Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

♣CAPÍTULO 9 1/2♣

La tensión que se instaló de súbito en la habitación tan pronto como Thiago terminó de leer la macabra carta fue tal que ni siquiera el hecho de que cayera un rayo en aquel momento podría superarlo.

—  ¿Qué demonios significa esta broma de mal gusto, papá? — exigió el mediano, visiblemente alterado.

El Capo empalideció ligeramente, algo insólito para todos los presentes.

Si algo caracterizaba a Emilio Santorini, era que siempre se mantenía firme e inquebrantable ante las adversidades. No en vano llegar hasta donde estaba le había costado sudor, sangre y sacrificios.

Entonces, ¿Qué podía ser tan malo como para ponerle en ese estado?

Baldassare también estaba nervioso, los dos compartían miradas cómplices.

Thiago comenzaba a perder la paciencia. No le hacía ninguna gracia tener que posponer su luna de miel, pero mucho menos que no le contaran qué estaba pasando.

—  Ojalá lo fuera, hijo. Pero me temo que no tenemos otra elección — confesó, al cabo de un rato —.  Lo cierto es que desestimé la amenaza, pero creo que tenemos un enemigo del que preocuparnos. Alguien que todavía no sé quién es ni qué tiene contra esta familia, pero no te quepa duda de que conseguiré su cabeza y te la entregaré en bandeja de plata para que tú y tu preciosa esposa podáis disfrutar de ese viaje. Será pronto - declaró, con las mejillas encarnadas y el tono atronador.

La vendetta estaba en marcha.

— Genial, así que nos enfrentamos a un enemigo invisible que tiene algo personal contra ti. Como la lista no es larga... — ironizó Bruno, con sátira.

Thiago se levantó de la mesa, impetuoso.

— ¡¿Te tomas esto a guasa cuando han estado a punto de liquidarnos a mi mujer y a mí?! — bramó, iracundo, haciendo ademán de avanzar hacia él.

Pero Emilio se interpuso entre ambos, justo cuando Bruno también se ponía en pie, listo para iniciar una pelea.

— Oh, no seas melodramático. No eres el centro del mundo ¿Sabes? Hay gente que ha muerto hoy.

Catarina parecía consternada y Donna fue a intervenir para calmar a sus hijos, pero su esposo se le adelantó, acallando la réplica encendida de Thiago.

—  ¡BASTA YA, POR TODOS LOS DEMONIOS! SILENCIO — rugió, provocando que todo el mundo enmudeciera.

Acto seguido, respiró hondo y tras beber un poco de Coñac, se aclaró la garganta y siguió hablando:

—  Lo más conveniente sería que permaneciéramos todos juntos. Podéis quedaros aquí hasta que todo esto pase, si estás de acuerdo, Baldassare — le propuso a su socio, que tenía la mirada perdida. Pero volvió en sí y asintió, la sombra oscura que cruzaba por sus ojos desapareciendo a la velocidad de la luz —.  Por mi parte sería un placer. ¿Qué te parece Constanza? - le preguntó a su mujer, besando su pálida mejilla.

Parecía que la esposa de Grimaldi acababa de ver pasar a un espectro, porque estaba pálida y traspuesta desde que Thiago leyera la carta. Ni Marcello ni Alessandra lo pasaron por alto.

— Claro, me encantaría. Gracias por tu hospitalidad, Emilio.

El aludido le restó importancia con una sonrisa, aunque mucho más tensa y forzada que la que había lucido durante el matrimonio de su segundo hijo.

Algo ocultaban, los cuatro.

Carlos no tenía dudas al respecto.

— En ese caso, yo necesito ir a recoger mis cosas hoy mismo papá — demandó Alessandra, haciendo gala de su personalidad resuelta.

El hombre puso mala cara.

— Pueden ocuparse los guardaespaldas, cariño. No quiero que corras riesgos.

A pesar de la firmeza de su tono, ella siguió insistiendo.

— Iré con Carlos, él cuidará de que no me pase nada, ¿no es así? — lo interpeló directamente.

Él respondió sin apenas dirigirle un vistazo, como se esperaba de su posición.

— Si su padre no dispone lo contrario, se hará como la señorita desee.

Alessandra sonrió a su padre, satisfecha.

Este pasó la mirada de un Emilio que parecía conforme hasta un reticente Marcello y un Carlos impasible.

Alessandra no pudo evitar darse cuenta de que parecía una estatua a comparación con el resto de los guardias, que se veían más...humanos.

¿Cómo había llegado a adquirir tal grado de autocontrol y despersonalización?

Comía cuando se lo ordenaban, hacía lo que le decían y hasta dormía cuando le daban permiso. Era triste...

— ¿No sería mejor que yo la acompañara, padre? — intervino Marcello, lo que hizo enarcar las cejas a su progenitor.

— ¿Tú? No seas absurdo Marcello, tu hermana necesita ir con alguien preparado para protegerla y tú no estás cualificado para ese puesto. Porque así has querido que sea — espetó, el rencor filtrándose a través de sus palabras como el veneno.

