Capítulo 19
19 – Tango al filo del vacío
Los primeros cinco días transcurrieron con relativa normalidad. Convertidos en una silenciosa compañía errante, Carfax había recorrido ríos y ríos de niebla antes de hallar al fin el primer punto de encuentro que el Fabricante había preparado para aquel dichoso viaje. Durante aquellos días la tensión y los miedos habían sido más que palpables al marcar el silencio cada uno de sus pasos. Sin embargo, por encima del mudo clamor del miedo, había algo que impedía con mayor motivo que ninguno de los presentes se expresara libremente, y aquel motivo era la vergüenza. La vergüenza de haber emprendido aquel viaje a costa de dejar a sus compañeros atrás, de haber traicionado aquello por lo que tanto habían luchado y, lo que era aún peor, de no sentirse culpables por ello.
Si el Fabricante les había dado aquella oportunidad, ¿quién eran ellos para rechazarla?
Tras un largo ascenso de más de siete horas por una ladera de niebla interminable, los ojos de Barak Zane lograron divisar un estrecho camino inscrito en la piedra del camino. El cronista hizo detener a la compañía, pero únicamente durante los minutos en los que la avanzadilla formada por Maxwell, Layla y Adam exploraba la zona. Poco después, con buenas nuevas como respuesta, reiniciaron la marcha adentrándose en el estrecho camino de piedra que daba al más impresionante y aterrador desfiladero jamás conocido por Carfax.
El mundo parecía haber sido cortado a cuchillo. A lo largo de su vida Barak Zane había viajado cerca de cañadas e, incluso, en alguna que otra ocasión había llegado a escalarlas. Sin embargo, ninguna de aquellos parajes anteriormente visitados podía compararse ante el paso que se abría ante ellos.
Hizo un alto para que sus hombres tomasen un descanso. Aunque el camino les llevaba a uno de tantos salientes del desfiladero, a sendos lados lenguas de tierra conformaban sinuosos entramados de poco más que tres metros de ancho antes de caer en picado hasta el Fabricante sabía dónde.
Se preguntó qué debía hacer. El otro extremo del camino les aguardaba a cientos de metros de distancia, y nada parecía poder ser empleado para cruzar aquella larga distancia. Nada al menos a simple vista, claro. Si el Fabricante les había llevado hasta allí era porque confiaba en que encontrarían la manera de seguir adelante... y así harían.
Un rápido paseo por los alrededores le bastó para divisar en la lejanía extrañas construcciones de posible gran utilidad. Zane estudió la localización desde la distancia, valiéndose de un catalejo recientemente adquirido gracias a la muerte de uno de sus compatriotas. Había extrañas construcciones de lo que parecía ser metal alzándose hasta rasgar el cielo, pero desde aquella distancia era incapaz de reconocerlas. Para comprobarlo, volvió a elegir a Adam. A diferencia de él, que empezaba a estar demasiado mayor para intentar incluso seguir la estela de los más jóvenes, Adam eran rápido y ágil: aquella exploración no supondría ningún reto. Así pues, tras informar al cronista de sus deseos, ordenó al nuevo capitán formar una patrulla que examinara el otro extremo del camino. Con un poco de suerte, si sus ojos no le engañaban, la buenaventura llevaría a los carfaxianos hasta la siguiente etapa.
Seguido por Maxwell y su fiel compañera Layla, Adam se puso en camino. La distancia a recorrer era bastante superior a lo que aparentaba, pero al tratarse de un trecho relativamente plano y limpio no resultó ser tan cansado como a simple vista había creído. Además, las vistas eran exquisitas. Mientras que a la mayoría les aterraba el verse atrapados contra lo que, en toda regla, era un corte en la superficie terrestre, Adam sentía que le crecían alas al verse bordear la muerte con tanta sencillez. Era innegable que un mal paso o un traspiés podía acabar con lo que hasta entonces estaba siendo una vida singular, no obstante era aquel peligro lo que le hacía sentir completo. Maxwell y Layla, por su parte, no mostraban más que indiferencia ante la peligrosidad del camino. El equilibrio de ambos era exquisito, por lo que ni tan siquiera se planteaban la posibilidad de poder caer. Además, al igual que le pasaba al cronista, Maxwell sabía reconocer un paisaje impresionante y, sin lugar a dudas, aquél lo era.
Casi una hora después del inicio de la marcha, la senda se ensanchó ligeramente. A partir de aquel punto el musgo y la vegetación se sumaban al camino conformando agradables y vistosas alfombras verdes sobre la superficie resbaladiza del suelo y los límites de la senda. Adam disminuyó ligeramente la velocidad, consciente de que el porcentaje de fricción del suelo había disminuido alarmantemente, pero siguió adelante. Poco después, tras descender un pequeño terraplén de casi treinta metros de altura y cruzar un corto túnel de piedra, salieron al fin a la pequeña explanada donde Zane había visto las estructuras.
Un rápido vistazo le bastó a Maxwell para comprender qué tenían ante sus ojos. Adam, en cambio, se sintió tan perdido como en otras tantas ocasiones en las que las estructuras más básicas cómo podían ser un hospital o un colegio no significaban nada para él.
—¿Será posible? —exclamó Maxwell sin poder evitar reprimir una tímida sonrisa—. No es el mejor lugar, pero...
—¿Pero qué? —respondió Adam volviendo la mirada hacia su compañero—. ¿Reconoces la composición?
—Por supuesto. ¿Ves aquello de allí? ¿La estructura que se pierde por el desfiladero anclado a la propia piedra? Es una montaña rusa. Y esa rueda enorme que parece estar a punto de venirse abajo es una noria. Y aquel carrusel... bueno, es un carrusel.
—¿Carrusel? ¿Qué es un carrusel?
—Demonios, ¿de dónde sales tú, muchacho?
El uno junto al otro se adentraron en el ya carcomido y maltrecho parque de atracciones. La estrechez del lugar impedía que las atracciones pudiesen extenderse a lo ancho todo lo que hubiese sido necesario, por lo que éstas jugaban con las paredes que componían el camino y el desfiladero para conformar grotescas estructuras de metal imposible.
A parte del carrusel desvencijado, la noria y la montaña rusa, encontraron varias casetas abandonadas en cuyo interior anteriormente había habido vías para cochecitos, una tirolina y una altísima aguja de metal desde la que practicar salto libre. Había también atracciones de saltos y acelerones, puestos de rifas abandonados en los que tan solo quedaban peluches mohosos y algún que otro puesto de algodón de azúcar en el que los insectos no habían tenido piedad. Puestos de bebidas exóticas con las mesas vacías pero las copas llenas de extraños líquidos fluorescentes, preparadas para ser consumidas, pistas de baile repletas de confeti y, conformando una enorme montaña de polvo, miles de máscaras de carnaval doradas y negras en perfecto estado.
Tras un rápido paseo por la zona se detuvieron frente a una enorme montaña rusa cuya vía empezaba en aquel extremo del desfiladero, atravesaba todo el vacío intermedio y finalizaba en el otro lado, más allá de la cortina de niebla.
—Bueno —comentó Maxwell tras poner los brazos en jarra. Aunque la estructura salvaba el vacío existente entre ambos extremos, no ofrecía demasiada seguridad—. Me temo que no hay mucho más que esto. Si lo que Zane quiere es que crucemos al otro lado, tendremos que utilizar esas vías.
—Interesante. —Adam se frotó el mentón instintivamente.
—No parecen demasiado seguras desde luego.
—Probémoslo.
Haciendo gala de su agilidad felina, Adam se encaramó a la colosal estructura con sorprendente facilidad. Bajo sus pies, los postes y las vías parecían ofrecer la mayor de las estabilidades, firmeza y seguridad. Sin embargo, las circunstancias cambiaban notablemente cuando era otro quien lo intentaba. El metal chirriaba, los tornillos tintineaban, y la madera, ya seguramente podrida, crujía prometiendo un destino cruel. Desafortunadamente, no había muchas otras opciones, por lo que, les gustase o no, aquel sería el camino a seguir.
