♣CAPÍTULO 7♣
Estaban rodeados de cadáveres.
Por todas partes.
Tanto que era muy difícil distinguir quién era amigo y quién enemigo.
Alessandra se echó hacia atrás el pelo sudoroso y recubierto de sangre por la batalla campal e inhaló para recobrar el aliento.
Había sido todo tan repentino que todavía le costaba un poco asimilarlo.
A su lado, Carlos todavía estaba alerta como un depredador listo para saltar al cuello de cualquiera mínimamente sospechoso. Sus músculos resaltaban de manera increíble, poniéndole muy difícil mantener la concentración en su entorno.
Joder, ese culo no era apto para cardíacos.
— ¿Disfruta de lo que ve? — espetó, sin siquiera volverse. Lo que provocó que Alessandra curvara los labios en una sonrisa. Nunca dejaba de sorprenderla su perspicacia.
— A decir verdad, sí — contestó sin el menor reparo. Nunca había entendido por qué la gente tenía tantos problemas en decir lo que saltaba a la vista.
— No hay tiempo para andar con juegos. Tenemos que comprobar si su familia está bien — replicó, con algo de dureza, cogiéndola de la mano y atravesando juntos – ambos con las armas en ristre – la mansión ahora hecha un caos. Luego añadió —: Puede que estén en el refugio, debemos comprobarlo.
Alessandra asintió, esperanzada.
El refugio era una especie de habitación subterránea a la que se accedía a través de los túneles de los pasadizos secretos de la mansión.
Antiguamente se rumoreaba que era usada como cámara de torturas por sus antepasados, aunque solo era una leyenda.
La joven se tranquilizó, aquel lugar era una fortaleza. Nadie lograría penetrar ahí, así que su familia estaba a salvo.
Al menos el tiroteo ya había cesado.
Con un poco de suerte los hombres bajo las órdenes de Grimaldi y Santorini habrían acabado con las amenazas.
Alessandra hizo cábalas y calculó que debían de haber acudido más de doscientos hombres. Solo ella y Carlos habían eliminado al menos a medio centenar.
Si por separado eran peligrosos, juntos parecían ser mortales.
Deteniéndose junto a la fuente de piedra – ahora destrozada por cientos de agujeros de bala – Carlos se agachó junto a uno de los cadáveres enemigos para examinarlo de cerca, indicándole que permaneciera detrás de él.
Por supuesto, Alessandra no le hizo el menor caso y se agachó a su lado. También quería averiguar quiénes eran los bastardos que se habían atrevido a atacarlos.
Nada más percatarse de su presencia le dedicó una mirada asesina y gruñó de exasperación.
Vaya, si las miradas matasen ella habría caído fulminada. Pero no se arredró, sino que mantuvo la vista fija en esos iris de ébano, firme en todo momento.
— Si le doy una orden la cumple — masculló, echando chispas —. Vaya atrás y proteja su espalda antes de que la maten y luego pidan mi cabeza — ordenó, autoritario. Luego maldijo en su idioma, de manera que no pudiera entenderlo.
No sonó bien.
Alessandra puso los ojos en blanco, indignada.
— ¡¿Quién demonios te crees para darme órdenes soldado de quinta?! — bramó, perdiendo la paciencia.
— ¡El hombre que le ha salvado la vida, maldita malcriada! — rugió él, en el mismo tono.
Las mejillas de la italiana se tiñeron de rubor a causa de la furia. No podía creer que estuvieran peleando por algo así con toda la mansión llena de cadáveres y sin saber del paradero de sus seres queridos, pero ese hombre la encendía y no se cortó en dedicarle su réplica más mordaz.
— Creo que se te olvida el pequeño detalle de que tú también estarías muerto de no ser por mí. Así que deja ese orgullo y trátame como a una igual, porque estamos juntos en esto.
Se estudiaron como leones, temblando de ira.
Al final, él cedió. Aunque por como la miraba parecía que quería estrangularla con sus propias manos.