Marcello apretó la mandíbula, intentando ocultar cuanto le habían dolido esas palabras.

Él sabía disparar, tuvo que aprender a defenderse desde pequeño. Que evitara hacerlo por principios era distinto. Pero que su padre sacara aquello a colación así era una humillación...

— Muy bien, como ordenes — escupió, levantándose de la mesa antes de que su hermana pudiera detenerlo.

— No hacía falta que le hablaras así - le espetó ella, sin poder contenerse.

Baldassare se envaró.

— Cuida la forma en que me hablas, hija.

Era una advertencia.

Pero Alessandra fue a replicar, furiosa.

No tuvo tiempo.

— Carlos, ve a preparar el coche. Asegúrate de que todo está bien. Que Sandro y Mauro vayan con el remolque para Diabla — intervino Emilio, guiñándole un ojo a Alessandra, que se relajó al instante.

— ¿Podré traer a mi diabla? — inquirió, emocionada como una niña, mientras el guardaespaldas se retiraba discretamente para hacer lo que le había encomendado su jefe.

Emilio asintió, con orgullo. Y ella tuvo que contenerse para no dar saltos de alegría.

Diabla era su yegua, una preciosa purasangre que había sido el regalo de su padre por su octavo cumpleaños. Llevaba montando desde entonces e incluso había participado como amazona en múltiples competiciones a nivel internacional, ganando infinidad de premios.

Sin embargo, a los dieciocho dejó las carreras. Le gustaba más montar al aire libre; salvaje e indómita.

A su padre no le hizo ninguna gracia, pero tuvo que resignarse. Alessandra era tan indomable como su yegua.

Besó a su padrino en la mejilla a modo de agradecimiento y después a su padre, que parecía enfurruñado.

Luego fue a cambiarse. Si iba a pasar por los establos debía llevar algo más apropiado.

...

Tras comprobar que el coche estaba en perfecto estado - siempre era conveniente revisar que no lo hubieran manipulado con malas intenciones - Carlos iba a la cabaña de servicio que le habían asignado a Mauro (según supo por Benedetta, su propio padre le pidió a Emilio que a su hijo se le tratara como a un empleado más para que se hiciera hombre) con intención de advertirle que se preparara para salir.

Todavía no había tenido ocasión de hablar con él y ver de qué pasta estaba hecho, algo que le molestaba. Odiaba los imprevistos.

Todavía estaba cabreado por lo que había sucedido durante la boda. Que burlaran la seguridad así...

No pudo seguir dándole vueltas, porque una voz pronunciando su nombre en tono demandante lo detuvo en seco.

— ¡Eh, Carlos! — era Marcello Grimaldi. Y él sabía exactamente qué quería decirle.

Lo encaró, tratando de mantener el semblante neutral.

— Quiero hablar contigo.

Estaba que echaba chispas, su gesto y su postura hablaban por sí solos.

— Hable pues.

— ¿Qué intenciones tienes con mi hermana?

Fue claro, directo al grano y sin anestesia.

Carlos tuvo que reprimir una sonrisa ante la seriedad de su gesto. Hermano sobreprotector, ¿Eh?

—  No sé de lo que habla —  replicó, sin perder la calma.

Se dispuso a marcharse, pero su interlocutor lo sujetó por el brazo.

Su sangre se rebulló como la lava de un volcán a punto de entrar en erupción, pero se obligó a respirar hondo para dominar su temperamento. No había pasado dos años a base de ejercicios de disciplina para mantener la mente fría y acabar perdiendo la compostura con un pobre diablo que renegaba de su propia identidad.

Bajó los ojos hasta el brazo que todavía le tenía sujeto y luego los clavó en su cara, muy serio. Eso bastó para que lo soltara y se aflojara la corbata con disimulo.

— No te hagas el tonto y respóndeme, vi lo que sucedió en la fiesta — le exigió, pero mucho menos agresivo.

«Tranquilo, maldita sea. Mantén la calma» se dijo a sí mismo.

—  Lo que vio fue antes de saber quiénes éramos. Despreocúpese, mi relación con su hermana a partir de ahora será meramente profesional. ¿Ahora me deja que haga mi trabajo de una puta vez? — espetó, con un brillo peligroso refulgiéndole en las pupilas de ébano.

Marcello se envaró.

—  ¿Cómo te atreves? Cuida la manera en que te diriges a mí, no olvides tu lugar — advirtió —. Y voy a creer en lo que dices, pero si veo algo que no me gusta...

— ¿Se lo dirá a su padre? ¿O al señor Emilio? — lo provocó, entrando al trapo.

— No, yo mismo te mataré — susurró, tan cerca que sus frentes casi se chocaban.

Ese ramalazo de mafioso sorprendió ligeramente a Carlos. Por fin mostraba lo que había debajo de ese hombre civilizado...

Una sonrisa oscura tiró de sus comisuras hacia arriba.

— Mensaje captado — dijo, con chulería.

