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Capitulo dos

          Los días transcurrieron y, por algún motivo, Anabel continuó yendo al lago. No sabía si era porque el paisaje le agradaba o si el chico lindo la desconcertaba. Él siempre estaba ahí antes que ella llegará y seguía, Dios sabe qué tanto tiempo más, después de que ella se retiraba. Solo se quedaba viendo el rio correr. Quien sea al que el joven estuviera esperando todas las tardes, no daba muestra de venir a su encuentro y dudaba que lo hiciera.

El chico del árbol, al parecer no se daba por vencido o quizás la persona llegaba cuando ella se iba. Y si era así, lo lamentaba, pero no dejaría de ir. Le gustaba el lago, sus alrededores, todo; y de cierta forma la presencia de él, la tranquilizaba mucho más que las pinturas o dibujos en los que se metía de cabeza. Por eso ese día tenía pensado hablar un poco y quizás conocerlo. Saber quién era esa persona que tanto esperaba.

—¿No te cansas de esperar todos los días, todo el tiempo?

—Hola, para ti también —Le respondió a su vez sonriente, ella solo se pudo sonrojar—. La verdad no me canso de esperar, además, no solo me quedo por aquí, también tengo algunas cosas pendientes por hacer, ir a otros lugares después y bueno, yo sé que pronto llegará. Nunca me equivoco, igual me gusta estar aquí. Me llena de tranquilidad.

—O sea, que tu novia siempre llega tarde —Ni siquiera preguntó, lo supuso así como si nada. Enfocándose en el único tema que le llamaba la atención en ese momento—. Yo no esperaría tanto, si sé que van a llegar tarde a una cita. No tengo tanta paciencia.

—¿Y quién dijo que espero por una cita? —Se carcajeó—. En realidad estoy esperando a un amigo. Se podría decir que siempre hemos tenido encuentros clandestinos; de vez en cuando por estas zonas y sus alrededores. Y entre todo el pueblo, mi lugar favorito es este. Esa es la razón, nada del otro mundo.

—Ah. Un amigo. —asintió perdida en sus pensamientos.

—Sí, le prometí que lo esperaría. Debo hacerlo y esperar a que él se anime a dejar el nido de sus padres, para hablar y así irnos de viaje. Lo más lejano de este pueblo, es el objetivo; partir a nuestra nueva aventura. Tendremos la travesía más increíble de nuestras vidas.

—Ya veo, ¿pero por qué tu amigo no termina de madurar? ¿Quizás se escape de su casa y se van? Solo en caso de que sus padres sean unos tiranos.

—Es que no es así de fácil —Con un ademán le indicó que se acercara más a él para que se le hiciera más cómodo hablar—. No sé siente preparado para dejar atrás a su familia, son gente realmente buena, pero cuando se decida, podrá emprender esta huida de este lugar conmigo. Yo como buen amigo que soy, me corresponde esperar a que él se deje ir, de una buena vez.

—¿Son gais? —chilló sorprendida Anabel. El pensamiento simplemente salió sin filtro alguno.

—Vaya, ni siquiera sabes mi nombre y ya haces prejuicios de mí.

—Lo siento. Pero tu forma narrar, hace a mi cabeza volar e imagine cosas —susurró apenada bajando la cabeza—. Nunca he conocido una pareja gay, por eso me sorprendí. No medí mis palabras. Mis padres siempre me decían que era muy imprudente cuando hablaba.

—No somos gais, solo no se siente listo para viajar y yo debo esperar hasta que se decida. No es divertido viajar solo, por lo menos, no en mi caso —Mirándola seriamente preguntó—¿Decían? ¿Ya no te lo dicen?

—No —dijo cortante, cambiando su buen humor drásticamente—. Murieron.

—Lamento lo de tus padres —sonrió apenado—. La muerte es una transición de la vida, tiene que pasar en algún momento. Y debemos aceptarlo nos guste o no.

—¿Tú qué sabes? —se levantó como un resorte, mirándolo despectivamente—. Eres solo un adolescente. Igual que yo. ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? ¿Qué tantos años de sabiduría puedes tener? Solo por tener un par de años más, no te hace más sabiondo.

—Sé más de lo que crees —reviró. El tono que usó no le gustó nada a Anabel, no se iba a ir del lugar simplemente por sus diferencias de opiniones, mas sí se alejaría de él, para pintar, ya no le apetecía hablar con el joven—. Tengo Dieciocho —No mintió, pero tampoco fue honesto completamente con esa información—. Antes de que te vayas, me gustaría saber tu nombre y no llamarte gruñona en mi mente.

—Yo no soy gruñona —Su ceño se frunció, respiró hondo y soltó de mala gana—. Soy Anabel. Y tengo dieciséis años y medio. —balbució al final. Se alejó a pasos apresurados a su lugar habitual. No sabía por qué razón se ponía nerviosa, enojada y muchas cosas que la desequilibraban estando cerca de él. Hasta el punto de decir niñerías como la que acababa de decir; sobre su edad a medias.

—Así que anaconda y cascabel —Al ver que ella se detenía, se percató de su error; dijo en voz alta sus pensamientos. Sonrió divertido y para recompensarla le gritó—. Yo soy Aaron.

—Perfecto. Ya que no tuve tiempo de inventarte un apodo en mi mente —respondió sarcásticamente. Y sonriendo le preguntó—¿Mañana también estarás?

—Es posible, claro. —una hermosa sonrisa surcó sus labios—. Creo que mañana sería la primera vez que deseo que mi amigo no venga a verme, para poder otra vez hablar contigo.

El estómago de Anabel dio tres vueltas, sufrió de tres tsunamis y sentía que un terremoto de nueve coma cinco hacia destrozos bajo sus pies. No podía pintar con los nervios a flor de piel, por lo que decidió tomar sus notas y despedirse a lo lejos, como una vil cobarde. No sabía qué le pasaba.

**

Las semanas fueron pasando y en nada, dos meses pasaron desde que se habían presentado formalmente. La felicidad que Aaron despertaba en ella la hacía brillar; haciendo olvidar de los malos momentos que vivía en clases, y que la carga que sentía desde la muerte de sus padres se hiciera más ligera.

Tanto era su cambio que no pasó desapercibido por Carol. Su tutora estaba curiosa de estar al corriente de la razón por la cual Anabel al llegar de clases, hacía sus quehaceres inmediatamente, para desaparecer y a pasar las tardes en Dios sabe dónde.

Y cuando regresaba ya al atardecer, se veía cada vez más como una niña de su edad; como si nada la atormentara. Sea lo que fuera que la tuviera así, no se lo cuestionaría, nada de presionarla. La dejaría hacer lo que sea que estuviera haciendo.

Pero realmente Anabel, tenía días en los que se le hacía difícil sobrellevar el dolor, la indiferencia, las burlas de algunos de sus compañeros; la hacían sentir mal. Ella no eligió tener cicatrices, no fue su elección ir ese día con sus padres en el auto. Solo quería estar en casa y ver una película con ellos, como cada sábado. Un cambio de planes. Le había dicho su padre. Nunca se esperó tal cambio.

Sus viejos amigos no la comprendían. Los pocos que la visitaron la miraron con lástima, otros solo fueron para ver lo destrozada que estaba. Vencidos por el morbo de ver el dolor ajeno, era la razón que los impulsaban a acercarse a ella.

Sus nuevos compañeros, en su mayoría no la querían. Y los pocos que trataban; siempre estaban más pendiente de ver sus cicatrices con disimulo, mientras conversaban en clases. Lástima que ellos no disimulaban muy bien. Nunca imaginó que vivir fuera tan difícil.

—Es asquerosa.

—Debería de regresa a la alcantarilla de la que huyó, esa rata.

—Monstruo.

—Que se largue ese espanto de la escuela.

—Es una pequeña maldita. Nos traerá mala suerte.

—Me da nauseas de solo verle la cara.

— Debería de pagar unos miles, para ver si arreglan su feo rostro.

Las voces de sus compañeros martillaban su cabeza; aturdiéndola, borrando la sonrisa que surcaba su rostro esa mañana. El día anterior Aaron le había hecho reír tanto, con sus tontas ocurrencias. Para ser destruidos por el desprecio desmedido que recibía en el salón de clases.

Era un mal día. Se sentía como un verdadero desastre emocional. No soportaba más, ni siquiera los profesores intervenían, se quedaban allí viéndola con lástima. No quería estar más en donde no la quería, no le hacía sentir bien.

Unas de las pocas chicas que trataba en ese infierno de escuela, le mostró con mucho pesar su móvil. Ahí salía una imagen con mucho zoom, donde exageraron más sus cicatrices, creando una especie de collage, agregándole nombres de carreteras, barrancos y hasta una leyenda del supuesto mapa; hecho por los malditos. Quería llorar, golpear, pero no tenía ya fuerzas. La poca confianza que había reunido, la habían pisoteado y destrozado ese mismo día.

Decidió ir a casa. No importaba si la reportaran, si los profesores no tomaron cartas en el asunto. Ella tenía todo el derecho a saltarse las clases, pero a mitad de camino tomó la decisión de ir hasta el riachuelo. Quería encontrarse con Aaron. Necesitaba desahogarse con alguien; y no quería molestar a los Scoot. Suficiente tenían con tener a su hijo recluido en una cama. Para que luego ella le sumara más problemas a su casa.

—¿Aaron? —Rastrilló con su mirada el lugar y no lo encontró—. ¿Estás? Necesito hablar con alguien —Un nudo se instaló en su garganta, no había señal de su amigo—. En serio, necesito mucho estar con alguien que me entienda en estos momentos —Lágrimas empiezan a serpentear por sus mejillas—. No quiero estar sola.

Nada, ni una sola señal del joven. Temblando como una hoja caminó por la orilla del rio, hasta situarse cerca del pequeño arroyo. Nunca se había alejado tanto de casa, pero necesitaba mucho calmarse. No podía llegar en ese estado y preocupar a la pobre de Carol.

Se inclinó para lavarse la cara y quitarse poco a poco las manchas del rímel, que rara vez usaba para ir a la escuela; era lo único que se aplicaba de maquillaje. Decir que parecía un mapache seria un insulto para el astuto animal. Estaba hacha un desastre de nervios y sus emociones estaban en conflictos ese día.

**  

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