— Son sicarios a sueldo — informó al cabo, con rabia mal contenida. Como no añadía nada más ella le preguntó cómo lo sabía y este le enseñó unos tatuajes en su antebrazo derecho. Tres puntos concéntricos rodeando a una calavera negra. A ella no le decía nada, pero para él parecía tener todo el sentido —. Los tatuajes son un sello distintivo. Así nos reconocen y nos contratan — explicó.
— ¿Nos? — inquirió, con las cejas enarcadas al ver que había hablado en primera persona.
Él suspiró y se pasó una mano por la barba, como si le incomodara hablar de su vida personal.
— Durante un tiempo, cuando llegué aquí, fui uno de ellos. Hasta que Emilio Santorini me contrató. Ahora vivo para servir a la famiglia del capo — aclaró, tenso como el arco de un violín.
Alessandra asintió, sinceramente fascinada.
Con razón era un asesino tan experimentado y letal. Había sido entrenado por los mejores.
— Y, como habrá notado, están todos muertos así que no van a poder decir mucho acerca de quién los contrató — espetó al cabo, con amargura.
Alessandra maldijo de una manera nada propia de una señorita de su alcurnia, pero le importaba un bledo. Esos asesinos a sueldo estuvieron a punto de matarlos.
Quería la cabeza del responsable de orquestar aquello.
— El objetivo eran los recién casados — dijo Carlos entonces, con esos ojos analíticos fijos en ella.
— Eso parece. Deben ser algún clan rival. La mafia calabresa siempre nos la ha tenido jurada desde que matamos a su líder — comentó ella.
Sin embargo, su interlocutor no parecía muy convencido.
— La mafia calabresa es más discreta a la hora de arreglar...sus asuntos. No, esto me parece obra de alguien diferente. Pero aún no sé quién.
Parecía frustrado.
— ¿Puede correr con eso? Necesito ponerla a salvo de una puta vez — inquirió, con su habitual estilo hosco.
— Por supuesto — replicó Alessandra, casi ofendida —. Puedo desenvolverme en cualquier situación de riesgo, lleve lo que lleve puesto...— se recreó a propósito, a sabiendas de lo que a ambos se les estaba pasando por la cabeza —. Incluso si no llevo nada. Lo de antes, cuando te he salvado, solo ha sido una pequeña demostración, soldado.
Él resopló, encendido.
— Entonces mueva ese bonito culo de una vez, no estamos en un jodido picnic — casi gruñó.
Ella solo rio antes de seguirlo, encantada con poder sacarlo de quicio.
Ese tira y afloja que se traían era muy estimulante y todavía no le apetecía dejarlo.
Atravesaron los jardines a una velocidad de vértigo, ambos siguiendo el mismo ritmo sin problemas.
— ¡Ignazio! — gritó entonces Alessandra, entristecida al toparse con el cadáver sin vida del chófer de confianza de su familia. Le habían disparado en el corazón.
Se agachó para cerrarle los ojos, conmovida.
Era un buen hombre que no merecía aquello. Siempre le daba galletas a escondidas cuando salían de casa a hacer alguna diligencia y tenía una sonrisa eterna.
Una mano se posó sobre su hombro.
Era Carlos.
Asintió, haciéndole saber que estaba bien.
A fin de cuentas, por más lamentable que fuera, aquello era parte de su día a día. No servía de nada perder el tiempo llorando, mejor recordarlo como fue en vida.
— Estoy bien, vamos — repuso, con frialdad.
— Fabio, uno de los hombres de confianza de Emilio, me ha confirmado que están en el refugio. La llevaré allí — susurró él entonces, tan cerca de su oído que la hizo estremecer...por el deseo.
— Mira, ahí están Sandro y Maurizio. Puede que sepan algo — expuso, señalando a los dos guardias que los habían reconocido y se acercaban a la carrera.
Estaban ensangrentados y pálidos. Uno de ellos incluso cojeaba.
En cuanto se hubieron acercado lo suficiente, Carlos los encaró. No parecía nada contento.
Y es que su deber era proteger a la familia, arriesgando su propia vida. Y si algo había salido mal, por mínimo que fuera el descuido, el precio bien podía ser su cabeza.
