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♣CAPÍTULO 9 2/2♣

Cuando llegaron, Alessandra tuvo que esperar en el coche con Mauro mientras Carlos y Sandro inspeccionaban el perímetro. La escolta personal de su familia había acudido ayer como refuerzo tras el tiroteo a Villa Santorini, por lo que allí solo estaban los sirvientes y los peones.

Al cabo de un rato salieron, asegurando que todo estaba en orden y que podían pasar.

Casi saltó del vehículo y echó a correr hacia los establos, sin importarle nada más.

Entró a la carrera y a punto estuvo de arrollar a los peones, con un Carlos que iba tras ella, maldiciéndola.

Se rio, divertida por hacerlo rabiar un poco.

Y justo antes de que cruzara las puertas correderas él la atrapó desde atrás por las caderas, sujetándola para que no pudiera escaparse y con su aliento haciéndole cosquillas al oído y provocando ondas expansivas de calor en su vientre.

— No tan rápido, muñeca — susurró, estremeciéndola entera —. Tenemos que comprobar...

— Shh... — se dio la vuelta y lo acalló, pegada a él —. Todo está en orden, si alguien anduviera por aquí los hombres de mi padre habrían dado la voz de alarma. Así que voy a montar.

Y así lo hizo.

Él no puso objeciones. Se limitó a verla saludar a su preciada yegua como si de un miembro más de su familia se tratara. Cruzado de brazos mientras se apoyaba en la valla, la vio cepillarla y ensillarla – negándose en todo momento a recibir ayuda – para terminar por montar sobre ella con suavidad y salir al galope a dar un paseo por la vasta extensión de terreno de la finca.

No le importó que Sandro y Mauro la vigilaran desde su coche, apostados en el camino que colindaba con la propiedad límite. Se dejó llevar, sintiéndose en casa. 

Al cabo de una hora de libertad, sintiendo el viento en su cara y disfrutando de la soledad placentera tras todo el estrés vivido, Alessandra decidió que ya era suficiente y regresó.

Carlos no se había movido de allí y cuando lo vio comérsela con los ojos mientras descendía y besaba la crin de su pequeña, sonrió con picardía.

Le encantaba saber que todo su tiempo consistía en estar pendiente de todas y cada una de sus necesidades.

— Que la preparen, nos la llevamos — ordenó, antes de salir pisando fuerte con sus botas de montar para darse una ducha.

Le encantaba salir a cabalgar, pero siempre acababa perdida y tenía que asearse.

Por más tentador que fuera pedirle a su guardaespaldas que le enjabonara la espalda, tenía que contenerse. Los sirvientes rondaban por la mansión y si los veían estaban perdidos.

— Te esperaré en el vestíbulo — le dijo Carlos, cuando subía por las escaleras hacia su cuarto.

Ella asintió y le guiñó un ojo.

— Suerte resistiendo la tentación de mirar detrás de la puerta, soldado. Solo por si acaso, no me importaría que lo hicieras — bromeó.

Él puso los ojos en blanco, pero su cuerpo reaccionó con vida propia ante el matiz sensual de esas palabras.

— No tardes, no podré contenerme si lo haces — fue todo lo que dijo.

Con eso bastaba.

Alessandra se metió en el baño con una sonrisa de oreja a oreja.

Montar siempre la ponía de buen humor y empezó a canturrear por lo bajo. Acababa de prepararse un vestido muy provocativo con el que pensaba enloquecer a Carlos cuando saliera.

Ya libre de toda prenda, abrió las cortinas, pensando en lo estimulante que sería que aquel volcán hecho hombre se saltara todas las reglas por ella y la tomara allí mismo, en el baño, al alcance de la vista de cualquiera que pasase por allí.

Entonces le pareció sentir unos pasos furtivos tras ella.

Y todo sucedió en una fracción de segundo.

Tan solo un instante atrás acababa de desnudarse y se disponía a meterse a la ducha y solo una milésima después, sin que ella pudiera procesar lo que estaba pasando, un brazo veloz y mortífero se enroscó en torno a su cuello mientras con la otra mano le tapaba la boca para impedirle gritar y la sacaba a rastras fuera, valiéndose del factor sorpresa y de su posición para bloquear su resistencia, que no era poca.

Alessandra estaba bien entrenada.

Pero aquel ataque fortuito la había tomado realmente desprevenida y sentía cómo la asfixiaban. Por más que contorsionaba las caderas y atacaba con los codazos y patadas para intentar soltarse, el tipo era mucho más grande y fuerte y no cedía.

El muy cabrón llevaba guantes y la tenía inmovilizada contra el suelo para que no pudiera morderlo, así que no podía llamar a Carlos por ayuda.

