♣CAPÍTULO 8 ♣
Al ver que Alessandra no respondía, los golpes en la puerta se hicieron más insistentes, provocando que ella tuviera que morderse la lengua para no maldecir en voz alta.
Su cerebro trabajaba a toda velocidad, sopesando una excusa creíble que dar.
Carlos, por el contrario, ni se inmutó. Es más, a juzgar por la mueca que adornaba su rostro, parecía incluso divertido con la situación.
Alessandra no daba crédito.
¿Es que no le daba siquiera un poco de miedo que los descubrieran en esa posición tan...comprometida?
Si era así – más sabiendo que lo torturarían y matarían de la manera más dolorosa posible – es que era un suicida, o el tío con las pelotas más grandes de toda Italia.
Le tapó la boca para que no se oyera ni su respiración del otro lado de la puerta y respondió, lo más calmadamente posible.
— ¿Quién es? — inquirió, con tono aparentemente casual.
La respuesta no se hizo esperar, aliviándola.
— Soy yo hija, he venido a ver cómo estás. Llevas mucho rato bañándote y he oído voces... ¿hay alguien contigo?
Era su madre y, a juzgar por la inflexión dubitativa en su voz, sospechaba que estuviera haciendo alguna de las suyas.
Por fortuna, Alessandra dio con una excusa creíble casi al instante.
A ella era fácil mentirle, a su padre no.
Fulminó con la mirada a Carlos para que se estuviera callado por si acaso y dijo:
— Estoy bien mamá. No, ¿Quién iba a haber conmigo? Solo hablaba con mis amigos, ha sido un día agotador y necesitaba desahogarme con alguien...
Tuvo que callar cuando los dedos de Carlos empezaron a introducirse lentamente en su interior, sin pudor alguno.
— Ahora salgo, mamá.
Fue a añadir que se iría directamente a la cama para no tener que bajar después ahí y perder el tiempo con preguntas cuando, de repente, él se puso de rodillas y la atrajo rudamente hacia sí tomándola de las caderas. Estaba claro cuál era su objetivo y un escalofrío de excitación la recorrió.
Con una maliciosa sonrisa de medio lado, separó sus piernas. Y se puso manos a la obra.
Mierda.
Dejó de pensar con cordura tan pronto como sus labios empezaron a besar, chupar y succionar la zona más sensible de su cuerpo.
Su interior se llenó de tantas sensaciones que pensó que explotaría, mientras un calor abrasador ascendía desde las puntas de sus pies hasta su vientre.
Joder...
— Vale, no tardes demasiado.
— De acuerdo — atinó a decir.
Hilar dos palabras seguidas nunca le había parecido tan complicado.
Pero por fin los pasos de su madre empezaron a alejarse de la puerta, sin añadir nada más.
Solo cuando ya no se oyó el menor sonido en el vestíbulo, Alessandra respiró tranquila.
Había estado cerca.
Debían tener más cuidado si no querían que los sorprendieran con las manos en la masa.
— Por qué poco — susurró Alessandra, mordiéndose el labio inferior con el fin de mitigar un poco el fuego que crepitaba en su interior.
Si Carlos seguía así mucho tiempo no iba a poder aguantar más los gemidos que pugnaban por ser liberados como manifestación de su placer.
Y justo cuando alcanzaba el borde del precipicio, se detuvo.
No supo si alegrarse o molestarse.
— ¿Qué diría tu madre si supiera lo traviesa que eres cuando nadie te ve? — musitó, jugueteando con el lóbulo de su oreja mientras la cercanía de su aliento sobre su piel la hacía apretar las piernas para contener su deseo, cada vez más creciente.
— Se lo contaría todo a mi padre y estaríamos en un buen lío — reconoció. Luego añadió —: ¿Eso te excita?
— No sabes cuánto.
Su sinceridad la dejó descolocada y fue a preguntarle por qué. Sin embargo, él se le adelantó.
— Hay una sola cosa que me excita más que el dolor y es el peligro. Recuérdalo — gruñó, antes de morderle el labio. La pilló desprevenida y soltó un pequeño gemido de dolor que a él le iluminó las pupilas con lujuria.
Le dio una fuerte bofetada.
Esperó que se enfureciera. Ya estaba lista para pelear, de hecho. No obstante, jamás habría imaginado que su longitud se endurecería todavía más al recibir el violento impacto.
Aprovechando su desconcierto momentáneo, la acorraló contra la pared e introdujo su lengua en la de ella con un ímpetu y una posesividad que la enloqueció de maneras inimaginables.
Todo su interior reclamaba a gritos que lo hiciera de una vez. Pero él, a sabiendas de su expectación, se recreaba.
Los dos querían aquello. Allí. Ahora. A pesar de las circunstancias.
Y les bastó una mirada para tener la certeza de que sucedería.
Con agilidad, le enganchó las piernas alrededor de la cintura y se aferró a su cuello. Sin interrumpir el beso en ningún momento.
— ¿Te estás cuidando? — le preguntó. Lo que la sorprendió bastante.
Las veces anteriores habían usado condón, pero ahora...
Tomaría la pastilla del día después. Alessandra era muy responsable con eso.
— Sí, mañana lo soluciono — le aseguró. A lo que él asintió, visiblemente aliviado.
— Así que eres un hombre responsable, ¿eh? — no pudo evitar comentarlo, deslizando las manos desde su pecho hacia abajo, hasta posarlas ahí.
Se estremeció casi imperceptiblemente.
— Eso está bien. No queremos mini Carlos correteando por ahí — bromeó, palpando la zona con descaro.
Él se apretó más contra ella, con la respiración ligeramente irregular.
— No. Odio a la gente que trae hijos al mundo por culpa de una irresponsabilidad. Los niños no son juguetes rotos de usar y tirar, solo deben tenerse si son deseados — soltó, con una rabia que la sorprendió casi tanto como que manifestara alguna emoción que no fuera deseo.
— Vaya...al fin.
La miró sin comprender y – al menos eso le pareció a ella, porque en cuestión de segundos desapareció – algo de vergüenza por su repentina locuacidad.
— Al fin expresas tus sentimientos. Empezaba a pensar que no eras humano — le aclaró, haciendo gala de su sinceridad.
Con una mano sobre su cintura y otra en la pared para hacer de asidero, se acomodó en su interior. Sin ceremonias.
Se le escapó un gemido por lo inesperado y brusco del movimiento, pero sonrió encantada.
— No lo soy. Respiro, como y hablo pero no te dejes engañar. No tengo corazón — lo dijo de manera desapasionada, como una certeza innegable. Quizá fue eso lo que más la intrigó. Sobre todo el por qué —. Ahora deja de hablar y ven aquí — gruñó, impaciente.
Alessandra no puso objeciones. Anhelaba demasiado sentirlo en su interior nuevamente.
Sin embargo, no olvidaría aquella conversación.
A medida que las acometidas se hacían más y más feroces y las uñas de Alessandra marcaban su espalda con más y más intensidad, más podía comprender mejor las palabras de Carlos.
Había algo realmente excitante en tentar a la suerte de ese modo, en hacer algo prohibido a sabiendas de que cualquiera en cualquier momento podía sorprenderlos.
Era extraño, porque el precio a pagar sería tremendamente alto y eso la inquietaba, pero valía la pena con tal de experimentar aquella adrenalina y ese fuego que sentía cada vez que estaban juntos.
Y tuvo que preguntarlo.
— Carlos, ¿Cuál soy para ti?
Sin dejar de embestirla, él le devolvió una mirada ceñuda.
Esperaba a que se explicara y ella así lo hizo, sin perder la sonrisa.
— ¿Soy dolor o soy peligro?
— Ambas. Y no tienes ni idea de lo arriesgado que es eso para ti — replicó, enigmático, antes de lanzarse a devorar su boca como si no hubiera un mañana, moviendo las caderas rítmicamente al compás.
Ella le siguió el ritmo, frenética y anhelante de más piel con piel, de más contacto.
No supo a ciencia cierta cuánto tiempo permanecieron así, pero le supo a poco. Y cuando sus cuerpos se separaron, a pesar del cansancio extremo que la dominaba, todavía se sorprendió a sí misma queriendo más.
— Voy a salir en cuanto compruebe que todo está despejado — dijo, secándose con la toalla y vistiéndose con rapidez mientras ella admiraba su cuerpo perfectamente moldeado.
Las cicatrices resaltaban más que nunca bajo el potente haz de luz. Algunas eran más rojizas, otras más profundas...pero todas parecían tener algo en común: debió haber soportado un dolor atroz cuando se las hicieron.
De repente quiso acariciarlas, pero se contuvo porque entendía que para él podía ser incómodo.
Ninguna de las tres veces había parecido muy contento cuando las rozaba.
— Espera al menos quince minutos. ¿De acuerdo? No quiero arriesgarme.
Asintió.
Y así, sin más, se fue.
Alessandra esperó el tiempo acordado, con un pálpito naciéndole desde dentro: no sabía por qué estaba tan segura, pero algo le decía que ninguno de los dos podría olvidar fácilmente lo sucedido allí.
No, al menos, sin querer hacer algo todavía más peligroso; repetir.
Alessandra durmió como un bebé toda la noche.
Tanto así que cuando la nana Ofelia acudió a primera hora a despertarla para que bajara a desayunar, le costó una barbaridad salir de la cama.
— ¿Te encuentras bien, hija? — le preguntó la buena mujer, pensando – ilusa de ella – que seguía descompuesta por el susto de ayer.
— Sí, nana. Necesitaba dormir para reponer fuerzas — mintió, cándida.
Bajaron hasta el comedor sosteniendo una charla amena y trivial.
Para su sorpresa, salvo por la notoria ausencia de Bruno, se encontró con que era la última en llegar.
Una gran mesa estaba dispuesta en el centro de la estancia, repleta del que seguramente era el desayuno más variado y abundante que la joven había visto en mucho tiempo.
Parecía que Emilio le había ordenado al servicio que se esmerara para complacer a los invitados.
Y hablando del rey de Roma, estaba sentado a la cabeza de la mesa charlando animadamente con su padre.
— Buenos días — saludó, tomando asiento junto a su hermano, que devoraba unos huevos revueltos con jamón.
Todos dejaron de comer para corresponder a su saludo.
Catarina seguía un poco conmocionada por lo sucedido, según le estaba comentando a Donna, quien se había interesado por su estado.
— Disculpa que te lo pregunte Emilio pero, este atentado que sufrimos ayer... ¿se trata de algo aislado o debemos preocuparnos por una amenaza más persistente? — quiso saber Isabella, visiblemente inquieta.
Su hija, Stella, parecía compartir su misma preocupación.
Algo natural teniendo en cuenta que no estaban acostumbradas a aquello.
El aludido se lo pensó unos segundos antes de contestar, tras compartir una mirada de circunstancias con Baldassare.
— Verás Isabella, querida, para serte franco con nuestro status...nunca se sabe cien por cien. Pero yo diría, y casi me atrevo a asegurarlo, que la amenaza está erradicada — fue su respuesta.
La mujer parecía aliviada.
— ¿Qué pasará con la luna de miel, padre? — inquirió entonces Thiago, que parecía molesto porque sus planes se hubieran visto en suspense.
Su esposa le cogió la mano para calmarlo.
— Esperaremos hasta que me cerciore de que es seguro que viajéis — levantó una mano para acallar las réplicas encendidas de su hijo —. Hasta esta tarde, al menos. —Más reclamos — ¡¿Qué cojones quieres que haga si no puedo garantizar vuestra integridad hasta entonces?! — bramó, dando un golpe sobre la mesa que sobresaltó a Benedetta, que servía otra bandeja de pan en aquel momento.
— Retírate Benedetta — le ordenó Donna, con mala cara.
La chica asintió y obedeció, marchándose con la cabeza gacha.
— Está bien, podemos esperar. ¿Verdad, cariño? — intervino Catarina, para calmar las aguas.
— Sí — masculló entre dientes él, furioso.
En aquel instante Bruno hizo aparición en el comedor.
Venía silbando por lo bajo, despreocupado y con aspecto de haber dormido a pierna suelta.
Ignoró – o al menos disimuló muy bien que lo hacía – la mirada fulminante que le dirigieron sus padres y su hermano y se sentó a la mesa justo al lado de un Thiago que parecía estar conteniéndose para no darle un puñetazo.
— Vaya, parece que llego en mal momento. Qué novedad, ¿no?
Su sátira solo le estaba echando más leña al fuego, así que Alessandra le dio una patada por debajo de la mesa para que se callara.
— Tienes un don para eso, hermanito — espetó el mediano de los Santorini, con los labios fruncidos.
— Bueno, no nos alteremos — medió Marcello, en su habitual papel de conciliador —. Si todo va bien, a la tarde podréis marcharos. No nos pongamos en lo peor todavía.
— Marcello tiene razón — lo apoyó Chiara, sorprendiendo a los presentes ligeramente.
Ella muy pocas veces opinaba de aquellos temas. Solía ser tímida y callada.
Marcello le dedicó una sonrisa de apreciación.
Quien sí que parecía bastante huraño era Mauro.
Seguramente se estaba arrepintiendo de haber empezado a trabajar para ellos con lo que había sucedido.
Echaría de menos su casa...
— ¡Señor Emilio, señor Baldassare! — gritaron de pronto.
Lo que hizo saltar la alarma entre los presentes.
Sandro llegaba corriendo con un sobre entre las manos, seguido de un Carlos que parecía a punto de apuñalar a alguien.
Tenía todos los músculos tensos y los puños apretados en un esfuerzo por contener su ira.
Emilio se levantó de la mesa, impetuoso. Su socio no tardó en imitarlo, temiéndose lo peor.
— ¿Qué diablos pasa? — demandó.
— Nos han llamado ahora mismo, acaban de dar la voz de alarma — el pobre hombre jadeaba a causa del esfuerzo —. El jet privado en el que iban a volar el señor Thiago y la señorita Catarina esta mañana...ha volado por los aires. Una bomba, señor. Creemos que estaba todo programado — informó, temeroso.
Los gritos y las maldiciones no tardaron en estallar en la sala. Thiago estrelló su copa contra la pared en un arrebato y Bruno tuvo que contenerlo.
Alessandra, de las pocas que permanecía sentada, intercambió una mirada con Carlos que, aunque inmóvil en su puesto, temblaba de pura furia.
Estaba claro lo que ello implicaba.
Realmente, que hubieran decidido posponer el viaje era lo que les había salvado la vida.
Porque quienquiera que hubiera planeado aquello contaba con eliminarlos a los dos.
— ¿Qué es eso que tienes en las manos? — exigió saber al cabo el propio Thiago, ya más tranquilo, mientras su padre y Baldassare llamaban a todos sus hombres de seguridad.
Sandro tragó saliva, preocupado por convertirse en el blanco de su ira.
Tal indecisión acabó por sacar de sus casillas a Carlos que, todo brusquedad, se lo arrancó de las manos para tendérselo él mismo a Thiago.
— Hemos recibido este sobre poco después de enterarnos de lo sucedido. Su sello es el mismo que el del que recibimos ayer, así que esto ya no es casualidad. Alguien tiene algo personal contra esta familia — aclaró.
Thiago lo abrió.
Todo el mundo se agolpó a su alrededor para poder ver lo que contenía el dichoso sobre.
Hasta que él se hartó de tal agobio y decidió leerlo en voz alta, con el tono temblándole ligeramente a causa de la cólera mal contenida.
Aquello era un ataque directo contra él y su familia. Y no pensaba dejarlo estar.
A partir de aquel instante en las calles de Venecia iba a correr la sangre hasta que no se capturara al responsable de aquel condenado mensaje.
Empezó con una boda y terminará con un funeral.
Tic, tac.
Es la hora de que enfrentes tu destino final.
Atentamente, el asesino del Carnaval 🎭.
Hola hola, el capítulo ha estado que arde. ¿No lo creéis?
Qué inesperados sucesos ¿eh?
¿Qué pensáis de lo que ha pasado?
¿Tenéis teorías o algo que comentar?
El mensaje me ha salido con rima, sí. No lo he hecho a posta y eso es lo que más me gusta JAJAJAJA AMO
¿Os está gustando la historia? Espero que sí pero confieso que a veces me gustaría recibir más comentarios para saber lo que pensáis de la trama, que me dejéis vuestro hype y todo eso...
Bueno, nos vemos en la siguiente actualización ❤espero que os guste la nueva portada, la he hecho yo.
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