Capítulo 3
-S H E I L A-
Sus ojos estaban muy abiertos y miraba a un lado y a otro, como si necesitara una pausa en el curso de los acontecimientos para asimilar que acababa de chocar contra algo. "¿Qué... qué atropellé?", era lo único que podía pensar hasta que finalmente, reaccionó: había atropellado algo vivo así que tenía que llamar a una ambulancia si quería que ese algo vivo siguiera estándolo al final de la noche.
Abrió la guantera en busca del móvil, apoyándose en el asiento del copiloto, muy nerviosa pero sabiendo qué tenía que hacer. Tras dar un par de manotazos dentro de la guantera se acordó de que seguramente su móvil estaba en casa, olvidado.
Salió del mercedes a toda velocidad, deseando que aquello fuera un animal y no una persona: no le hacía gracia atropellar a un gato o perro callejero pero el lío en el que se metería sería muy distinto si resultaba que sólo se había llevado por delante a un animal. Sin embargo, difícilmente un gato o un perro irían en bicicleta. Cuando Sheila vio la mitad de una bicicleta estaba bajo el parachoques rogó que al menos quien montase llevase un móvil encima para poder llamar a la ambulancia.
—Uf. Creí que esta sí que no la contaba—dijo alguien desde un poco más allá de la cuneta, tirado y rascándose la coronilla, luciendo una sonrisa nerviosa.
Sheila se quedó estupefacta: ¡era el atolondrado de su novio!
Dylan se reincorporó, quedando sentado entre la tierra y la gravilla de la vieja carretera. Se comprobó los antebrazos, que estaban tan raspados que formaban perlitas de sangre cuando los doblaba. La zona de las rodillas del pantalón estaba deshilachada y levemente ensangrentada por más raspaduras. Dylan sentía que tenía un poco hinchada la rodilla izquierda y que le palpitaba levemente.
—¡Por Dios, Dylan!—Sheila se acercó, temblando de arriba a abajo.
Dylan se puso en pie por sí mismo, aunque moviendo lo menos posible la rodilla izquierda y tras abrir los brazos, giró sobre sí mismo, indicando de no había desperfectos.
—Flawless victory—bromeó él.
Sheila sólo alcanzó a pensar que seguro que era una referencia a esos juegos que a él tanto le gustaban, y era cierto.
—¡Podrías haberte matado!—no pudo evitar regañarlo: a veces no entendía en función de qué criterios su novio decidía hacer ciertas cosas. Quizás simplemente ni siquiera tenía criterio más allá del impulso que le dictase su cambiante humor.
Dylan se excusó, diciendo:
—Pues ahora que lo dices... no, no estuvo bien pensado.
Era por ese tipo de cosas que algunos decían que Dylan era algo idiota.
—¡Dylan!—Sheila torció el gesto para proseguir regañándolo.
—No hay desperfectos, así que, ¿por qué lamentarse? —la interrumpió.
Sheila sabía que Dylan era como un niño pequeño a veces y con los niños pequeños en ocasiones tocaba ponerse serios:
—Esa no es la cuestión y lo sabes.
—Bueno, lo siento—masculló Dylan malhumorado.
El mal humor sólo le duró un par de segundos. Dylan se agachó relajadamente frente al parachoques para intentar ver el estado de la bicicleta. No pudo evitar hacer una mueca adolorida cuando dobló la rodilla izquierda. "¿Seguro que no necesitas que te acerque al médico a que te revisen la rodilla?" preguntó Sheila. Dylan levantó un pulgar, dando a entender que no era necesario. Él estaba incluso relajado y su pulso hacía rato que llegó al punto de reposo, muy al contrario que Sheila. Ella aún notaba el corazón tan acelerado como su coche deslizándose a toda velocidad por el asfalto.
Esa actitud más relajada de Dylan contrastaba con el sentido responsable de Sheila, que estaba acostumbrada a oír lo malo que era el mundo, lo pecadora que era la sociedad y la trascendencia de acciones, palabras y pensamientos para ganar un lugar en el cielo. Pero Dylan actuaba como se le antojaba, sin pensar demasiado... los padres de Sheila consideraban que ella debía estar con un chico mucho más serio y recto pero Sheila se sentía más relajada cuando Dylan estaba cerca.
Él empezó a tirar del manillar para intentar sacar la bici de las fauces del mercedes. Sheila seguía con gesto preocupado, sin reponerse del susto a pesar de que él estaba bien. La bicicleta no había quedado tan bien, por otro lado.
—Me da que la tendré que llevar a apañarla—pensó Dylan en voz alta mientras se rascaba la cabeza antes de mirar a Sheila—¿Me podrías acercar a casa luego en coche?
Ella asintió. Dylan sacó la lengua como un niño pequeño y señaló con el pulgar hacia la parte posterior del mercedes:
—Oye, ¿me ayudas a sacarla de ahí y meterla en el maletero?
Al abrir el maletero del mercedes, Dylan se fijó que dentro del maletero había una bolsa de deporte bastante grande. La bolsa hizo un ruido extraño cuando la rueda de la bici se rozó con ella.
Dylan de veras se preguntaba qué llevaba Sheila ahí pero no pudo evitar bromear un poco:
—Espero que no lleves una pala para desenterrar cadáveres, babe.
Sheila puso cara de escandalizarse con la idea y negó con la cabeza. Cierta parte de sí, esa que era menos beata, quiso sonreír por el chiste. Juntos metieron la bicicleta como pudieron en el maletero y al cerrarlo, Dylan añadió con un tono ahora sí, algo molesto:
—Tú tampoco has sido muy prudente viniendo sola, ¿sabes? Podrías haberme llamado, al menos, no sé.
Eso era lo más cercano que Dylan podía hacer a regañarla. Lo miró, algo avergonzada por no predicar con el ejemplo... querría que la hubiera acompañado pero Sheila sabía que Dylan evitaba los cementerios a toda costa. Dylan era ese tipo de persona que aunque hiciera un esfuerzo emocional intenso, lo hacía sonar como un paseo por el parque. Ella sabía que él habría dicho que sí, que la acompañaría. "¿Por qué sería un problema?", preguntaría, fingiendo tranquilidad. Y sabía que se pasaría deprimido algunos días ahogando sus penas en algún videojuego.
Dylan se sentó en el asiento del copiloto y esperó unos segundos entrechocando los pulgares, como un niño esperando obediente. Sheila se sentó al volante. Antes de girar la llave del coche para arrancarlo le insistió:
—No tienes por qué hacerlo. Sé que no te hace sentir bien.
—Te acompaño. ¿O es que molesto?—Dylan se cruzó de brazos enfurruñado.
Sería fácil pedirle que volvieran a casa pero sabía que no sería lo correcto.
—Eso sí, conduce tranquila si no quieres que te vomite el coche—advirtió él.
Los nudillos de Sheila ya no se constreñían tan fuertemente sobre el volante. La actitud de Dylan la tranquilizaba... sin embargo sabía que sólo era una máscara. Dylan había bajado la ventana para que entrara la ráfaga de aire. A él le gustaba hacerlo para alivianar los viajes en coche.
—Lo siento, cariño, sé que... —se terminó disculpando ella—¡Te mudaste con tal de alejar este tipo de cosas!
—Eh—la interrumpió él bruscamente. Luego volvió a bajar el volumen de la voz a un tono menos defensivo—Mira, este tipo de cosas te persiguen vayas a donde vayas. Nos mudamos porque Greenfield es infinitamente más barato que Nueva York para vivir, sólo eso. Que yo sepa, aún no hay ninguna ciudad en la que la gente no se muera.
El coche rodaba por el asfalto con lentitud pero la colina sobre la que estaba el cementerio ya se veía en la lejanía. Sheila aminoró poco a poco la marcha hasta aparcar a un lado de la cuneta.
—Ella iba contigo al equipo de natación, ¿no?—con esta pregunta, Dylan rompió el silencio que se había instalado dentro del coche y surgió una leve tensión. Sheila quitó la llave y las luces junto con el ruido del motor del mercedes se acallaron. Dylan preguntó—¿Érais muy amigas?
—No. Sólo compañeras de equipo—fue lo que respondió ella. Estuvo a punto de sincerarse—Hay algo que debo comprobar.
—Perdona por el chiste poco cristiano pero ella no se va a mover de ahí—luego añadió el remate del "chiste poco cristiano"—y si se moviera estaríamos protagonizando una película sobre zombies.
Dylan hizo el ademán de salir del coche pero Sheila lo retuvo del brazo mirándolo por unos instantes directamente a los ojos, llena de inseguridad, clavándole las uñas en el antebrazo.
Dylan le sonrió:
—...y si estamos en una peli de zombies, me pido el papel del novio guay que se sacrifica heroicamente por su amada.
A ella se le iluminó el rostro con una sonrisa también. Sheila fue testigo de esa "magia" que hacía Dylan.
Fue entonces cuando ambos se bajaron del coche.
Sheila sacó la bolsa de deporte del maletero y la llevó ella misma: físicamente hablando, ella siempre había sido mucho más fuerte que Dylan.
El cementerio de Greenfield era pequeño y estaba descuidado. Las quejas de la gente sobre los yonkis que se reunían allí para sus trapicheos habían obligado al ayuntamiento a colocar un muro, el cual era de poca utilidad por ser demasiado fácil de saltar. Prueba irrefutable de su inutilidad para alejar a nadie era el hecho de que tanto Dylan, alguien que medía un metro y "cincuentaypocos" centímetros como Sheila, una chica que vestía falda larga y una camiseta de mangas abullonadas, consiguieron saltarlo sin ningún problema.
Dylan se temía encontrarse algún yonki allí dentro pero no había signos de que ese sitio fuera frecuentado, ni siquiera por la baja calaña de Greenfield, más que nada porque ahora se reunían en otro lugar, bajo el puente de la Calle 63.
El césped estaba mal cuidado y amarillento y aunque las flores secas habían sido retiradas, los matojos que trepaban por las lápidas habían sido arrancados con brusquedad y sin nada de esmero. Era como si alguien hubiera tenido que adecentar eso con prisa tras años de haberlo tenido completamente descuidado.
—Si me muero en esta ciudad, recuérdame que no pague ni un centavo para que me entierren aquí—dijo Dylan, chasqueando la lengua.
La semana pasada lo habían encontrado mucho más presentable. El césped seguía teniendo ese tono amarillento pero al menos lo habían recortado decentemente y habían quitado las malas hierbas. El ayuntamiento debía haberlo limpiado, en vista de que el caso de suicidio en esa ciudad relativamente pequeña había congregado la atención pública y mediática y el funeral iba a reunir a muchos curiosos y cámaras que grabarían imágenes que rodarían por todas las cadenas grandes de los noticiarios estadounidenses. Una vez desapareció el foco de atención, volvió a estar tan descuidado como siempre. Una vez se fue la familia de Christine, sin respuestas ni declaraciones con las cuales nutrir más curiosidad, el tema se fue apagando.
Sheila caminaba con rapidez mientras que Dylan la seguía con paso nervioso, quedándose atrás por unos instantes, con gesto incómodo al ver todas esas lápidas. Sheila se había adelantado hasta la tumba de Christine Poloni y se había quedando mirándola fijamente.
—Ostia...—dijo Dylan, sin ser capaz de contener el lenguaje. Delante de Sheila siempre procuraba ser bien hablado ya que a ella no le gustaban las palabrotas pero ver cómo en la tumba de una suicida había unas grandes letras rojas, lapidarias y escritas con graffiti en la que ponían "Perra" le hicieron olvidarse por unos segundos de todo.
Sheila abrió la bolsa de deporte con mirada resolutiva mientras Dylan ponía un gesto claramente preocupado. La cosa se ponía más rara por momentos:
—No la conocía mucho, pero éramos compañeras del equipo de natación. Recibí el aviso de que alguien hizo esto.
De la bolsa de deporte Sheila sacó un cubo, un par de botellas de agua, jabón líquido y un estropajo. Dylan se quedó titubeando mientras le preguntaba a Sheila alarmado:
—Te avisaron, pero... ¿cómo te avisaron? ¿Y si alguien nos ha seguido?—Dylan no paraba de notar que las preguntas se le escapaban como el sudor por los poros de la piel—¿No deberíamos llamar a la policía?
—Quizás sólo sea una broma pesada, Dylan—respondió ella, arremangándose las mangas abullonadas de la blusa.
—Pues es un sentido del humor salido del culo—Sheila vertió el agua y el jabón en el cubo—Espera, ¿crees que la familia lo sepa?
Sheila se limitó a quedarse callada y seguir con su cometido. No hizo ningún gesto de haber sentido el frío por mojarse las manos con agua fría a esas horas.
—Por si acaso, voy a echar un vistazo... y si veo algo raro corremos al coche a todo lo que den nuestras piernas.
—¿Y qué harías si te encuentras a alguien?—bromeó Sheila con una sonrisita, tratando de usar la táctica de Dylan: bromear en los momentos de tensión—No eres precisamente un novio alto y fuerte.
A ella no le salía tan bien, pero consiguió sacarle a Dylan un mohín antes de dejarse llevar por la broma:
—Eh, me subestimas—descartó de su cabeza esas preguntas que hacía un momento le intrigaban tanto. Dylan era una persona muy dispersa y le costaba mucho dejar la atención en algo y Sheila lo sabía. Se sentía un poco mal por aprovecharse de eso pero no quería preocuparle—¡Todos estos años jugando MORPGs me han enseñado el arte milenaria de lucha definitiva, el master fu!
Ella contuvo una risa porque le parecía que reírse en un cementerio era de mala educación pero lo miró agradecida. Sheila ya había removido el agua lo suficiente como para que el jabón crease una capa de espuma en la superficie del agua así que comenzó a pasar el estropajo por la zona pintada.
-D Y L A N-
Dylan se alejó, silbado para infundirse valentía porque siendo honestos... estaba cagado de miedo: ellos en la noche y en la mitad de la nada, un cementerio y alguien que había "avisado" del vandalismo. Además Sheila llevaba razón en que él no podía hacer mucho por defenderla si pasaba algo.
Deambuló un poco hasta que se cansó. Decidió subirse al muro del cementerio y sentarse en el borde, mientras chocaba las puntas de las converse en las cuales había pintado con rotulador permanente.
Frunció el ceño antes de mirar nerviosamente hacia el otro lado, temeroso de ver alguna sombra esconderse en algún matorral pero sólo logró marearse un poco por girarse tan rápida y súbitamente. ¿Qué iba a ver? Se dijo que nada. Es decir, estaban solos, o eso quería pensar.
Esperaba que Sheila no tardase: no sólo por la cuestión del acosador, simplemente, no le gustaba estar allí.
¡Un matorral se había movido! Estaba seguro, pero la inclinación de la colina y la oscuridad le hacía imposible poder distinguir nada. Dylan agarró su movil y marcó un 9 y un 1 y con una mano, mientras que se bajaba del muro de un salto enérgico y dejaba el pulgar a pocos centímetros del siguiente 1. Si algo les saltaba, el plan que se le ocurría era simple pero efectivo: llamar a la policía y encerrarse en el coche con Sheila.
Se agachó muy lentamente buscando con la mano libre una piedra que agarrar. No era un chico violento pero era mejor tener algo contundente por si no había de otra que confrontar a un posible acosador. Aunque Dylan no imponía mucho con la cojera que le había provocado la rodilla palpitante por la caída anterior.
—¡Lárgate o te vas a arrepentir!—gritó con la piedra en alto, listo para lanzarla a la cabeza de quien quiera que estuviera por ahí.
Se quedó ahí un minuto con expresión confusa esperando ver de nuevo moverse algo entre la oscuridad.
Algo le respondió, sin embargo, la voz provenía de la entrada del cementerio y no del otro lado del muro.
—¿Quién anda ahí? ¿Ese coche aparcado ahí abajo es vuestro?—preguntó la voz de alguien entrado ya en años. La verja del cementerio se abrió con un chirrido."¡Mierda!" se dijo. Había un vigilante. Si había cogido la matrícula del coche, iba a ser un problema.
Al menos no parecía un acosador. En parte, Dylan estaba aliviado incluso si seguían teniendo un problema: si los pillaban allí iban a estar en problemas y les iban a culpar de graffitear aquello. Dylan se agazapó contra el muro y comenzó a caminar, intentando no separarse del muro y huyendo la luz que emitía la linterna que el vigilante llevaba.
—¡Largaos con vuestra droga a otra parte antes de que llame a la policía, yonkis de mierda!
—¡Sheila!—masculló Dylan.
Al caminar unos metros más con mucha lentitud y cuidado la vio, también agazapada, aunque sin saber qué hacer. La muchacha había abandonado el cepillo y el cubo.
Dylan señaló el muro e hizo el gesto de saltar. Ella asintió nerviosamente y él inició el conteo con los dedos mientras que movía los labios en una cuenta atrás muda. En cierto modo, también se preparaba para una explosión de dolor en la rodilla magullada.
Apenas bajó el tercer dedo, ambos jóvenes saltaron sobre el muro. Pudieron notar que la luz los enfocaba durante un momento antes de saltar pero fueron más rápidos. El vigilante gritaba que iba a llamar a la policía si los volvía a ver merodear por allí.
Se metieron en el mercedes con toda la rapidez que pudieron y Sheila aceleró.
Sheila resollaba más por los nervios de haber tenido que huir de la autoridad que por cansancio físico pero Dylan simplemente resollaba por extenuación física mientras intentaba, a la vez, gritar por el dolor que sentía.
—¡La rodilla! ¡Uf! ¡Agh! ¡Tengo que ponerme a hacer ejercicio, recuérdamelo! ¡Qué flato más malo me ha entrado!
—¿Crees que ha cogido la matrícula del coche?—preguntó Sheila.
Dylan tuvo que esperar unos segundos antes de responder, respirando aceleradamente como un bulldog regordete en un paseo demasiado largo.
—Yo... no creo. Vamos, ni siquiera... ni siquiera ha intentado seguirnos—incluso en todo ello Dylan encontró una broma que lanzar—¡No le pagarán lo suficiente como para eso...!
Sheila esta vez no se pudo reír. Había intentado hacer lo correcto, así que debería estar bien, o eso se decía pero aún así se sentía extrañamente mal. No había podido limpiarlo por completo pero al menos las letras lucían ilegibles y emborronadas.
Dylan le colocó una mano en el hombro.
—Más lento—Sheila aflojó la presión sobre el acelerador.
Sheila miró a Dylan y, ya algo más relajada, pudo sonreírle antes de proponerle pasarse por algún lugar para comer. A él le encantó la idea de no tener que comerse aquella lasaña congelada de mala calidad que le esperaba en casa, así que no se resistió a que ella lo invitase.
—Por cierto, tu padre y yo tuvimos una hermosa conversación telefónica—bromeó Dylan—Estaba completamente furioso porque creía que te había secuestrado y te había llevado a... ¿a dónde dijo? ¡Ah, sí! A un tugurio para...—Dylan se sonrojó, pese a las apariencias, era algo reservado cuando se trataba de sexo—¡Ya te imaginas para qué!—Dylan añadió con tono risueño luego—Lo positivo es que no dijo que te había llevado a una misa negra para ofrecerte en sacrificio a Satán así que creo que le empiezo a caer bien.
Sheila habría estallado a carcajadas de no ser por que se acordó de que iba a tener mucho que explicar a sus padres. La "escapada" iba a salirle cara.
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