Como jefe de seguridad, Carlos tenía la obligación de pedirles cuentas.
— ¿Cómo coño esos sicarios se han infiltrado en la fiesta, ante vuestras narices? — bramó, mortífero.
Ambos reaccionaron tan confusos como abochornados por el suceso.
— No lo sabemos Carlos, lo juro. Todo el mundo llevaba invitación, registramos a cada uno de los asistentes y nadie parecía sospechoso — contestó Sandro, apurado.
Maurizio parecía igual de desconcertado.
— Sí...no me explico cómo ha pasado. A menos que alguien infiltrado los colara. Pero, ¿cómo? — inquirió, para sí.
A juzgar por su gesto pétreo a Carlos se le había pasado por la cabeza también esa idea.
— Difícil saberlo teniendo en cuenta que están todos muertos. Ese era vuestro puto trabajo — rugió de pronto.
Y antes de que lo vieran venir, moviéndose con una rapidez increíble, su puño ya estaba impactando en la mandíbula de Sandro primero, que se desplomó en el suelo por la fuerza del impacto, y después en la de su compañero que corrió la misma suerte.
Alessandra se quedó contemplando la escena.
No pudo evitar que la fuerza bruta con la que golpeaba a esos dos pobres hombres la excitara sin remedio.
Era tan explosivo...su perdición.
Pero tenía que pararlo o era muy capaz de matarlos. A leguas se notaba que era alguien con quien era mejor no tener problemas.
Tan rudo...
— Tranquilo, creo que lo han captado para la próxima — bromeó, queriendo relajar los ánimos.
No funcionó.
Tenía a ambos sujetos por el cuello con cada mano y parecía como ido.
Ahí entendió que algo no iba bien.
Era como si...como si físicamente estuviera allí pero mentalmente se hubiera desconectado.
Lo sujetó por la cintura, tirando con fuerza para despegarlo de sus víctimas. Pero era como mover un muro de granito, duro e infranqueable.
— Carlos, ya basta — decidió hablarle con firmeza al ver que no aflojaba —. Cálmate. Es suficiente.
Eso pareció hacerlo volver un poco en sí porque asintió y poco a poco fue liberándolos de su agarre.
Ambos cayeron al suelo boqueando en busca de aire.
Su semblante habitualmente neutro palideció ligeramente y la miró dubitativo antes de murmurar un quedo:
— Lo siento.
Alessandra entendió que no podía controlar sus problemas de ira y no hizo más preguntas. Seguramente era lo último que necesitaba.
Fue a tocarlo pero al verlo tan tenso se lo pensó mejor y dejó caer el brazo.
— ¿Estáis bien? — preguntó, examinando a los dos hombres, que asintieron restándole importancia.
— No he querido... — empezó a decir, pero Sandro lo cortó, comprensivo.
— No te preocupes, está todo bien.
Y los tres se estrecharon la mano.
— Pero aun así la próxima vez estad más alerta o esto no será nada comparado con lo que os hará Emilio — advirtió. Y ya había vuelto a ser el de siempre.
Tragando saliva, asintieron sin pronunciar otra palabra.
Mientras atravesaban los pasillos de la mansión hasta llegar a la biblioteca – lugar donde se accedía a los pasadizos – Alessandra aprovechó que se habían quedado rezagados de sus compañeros y detuvo a Carlos cogiéndolo del brazo.
La miró con esos ojos negros insondables, su expresión era interrogante.
— ¿Estás bien? Pareces muy tenso todavía — comento, observando que lucía inestable.
— Perfectamente — dijo, seco. Y se giró para cerciorarse por centésima vez de que nadie los seguía.
— Están todos muertos, relájate. Ha pasado el peligro.
— Me relajaré cuando lleguemos — masculló, de mal talante.
Alessandra puso los ojos en blanco, a pesar de que sabía que tenía razón. No podían bajar la guardia.
Nunca se sabía quién podía estar acechando entre aquellas paredes.
El camino hacia las catacumbas estaba oscuro como boca del lobo y el ambiente a humedad y moho casi le puso los pelos de punta a la joven, que llevaba un fino vestido de tirantes.
Enseguida encendieron las linternas que habían cogido y avanzaron.
Al cabo de un rato tuvo que apretar los dientes para evitar que castañetearan. ¿A cuántos grados estarían ahí abajo? Como mucho a un par sobre cero...
De repente él puso algo oscuro delante de ella. La tela de su chaqueta, se la tendió con su habitual brusquedad.
Le dedicó una mirada gélida, apartándola.
— Vamos, está a punto de quedarse como un bloque de hielo. Póngase la maldita chaqueta.
Su tono autoritario calentó la sangre de Alessandra, que se la estampó en el pecho con toda su fuerza.
— ¡No necesito tu estúpida chaqueta, puedo cuidarme sola! No soy una pobre damisela en apuros — llevada por la indignación, gritó tanto que alertó a Sandro y Maurizio, que se volvieron asombrados a ver qué sucedía.
— Seguid, yo me ocupo — masculló él, entre dientes.
Como era de esperarse, obedecieron.
Una vez a solas se miraron, echando chispas.
— ¿Qué quiere? ¿Morir congelada aquí, estúpida necia? Deje de ser orgullosa y acepte mi ayuda o juro que me largo y dejo que se quede tiesa por la hipotermia — bramó, alterado.
Eso solo provocó que Alessandra se alterara más.
Sus caracteres eran igual de dominantes y chocaban como dos trenes a toda máquina.
Frente a frente, se sostuvieron la mirada sin parpadear siquiera mientras los dos respiraban desbocados a causa de la ira.
— Mucho cuidado soldado, todavía no ha nacido el hombre capaz de doblegarme — advirtió. Sus iris azules lo engullían, retándolo a que se acercara más.
Lo hizo, por supuesto.
Y en su expresión no había nada más que desafío y chulería cuando replicó:
— Qué casualidad. Tampoco ha nacido la mujer capaz de doblegarme a mí, muñeca.
Y aprovechando que estaba demasiado ocupada calcinándolo con la mirada, le puso la chaqueta sobre los hombros y la estrechó contra sí, hasta que se estrelló contra su pecho duro y definido.
Ella quiso protestar, pelear y golpearlo con toda su fuerza. Pero tenía que reconocer que, a pesar de estar cubierta de sangre, la prenda era caliente y la reconfortaba después de que casi se había congelado.
Solo por eso lo dejó pasar.
— Vuelva a retarme de esa manera y la follaré aquí mismo. En estos putos túneles dejados de la mano de Dios nadie oiría sus gritos de placer. ¿Quiere eso, mm? — amenazó.
Aunque a Alessandra le sonó más bien como una invitación y no se cortó a la hora de pasarle la lengua por los labios y pegarse a él para provocarlo.
— Lo que quiero es que dejes de hablar y lo hagas de una maldita vez — replicó, haciéndole ver lo húmeda que estaba para él.
Un gruñido ronco brotó de su garganta y perdiendo ese autocontrol tan maravilloso del que hacía gala la estrelló contra la pared, separándole las piernas y colándose entre ellas.
Ella arqueó el cuello y jadeó cuando le sujetó las muñecas. No podía soportarlo más.
Entonces las voces de Sandro y Maurizio en la distancia los interrumpieron justo cuando la cosa se ponía más interesante.
— Debería haberlos matado cuando tuve la oportunidad, ¿no? — bromeó él, separándose de ella a regañadientes. O al menos Alessandra creyó que bromeaba, lo cierto es que era impredecible.
Se rio.
Parecía que el juego tendría que esperar.
— Búscame luego — susurró en su oído, antes de echar a andar con porte regio y dejarlo allí plantado con una erección de campeonato.
— ¡Alessandra gracias a Dios que estás bien! Estaba muy preocupada cariño — exclamó su madre, asfixiándola bajo su abrazo nada más verla aparecer por la puerta.
— Tranquila mamá, sé arreglármelas — la calmó, incómoda porque la siguiera tratando como a una niña frente a todos.
Aunque entendía su postura. Ella también lo había pasado mal sin saber de su paradero.
— Figlia — dijo su padre, envolviéndola en un abrazo reconfortante.
Por suerte no tenía ni un rasguño.
Nadie excepto Donna – a quien Marcello estaba curándole una herida de bala en el brazo – y Catarina – con simples contusiones – había salido herido.
Al parecer habían podido refugiarse a tiempo gracias a la protección de sus hombres de seguridad.
Lamentablemente pronto supieron que hubo bastantes bajas.
— Ya he llamado a mis hombres Emilio, los refuerzos no tardarán en llegar — tranquilizó mi padre a su socio, que se movía de acá para allá como un león enjaulado.
Thiago tampoco estaba mucho mejor.
Casi le habían arruinado la boda y no había podido partir de luna de miel con su mujer como tenía previsto. Para colmo esta estaba conmocionada, al igual que Stella e Isabella, a quienes Bruno estaba ocupándose de calmar.
— Gracias amigo —dijo entonces Emilio —. Por lo pronto, creo prudente que paséis al menos esta noche con nosotros — con tus hombres y los míos montando guardia toda la noche permaneceremos más seguros todos juntos — adujo, con sensatez.
Villa Santorini estaba mucho más preparada para un ataque que Villa Grimaldi, para nadie era un secreto.
Todos se mostraron conformes y Baldassare hizo unas llamadas a sus hombres para que trajeran algunas cosas.
En cuanto hubo terminado con Donna, a quien Emilio se apresuró en atender, Marcello fue a ver cómo estaba su hermana.
Ella lo tranquilizó, pero sus ojos no se apartaban de los de Carlos. Todos habían reparado en que llevaba puesta su chaqueta.
— ¿Has cuidado de ella? — inquirió, perspicaz.
El aludido no se inmutó ante las insinuaciones que había en aquel tono, ya que Marcello estaba al tanto de lo sucedido entre ambos en la fiesta.
Alessandra le dedicó una mirada de advertencia. Sabía que su hermano no la delataría, pero debía tener cuidado con lo que decía.
Eso llamó la atención de Baldassare y Emilio.
— Solo cumplí con mi deber...señor Marcello — alegó al cabo, casi por la fuerza.
Antes de que su interlocutor pudiera replicar, Baldassare lo interrumpió.
— Gracias por traérmela sana y salva, Carlos — le dijo, con sinceridad, palmeando su espalda.
— No es nada, señor. Hago mi trabajo.
— Y un buen trabajo — alabó Emilio, complacido —. Sería buena idea que no le quitaras los ojos de encima. De hecho, creo que podríamos asignar un guardia para velar por las mujeres de esta casa. ¿Qué te parece amigo? — inquirió, a lo que enseguida el aludido estuvo conforme.
Así fue como, por más que protestó – para mantener las apariencias claro – acabó teniendo que ceder a que Carlos fuera su guardaespaldas.
A Chiara le tocó Mauro, cosa que no tenía muy feliz a la chica.
Bruno se ofreció para cuidar a Stella, pero su padre lo desestimó ya que no se fiaba de él. Conocía su reputación de mujeriego y no quería incomodar a las invitadas.
Sandro y Maurizio tomaron la tarea.
Ellos se ocuparían de sus mujeres, naturalmente. Como Thiago de Catarina.
— Mañana decidiremos qué hacer con vuestro viaje — zanjó Emilio —. Ahora subamos, creo que ya se ha calmado todo y nos vendrá bien tomar algo para pasar el susto.
Así lo hicieron.
La adrenalina todavía bombeaba por las venas de Alessandra, manteniéndola en tensión.
Necesitaba despejarse y desconectar un poco, así que aprovechó que los hombres se habían retirado a fumar y beber mientras jugaban al billar y hablaban de negocios y las mujeres estaban en medio de una charla distendida en la que los novios y todos los planes que tenían para ellos eran el centro de la conversación y subió a darse un baño.
