con una sonrisa muy amplia.

—Eres una necia, o como lo dijiste tú: no eres de las que se rinde fácil —resopló, dándose por vencido y al parecer demasiado exhausto para seguir hablando.

Ladeó el rostro hacia el orificio en lo alto de la roca, por donde se colaba el halo de luz mortecina.

—¿Qué sucede? —pregunté, al notar que el brillo en sus ojos se extinguía debajo de una mueca de dolor.

—Debes irte, Lucy. —Su voz se convirtió en un susurro—. No querrás estar aquí si esa niebla desaparece del cielo.

Algo se removió intranquilo en mi estómago.

—No creo poder volver por el ducto, es demasiado recto como para subir.

Por alguna razón aquello no pareció molestarme, podría haberme perdido por horas en el fenómeno de su piel iridiscente que repelía la oscuridad y en el universo de sus extraños ojos de cazador.

—Puedes subir por ahí. —Seth señaló un rincón oscuro con un movimiento de su barbilla.

—Oh.

Caminé arrastrando los pies hacia el rincón, aunque deseaba quedarme, sabía que debía seguir mi camino. Antes de desaparecer por la garganta que ocultaba la oscuridad me volví para mirarlo, sabiendo que mi extravagante y raro corazón ya había decidido que Seth le había gustado. Demasiado.

—No voy a olvidar que estás aquí abajo, Seth. Es una promesa.

Él sonrió y el brillo de sus ojos volvió a encenderse para mí, haciendo que las mariposas de mi estómago se alebrestaran.

—Yo tampoco voy a olvidar que estarás allá arriba, Lucy. —También sonreí y cuando estuve a punto de trepar por el ducto, su voz de seda pronunció mi nombre: — Lucy Miller.

Una chispa de preocupación y miedo crepitó con intensidad en su mirada.

—¿Si?

—¿Puedes prometerme una cosa más?

—Lo que quieras.

—Resiste.

¡GRACIAS POR SEGUIR LEYENDO!
🕷️
¿Qué te pareció este capítulo y... Seth?

¿Por qué estará encadenado en la mazmorra?

Si te gustó, no dudes en dejarme una estrellita.

¡Te quiero con todo mi retorcido corazón de pollo!

🔥No olvides que estaré publicando cada semana.🔥

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