— ¡Quieta perra! — le ordenó, con desprecio, al ver que le costaba sujetarla mucho más de lo que esperaba. Pero apretó y apretó hasta doblegarla.

Entonces, cuando ya sentía que su cuerpo estaba al límite de sus fuerzas, una idea fugaz pasó por su cabeza y siguió su instinto.

Se las arregló para guiar sus manos a ciegas, hasta que encontró los ojos. Y clavó las uñas con saña, dispuesta a sacárselos. La sangre brotó de sus cuencas, aunque lamentablemente consiguió tumbarla de espaldas con un empellón.

Pero aulló de dolor, provocando que la adrenalina se adueñara hasta de la última de sus células y, en cuanto se vio libre, le propinó una soberbia patada en la entrepierna que lo tumbó de rodillas. Después un puñetazo, y otro y otro, mientras gritaba para liberar la adrenalina.

Jadeando furibunda, fue a darle una patada en la cara, pero haciendo gala de grandes reflejos, agarró su pie y la arrastró hasta el suelo con él.

Se puso sobre ella aplastándola con su peso para calmar su feroz resistencia y le tiró del pelo con fuerza, haciéndola gemir de dolor. Quiso darle cabezazos, arrancarle la piel de la cara con las uñas e incluso morderle, pero se anticipaba a todos sus movimientos y siempre la aplacaba. Estaba claro que no quería matarla, sino probablemente secuestrarla.

Ni muerta iba a dejarse ir sin darle la pelea de su vida.

A pesar de estar totalmente inmovilizada se las arregló para hincarle los dientes en el brazo con toda su ira. Luego quiso atacar su cuello, pero la golpeó con brutalidad contra las baldosas del suelo.

A pesar de estar noqueada, fue a gritar para advertir a alguien, quien fuera. Pero no hizo falta.

Carlos entró en la estancia como un huracán resuelto a arrasar con todo y en cuanto la vio allí tirada en el suelo; desnuda, expuesta y ensangrentada, sus ojos se volvieron dos brasas incandescentes.

Fue un abrir y cerrar de ojos.

Un segundo antes el tipo se arrastraba para alcanzar su arma y al siguiente él ya lo había levantado del suelo – con una fuerza impresionante – y lo tenía contra la pared, con una pistola apuntándole directamente a la cabeza.

A un palmo de su cara, le enseñaba los dientes como un perro rabioso.

— Has cometido el peor error de tu miserable vida. ¿Quién te ha dicho que podías tocarle un solo pelo de la cabeza a esta mujer? — inquirió, en un tono que a cualquiera le habría dado escalofríos, pero que a Alessandra excitó sobremanera.

— ¡Contesta pedazo de mierda! ¿Os han enviado a ti y a tus amiguitos a por la heredera del clan Grimaldi? — al ver que no hablaba le dio un salvaje puñetazo en el estómago que le quitó el aire de los pulmones. Empezó a boquear y lo cogió de la cara con violencia, para estrellársela contra la pared. Tres veces. Ensangrentado y al borde de la inconsciencia, lo arrastró hasta una silla y lo esposó en un segundo.

Alessandra enarcó las cejas. No sabía que iba tan preparado y por un momento no pudo evitar fantasear con ser ella quien tuviera esas esposas rodeándole las muñecas y a él sobre ella en una cama, para que le hiciera lo que quisiera.

Luego, para espabilarlo, le dio dos puñetazos que le hicieron saltar varias muelas y se plantó frente a él, con todo el cuerpo en una tensión apenas controlada.

— ¿Cuántos iban con él? — le preguntó ella, curiosa.

Quería saber cuántos hombres había estimado quien estaba detrás de todo que podrían con ellos.

— Había cinco más con él, me los he cargado a todos — contestó, con toda tranquilidad, como si estuviera hablando de hacer la colada un viernes noche —. Han entrado por detrás, hace muy poco. 

Una sonrisa oscura se dibujó en los labios pintados de rojo fuego de Alessandra.

— Bien, entonces este que se venga con nosotros. En el sótano podrás trabajar más a gusto — susurró, posando su mano sobre su ya más que abultada protuberancia.

— Alguien los ha avisado — sus palabras rezumaban ira, la traición era la única lógica. Y Alessandra sintió que una bomba se gestaba en su interior.

Dejaría que les hiciera pagar. Veía en sus ojos y en su postura cuánto lo anhelaba. Era tan sádico que la enloquecía

— ¡No me sacaréis nada! — escupió el tipo, con un marcado desprecio —. Tenéis las horas contadas, escoria — bramó, escupiendo saliva y sangre — Él acabará con toda vuestra estirpe — le gritó a Alessandra, que empezó a inquietarse. Sonaba como un verdadero fanático.