Varias horas después, ya con el campamento alrededor de la enorme estructura que les llevaría al otro extremo del desfiladero, los Carfaxianos se tomaron unos minutos para mentalizarse. El recorrido a través de las vías sería más largo de lo deseado, pero relativamente corto si lograban mantener la mente clara y el paso ligero. Incluso así, no obstante, aquella no era tarea fácil teniendo en cuenta la estrechez de la vía y los sonidos que ésta efectuaba cada vez que el peso de un cuerpo la oprimía.
—¿Crees que aguantará?
Con una palidez poco habitual en ella, Diane contemplaba la enorme estructura enfrentarse al vacío con solemnidad. A lo largo de los metros y metros que conformaban el desfiladero la estructura no tenía sujeción alguna. Era, simple y llanamente, un puente colgante sin sujeciones gracias a las cuales ir avanzando.
—Eso espero —respondió Adam a su lado, bastante más tranquilo que el resto de miembros de la comitiva—. De todos modos te recomiendo que lo cruces de las primeras. Si tiene que caer, que al menos estés al otro lado.
—Qué gran consuelo.
Aunque la idea de convertirse en la probadora oficial de la estructura le resultaba aterradora, Diane era consciente de que cuanto más pisoteadas y maltratadas estuviesen las vías, más probabilidades había de que cayesen. Así pues, lo más inteligente era pasar de los primeros...
Cogió aire. El corazón empezaba a latirle enloquecido en el pecho a causa del nerviosismo que aquella prueba le causaba. Aunque Diane no padeciese de vértigos, no le gustaba tener que confiar su vida a otro que no fuese ella misma.
—Atraviésala conmigo —ofreció Adam—. Tú eres la guía, así que Zane no podrá negarse.
—¿Y qué hay de ti?
—Alguien tendrá que explorar el otro extremo, ¿no crees? —El cronista le dedicó una leve sonrisa—. Vamos, como en los viejos tiempos. Además, quisiera poder explicarte algo que me sucedió hace un tiempo: creo que es adecuado que lo sepas.
Adam alzó la mano como saludo cuando Cheryl pasó frente a ellos correteando tras Layla. La niña, al igual que Maxwell, parecía sentirse especialmente feliz en aquel lugar.
—¿Algo como qué?
—Algo que me pasó antes de que tu "yo del futuro" intentase asesinarme, Diane. Por cierto, quizás deberíamos tratar el tema en algún momento, ¿no te parece? Bueno... fue un tanto incómodo; esa arpía tenía casi tan mal genio como tú... o quizás no tanto. Eso es difícil, aunque quién sabe. Sea como sea, ahora no viene al caso. Acompáñame, ¿de acuerdo? Hablaremos de todo un poco.
Asomarse y contemplar el vacío estremecedor que les rodeaba no era buena idea. Maxwell lo había sabido desde el principio, pero incluso así no había podido evitar lanzar fugaces miradas de vez en cuando. Los quejidos y chirridos de las vías y la quebradiza estructura les advertían de un inminente y desagradable final. A pesar de ello, por extraño que pareciese teniendo en cuenta que tenía absolutamente todos los músculos en tensión, lograba avanzar. Ciertamente no lo hacía con la facilidad y destreza que lo hacían sus acompañantes, los cuales más que caminar parecía fluir como el agua de una fuente, pero se sentía orgulloso de sí mismo. Siendo él el de mayor peso y, por lo tanto, el que más probabilidades tenía de provocar el accidente que acabaría con todos, era de suponer que tuviese especial cuidado. Y así hacía... y no era el único.
Diane, Cheryl, Maxwell, Layla y Adam habían recorrido ya el primer tercio del viaje cuando la niebla emborronó ambos extremos del camino. El grupo hizo un alto, más sorprendido que asustado ante el cambio de condiciones atmosféricas, pero no tardó en reanudar el viaje. Ahora que aparentemente avanzaban en mitad de la nada, la opresiva sensación de estar tentando a la muerte era más estridente que nunca.
Precisamente por ello, antes de que las mentes de sus compañeros pudiesen empezar a divagar y, seguramente, redirigir el camino a seguir hacia una muerte segura, Adam decidió finalizar su hasta entonces silencio prácticamente total. Tal y como había revelado a Diane unas horas atrás, tenía algo que explicar, y ese algo era importante. Tan importante que, concentrados como estarían todos en escucharle, confiaba en que lograrían acabar el camino sin pérdidas.
—Es algo extraño lo que voy a contar —empezó con tono jovial, logrando así captar la atención de todos. El cronista se adelantó unos pasos para ponerse a la cabeza junto a Layla y siguió avanzando, vigilando que allá donde colocaba los pies hubiese suelo donde apoyarse—. Transcurrió en apenas unas décimas de segundo, pero desde entonces no puedo evitar hacerme todo tipo de preguntas al respecto. ¿Fue un sueño? ¿Una alucinación? ¿Una visión del pasado? ¿O simplemente fue verdad? —El cronista hizo un alto—. Fuese lo que fuese, creo que moriré antes de poder olvidarlo.
Aunque logró captar la atención de todos, la ansiedad que reflejaban los semblantes cansados y tensos de sus compañeros ponía en evidencia que aquel viaje no iba a resultar todo lo apacible que hubiesen querido. Desafortunadamente, la posibilidad de regresar no existía, por lo que simplemente dejaron fluir las emociones con cada paso.
—Muy poético, Adam —respondió Diane con los puños casi tan apretados como las mandíbulas—. Es lo último que me faltaba para amenizar este magnífico tango con la muerte. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Rimas?
—Oh vamos, no cortes las alas al chico, Diane —murmuró Maxwell entre dientes mientras gotas de sudor frío le recorrían el rostro níveo—. Teniendo en cuenta los brincos que da, es posible que pronto las necesite...
Cheryl aprovechó los comentarios sarcásticos de sus compañeros para adelantarse unos cuantos pasos y alcanzar a Adam. Mientras que para los adultos aquel viaje estaba resultando especialmente complicado, ella se movía con una agilidad y equilibrio casi prodigiosos.
—¿Qué viste? —preguntó justo antes de alcanzarle.
—Vi...
Tal y como acababa de decir, la visión de Adam había sido muy fugaz, pero tan intensa que aún podía sentir como el corazón se le aceleraba al rememorarlo. Todo había ocurrido hacía unos días, durante la batalla contra el Sol Púrpura. Adam había entrado en la Biblioteca guiado por el instinto, y allí había conocido a Irina. La joven líder de la compañía rival había resultado ser un alma en pena con una trágica historia a sus espaldas. Una mujer fuerte y decidida a vender su alma a cambio de proteger a los suyos, pero con un pesar tan grande que, incluso siendo una enemiga dispuesta a acabar con su vida, Adam no había podido evitar sentir cierta lástima por ella. A pesar de ello, las circunstancias le habían obligado a actuar y, tras un breve intercambio de disparos, el cronista había acabado con la vida de la mujer alcanzando de pleno la célula de energía de su arma. El impacto había provocado que la energía radioactiva que guardaba en su interior se liberase y había sido justo entonces, durante las décimas de segundo que ésta había bañado de intensísima luz la estancia antes de devorarla, cuando Adam había tenido la visión.
Su visión.
En ella Adam había podido ver cómo, más allá del tejido de la realidad, dos hombres le miraban. Uno de ellos era un adulto de unos cincuenta años, de cabello negro ya encanecido, peinado hacia la derecha, y grandes ojos verdes. Aquel hombre, alto, esbelto, vestido de azul celeste de pies a cabeza y de porte aristocrático, le observaba con mirada clínica desde detrás de unas gafas de vidrio circular mientras apuntaba algo en una pantalla táctil. Su acompañante, en cambio, le observaba con una mezcla de curiosidad y compasión que tan solo la lastimera imagen de un ser al borde de la muerte podía ofrecer. El segundo hombre, mucho más alto que el anterior, ancho de espaldas y con el cráneo afeitado, se había mostrado bastante más expresivo que su camarada al contemplarle con aquella burda expresión lastimera, aunque no había sido el modo en el que se habían contraído sus labios lo que le había impactado. Ojalá. Lo que realmente le había quedado grabado en la memoria era la imagen que aquellos vidriosos ojos violetas le habían permitido visionar durante las décimas de segundo que la visión había durado. Una imagen sencilla y simple en la que un Adam sorprendente joven, de poco más de nueve o diez años, suspendido en un líquido verdoso y envuelto por tubos y cables, abría los ojos.
