♣️CAPÍTULO 5 ♣️
Estaba nerviosa.
El día con el que llevaba meses soñando al fin estaba a punto de hacerse realidad.
Y ella tenía miedo de no estar a la altura.
¿Quién era al fin y al cabo?
Catarina Costa. Una don nadie recién llegada a Venecia, la pobre huérfana que tras perder a sus padres decidió alejarse de su humilde pueblecito costero de toda la vida dejando atrás a su tía y su prima – las únicas familiares que le quedaban – y que jamás imaginó que su vida daría un giro de ciento ochenta grados al conocerle a él.
Thiago Santorini.
El hombre al que había entregado su corazón por completo, llegando incluso a aceptar el estilo de vida que tanto él como su familia llevaban.
Al principio tuvo miedo, debía reconocerlo.
Había tantas probabilidades de que lo suyo saliera mal que quiso rehuir a sus sentimientos.
Pero el hombre al que estaba a punto de entregar su vida y su corazón por completo era terco y persistente. Y no se rindió hasta conquistarla sin reservas. Hasta que le dio todo lo que era y todo lo que tenía: su amor.
Ahora, tras años de feliz noviazgo, al fin había llegado el momento de dar un paso más allá para consumar su relación.
Catarina sabía que convertirse en la señora de Santorini conllevaba responsabilidades y debía estar a la altura de su posición social. En Donna, su futura suegra, tenía el mayor ejemplo.
Había sido la novia de Emilio desde los quince años. Y ahora, a mediados de la cuarentena, estaba resplandeciente; orgullosa de haber formado aquella familia.
Su papel era crucial, pero siempre relegada al segundo plano.
Catarina había oído aquello hasta la saciedad.
Las mujeres en la mafia no intervienen en los negocios, no de forma directa. Su deber es ver y escuchar y solo opinarán cuando se las autorice o se solicite su intervención.
Por su parte, estaba bien con eso.
No era una ingenua. Sabía lo que hacían cuando se ocupaban de "solucionar" algunos asuntos. Así como los trapos sucios de la famiglia.
Pero era una sombra en aquella mansión, una que ya se habría apagado hacía mucho de no ser por Thiago.
Por él había aceptado aquella vida. Una vida que no era para todo el mundo y que fácilmente podía acabar con cualquiera que no tuviera el estómago fuerte para soportar ciertas situaciones de tensión.
Ella podía.
Tampoco conocía nada más.
No había nada que la empujara en la dirección opuesta.
Sus padres fueron asesinados en un atentado en Sicilia cuando tenía siete años.
Desde entonces vivió con su tía y su prima, las dos únicas parientes que le quedaban y se aseguraron de proporcionarle todo lo que tenía.
Se sentía en deuda con ellas.
Por eso, a pesar de que se moría por dar el sí quiero a Thiago, había tomado su decisión.
No podía casarse si ellas no estaban a su lado en aquel día tan importante.
Y aunque le dolía el corazón por ello, lo había resuelto así.
Por suerte, el destino quiso que llegaran a tiempo para acompañarla en el feliz enlace.
Era una de las pocas cosas que tenía que agradecerle a Bruno, su cuñado. Y posiblemente quien más la aborrecía en aquella mansión.
Catarina nunca había entendido por qué.
Pero la odiaba, podía verlo en sus ojos.
Era por eso que siempre procuraba evitarlo.
No cupo en sí de dicha cuando Benedetta entró corriendo a su cuarto, donde se había encerrado a la espera de noticias, para avisarla de que ellas estaban allí, que Bruno las había encontrado vagando perdidas y las había traído a la mansión.
Una lágrima de alivio resbaló por su mejilla y, levantándose los bajos del precioso pero enorme vestido de satén blanco diseñado especialmente para aquel evento por uno de los mejores modistas de la ciudad, salió corriendo hacia el jardín.
Donde todos los invitados la esperaban.
Donde Emilio ya aguardaba impaciente en la recepción para llevarla del brazo hasta el altar, en el que ya el sacerdote y un Thiago que se subía por las paredes, la aguardaban.
Tratando de bloquear los nervios que la dominaban por ser la protagonista absoluta de todas las miradas y los cotilleos – y es que allí habría miles de personas, pendientes hasta del más ínfimo de sus movimientos – se obligó a sonreír en su entrada triunfal hacia el altar.
Fue más fácil cuando sus miradas se cruzaron al fin.
El nudo que tenía en la garganta se aligeró poco a poco y se concentró en él, únicamente en él.
Estaba más impresionante que nunca con ese esmoquin negro abierto para revelar el inicio de su pecho bajo una camisa blanca que le sentaba como un guante y esa levita que se estaba aflojando sin miramientos tan pronto como hubo detallado su vestimenta de arriba abajo.
Tragó saliva, como si tuviera en frente a la joya más maravillosa del universo. Y ella se sintió la más afortunada del mundo, porque sentía exactamente lo mismo.
Seré tuya hasta que la muerte nos separe.
Pensó, con una sonrisa deslumbrante en el rostro.
Estaba preparada.
Todo rastro de inquietud había desaparecido.
Y de repente la gente, la música y los comentarios a su paso, se fueron disipando a medida que los ignoraba.
Solo existían ella y Thiago.
Un paso.
Cada vez más cerca de poder tocarlo, su mano extendida ya estaba lista para recibirla.
Miró a Emilio, que tenía una sonrisa carismática y orgullosa en el rostro anguloso. La alentó a recorrer la escasa distancia que la separaba de su hijo y, en cuanto sus manos se hubieron unido, se retiró hasta su puesto en primera fila para presenciar la boda.
El sacerdote no tardó en comenzar con su sermón.
Y, siendo sincera, Catarina apenas le prestó atención.
Solo quería que terminara para poder hacer los votos y que la llevara hasta la cama y la poseyera toda la noche.
Viajar a Hawái y perderse del mundo durante el glorioso mes que duraría su luna de miel y disfrutar de toda una vida a su lado.
Lejos de tanta muerte, sangre y destrucción.
Entre la multitud, distinguió a Stella e Isabella. Sus amadas prima y tía, cuyas lágrimas brillaban radiantes de orgullo y felicidad al ser testigos de aquel mágico momento que vivía.
Les sonrío, sin poder reprimir las lágrimas.
La mano de Thiago se apretó un poco más en torno a sus dedos, preocupado.
Asintió para tranquilizarlo.
Aliviado, él empezó a recitar los votos matrimoniales. No apartó la mirada de su mujer en ningún momento, compartiendo su emoción.
— Yo, Thiago Santorini, te quiero a ti, Catarina Costa, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Ahora era su turno.
Le temblaban las piernas.
— Yo, Catarina Costa, te quiero a ti, Thiago Santorini como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Todo el mundo contuvo la respiración cuando, tomados de la mano, ambos recitaron al unísono:
— Hasta que la muerte nos separe.
A una señal del párroco, se intercambiaron los anillos que entregaron los pajes – el pequeño Mateo, hijo de Benedetta, y la pequeña Lucille, sobrina de la nana Ofelia – y tuvieron que contenerse para no saltar a los brazos del otro hasta que no se hubieron dicho las palabras que los unían en matrimonio.
— Entonces, por el poder que me ha sido concedido, yo los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia, señor Santorini.
No tuvo que pedirlo dos veces.
Sus labios se unieron con una pasión desbordada, impúdica, bebiendo el uno de la otra como si estuvieran en medio de un desierto y la sed los devorara por dentro.
Los vítores y aplausos no tardaron en sucederse, acompañados de cientos de flashes cegadores peleando por inmortalizar aquel momento de ensueño que ya tenía la primera plana asegurada en todos los periódicos del país.
Ello, por supuesto, les obligaba a mantener el tipo deshaciéndose en sonrisas y agradecimientos a la múltiple avalancha de felicitaciones y halagos que no tardó en sepultarlos.
Iban a tener que contener un poco esas ansias que tenían por explorar el cuerpo del otro en su plenitud.
— Está preciosa, señora de Santorini — susurró Thiago en su oído, estremeciéndola de pies a cabeza —. Ese vestido es digno de una reina como tú, pero siento tener que decirte que me estoy volviendo jodidamente loco por arrancártelo y follarte hasta la saciedad, esposa mía.
Remató la faena con un mordisquito en el lóbulo de su oreja. Le estaba poniendo muy difícil la tarea de mantener el autocontrol y lo hacía a propósito.
— Pero bueno semental, contrólate un poco.
Bruno hizo aparición, haciendo gala de su habitual sarcasmo. Le puso una copa de bourbon en la mano a su hermano, al tiempo en que le daba una palmada en la espalda.
Thiago enarcó las cejas.
No le sorprendía que pensara hacer como si no hubiera pasado nada ante el hecho de que había estado a punto de arruinarles la ceremonia.
— Vamos, relájate. He llegado, ¿no? Ah, felicidades — añadió a última hora, como si se le acabara de ocurrir.
¿No se cansaba de ser tan idiota?
Thiago se mordió la lengua, no quería hacer un escándalo en público.
Se limitó a dejar que se perdiera entre la multitud en busca de alguna conquista con la que divertirse.
Así era su hermano.
Chiara fue la siguiente en felicitarlos. Se la veía radiante de entusiasmo.
Adoraba a esa niña – para él siempre sería su hermanita, aunque le quedara nada para cumplir los dieciocho y estuviera hecha toda una mujer – y ella lo veía como a su héroe.
También a Bruno, pero el gilipollas últimamente ya no pasaba tanto tiempo con ella.
La abrazó con fuerza, alzándola en volandas y arrancándole un pequeño gritito cuando su falda se levantó.
