Prólogo
Prólogo
La aparición de nuevos compañeros en el camino no era algo que sorprendiese ya a ningún miembro de la compañía de Carfax. A lo largo de toda su historia, más larga de lo que algunos querían pensar, pero más corta de lo que algunos de ellos presumían, muchos habían sido los hombres y mujeres que habían surgido de la nada para unirse a sus filas. Muchos adultos, algunos jóvenes, y algún que otro niño, pero todos igual de confusos y desorientados que los anteriores. Juntos habían ido surgiendo de la nada para abrazar la nueva realidad que se abría ante ellos; una realidad que a duras penas podía ser descrita, pues el espacio variaba continuamente haciendo y deshaciendo cuanto había a su alcance, pero que ofrecía todo tipo de oportunidades y posibilidades frente a las cuales la esperanza brotaba en los hombres como la niebla en el horizonte.
Barak Zane, el más antiguo de todos los miembros de la compañía, afrontaba la aparición de nuevos compañeros con entusiasmo. El incremento de bocas a las que alimentar y proteger solía preocupar a los adultos de la compañía, y más cuando los tiempos eran tan complicados como los que en aquel entonces vivían, pero para él todo se resumía en señales. Unas señales que, entendidas desde su retorcido punto de vista, reverenciaban su buen hacer y le animaban a seguir adelante. Después de todo, ¿de qué otro modo podía verlo, si no? Aunque Zane se vanagloriaba asegurando que él había sido el fundador de la compañía, lo cierto era que cuando él fue encontrado eran más de veinte hombres los que conformaban Carfax. Todos ellos, fuertes, nobles y leales, le habían enseñado el camino a seguir y el modo en el que enfrentarse a él, y gracias a ello había logrado sobrevivir. Sin embargo, para poder alcanzar su nada desdeñable edad, muchas vivencias habían sido las que había experimentado y padecido, y entre ellas, muy a su pesar, la pérdida de todos sus mentores y amigos.
Incluso había llegado a quedarse solo. Los terrores que asolaban la realidad le habían perseguido durante largas temporadas sin darle apenas un instante para respirar, pero finalmente había logrado liberarse de su acoso, y uno a uno había ido encontrando a los compañeros que en aquel entonces conformaban la nueva compañía.
Barak Zane sabía que era un afortunado. Muchas habían sido las compañías que se habían perdido durante los periodos más oscuros. Compañías formadas por centenares de hombres y mujeres que, de un día a otro, habían desaparecido en mitad del desierto de niebla para no volver a aparecer jamás. En aquellos casos, los miembros de la compañía achacaban su mala suerte a la crueldad del Fabricante. Barak, en cambio, prefería pensar que era el capricho de los números lo que había provocado su inminente desaparición.
Una mala tirada de dados: una mala mano de cartas.
La numerología era importante para Carfax, y todos sus componentes eran conscientes de ello. Aunque en otros tiempos su población había disminuido hasta el número uno, en aquel entonces su número no podía superar los trescientos noventa y nueve. El hacerlo provocaba una situación de desequilibrio, y esa situación, como bien sabían todos, era algo que no podía ser aceptada; si se unían nuevos miembros, otros tenían que abandonar. Pero incluso así, conscientes de que cada paso les acercaba más al precipicio de la muerte, no dudaban en seguir adelante. Permanecer estáticos no era una opción, y mucho menos cuando no había lugar alguno en el que aguardar.
Porque no había nada. A todos los recién llegados les costaba entenderlo, pues sus mentes aún viciadas por el cambio no eran capaces de comprender el significado del término "vacío", pero acababan por hacerlo. No tenían otra opción. Todo cuanto una vez hubiese habido había desaparecido, y a parte de niebla, oscuridad y una realidad cambiante que no cesaba de mutar segundo tras segundo, no había más.
O al menos eso era lo que los más pesimistas se veían obligados a creer.