Sin lugar a dudas aquella visión había sido estremecedora, aunque no tanto como no poder darle explicación alguna. Sin datos ni información alguna con la que contrastar, aquella visión no dejaba de ser más que una triste anécdota con la que amenizar el viaje.
—¿Y eras tú? —Curioseó Cheryl tras escuchar atentamente la historia—. ¿De niño?
—¿Estás seguro de eso, Adam? —A pesar de seguir teniendo muy presente el viaje, Maxwell no había podido evitar zambullirse de pleno en la narración—. Puede que te dieses un golpe en la cabeza al estallar la...
—No, no. Eso fue justo antes. —Adam se encogió de hombros—. Después salí disparado contra algo y perdí la conciencia... pero ni tan siquiera así me olvidé. Fue... bueno, fue bastante impactante. Yo me sorprendí mucho, pero no fui el único. Al parecer esos dos tipos no esperaban que abriese los ojos. Fue...
—Fue una alucinación —interrumpió Diane con brusquedad. Adam Merrick hizo ademán de seguir hablando, pero antes de que pudiese hacerlo Russ prosiguió con tono sarcástico, tratando así de invalidar el testimonio—. Una alucinación producto de un trauma, Adam. Nada más. Parece mentira que alguien como tú se deje llevar por esas sandeces...
—Pero...
—Son sandeces, Adam, lo sabes, así que no insistas. Es insultante.
Los dos cronistas intercambiaron una fugaz mirada en la que la sorpresa logró hacer enmudecer temporalmente al primero. Aunque Diane siempre había acostumbrado a mostrarse estricta en según qué facetas, aquel comentario le parecía excesivo, y más teniendo en cuenta el desconocimiento prácticamente total que ambos tenían del ámbito. A pesar de ello, Adam no permitió que sus palabras le afectasen más de lo debido. Es más, en cierto modo había buscado algún tipo de reacción en ella al plantearlas, aunque no aquella, claro. Por mucho que ella lo negase, sabía perfectamente lo que había vivido... y no había sido una simple alucinación. Al menos no una causada por el trauma.
Siguieron avanzando durante unos cuantos minutos más en completo y absoluto silencio, sumidos en sus propios pensamientos. La tensión causada por la brusquedad de Diane había despertado viejos fantasmas en ellos. Unos fantasmas que, paso tras paso, lograron evadirlos de la realidad por la que avanzaban de tal modo que pronto se vieron convertidos en poco más que almas errantes. Era innegable que lo que Adam había planteado no había sido una simple alucinación causada por el trauma. Diane era consciente de ello. Lo que su buen amigo acababa de plantear era algo complicado de explicar y comprender, pero no cabía duda alguna de que estaba directamente relacionado con los sujetos que ella misma había visto dentro de aquellos tanques... lo mismo que, según había explicado su propio "yo del futuro", había provocado el suicidio de Ember en su línea temporal. Así pues, si Adam había sido capaz de ver algo así durante lo que sin lugar a dudas era un claro y potentísimo ataque al mundo en forma de explosión radioactiva, ¿quién podía asegurarle que lo que había visionado no era la auténtica realidad de su vida? Parias, homúnculos, cronistas... seres duplicados con distintos porcentajes de parecido con el sujeto real, y ahora la visión de un Adam vivo encerrado en uno de aquellos tanques de líquido verdoso.
¿Acaso necesitaba más para sacar sus propias conclusiones?
Diane sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas de pura impotencia al ver cómo la niebla empezaba a aumentar a su alrededor. Ahora que parecía ser capaz de unir las piezas del puzle, el Fabricante no deseaba que el resto pudiesen ver en su semblante desencajado.
—Tened cuidado. —Escuchó que advertía Adam desde una lejanía totalmente irreal puesto que estaba a escasos metros de distancia—. Creo que dentro de poco apenas se verá el camino.