La dejó en el suelo, no sin darse cuenta de que un muchacho no le quitaba ojo. Estaba embelesado, lo que lo hizo sonreír. Le recordó a él con Catarina antes de empezar a salir.
Aprovechando que su hermana y su mujer estaban compartiendo un emotivo abrazo, lo estudió más atentamente. Hasta reconocerlo.
Joder, había cambiado mucho. Pero era él.
Mauro Leone.
Casi como si su padre le hubiera leído los pensamientos, se acercó rodeando el hombre del chico con su brazo. Les seguía el señor Leone, un íntimo amigo de la familia.
Chiara y él solían jugar juntos de pequeños.
Parecía que alguien estaba flechado.
Pero su hermana apenas le prestaba atención. Estaba absorta contemplando cómo había quedado todo.
O eso pensaba él, que a diferencia de Catarina, no se había percatado de que la atención de la joven estaba puesta en alguien más.
Alguien que estaba muy ocupado controlando a Alessandra para que no se pasara con el alcohol.
— ¡Marcello ya te lo he dicho, no tengo cinco años! Déjame divertirme y ve a hacer lo mismo, hombre.
Como había dicho, Catarina solía pasar desapercibida. Pero se enteraba de todo.
Y fiel a su estilo discreto, calló. No era asunto suyo en quién se fijara su cuñada, aunque fuera un amor imposible.
Marcello Grimaldi era diez años mayor que ella.
Y nunca se fijaría en Chiara.
— Thiago, Catarina...hacéis una pareja preciosa. Felicidades — dijo Alessio, el padre de Mauro, estrechando la mano de Thiago.
Hizo lo propio con ella, que le dio las gracias con amabilidad.
Empezaron a charlar distendidamente.
— ¡Chiara, estás preciosa! ¿Te acuerdas de mi hijo, Mauro? Solíais ser inseparables de pequeños.
El aludido se ruborizó hasta las orejas y sonrió, algo cortado.
Los ojos de Chiara se iluminaron brevemente al reconocerlo.
— ¡Mauro! Pero...has crecido tanto que no te había reconocido. ¿Cómo estás?
Se dieron un cálido abrazo.
— Bien...gran fiesta. ¿Y tú? Te veo...genial — murmuró, algo cortado por la atención que estaban recibiendo.
Catarina se apiadó de él.
— Cariño, ¿me acompañas a buscar a Stella e Isabella? Estarán algo cortadas, no conocen a nadie... Emilio, deja que te las presente como es debido.
Sin esperar respuesta, se los llevó de ahí.
Alessio se retiró poco después, satisfecho.
— Hacía años que no te veía — musitó Chiara, algo incómoda por la manera en que los habían dejado a solas.
Mauro y ella fueron muy amigos, pero de eso había pasado mucho tiempo y no sabía de qué hablar con él. El contacto se había perdido.
— Sí, mi padre...me llevó a estudiar fuera para mejorar mis notas. Pero volví hace unos meses y, bueno, es agradable estar en casa — replicó, rojo como un tomate.
Seguía siendo un cielo.
Dio un sorbo a su refresco – ser menor de edad por unos meses era una mierda – y disimuladamente buscó a Marcello con la mirada.
Tuvo que reprimir un suspiro.
Dios, estaba tan increíblemente guapo con ese traje azul marino tan elegante y esa sonrisa amable que siempre esbozaba al hablar.
Chiara siempre lo había admirado desde lejos.
Pero estaba cansada de eso. Ya era hora de que las cosas cambiaran.
— Me ha alegrado verte, Mauro. Hablamos luego, ¿Sí? — se despidió, tocándole el hombro al pasar.
El chico apenas pudo asentir, sintiéndose estúpido.
No había ido como esperaba.
Qué iluso pensar que Chiara se fijaría en él de ese modo.
Siempre había sido invisible.
Sin embargo, no iba a rendirse.
Una idea llevaba tiempo tomando forma en su mente y, aunque no estaba seguro de dónde se estaba metiendo, decidió que no tenía nada que perder.
Le demostraría a Chiara que ya no era el niño tímido e infantil que se bañaba con ella en la piscina y con el que jugaba a tontos juegos de los que siempre salía perdedor.
Era un hombre que lucharía por lo que quería; a ella.
Holaaa amores, hoy os he traído doble capítulo y espero que lo disfrutéis tanto como yo! Estoy súper emocionada con el rumbo de la historia :3
Vaya, vaya...así que Chiara está por Marcello y el pobre Mauro suspirando por ella. Marcello, por su parte, es Marcello... tan serio y formal como siempre. Pero, ¿Qué creéis que pasará? Hagan sus apuestas...
Por otra parte, ¿qué os ha parecido la boda? ¿os gustan Thiago y Catarina?
Pasad al siguiente capítulo que está POTENTÍSIMO, lo he amado jajaj disfrutad ❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro