Capitulo tres
Anabel cuando se encontraba con Aaron, no se preocupaba por sus cicatrices, él era diferente. No como sus nuevos compañeros de clases; esos inmaduros no tenían compasión por ella ni del dolor ajeno. Pero no le importaba, porque sabía que al salir de allí había alguien que sí la valoraba y quería. Sin máscaras, sin compromiso y mucho menos por obligación; como sentía que era el caso de los Scoot.
El día anterior no lo vio, ni al siguiente, eso la tenía en un estado de ansiedad que nunca había experimentado. Se acostumbró tanto a pasar sus tardes con él que ahora cuando más lo necesitaba, no estaba. Y le urgía drenar con él todas esas emociones que la estaban sobrepasando, pero también esas que hasta hace poco se había dado cuenta que tenia.
Sentía muchas cosas bonitas por él. Lo quería, lo necesitaba y demasiado, ansiaba muchísimo más de su amigo. Si lo veía hoy después de almorzar con Carol, estaba dispuesta tantear el terreno con él debía ser cuidadosa y no asustarlo. Aunque igual tenía el presentimiento, es más, estaba casi segura de que Aaron la quería, no se lo había dicho con esas palabras; pero sabía que la apreciaba como ella a él.
¿Qué chico que no está interesando en una joven como ella le diría que era hermosa cuando sonreía, y que sus ojos tenían un brillo que lo llenaba de paz?
Comprendía que era tímido, ella también lo era, pero necesitaba decirle lo que sentía y hacerle entender lo importante que se había vuelto en su vida. Ella podía leer entre líneas, entendía que quizás el temía perder la amistad, pero eso nunca pasaría, Anabel no lo permitiría.
Una vez que terminó de comer, se arregló para ir nuevamente al arroyo. Necesitaba verlo, porque no sabía si el día de mañana estuviera tan dispuesto de regalar su corazón sin anestesia; y cuando a lo lejos lo divisó casi sintió que ese órgano vital se le saldría por la boca. Debía calmarse o se daría cuenta antes de tiempo.
—Ho-hola ¿llevas mucho tiempo a-aquí? —Tosió, para disimular su naciente tartamudeo.
—Lo suficiente —dijo y sonrió enigmático—, Más de lo que crees.
—Air, eres increíble. Yo no tendría tanta paciencia —Nerviosa quitó de su cara unos rebeldes mechones que le dificultaban la vista. A veces se preguntaba cuándo sería el día en que sus hebras no se convirtieran en un nido de pájaros sobre su cabeza—. Y hablando en serio. Casi pensé que te habías olvidado de mí, o que te habrías ido con tu amigo sin despedirte —musitó.
—Lo sé, eres realmente impulsiva e inquieta. Y por otro lado, los seres humanos olvidamos muy rápido, An —Sonrió divertido, pero dejó de reír cuando se dio cuenta que ella hablaba seriamente—. Pero no me olvidaría de ti, estos días solo fue que...—Desvió la mirada. Ya que no sabría como mentirle cuando ella lo miraba con aquellos ojos pardos brillando, titilando por lágrimas no derramadas. Y todo por su culpa—. Tuve cosas que hacer cerca de casa. Así que no te debes preocupar. No me despediría de mi maraña de pelos particular —Vio que su pequeña broma la hizo fruncir el seño, a la vez que se arreglaba el cabello. Poco a poco pudo divisar una pequeña y hermosa sonrisa que trataba de ocultar.
—Meh. Así me quieres, ¿o no? —Anabel sonrió con suficiencia cuando lo vio sonrosarse. Ella estaba igual de roja que él, pero debía actuar. Lo miró directamente a los ojos—, Air, quiero confesarte algo.
—¿Qué cosa?
Anabel le incomodaba que a pesar de lo bien que se llevaran, él nunca se acercaba a ella más que lo suficiente. Ni siquiera se habían dado las manos, nada de nada y eso la inquietaba un poco, pero ya habría tiempo para hablar de ese tema después. Tampoco era que se irían a casar al día siguiente o algo así.
—Me gustas Aaron, eres muy importante para mí y te quiero.
—Yo también te quiero Anny —Le respondió genuinamente.
—No, no comprendes —Anabel sentía su cuerpo arder de la vergüenza—. Te quiero, y no solo como amigo —Tomó aire para armarse de valor—. Quiero que seas mi novio.
Los nervios la atacaron, Aaron se había quedado mudo. Moriría si él la rechazaba. Todos los chicos en el colegio decían que nunca andarían con un adefesio como ella, las niñas eran aun más crueles. Esperaba su respuesta y cada segundo que pasaba era como si le clavaran una daga en su corazón. Dio media vuelta para alejarse de allí. Ella al ver que no respondía, intentó escapar de bochorno con lo poco que le quedaba de dignidad.
—Anabel, por favor no te vayas —Aaron se sentía aturdido, no sabía que decirle. No quería perderla, pero no se puede perder a lo que nunca ha sido, ni será tuyo—. Yo también te quiero. Si fuera por mí, haría lo que fuera para que seas mi novia y cuidarte, pero no...
—¿No? —dejó escapar en un susurro estrangulado las palabras.
—No soy de aquí ¿sabes? Eres una chica inocente que no se merece a alguien como yo —Quería aplicarse mejor pero las palabras no salían como él deseaba—. Ni siquiera sé cuánto tiempo estaré aquí, me iré Anabel y más nunca me verás —la miró apenado.
—¡Eres un cobarde! —gritó con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué no me dices que simplemente no quieres andar conmigo; porque soy un monstruo? No soy tan inocente. No es que tuviéramos una gran diferencia de edad. Pronto cumpliré diecisiete, hay personas que salen y tienen hasta quince años de diferencia. A no ser que no me quieras por ser fea. ¿Porque me veo horrible? ¡¿Es eso?! ¡¿Dime de una b...
—¡Cállate! —Anabel se congeló en su lugar por el duro tono de su voz—. No digas estupideces, no eres ningún monstruo. Eres hermosa —suspiró cansado de la situación—. Tus cicatrices no hacen de ti algo horrible, feo ni nada de lo que piensas. Cada unas de tus marcas me muestra lo que has luchado, eres una sobreviviente, Anabel, ellas no reflejan tu verdadera belleza. Y la edad es algo de lo que me tiene sin cuidado.
—Tócame.
—¿Qué?
—Quiero que me toques, que me beses. Si de verdad sientes algo por mí, demuéstrame que es verdad lo que dices. ¿O todo lo que me has dicho es una mentira?
—No se necesita tocarse o besarse para demostrar sentimientos —Debía entender, ella tenía que comprender— Si piensas de esa forma, estás muy equivocada, Anabel. Aunque yo sea tu novio, esposo, amante. —Aaron caminaba nervioso de un lado a otro. No quería lastimarla, pero al parecer decir la verdad o una mentira la afectaría de igual forma—. Eso no le daría derecho, ni a nadie de tocarte, de besarte. Eres tu quien decide si deseas recibir el beso o no. ¿Para qué complicarnos? Somos felices estando juntos, así como estamos.
—Te lo repetiré otra vez —Su voz era sombría, carente de alguna emoción—. Quiero que me toques, te lo estoy pidiendo. Dices que soy dueña de mi cuerpo, ¡Pues bien! yo te doy permiso, ¡Al menos sujeta mi mano! No puedo creer que ni siquiera los amigos puedan aunque sea tomarse de las manos. En todo este tiempo nunca he llegado a rosarte de casualidad, ni saludarte con un beso en la mejilla. Te lo pido. No quiero pelear contigo, pero estás haciendo que me moleste de verdad —Al ver que él no se movía se acercó, y como arco reflejo Aaron se echó atrás e hizo una extraña mueca. El rechazo fue como si todas las curitas que poseía en su alma fueran arrancada sin piedad—. Si tanto asco te doy, solo tienes que decírmelo —Él quiso responder, pero Anabel no se lo permitió—. No quiero tu lástima Air. ¿Y sabes qué? —Lo miró con todo el rencor que tenía su ser—. Si para ti esto es estar juntos, no me quiero imaginar cómo sería estar realmente alejada de ti. Así que te haré las cosas más fáciles; No te quiero ver ¡para mí estás muerto!
No le dio oportunidad para que la convenciera de lo contrario, apenas terminó su diatriba para irse como alma que lleva al diablo. No quería tenerlo cerca, ni mucho menos escucharlo. Estaba muy molesta, quizás estaba exagerando, pero ya era demasiado tarde para echarse para atrás.
Cuando llegó al cercado de madera, tuvo que recomponerse. No quería que Carol o Michel se preocuparan, ya ellos tenían sus propios problemas. Fingiendo su mejor sonrisa entró a la casa.
—Anabel, Cielo, ¿Estás ahí?
—¡Sí! —Respondió mientras subía las escaleras para encontrarse con Carol—. Acabo de llegar.
—Gracias a Dios —Le sonrió con algo de pena, antes de preguntar—. ¿Me podrías ayudar un momento en el cuarto de Evan? Es que Michel acaba de salir de la ciudad por su trabajo y necesito un poco de ayuda para cambiar las sábanas.
—Está bien, vamos.
—Eres un amor, de verdad no te pediría ayuda si no fuera realmente importante.
Anabel le restó importancia, su mente estaba años luz de donde se encontraba. Solo podía pensar en el rechazo de Aaron. En ese momento disimulaba su decepción, pero por dentro se desmoronaba de a poco.
—Ven, pasa —Desde que se mudó a vivir con los Scott, jamás había puesto un pies en el cuarto de Evan. No recordaba si era porque no quería hacer que ellos se sintieran incómodos; o que pensaran que ella sentía lástima al verlo, quizás, simplemente ella le incomodaba entrar. Bueno, todo cambiaria ese día—. Sostenlo de esta forma, mientras voy retirando las sábanas lo más rápido que pueda.
—Vale.
Sostuvo al débil cuerpo como Carol le había dicho. Cuando aceptó fue con la intención de distraerse, pero estar en esa habitación tan fría; le hacía tener los pelos de puntas. Agradecía que al parecer el chico no estuviera conectado a una maquina respiratoria. Solo parecía un joven flacucho y pálido durmiendo. Eso le quitaba un peso de encima.
La pared que se encontraba detrás. En la cabecera de la cama; estaba repleta de medallas y varios diplomas por sus actividades extracurriculares. Siguió recorriendo la mirada hasta que se topó con otra pared con muchas más cosas, certificados, fotos y algo le llamó la atención.
—¿Qué es esos de allá? —Señaló a otro mural lleno de fotos, creando una especie de collage.
—Eso es un collage hecho por Ron —la mirada de Carol se llenó de tristeza—. Él y Evan, hacían juntos paisajismos los fines de semana. Puedes ver si quieres. Ya el resto lo puedo continuar sola.
Anabel se acercó al mural confirmando, qué él amigo de Evan era Aaron. Su amigo esperaba todos los días cerca del lago hasta que despertara del coma. Estaba molesta con una persona tan noble con él, por una tontería; cuando su mejor amigo estaba postrado en una cama. Se sentía tan egoísta.
—Carol, ¿por qué Aaron, no viene a visitar a Evan?
—Pues —dijo un poco desconcertada de que Anabel supiera el nombre del chico, le contestó con pesar—. Él trató de salvar a mi hijo ¿sabes? —Pequeñas lágrimas peligraban por caer en sus mejillas al recordar lo sucedido—. Lo empujó para que el camión no lo arrollara, pero aun así mi hijo cayó al suelo y se golpeó fuerte con una piedra en la cabeza —La destrozada madre tuvo que sentarse para continuar—. Aaron murió por culpa de un camionero borracho y desde entonces Evan ha estado en coma. Así de injusta es la vida.
La joven dejó de escuchar, desde el mismo momento en que Carol dijo las palabras; muerte y Aaron en la misma oración.
«No puede ser, tiene que ser una broma» Pensaba la adolescente.
—¿Murió? —Anabel no podía respirar con normalidad. Al ver que ella le respondía afirmativamente, pensó que se desmayaría—. Yo, necesito respirar—Se puso en pie, todo su cuerpo temblaba.
Tambaleándose se fue corriendo de cuarto, sintiendo un gran dolor en el pecho. Carol pensó que había revivido una secuela del accidente de sus padres, por lo que decidió no seguirla. Conociéndola era mejor darle su intimidad. Aunque se moría por alcanzarla. Abrazarla para que supiera que en su casa se podía sentir segura y querida.
Anabel bajó en tropezones las escaleras, corrió hasta que sintió, que sus pulmones ardían como un fuego devastador. Se cayó varias veces pero no se detuvo hasta llegar a él. Necesitaba saber que no estaba loca, que Aaron no había muerto.
—¡Aaron! ¡Air!
—¿Anny, qué pasa?
Anabe casi salta del susto cuando él apareció tras de ella.
—Gracias a Dios. Creí haberme vuelto loca —Una risa nerviosa salió de sus labios—. Carol, me acaba de jugar una broma de mal gusto. Me dijo que estabas muerto —La expresión de Aaron cambio—¿Air?
—Es cierto —Se acercó a ella y colocó su mano sobre su hombro, ésta atravesó su piel—. No puedo tocarte porque estoy muerto. Lo siento. Yo de verdad...
—¡No! ¡No! ¡No! Dime que no es cierto —Anabel sé tiró a llorar en el suelo. Aaron no hacía nada por llevarle la contraria—. ¡Basta! No pue-do, ya no... —Sus ojos se encontraron—¿Qué se si-supone que haga? ¡Dime! —Anabel, se mecía de atrás hacia adelante, abrazándose para controlar los espasmos de su llanto. Su pecho dolía, tanto que le dificultaba respirar. Comenzó a susurras ajena a lo que le rodeaba—; To-todas las personas a las que he —Tuvo que tragar saliva para pasar el nudo que obstruía su garganta y poder continuar— ¡Todos a los que he a-amado están muertos, mis padres, tú! —Terminó gritando otra vez, mientras lo miraba con sus ojos rojos. A su vez él pasaba el pulgar sobre su mejilla, solo sintió una leve brisa que acariciaba su piel, que consolaba a su alma, pero muy lejos de calmar el tormento que habitaba en su ser—. ¡Yo debería estar muerta!
El tono que empleó asustó a Aaron, no le gustó para nada el brillo de su mirada.
—No digas tonterías —la miró con preocupación cuando ella se quedó mirando a la nada, como si le hubieran vaciado el alma—. Me gustas como eres, si mueres ya no serías tú.
—Ya no sería yo —susurró, alzándose de forma brusca—. No sentiría más dolor, ni estaré lejos de ti ni de mis padres —Anabel emprendió el camino de regreso a casa. Mientras Aaron trataba de hacerla entrar en razón; le gritaba, le suplicaba, pero ella no lo escuchó. Él tenía una leve idea de lo que ella podría estar pensado hacer y eso no le gustaba nada.
Cuando llegó a la vivienda, ella corrió a su cuarto y cerró su puerta con llaves. No se paró a saludar al hermano de Carol, con el que había tropezado en el pórtico de la entrada. Una vez estando segura; buscó en sus gavetas el objeto que la ayudaría a cumplir su objetivo.
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