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♣CAPÍTULO 2 ♣

Marcello no lograba hallar a su hermana Alessandra por ninguna parte.

Sintiéndose como pez fuera del agua rodeado de tanta gente entre la que hacía mucho tiempo que había dejado de sentirse cómodo, resopló, pensando en dónde demonios podría haberse metido esa loca.

A pesar de haber pasado tanto tiempo lejos de Italia por su carrera, su hermana siempre se había encargado de relatarle sus hazañas en las extensas conversaciones que mantenían cada viernes por Skype.

Él era probablemente la persona que mejor la conocía en el mundo. Desde pequeños tuvieron una gran complicidad y él siempre la cubría en sus travesuras.

Marcello sonrió al rememorar los detalles de su infancia, retocándose la corbata de su impecable traje negro y echando una ojeada alrededor con discreción.

No le costaba trabajo imaginarse dónde andaría la muy descarada. Lo que no tenía forma de saber era con quién.

Alessandra era una mujer libre y sin compromisos, se divertía con quien le apetecía y cuando quería. Sin importarle nada.

Ni siquiera las advertencias que le había hecho su padre aquella mañana para que se comportara en la boda del hijo de su socio.

Sí, Baldassare Grimaldi estaba que se lo llevaba el demonio porque no había sido capaz de dar con su hija menor para presentarla con los invitados.

Oh, sí, aquello le sonaba. Una de las cosas que lo habían hecho alejarse de allí tan pronto como le fue posible.

Nunca había soportado que lo exhibieran como un trofeo, mucho menos ante la clase de vida que llevaba su familia. Le asqueaba el dinero sucio que se embolsaban.

Lo peor era que tenía que guardárselo para sí si no quería ganarse una buena paliza. Si su padre se enterara de los pensamientos que rondaban en lo más recóndito de su interior...ahí mismo le daría un infarto.

Apenas si había tenido tiempo de bajarse del avión y ya le estaba recordando lo que se esperaba de él como primogénito e hijo varón de la famiglia.

No le sorprendía, no a aquellas alturas en las que se había resignado a cargar toda su vida con el lastre y las obligaciones que nacer en el seno de una familia como aquella, llevando aquel estilo de vida como herencia manchada de sangre, le había procurado.

Pero aun así...ello no hacía que fuera fácil.

Fingir seguía siendo su única opción.

Todavía faltaban más de veinte minutos para que diera comienzo el enlace, pero ya se apreciaban caras conocidas entre los invitados. Marcello frunció los labios y se aflojó la corbata del traje para destensarse. Necesitaba una copa si quería mantener el tipo ante aquella farsa.

Detuvo a un camarero y se decantó por un vaso de vodka con lima.

A medida que se llevaba un sorbo a los labios, no le pasó desapercibida la manera nada disimulada en que un par de mujeres jóvenes lo observaban a pocos metros. El deseo era más que patente en sus pupilas. Una de ellas incluso se mordió el labio, coqueta.

Incómodo, se apresuró a apurar su bebida y, discretamente, se retiró con la excusa de dar una vuelta por los alrededores – o eso fue lo que les dijo a los conocidos que lo pararon para saludarlo – y de paso ver si encontraba a Alessandra antes de que Baldassare Grimaldi montara en cólera.

Además, no estaba interesado en tener líos con mujeres desconocidas. Bastante agitada estaba ya su vida como para más complicaciones.

La rigidez se iba adueñando más y más a cada minuto que pasaba en ese lugar. 

El derroche en su más pura esencia. Poder y lujo en plena exuberancia. Y mientras tanto, miles de personas ahí fuera pasando necesidades.

Le asqueaba.

Con satisfacción, no pudo evitar rememorar aquella vez en que, llevado por un arrebato de furia adolescente, se lo gritó a su padre a la cara – ante el horror de su madre y la incredulidad de una Alessandra que lo había prevenido infinidad de veces acerca de hacerlo, precisamente por las consecuencias que ello le acarrearía – y ello le valió uno de los peores castigos que recordaba.

Pero sin duda, mereció la pena con creces.

Ahora, por desgracia, como adulto que era comprendía que de nada iba a servirle una rabieta. Tocaba cumplir su papel en el juego. Después, cuando las fiestas de carnaval pasaran, podría volver a Múnich para terminar sus estudios y obtener una licenciatura en cardiología, su gran sueño.

Y no iba a dejar que nada ni nadie se lo arrebatara. Ni siquiera su propia familia.

Tan distraído iba ante la marea de turbulentos pensamientos que pululaban por su mente, junto a la tarea de dar con la imprudente de su hermana menor, que sin darse cuenta chocó con una adolescente que caminaba deprisa y sin fijarse tampoco por dónde iba.

La chica se tambaleó ligeramente debido al impacto y él la sostuvo por los hombros, al tiempo en que se disculpaba, haciendo gala de sus exquisitos modales.

Solo al fijarse más detenidamente en ella es que pudo reconocerla, a pesar de lo cambiada que estaba. Era Chiara, la hija menor de los Santorini.

— ¿Chiara Santorini? Caray, ¡pero si estás enorme! Y muy guapa — expresó, sin faltar a la verdad. No la veía desde que era una tímida trece de once años y ahora era toda una mujer.

Las mejillas de la chica se tiñeron de rubor a medida que asentía.

— Muchas gracias, Marcello — contestó, retorciéndose las manos, inquieta. — Me alegra saber que has vuelto — luego pareció avergonzarse de su atrevimiento y añadió: — ¿Has visto a mi hermano Bruno? Hace rato que mamá y yo lo estamos buscando. Y ya debería estar aquí.

Parecía preocupada y con razón. Para nadie era un secreto que, si Alessandra era la oveja negra de los Grimaldi, Bruno era la de los Santorini.

Irresponsable, mujeriego, derrochador y casanova sin remedio; A Marcello le constaba que era el dolor de cabeza de Emilio Santorini, así como se rumoreaba que también era el consentido de su madre, Donna Testa Di Santorini.

— No, no lo he visto, pequeña. Conociéndole, seguro que se está haciendo de rogar antes de llegar — le dijo, con sinceridad.

Ella asintió, dándole la razón y luciendo algo más aliviada.

— Probablemente. Se lo diré a mi padre, antes de que le dé un ataque — bromeó, colocándose un mechón de su rubio cabello tras la oreja y dedicándole su más resplandeciente sonrisa de despedida. — Nos vemos por aquí, Marcello. Y bienvenido de vuelta a casa.

Él asintió y la despidió con una sonrisa amable. Sin embargo sus últimas palabras persistían, mortificándolo.

"Bienvenido a casa"...

No, aquella ya no era su casa. Y nunca más lo sería.

Con la cabeza echada hacia atrás sobre el colchón, Alessandra gimió, saboreando el éxtasis del clímax que le estaba proporcionando Carlos.

Aquel era su tercer orgasmo.

Sí, parecía que el mexicano era una bestia insaciable.

Y ella estaba más que satisfecha con eso.

Últimamente se le hacía cada vez más difícil encontrar a alguien que estuviera a la altura de sus expectativas en cuanto a sexo salvaje y sin compromisos se refería.

Lo peor venía al día siguiente, cuando se creían con algún tipo de derecho sobre ella.

Estúpidos ilusos. A la mayoría los movía el interés, por todo el dinero que ella, al ser la heredera de un imperio como lo era el clan Grimaldi, poseía.

Los gruñidos de él resonaban por toda la estancia al tiempo en que las acometidas se hacían más y más intensas y ambos llegaban a su liberación, con Alessandra aferrada a las sábanas y dejando que las sensaciones explotaran en su interior como fuegos artificiales.

Ese hombre era un león.

Iba a costarle un poco caminar con esos tacones de quince centímetros después de tal desenfreno. Pero nada que no pudiera solventar.

Tan pronto como terminaron, se levantó de la cama sin ceremonias y empezó a pasarse el vestido por las piernas adoloridas. Una sonrisa de satisfacción adornaba sus labios, sin embargo.

No le daba reparo reconocer que había sido el sexo más increíble que había tenido en mucho tiempo, por no decir nunca.

Y eso que se había ido a la cama con muchos hombres.

Era una mujer libre y le gustaba disfrutar de su sexualidad.

Pero normalmente pocas veces sus expectativas se veían cumplidas. 

Superadas; solo en aquella ocasión.

Eso era peligroso. Porque le daban ganas de repetir y era algo que casi nunca hacía. Para evitar que desarrollaran alguna estúpida dependencia emocional hacia ella. No estaba de humor para cursilerías, mucho menos para lidiar con hombres que le juraran amor eterno.

Pero estaba claro que Carlos no era de ese tipo de hombres.

Era peligroso.

Puro fuego.

Salvaje y adictivo.

Demasiado tentador para un alma alocada como ella.

— ¿Te ayudo con eso? — inquirió él, posicionándose tras su espalda. Completamente pegado.

Ella asintió, mordiéndose el labio cuando la cremallera se deslizó hacia arriba y él aprovechaba su distracción para darle un mordisco en el lóbulo de la oreja, con fruición.

— La ceremonia debe de estar a punto de comenzar — comentó, con una nota pícara y sugerente en la voz ante la posibilidad de repetir. Podía sentir la rudeza de su envergadura contra sus nalgas.

Como si le estuviera leyendo la mente, él soltó un gruñido bajo mientras apretaba su culo.

— Y eso lo haría todo aún más excitante ¿no crees?

— Lo que creo es que el hecho de que hayamos follado no te da derecho a tutearme — bufó, molesta.

Le agradaba que fuera atrevido, pero si no dejaba las cosas claras desde un principio y permitía que se tomara esas licencias las cosas podían complicarse.

Al fin y al cabo, iban a verse a diario.

La sorprendió su risa ronca y escéptica, todavía pegado a su cuerpo, encendiéndola y tentándola de mil maneras diferentes con su boca, que chupaba y lamía a su antojo.

— Usted disculpe, signorina, no me pareció que se quejara mientras la follaba hasta hacerla llegar al clímax — replicó, sin inmutarse ante el fuego que se encendió en la mirada de Alessandra ante su insolencia.

— Atrevido — ronroneó, paseando sus largas uñas pintadas de rojo por su torso desnudo y cincelado por unos más que trabajados músculos, los cuales estaban recubiertos por líneas de cicatrices que recubrían su piel.

Desde que las había visto, Alessandra había quedado fascinada con ellas.

Las tenía por todo el cuerpo. Algunas eran de cuchillo, otras; más notorias, parecían quemaduras.

Y él las lucía con el orgullo de un guerrero. Sin avergonzarse en ningún momento. Era una obra de arte intrincada en su piel y solo debía ser admirada.

Se preguntó cuál sería la historia de cada una. 

Su piel ardió con el toque y, arrebatado, tiró de su cintura hasta estrecharla contra su cuerpo duro como una roca.

— Si sigue tocándome así voy a arrancarle la ropa y a follarla de nuevo — gruñó, acorralándola contra la pared.

Ella sonrió con malicia y se pegó más a él, tentándolo. El maldito tenía autocontrol y se mantenía estoico. Sin duda era inteligente. No se trataba de ningún pelele como con los que acostumbraba a tratar.

Pero quería comprobar hasta qué punto podía contenerse.

Sin dejar de mirarlo a esos ojos oscuros como el carbón que tanto la prendían, se inclinó y pasó la lengua por sus labios con suavidad...probándolo.

El agarre en su cintura se volvió más posesivo y demandante y respiraba con precipitación.

Aun así, no cedía.

Aquello era una lucha de poder en toda regla y la enloquecía que le plantara cara de esa manera.

— ¿Qué crees que diría tu jefe, el gran Emilio Santorini, si supiera que te has tirado a la hija de su mayor socio y aliado? — inquirió, juguetona, llevando las manos hasta su protuberancia y posándolas allí, sin perder la sonrisa deslumbrante.

Él echaba chispas, en todos los sentidos. Pero supo mantener el tipo magistralmente.

Sus ojos eran una tormenta de rayos incandescentes y tenía los músculos del cuello tan tensos que unas gruesas venas sobresalían de él. Así como de su frente.

— No lo sé, ¿Por qué no se lo pregunta? Tal vez su padre también podría estar interesado en saber lo que hace su hija favorita entre horas — contestó, encogiéndose de hombros con falsa calma.

Maldito...

Su pecho subía y bajaba muy deprisa. Estaba enfurecida porque se había atrevido a desafiarla y eso tenía un precio, sí...pero mentiría si dijera que no estaba terriblemente excitada ante su osadía.

Al final, la ira le ganó la partida y, rápida y mortífera como una serpiente, levantó la mano para darle una bofetada y demostrarle quién mandaba.

No obstante, no pudo llegar a alcanzarlo. Porque Carlos detuvo su mano a escasos centímetros de su rostro.