¿Quién le había metido esas locuras en la cabeza? ¿Y por qué?

Sobre todo, lo que más la inquietaba, ¿Quién era él?

¿El hombre que había firmado aquella carta como El asesino del carnaval?

¿O se trataba de algo más?

— ¡Cuando acabe con ese bonito rostro de puta barata parecerás un...!

No pudo decir más, porque Carlos le dio una patada a la silla, con tanta fuerza que el tipo cayó de bruces al suelo. Antes de que pudiera parpadear, la bota de su guardaespaldas ya estaba sobre su cuello.

Alessandra vio el esfuerzo que hacía para contener los impulsos que lo llevaban a apretar hasta aplastarle la tráquea. Las venas de su cuello y brazos estaban a punto de reventar por la tensión y tenía las mejillas escarlata. Sus hombros se sacudían en espasmos de ira y respiraba con dificultad. Nunca lo había visto así, siempre era tan calmado...

Con movimientos lentos y mecánicos, se guardó la pistola y sacó su navaja alemana, misma que abrió para posarla sobre su entrepierna.

— ¿Quieres terminar esa frase ahora? — retó. Su tono era tan bajo y gutural que daba escalofríos. Solo que los de Alessandra no eran precisamente de miedo. Aquello era por ella, había perdido su autocontrol cuando la había insultado.

Verlo así, solo por ella, era increíble. Anhelaba que lo matara en su nombre, pero sabía que tendría que esperar para ello. Valdría la pena.

Entretanto se conformó con verlo en plena acción. Realmente podía entender la razón de que intimidara a sus víctimas, era un salvaje y no tenía piedad.

Cuando se cansó de golpearlo, lo levantó para sentarlo de nuevo en la silla, a la que lo esposó y se aseguró de que estuviera consciente antes de acercarse a ella muy lentamente.

Alessandra iba a ponerse la bata de baño, pero con un simple gesto autoritario le ordenó que permaneciera desnuda.

— Quédate como estás.

Ella no replicó sino que, por el contrario, se pegó a él para hacerle notar cuan húmeda estaba.

Le comió la boca, con frenesí, - sin importarle que los dos estuvieran cubiertos de sangre - completamente desatado de una deliciosa manera nueva y desconocida que la llevó al borde de un precipicio oscuro y peligroso. 

Pero ella no tenía miedo, ansiaba caer.

— Si apartas la mirada te pegaré un tiro justo ahí — le dijo al hombre, señalando su entrepierna —. No creas que el hecho de no poder matarte me impedirá divertirme.

El tipo gimió, hecho un despojo. Al fin parecía haber entendido que si cooperaba podría retrasar al máximo su tortura.

Carlos sabía lo que hacía.

— ¿Vas a follarme? — quiso saber Alessandra, pasándole la lengua por los labios de manera provocativa, incitándolo. 

Su expresión era una máscara de hielo, pero por dentro hervía de ansia y deseo.

Hizo una llamada y le ordenó a Sandro que reuniera fuera a todo el personal, no quería estorbos. 

Luego se pegó tanto  a ella que no hubo un solo milímetro de distancia entre sus cuerpos.

— Voy a follarte hasta que mi nombre saliendo de tus labios retumbe hasta en el último rincón de esta mansión. Hasta que este pobre bastardo desee que lo hubiera matado aquí y ahora, pero por atreverse a tocarte merece un castigo mucho peor — confesó, con el tono tan controlado e indiferente como un autómata.

Aun así, esas palabras crudas bastaron para prender la mecha en el interior de Alessandra, que le arrancó la camisa sin ceremonias y lo engulló en un beso ardiente y posesivo.

— Entonces, ¿A qué estás esperando soldado?

No tuvo que pedírselo dos veces.

Y tal como había predicho, los gritos de una Alessandra en pleno clímax bien pudieron haber hecho retumbar hasta los cimientos de aquel imperio hecho de piedra y mármol.

Durante todo el proceso, Carlos no dejó de mirar a  su víctima, que con los ojos amoratados e inyectados en sangre, los contemplaba con odio y profunda envidia.

Sonrió calculadamente.

Aquel trabajo estaba siendo más interesante de lo que pensaba.

Solo esperaba poder proteger a Alessandra de sí mismo tan bien como lo hacía de los demás. 

AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH QUÉ FINAL, MADRE MÍA QUÉ ESCENA! FANGIRLEEMOS JUNTAS PORQUE ESTO ESTÁ ON FIRE 🔥🔥🔥🔥🔥🌚🌚

¿Confirmamos que Carlos y Alessandra nos tienen así 🛐🛐🛐🛐🛐🛐🛐 a todas? Son un huracán, los amo jejej

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