El agua hirviente resbalaba por su cuerpo, liberándola y relajando todos sus músculos después de la tensión acumulada durante aquel día interminable.
No pudo evitar sonreír al rememorar ciertos sucesos...
Ella y Carlos matando juntos, cuidándose las espaldas mutuamente.
Luego peleando y desafiándose como si no hubiera un mañana, demasiado excitados por el juego que se traían entre manos.
Lo dejó duro por ella y eso la satisfizo de maneras inimaginables.
Cerró los ojos y, recostada contra la pared de la ducha, separó las piernas e introdujo dos dedos en su centro, liberando oleadas de placer que ascendieron por todo su cuerpo.
Y cuando Emilio propuso que fuera su guardaespaldas personal...eso la enloqueció.
Un gemido se escapó de su garganta al recordar las palabras crudas que le dirigió en las catacumbas. Esperaba que fuera de los que cumplían sus promesas, porque su mente ya había empezado a divagar.
Y entonces lo oyó.
Unos pasos sigilosos adentrándose en el baño.
Los vio reflejados a través de la cortina.
¿Acaso...?
No sabía si estaba en lo cierto, pero decidió esperar.
Poco después sus sospechas se confirmaron cuando la cortina fue apartada a un lado con brusquedad y apareció en su campo de visión.
No se molestó en disimular lo que estaba haciendo, sino que sonrió; orgullosa.
Sus ojos bajaron lentamente por su anatomía hasta llegar a su centro y sus ojos brillaron con deseo.
— Si te descubrieran te cortarían en pedacitos, ¿lo sabías? — inquirió, juguetona.
Por toda respuesta él se encogió de hombros y se quitó los pantalones, quedándose únicamente en bóxeres.
Quiso dejar en claro cuánto lo había excitado la visión de su cuerpo desnudo.
— Lo sé — dijo solamente.
Alessandra se mordió el labio, apenas conteniendo la ola de calor que la atravesó entera al oír aquello.
Estaba loco...y le encantaba que así fuera.
— Entonces deja de hablar y ven aquí, tenemos algo pendiente — ordenó, sin ceremonias. Lo ayudó a deshacerse de la última prenda y lo introdujo en la ducha.
El agua permaneció encendida.
Trataron de ser lo más silenciosos posible.
— Pensé que no repetía el plato — soltó, con diversión. Le encantaba hacerla rabiar.
Le tapó la boca mientras sus dedos bombeaban en su interior, dándole placer.
Ella arañó su espalda y arqueó el cuello hacia atrás, extasiada.
— Toda regla tiene su excepción. Y ya que estamos en estas intimidades...podrías tutearme. El usted me hace sentir vieja — dijo ella, algo molesta por tener que reconocer lo primero.
— Como ordene la patrona.
Y estaba segura de que el muy maldito sabía cuánto la enloquecían esas palabras.
Mordió su hombro cuando empezó a entrar y salir de ella con acometidas rítmicas y deliciosas y sus uñas siguieron trazando surcos en su piel, cosa que parecía él disfrutar.
Sus manos aferraron, por su parte, un puñado de su cabello y tiró hasta hacerle alzar la cabeza para mirarlo mientras la embestía con más y más rudeza, hasta llevarla a la locura.
— Voy a divertirme mucho con nuestro juego, Alessandra — murmuró, rozando la zona sensible de su oreja con los labios, estremeciéndola.
Ella estaba a punto de replicar que no sería el único cuando, de súbito, unos golpes resonaron tras la puerta.
Se tensaron de inmediato, compartiendo una mirada de circunstancias.
Estaba muy claro lo que sucedería si los descubrían.
Bueno, bueno...esto se pone interesante jejejej
Espero que os haya gustado mucho, lo que escrito con todo mi amor como siempre ❤🌟ojalá estéis disfrutando la historia, si es así hacedmelo saber plis.
¿Qué creéis que pasará ahora? uwu
Quien fuera Alessandra para tener un guardaespaldas como Carlos, ¿no? 😏🤤
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