— Shh, quieta. No juegue más...mire que se puede quemar — susurró, con miles de promesas refulgiendo en sus pupilas.

Una de ellas predominaba: desafío.

El mismo que chispeaba en las pupilas de gata de Alessandra, que lo miraba queriendo devorarlo. Todo su cuerpo temblaba ante el férreo agarre de él.

— ¿Y qué pasa si me quiero quemar? — lo retó, sintiendo todo su cuerpo en llamas.

A juzgar por su respiración errática, él tampoco estaba mucho mejor.

— Entonces no respondo — aseveró, con un matiz ronco y peligroso en la voz.

Alessandra explotó.

Y justo en aquel preciso instante unos golpes certeros resonaban contra la puerta, acompañados por la inconfundible voz de Marcello, que la llamaba a gritos.

¿Cómo demonios había sabido que estaba precisamente allí?

Más furiosa todavía por la interrupción, dio un tirón para soltarse del agarre de hierro de Carlos, que se limpiaba los restos de sangre del labio - que ella le había provocado con su mordisco - con el dorso de la mano. Una sonrisa torcida adornaba su atractivo rostro.

Era intrigante.

Era problemas.

— Ya voy, por el amor de Dios. Deja de gritar — bramó, retocándose el pelo y alisándose el vestido.

Fulminó con la mirada a Carlos cuando lo sorprendió mirándola con diversión y se encaminó hacia el exterior, con la barbilla en alto y el porte regio como el de una reina. Lo que era.

Suspirando, él salió tras ella.

No le importaba que su hermano los hubiera sorprendido. Había escuchado hablar mucho de Marcello Grimaldi. Su trabajo era conocer hasta el último detalle de la familia y ello incluía los puntos débiles y los trapos sucios de cada uno, por supuesto.

Algo que, por otra parte, nadie tenía por qué saber.

— ¿A qué viene tanta prisa, hermanito? ¿Y cómo me has encontrado? — quiso saber ella, tan demandante como siempre.

Marcello puso los ojos en blanco, exasperado.

— Dos años sin verme y ¿Así es como me recibes, hermana? Esperaba al menos un abrazo de tu parte — se quejó.

— Ven aquí. Claro que te he extrañado, tonto.

Ambos se fundieron en un fuerte abrazo. Había sido demasiado tiempo lejos el uno del otro y ansiaban ese reencuentro.

Sin embargo, aun aferrado al torso de su hermana, Marcello pudo dedicarle su mirada más asesina a un Carlos que permanecía de pie, contemplando la escena en un silencio sepulcral, quieto como una estatua y con el gesto inexpresivo.

Marcello no quiso mantenerle la mirada por mucho tiempo, contra todo pronóstico. Era tan vacía...parecía un soldado.

— Agradécele a la nana por haberme dicho dónde estabas. O padre habría venido a buscarte y no tengo ni que explicarte la que se habría armado — espetó él, al cabo, ya separándose de una Alessandra que tenía los ojos abiertos de par en par.

— ¿La nana me ha delatado? Oh, joder...¡Eso duele! Siempre supe que eras su favorito — rugió, dándole un puñetazo en el hombro.

Marcello gimió.

— Estás fuerte, pequeñaja.

— Vuelve a llamarme así y te pateo los testículos. No me importa que seas mi hermano — amenazó, mortalmente seria, lo que lo obligó a levantar las manos en son de paz.

— Ah, él es Carlos — comentó, divertida.

La verdad es que solo los presentaba para hacer rabiar al correcto de su hermano mayor. Debía estar muy escandalizado por haberla sorprendido en esas intimidades con un tipo de baja clase social. Todo un escándalo, según los pretenciosos estándares de la aristocracia. A ella le traían sin cuidado, sobraba decirlo.

— Carlos, él es mi hermano Marcello.

El hombre se limitó a asentir con gesto seco.

— Le estrecharía la mano, pero...

— No — prácticamente gritó un Marcello casi asqueado al entender a qué se refería. Luego logró recomponerse y disimular, conteniéndose para no matar a Alessandra por las risitas disimuladas que estaba soltando —. Tranquilo...no hace falta.

Una sonrisa descarada fue todo lo que recibió en respuesta.

No le gustaba ese tipo. En absoluto.

En realidad no le gustaba ningún hombre que tuviera relaciones con su hermana.

— Vámonos. Padre está que echa humo porque lleva más de veinte minutos buscándote — la instó, cogiéndola del brazo con premura.

— Qué fastidio. Supongo que ya se me ha acabado la diversión — espetó ella, de mal humor.

Lo siguió por el jardín, no sin antes dedicar una fugaz mirada hacia atrás, donde el tal Carlos ya se alejaba a continuar cumpliendo sus obligaciones.

Pero no le pasó desapercibido la mirada que ambos se dirigían. Era una mirada cargada de desafío y promesas.

— Alessandra, figlia... ¿Dónde te habías metido? — inquirió en voz baja y autoritaria Baldassare.

No era estúpido y sabía de las andanzas de la descarriada de su hija menor. Pero no podía regañarla como se moría de ganas por hacerlo delante de sus amigos y socios. Especialmente no quería quedar mal ante Emilio, el anfitrión. Ambos eran como hermanos, su amistad se remontaba a cuando eran pequeños. Y habían seguido los mismos pasos que sus padres. Así era la tradición. Y así debía seguir siendo.

— Solo daba un paseo, papá, relájate — replicó, altanera.

Lo dejó estar, bebiendo un sorbo de su Coñac, mientras su esposa Constanza masajeaba sus hombros. Tan atenta como siempre.

— Constanza, estás deslumbrante, como siempre — la alabó Emilio, besando su mejilla.

 Baldassare hizo lo propio con Donna, su esposa, quien lucía un elegante vestido color marfil para la ocasión. Se la veía radiante por la boda de su hijo mediano.

Para todos seguía siendo una sorpresa que Thiago hubiera sentado la cabeza. Pero parecía que había encontrado el amor con Catarina. Una joven encantadora, sin duda. Tanto como misteriosa.

— Gracias, Emilio. Donna y tú estáis radiantes. Se nota el orgullo que sentís por Thiago — les regresó el cumplido su mujer, mientras Emilio besaba la mano de Alessandra y estrechaba la de Marcello.

— Sí, estamos muy...

Sin embargo, Donna no pudo terminar la frase, porque su hija Chiara llegó trotando con celeridad junto a ellos, con una expresión de lo más angustiada perturbando su rostro juvenil.

Algo no iba bien.

—¿Ma que sucesso ragazza? ¡Parla! (1) — demandó Emilio, mientras la chica tomaba una bocanada de aire.

— Bruno no me coge el teléfono y ya debería de haber llegado. Es demasiado hasta para él — jadeó, sujetándose las costillas. — Y Catarina está histérica porque asegura que su prima y su tía se han perdido en la ciudad y por eso no están aquí todavía. Debimos mandar un taxi al aeropuerto. Y hay más: asegura que no se casará sin ellas. Varios de tus hombres están con Thiago, intentando calmarlo — añadió, compungida, dirigiéndose a su padre, quien parecía a punto de estallar de ira.

Solo de pensar en esa posibilidad...de ser el hazmerreír de la prensa y de sus amistades, su lado más oscuro despertaba. Como si le leyera el pensamiento, Donna le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo.

Chiara parecía al borde de las lágrimas.

Alessandra se divertía con el drama que se estaba formando y Marcello la miraba con velado reproche.

— ¿Algo más, hija? — masculló entre dientes el Capo.

Su cara fue un poema cuando la adolescente asintió, tragando saliva.

— Sí, alguien te ha enviado una carta sospechosa. Algunos hombres lo están examinando, pero temen que sea una bomba. Necesitaríamos a un experto...

(1) ¿Pero qué sucede hija? ¡Habla!

¡Hola hola!! Se viene intenso, ¿Eh? 

Espero que hayáis disfrutado mucho del capítulo, tanto como yo escribiéndolo 🔞🤭

Alessandra y Carlos...madremía la tensión 🛐🛐

¿Shippeais?

¿Qué pensáis de estos dos? Están jugando a un juego muy peligroso...sobre todo porque parece que ella ha encontrado un zapato a su medida, jejej

¿Y qué me decís de Marcello? ¿Tenéis curiosidad por saber más de él? 

¿Y del resto de personajes? 

Os leo, contadme cositas jajaj

Nos vemos en el siguiente, que espero tenerlo prontito ahora que tengo vacaciones, porque esto se ha quedado on fireee 💥literalmente bomba JAJAJAJAJAJA o no, quién sabe...

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