Zane, conocedor y amante acérrimo del término esperanza, sabía que más allá de aquellas oscuras nubes había algo. Era difícil que el resto lo entendiese, pues muy pocos eran los privilegiados capaces de percibir la realidad como él hacía, pero su convicción era tal que los suyos habían acabado por creer en su palabra. Más allá de aquella ventisca de vacío se ocultaba un destino que alcanzar, y, día a día, viajaban en su búsqueda.
Pero no eran los únicos. Muy escasos eran los hogares que el Fabricante estaba dispuesto a ofrecer a sus huéspedes. Una, dos, tres... Él había podido ver tres de aquellas ciudades, y al menos una de ellas ya estaba ocupada. Así pues, aquellos dos posibles hogares eran su objetivo. Lamentablemente, muchas eran las compañías que competían por conseguirlo. Compañías que, perdidas en el gran laberinto que era la realidad, aparecían y desaparecían en su camino arrastrando consigo la guerra y el miedo.
La supervivencia era complicada. Carfax era una compañía fuerte y preparada, formada por hombres a los que los años de conflicto habían convertido en luchadores natos. Sin embargo, la realidad cambiante provocaba que cada batalla fuese distinta. Las opciones se multiplicaban, y el enemigo, siempre invisible y tan astuto o incluso más que Barak Zane y los suyos, tenía el instinto de supervivencia demasiado desarrollado como para poder llegar a ser previsible. A pesar de ello, Carfax sobrevivía. La muerte se llevaba consigo a todos cuantos caían, pero pronto sus buenos actos eran premiados con nuevos compañeros.
El equilibrio era elemental... hasta que dejaba de serlo, claro. Zane era consciente de ello. Hasta entonces estaba siendo un hombre afortunado cuya vida estaba gozando de más días de lo que ningún otro había conseguido, pero sabía que, llegado el momento en el que el Fabricante se sintiese decepcionado ante su falta de éxito, la suerte le abandonaría. El equilibrio elegiría otro número con el que marcar el destino de la compañía, y él sería el primero en caer. Al fin y al cabo, siempre sucedía. Por suerte, Carfax contaba con cierta ventaja, y es que, mientras que la mayoría de compañías viajaba totalmente a ciegas, él y unos cuantos de sus compañeros eran capaces de atisbar el objetivo de vez en cuando.
Desde el principio de sus días, Zane se había creído distinto. Su mente pervertida por los recuerdos ya olvidados de su antiguo yo había tardado en reconocer cuanto le rodeaba, pero una vez lo había hecho, sus sentidos se habían desarrollado de tal modo que, más que un inquilino, Barak se sentía como el dueño. Sus ojos eran capaces de ver aquello que la niebla cubría, y su instinto, el instinto propio de un superviviente cuyo concepto de muerte distaba mucho de un destino, le permitía escapar y esquivar a tiempo todo aquello que su cuerpo físico no era capaz de burlar. Era, como a él le gustaba decir, cuestión de suerte, pero también de genética. Él había despertado con aquel don, y aunque durante largo tiempo creyó ser el único, pronto otros compañeros se cruzarían en su camino con sus mismas cualidades e, incluso, mejores.
Aquellos hombres y mujeres eran reverenciados y temidos por igual por sus camaradas. Su función principal en la compañía era la de guiar a Carfax hasta una de aquellas dos ciudades, pero también la de velar por su seguridad y bienestar, y protegerles de aquellos peligros cuyo instinto únicamente parecía captar; persuadirles para que la desesperación no les hiciese abandonar el camino y, llegado el momento, ayudarles a dar el paso al frente cuando el desequilibrio numérico y la muerte jugase en su contra.
Era gente diferente. Los miembros de la compañía lo podían percibir cada vez que uno de ellos se acercaba, cada vez que cruzaban las miradas o, simplemente, al pensar en ellos. Aquellos hombres y mujeres poseían capacidades y características que les facilitaban la supervivencia, y, quizás por ello, además de por el miedo que les despertaba a los miembros de la compañía todo lo diferente y misterioso, eran esquivados.
Pero queridos o no, ellos existían, y el destino de la compañía, les gustase o no a sus componentes, en gran parte dependía de ello.
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