Si supiera que podría acabar con él con la facilidad de chasquear un simple dedo se lo pensaría dos veces antes de amenazarlo, pero debía contenerse.

Entendía que se preocupara por su hermana. Aunque ella era bastante capaz de decidir por sí misma acerca de quién quería que le metiera la polla.

Tuvo que morderse la lengua para no soltárselo en su cara.

— ¿Alguna cosa más?

Marcello se esforzó por no bajarle la mirada. Esa intensidad que le quemaba hasta el tuétano daba miedo, tenía que reconocerlo. A pesar de su amenaza - fútil, obviamente - ese hombre lo intimidaba. Había algo en él que le daba escalofríos. Y no saber por qué lo frustraba.

— ¿Cómo te descubrió Emilio? — quiso saber —. Normalmente no confía en nadie que no sea italiano para trabajar con él. Y en cambio tú...

— Yo soy un espalda mojada — terminó la frase por él, con rabia —. Pero nada de lo que tengo me ha sido regalado, señor, soy el mejor en mi trabajo. Por eso estoy aquí.

Sus palabras estaban cargadas de una rabia y un desafío a cuestionarlo que hicieron enmudecer a Marcello.

Luego, sin esperar a que le diera permiso, se retiró dejándolo con la palabra en la boca.

¿Quién demonios era ese hombre?

...

Cuando Carlos logró dar con Mauro estaba de un humor de perros. Entró dando golpes en la cabaña y le ordenó con malos humos que se vistiera.

El adolescente se frotó los ojos, adormecido.

— ¿No querías trabajar para Emilio? ¡Pues espabila de una puta vez, que aquí cuando te dan una orden es para ya! — bramó.

Todo lo que Mauro pudo pensar fue:

«Joder, pues menudo genio se gasta el tal Carlos. ¿Él es quien me va a enseñar todo sobre mi puesto? ».

Se levantó y se vistió en dos minutos, sin rechistar. Ni siquiera se atrevió a mirarlo hasta que no estuvo listo.

— Ya estoy listo. Soy Mauro, por cierto. Encantado, ¿Carlos no? — le extendió la mano, luchando por no tartamudear.

Cómo acojonaba...

— Ya veremos si para el final del día sigues siendo Mauro — no supo cómo tomarse aquello y tragó saliva. Seguramente eso fue lo que hizo que se apiadara de él, porque le estrechó la mano. Y menudo apretón... —. Sí, y por suerte o por desgracia, tu sombra hasta que aprendas el puto oficio. Haces lo que yo diga o haces lo que yo diga, ¿soy claro? — espetó, irguiéndose en toda su estatura.

Mauro asintió repetidas veces, hasta que Carlos le regaló una sonrisa burlona.

— Muévete. ¿Sabes conducir?

— Sí, mi padre me enseñó — contestó, con orgullo.

Carlos puso los ojos en blanco.

— Qué tierno. Es para hoy, vas con Sandro — replicó, seco.

Mauro se sintió idiota.

— Vale.

Fue a irse, pero se le olvidaba la pistola y antes de que diera dos pasos, un molesto Carlos ya le había cortado el paso y se la tendía.

— Regla número dos: nunca salgas sin tu arma — la cogió, un poco inseguro. Lo que le valió una mirada asesina por parte del gigante frente a él —. ¿Sabes disparar al menos?

— Ah...bueno solo lo he hecho una vez — omitió que fue una pistola de balines, convencido de que Carlos sería capaz de matarlo si lo hacía —.  ¿Cuál es la regla número uno? — se atrevió a preguntar, sin poder evitar que le saliera la vena curiosa.

— No hagas preguntas, esa es la regla número uno. Veas lo que veas, oigas lo que oigas. No hagas preguntas. Grábatela en el coco — gruñó, arrastrándolo fuera —. Andando, es para hoy.

Lo siguió por el jardín.

Antes de que subiera al coche, inesperadamente, lo retuvo.

— Cuando le yegua esté lista esperáis aquí — señaló el Range Rover —hasta que os lo diga, si veis a alguien sospechoso por los alrededores disparad. Si dudas estás muerto, canijo. ¿Lo has captado?

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Podía hacerlo.

Cuando lo dejó con Sandro - que era mucho más amable, a Dios gracias -todavía pudo oírlo rezongar por lo bajo:

— Hay que joderse, de niñera a estas alturas...

Eso hirió su orgullo y a partir de ese momento se propuso con todo su empeño ser tan fuerte e imponente como él.

A lo mejor así, con un poco de suerte, Chiara se fijaba en él.


Holaaaaaa!!! ¿Teníais ganas de más? ¡Pues aquí estoy con doble dosis de nuestros mafiosos favoritos!

Amo por dónde va esto, ¿soy la única?

Carlos me puede 🥵🥵💥es fuego, a intenso no hay quien le gane.

Y hablando de eso, preparaos para la segunda parte porque el spicy va a estar a full!

Espero que estéis disfrutando la historia, no os vayáis sin dejarme vuestros votos y comentarios, love youuu!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro