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♣CAPÍTULO 4 ♣

La adrenalina viajaba por su cuerpo sin aduanas. Y él era un adicto que se empapaba de ella.

El motor revolucionado, ronroneando de manera preciosa mientras el cuentakilómetros ascendía vertiginosamente.

Aquella carrera iba a ser suya.

Solo tenía que deshacerse del maldito Lamborghini rojo que le pisaba los talones y voilá todos esos millones serían suyos.

Bruno Santorini era un ganador. Un competidor empedernido.

Nunca perdía una carrera, porque él era el maestro del juego.

No lo hacía por dinero, Dios sabía que le sobraba. No, era por la adrenalina, el subidón de ponerse a más de doscientos por hora y de sentir la libertad, el rugir del asfalto con cada curva...sintiendo cada derrape al límite.

Cada segundo que pasaba era una ventaja que tomaba respecto a su contrincante. El pie hasta el fondo en el acelerador, los hombros relajados y una sonrisa kamikaze en el apuesto rostro, mismo que usaba a su antojo para conquistar corazones allá por donde pasaba.

Y él solo sonreía, confiado. Su pulso perfectamente controlado, el exterior y todo lo que lo rodeaba – incluidos los vítores enloquecidos de los espectadores que habían ido allí para ver el espectáculo. Bruno sospechaba que también buscando ver si en aquella ocasión alguien lograría derrotar al primogénito de Emilio Santorini, la leyenda de la mafia veneciana – y su mente libre de preocupaciones y titubeos.

La mentalidad de un campeón.

Así es como debía ser, lo había aprendido desde bien pequeño. Su padre había sido su mentor.

Y le encantaba ser consciente del poder y el respeto que su sola presencia imponía.

Una de las primeras cosas que había aprendido era que a los pusilánimes y a los conformistas se los comían vivos ahí fuera.

Era la ley de supervivencia.

Concentrado en esos pensamientos que alimentaban todavía más su ego, echó un vistazo leve por el retrovisor para comprobar la distancia de su adversario.

Una sonrisa de pura arrogancia y satisfacción pintó sus labios al cerciorarse de lo que ya sospechaba. Estaba a años luz de alcanzarlo.

Predecible.

Tanto que debía admitir que la competición perdía un poco de encanto.

¿Qué había de la adrenalina y la emoción de saber que el marcador estaba ajustado?

Debía confesar que echaba de menos aquellos tiempos en los que había competido contra Thiago.

Siempre con esa rivalidad de hermanos y el orgullo a cada cual más fuerte, pero era divertido retarlo.

Ahora, en cambio, nada quedaba ya de ese hábito que los había unido antaño.

Thiago era un hombre nuevo.

Había cambiado por amor y ya no le iba jugar al mafioso rebelde y problemático. O eso decía.

Bruno nunca había terminado de tragárselo.

Sabía que, por más que su hermano se negara a admitirlo, si había dejado atrás aquellas viejas costumbres era por puro capricho de Catarina.

Bruno no la soportaba.

Desde el primer día que la había conocido le pareció la típica mosquita muerta cazafortunas.

Tal vez fuera por eso que estaba retrasando lo máximo posible el aparecer por esa pantomima.

No quería ser testigo de aquello.

Sabía que debía comportarse y bailarles el agua y no se veía con fuerzas. Al menos no sin haberse agenciado una buena borrachera antes.

La última vez que soltó lo que pensaba de aquello sin pelos en la lengua, Thiago y él pelearon como nunca. Dante y su padre tuvieron que emplearse a fondo para separarlos y su hermanito amenazó con pegarle un tiro si volvía a insultar a la santurrona de su futura esposa, quien no tardó en armar un espectáculo con sus lloriqueos – falsos, apostaba su brazo derecho –.

Era increíble cómo "el amor" cegaba a las personas.

Bruno odiaba todas esas patrañas.

No le cabía en la cabeza la necesidad de jurarle fidelidad y amor eterno a una mujer cuando uno podía divertirse con cuanta belleza se le pusiera enfrente. Qué descortesía no repartir amor para todas.

Y hablando de eso, la idea de emborracharse hasta terminar echando un polvo con alguna belladonna pocas veces le había resultado tan tentadora.

¿Qué tan terrible podía ser el castigo de Emilio si faltaba a la boda?

Nada con lo que no pudiera lidiar.

En el fondo sabía que era su consentido, pues en su juventud él había sido igual de díscolo.

La meta entraba ya en su campo de visión y la traspasó de manera mecánica, ojeando ya entre la multitud enfebrecida a su próxima conquista.

Todas esas despampanantes mujeres iban allí con la esperanza de meterse entre las piernas del mejor partido de la ciudad. El futuro dueño del imperio Santorini.

Y ese era él, siempre listo para complacer cualquiera de sus fantasías.

Sin sentimientos, solo placer.

Ese era su lema.

Bajó del Bugatti último modelo que conducía; su más preciada y reciente adquisición.

Las mujeres babearon ante la vista y sospechaba que el coche era lo de menos. Sabía lo que tenía y lo aprovechaba.

Les sonrió con picardía, en especial a una rubia que portaba un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación y que le devolvió el gesto, cruzando las piernas de manera provocativa – y probablemente para ocultar la humedad que su gesto había producido en ellas –.

Apenas prestó atención al hombre que se acercó a entregarle el dinero en metálico (más de treinta mil) mientras lo anunciaba y vitoreaba con el ridículo megáfono que portaba. Su objetivo era esa rubia que lo devoraba con descaro con la mirada.

— Gracias — musitó, con desinterés, guardándolo en el coche.

Tal vez lo donara a alguna asociación de investigación de enfermedades anómalas. A fin de cuentas, a él le sobraba. Seguro que podían hacer un mejor uso de él.

Después de eso, el público se volvió loco y todo fueron silbidos y aplausos de admiración. Incluso algunos espectadores se acercaron a estrecharle la mano.

Se los quitó de encima tan pronto como pudo, sin perder su sonrisa carismática.

Y ahí estaba la rubia, recostada contra el capó de su coche en actitud sugerente. Lo esperaba.

No había nadie a la vista, perfecto.

Él se acercó lentamente, desabrochando algunos de los botones de su camisa de Armani simulando que tenía calor. Lo hacía con toda la intención de ponerla ansiosa.

— Felicidades por la carrera. Realmente no decepcionas Bruno Santorini, eres tanto o más apuesto como me habían asegurado — comentó, atrevida, mordiendo su labio inferior.

La polla le dio un vuelco dentro de los pantalones y la acorraló, obligándola a flexionar las piernas para dejarle espacio entre las mismas.

— Entonces sube, mon amour, que no tenemos todo el día. Verás que conducir no es el único de mis puntos fuertes.

No tuvo que pedírselo dos veces.

...

Rápido, sucio y salvaje.

La clase de sexo que necesitaba para relajarse.

La rubia era buena en lo que hacía, sobre todo con la boca.

Había sido un buen polvo, pero ahora tenía que irse si quería llegar a tiempo a aquella farsa. Por más que lo hastiara, era su deber estar allí.

— Ha sido un placer bella, ciao — se despidió, abriéndole la puerta para invitarla a bajar del coche.

 Había estacionado frente a su barrio y no quería pasar allí más tiempo del indispensable. Era zona conflictiva.

Y aunque, naturalmente, iba de sobra preparado, no le apetecía manchar de sangre su caro traje. ¿Qué impresión habrían tenido de él los invitados entonces?

La chica se retocó el pintalabios antes de obedecer. Ni siquiera le había pedido su nombre, no le interesaba. Ya ambos tenían lo que querían.

Bruno dio gracias al cielo que no le hubiera salido una dramática que buscaba echarle el guante a como diera lugar. Y por supuesto se había cuidado. No iba a ser la primera que intentaba salir con un embarazo para atraparlo en sus redes.

— Ha sido increíble — confesó, casi babeando.

Asintió, impaciente y aburrido.

Apenas terminó de bajar arrancó como alma que llevaba el diablo, deseando largarse de esa zona.

Se ajustó sus gafas de sol nada más detenerse en un semáforo en rojo y pensó que nada más llegar a la fiesta lo primero que haría sería hacerse con una botella de whisky y, tal vez, buscar a un par de mujeres hermosas para que le hicieran compañía.

Esa rubia era buena, pero ni de lejos bastaba para saciar sus ganas. Y el día se antojaba demasiado largo para su gusto.

Fue entonces cuando oyó los gritos.

¿Qué rayos?

Pertenecían a, al menos, dos mujeres.

Había sonado bastante cerca...

— ¡Per favore aiuto!

La mujer que gritaba parecía desesperada.

Bruno dudó.

El semáforo, que tardaba una eternidad, seguía rojo.

Los viandantes caminaban sin darle importancia a lo sucedido.

Él no alcanzaba a vislumbrar desde allí lo que pasaba, ya que parecía provenir de uno de los callejones de la plaza.

Se lo pensó un segundo.

Los gritos sonaban más demandantes.

Sabía que no era su problema. Pero debía reconocer que los problemas lo llamaban como a un imán y no podía dejar a su suerte a varias mujeres en peligro.

Así que giró a la derecha para aparcar en el primer desvío que encontró y, pistola en ristre, se adentró en el mugriento callejón.

Allí halló a un grupo de al menos cinco pandilleros acorralando a dos mujeres con intención de robarlas y quizá hasta algo peor.

A la más joven la tenían inmovilizada tres de ellos y la manoseaban de arriba abajo, mientras un cuarto hurgaba en su bolso y el otro se ocupaba de retener a la que parecía su madre, que lloraba y gritaba, maldiciéndolos.

No se lo pensó antes de dar dos tiros al aire, para ahuyentarlos.

De inmediato las liberaron y al reconocerlo el miedo brilló en sus pupilas dilatadas.

La camorra...— susurró uno de ellos, con evidente temor.

— Sí, soy la puta mafia. Así que si no queréis que esta noche mi gente se cuele en vuestro nido de ratas y os raje el cuello a todos, más os vale devolver el dinero a estas damas y desaparecer de mi ciudad. ¡Ahora! — espetó, crudo y violento.

La adrenalina le bullía en las venas.

No tardaron ni dos segundos en obedecer, acojonados.

No eran tan estúpidos, después de todo. Nadie se metía con la mafia y salía vivo para contarlo.

En cuanto hubieron desaparecido de la vista, corrió a auxiliar a las dos mujeres que, efectivamente, eran madre e hija.

La madre se deshizo en agradecimientos cuando fue a comprobar si se encontraba bien.

— Ayude a mi hija por favor...la han golpeado — balbuceó, sollozante.

Bruno se tensó.

La chica guardaba todas las pertenencias que habían esparcido por el suelo esos perros y parecía nerviosa, un leve temblor en sus hombros delataba que se esforzaba por contener las lágrimas. Seguramente para no preocupar a su madre.

Se agachó para ayudarla, levantándole el mentón con delicadeza para poder contemplar de cerca su rostro.

A regañadientes, ella lo hizo.

Sus ojos parecían dos putas estrellas fugaces y esos labios rojos y húmedos...su polla dio un vuelco sin que pudiera controlarlo.

Sei bellisima — susurró, casi inconscientemente. Ella se sonrojó antes de contestar, tímida.

Grazie mille signore.

Su voz era tan dulce que parecía música celestial para sus oídos.

— ¿Le duele? — inquirió, rozando la hinchazón de su mejilla con el pulgar.

Sus pupilas se abrieron ligeramente ante la delicadeza del contacto y negó, regalándole una fugaz sonrisa.

— Muchas gracias, es usted un ángel — intervino entonces su madre, besándolo en la mejilla repetidas veces.

— No se preocupe señora, es lo que cualquiera habría hecho — contestó, sin faltar a la verdad.

Quiso decirle que de ángel no tenía nada y menos con los pensamientos que se le estaban pasando por la cabeza ante la belleza de su hija, que hacía que su sangre se concentrara en un punto muy específico de su cuerpo.

Se dio cuenta de que iban vestidas para una fiesta y decidió preguntarles si quería que las acercara a alguna parte. A juzgar por el ligero equipaje que traían, parecía que acababan de llegar a la ciudad.

Cuando le explicaron quiénes eran no daba crédito.

¿La tía y la prima de esa remilgada de Catarina?

— Joder, el mundo es un pañuelo — exclamó, echándose a reír sin poder evitarlo —. Es mi cuñada.

Cuando les explicó quién era él ambas se quedaron mudas de la impresión.

Tuvo que asegurarles que no mordía y que podían tratarlo con confianza, ya que iban a ser familia después de todo.

Ellas le acabaron explicando, avergonzadas, que se habían perdido nada más salir del aeropuerto y que pensaban tomar un taxi cuando esos tipos las atracaron.

— Pues suerte que he aparecido. Sería una pena que a dos mujeres tan hermosas les hubiera sucedido algo malo — dijo, con galantería.

— Ha sido una suerte, sin duda. Gracias de nuevo, Bruno.

— De nada... — calló, porque no sabía su nombre.

— Stella, Stella Ricci — Se presentó —. Ella es mi madre, Isabella.

Stella.

Eso era, una puta estrella fugaz que encendía sus fantasías.

No veía la hora de llevársela a la cama.

...

Al llegar se sorprendió bastante por encontrar a los guardias de su padre custodiando la entrada con metralletas.

¿Qué diablos había pasado en su ausencia?

Parecía, a juzgar por sus gestos, que nada bueno. 

— Sandro, ¿A qué viene todo esto? — le pidió explicaciones a uno de ellos, tras indicarles a las dos mujeres que lo esperaran un segundo.

Presentía que algo andaba mal.

El joven lo puso al tanto, entre susurros.

— Su padre nos ha pedido que nos apostemos aquí por precaución, señor Bruno. Ha sufrido un falso atentado de bomba mediante un paquete sospechoso que le han enviado.

Tenía que admitir que eso no lo esperaba.

Menos mal que había sido una falsa alarma.

— ¡¿Quién coño se ha atrevido?! — exigió saber, anonadado.

Pero al parecer ellos estaban tan perdidos o más que él.

Pensaba hablar con su padre del tema apenas tuviera la oportunidad. Probablemente lo arrastrara hasta su despacho en cuanto tuviera ocasión para echarle la bronca por llegar a aquellas horas.

En aquel instante vio pasar a Carlos y lo llamó para que se acercara.

Con un poco de suerte él podría decirle algo más concreto. En el poco tiempo que llevaba con la famiglia se había ganado por propios méritos el respeto y la confianza de su padre. Y eso era todo un logro.

Y a Bruno no le sorprendía. Lo había visto en acción y era una maldita máquina de matar.

— ¿Para qué soy bueno, señor? — preguntó, tan inexpresivo e indiferente como siempre.

Sus pupilas vigilantes escaneaban, sin embargo, cada detalle – por minúsculo que fuera – de lo que lo rodeaba.

— Ya me han puesto al tanto de lo sucedido. ¿Alguna idea de quién ha podido ser? — inquirió, serio.

El aludido negó con la cabeza.

— No, nada de momento. De todas formas lo analizaré todo cuidadosamente apenas termine la fiesta. Por cierto, su padre lo está esperando y no está contento. Ahora me retiro, si no necesita nada más — replicó, con sequedad.

Bruno no lo tomó personal. Sabía que esa era su manera de ser y tampoco esperaba otra cosa de un matón a sueldo. Al menos no era un hipócrita que buscaba ganarse los favores de su padre con palabrería barata.

Le hizo un ademán para que se retirara y, componiendo la mejor de sus falsas sonrisas, se volvió hacia sus dos acompañantes para ofrecerles el brazo.

Y así, con una a cada lado, cruzó el jardín y sonrió haciendo gala de su habitual magnetismo, saludando a todos y cada uno de los invitados con los que se cruzaba. Le encantaba ser el centro de atención.

Por supuesto, lo bueno se acabó pronto en cuanto se topó con los ojos helados y fríos de un Emilio Santorini en su versión más colérica. Y supo que iba a tener que aguantar sus reproches tarde o temprano.

¿Es que de nada valía que hubiera encontrado casualmente en el camino a las familiares de Catarina, su querida nuera?

Benedetta, una de las sirvientas, fue enviada de inmediato a avisarla para que se preparara. La ceremonia iba a empezar al fin.

Entretanto, todo el mundo le dio la bienvenida a las dos mujeres que se mostraron tan cohibidas como entusiasmadas por ser parte de aquella celebración tan ostentosa.

Buonasera, siento el retraso.

— Y aquí está mi campeón — exclamó su padre, palmeando su espalda con, quizá, excesiva fuerza. Era su forma de desquitarse, pues en público no podía reprenderlo —. Ya era hora — masculló entre dientes.

— No hay por qué alterarse padre, he llegado a tiempo para jugar mi papel, ¿o no? — le replicó, en el mismo tono. Luego saludó a las mujeres —. Madre, tan bella como siempre. Constanza, Alessandra... es un placer veros. Estáis deslumbrantes — las halagó, rozando con disimulo el culo de la última tras darle dos besos en la mejilla.

Ese gesto pareció complacerla y sonrió, coqueta.

Ah, Alessandra Grimaldi...

En otros tiempos solían ser compañeros de juergas.

Una mujer sensacional, sin duda.

Y el espíritu más libre que había conocido.

Le agradaba.

Junto a ella estaba su hermano Marcello, un buen hombre. Demasiado bueno para aquella vida.

Le estrechó la mano. Y a Baldassare.

Enseguida, Benedetta volvió para avisarle a Emilio de que el tanto el párroco como Catarina y Thiago estaban listos y debía ir a buscarla para llevarla del brazo al altar.

Al no tener la chica padres, habían acordado que lo mejor era que la acompañara él.

Mientras iban hacia los asientos de la carpa que habían dispuesto al aire libre para que los asistentes disfrutaran de la ceremonia, – todo al tiempo en que un grupo de camareros les iban sirviendo un refrigerio – Alessandra y Bruno se quedaron algo rezagados a propósito.

Les apetecía ponerse al día.

Aquello no les pasó desapercibido a sus padres, que les echaban disimuladas ojeadas.

La música nupcial comenzó a sonar.

— El gran Bruno Santorini siendo una vez más la sensación de la fiesta — comentó ella, extendiendo su copa para brindar. Él correspondió al gesto con una sonrisa de soslayo —. Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos. ¿Fue en Roma? ¿O en Nápoles? No lo recuerdo — confesó, tan espontánea como siempre.

— Roma. Llevabas una buena borrachera, bella Alessandra. Quizá por eso no lo recuerdes — puntualizó, de buen humor.

Ella se echó a reír.

— Cierto. Aquella noche fue bastante loca. Seguro que la tuya también. Los rumores dicen que sigues siendo todo un Don Juan.

— Para gran dolor de cabeza de mi padre — corroboró.

Y ambos estallaron en carcajadas.

— Bienvenido al club — bromeó, apurando el contenido de su copa.

No pudo evitar admirarla.

Llevaba un precioso vestido granate que resaltaba todavía más sus despampanantes curvas.

La marcha nupcial resonaba con más fuerza mientras ellos tomaban asiento junto a sus respectivas familias y disfrutaban del espectáculo.

Catarina no tardó en aparecer, deslumbrante en un vestido de novia corte de sirena con un escote impresionante y luciendo una sedosa melena de rizos elaborados hasta media espalda. Su maquillaje estaba impecable y se la veía radiante al contemplar a un Thiago más apuesto que nunca con su esmoquin negro ahí de pie junto al altar, esperando impaciente el momento de dar el sí.

Parecía que se amaban de verdad.

Bruno se preguntó si la habría juzgado mal.

No lo sabía, pero en cualquier caso iba a tener tiempo de averiguarlo pronto. Porque Catarina Costa estaba a punto de convertirse en la señora de Santorini.

Y no era la única que se incorporaba a la familia.

Isabella y Stella estaban incluidas en el lote.

Bruno no pudo evitar que su mirada se recreara perezosa en la figura de la chica, que ataviada en ese sencillo pero atractivo vestido negro de tul, observaba a su prima dar el sí con lágrimas en esos brillantes ojos fugaces.

Los mismos que no pudieron evitar posarse sobre los de un hambriento Bruno, que no dudó en guiñarle el ojo con picardía.

Que se sonrojara y apartara la vista, cohibida, solo hizo que tuviera más ganas de meterse entre sus piernas.

Un único pensamiento colmaba su mente:

«Stella Ricci, pronto vas a caer en mis redes».

Era una promesa.

Hooola bellezas!! Aquí vamos con un capítulo más que la verdad he amado escribir porque he podido enfocarme en la perspectiva de Bruno y debo decir que también me encanta jajajaj

¿Qué impresión habéis tenido de él?

Parece que Stella le ha llamado la atención jejeje

A ver qué pasa. 

Lo que si os adelanto es que debéis mantener los ojos bien abiertos porque nada es lo que parece y hay muchos misterios. 

Espero que os haya gustado mucho y lo disfrutéis, nos vemos pronto con el siguiente donde ya sí os podré mostrar a Mauro jjeeje

Ah, espero que os guste el collage de multimedia que he hecho para representar a Bruno, creo que le da exactamente el toque que quería. 

¿Ya tenéis shippeos? ¿Personajes favoritos? Contadmeee y comentad porfa, me desvelé para escribir. Un beso y hasta la próxima, si os está gustando invitad a vuestros amigos a leerla y compartid <3 

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