—Nos hacemos invisibles —bromeó Maxwell con tono apaciguador—. Cheryl ten cuidado con Layla, cuando nadie la ve come niños.
—Invisibles... —reflexionó Diane.
Maxwell estaba en lo cierto. Aunque el Fabricante intentase modificar el mundo lanzando aquella nube de densa niebla, en realidad ellos eran los que estaban cambiando.
Para advertir al resto de la compañía de su llegada al otro extremo de la vía, Adam y Maxwell encendieron una hoguera. El trayecto había resultado bastante complicado durante el tramo que la niebla había acechado con mayor fuerza, pero finalmente habían logrado completarlo sin sufrir ningún accidente. No obstante, por el momento no podían seguir. No hasta que no llegase el resto. Así pues, tras encender la hoguera los cuatro tomaron asiento alrededor del fuego. Maxwell extrajo de su mochila unas cuantas raciones y comieron silenciosamente bajo la atenta mirada de las llamas. Desde allí las estrellas no eran visibles, ni necesitaban que lo fuesen. Uno junto al otro, sus pensamientos conformaban auténticas constelaciones en sus mentes.
Un rato después de cenar se acomodaron para poder descansar. Zane y los suyos aún tardarían en llegar, por lo que buscaron escondite entre los escombros de la otra parte de la feria que el gran abismo había separado. Maxwell y Layla se tumbaron dentro de un coche de choque, Cheryl en una cama elástica llena de polvo, y Adam, demasiado alerta como para poder conciliar el sueño, se encaramó a lo alto de una torre que simulaba ser un torreón de castillo. Diane, por su parte, simplemente se alejó. Paseó sin ton ni son por las ruinas, y no se detuvo hasta que, un rato después, ya lo suficientemente alejada de sus compañeros como para que no pudiesen escucharla, se dejó caer pesadamente en un banco de piedra cualquiera.
Empezaba a sospechar que el trauma que había llevado a Ember a la muerte no distaba mucho de su descubrimiento.
Recostó la espalda sobre la dura piedra blanca del banco y cerró los ojos. Posiblemente provocado por la sugestión, el sonido burbujeante del líquido verdoso al entrar y salir de todas las cavidades físicas empezó a reverberar en sus oídos.
¿Y si fuera cierto? ¿Y si todo aquello no fuese más que un simple juego al que les estaban sometiendo mientras sus auténticos cuerpos yacían encerrados en tanques del Fabricante sabría qué? ¿Acaso morir no significaría el final de aquella mentira?
Fuese cual fuese la respuesta, la idea resultaba demasiado cruel como para incluso planteársela. Además, su "yo del futuro" había dicho que tan solo un miembro de cada compañía podía llegar al final... ¿significaría entonces que estaban siendo sometidos a algún tipo de prueba? ¿O quizás simplemente era un juego macabro?
Si al menos hubiese podido verlo con sus propios ojos...
La noche ya había caído cuando Carfax volvió a reunirse al otro lado del camino. El viaje de Zane y los suyos había resultado ser bastante apacible hasta la mitad del camino. A partir de cierto punto, tal y como le había sucedido al primer grupo, la niebla había caído sobre ellos con tal ferocidad que varios hombres habían tropezado y se habían caído al vacío. Toda una lástima desde luego. Lamentablemente, Carfax no podía permitirse el llorar sus muertes, por lo que, una vez unidos de nuevo, la compañía volvió a ponerse en camino. Recorrieron la feria hasta alcanzar el extremo oriental por el cual seguía el sendero y, una vez allí, retomando su papel de explorador, Adam volvió a ponerse a la cabeza con Layla y Maxwell cubriéndole los flancos. Diane y Cheryl, por su parte, se situaron en la zona central de la fila, a pocos metros de la cabeza del grupo desde donde Zane, su custodio y Green seguían el rastro de Merrick.
—No era una sandez —murmuró Cheryl a su lado, con la mirada fija en el frente pero decidida a mostrar abiertamente su apoyo a Adam.
Aunque nadie las podía oír debido a la distancia que mantenían con todos, y mucho menos teniendo en cuenta el tono empleado por la niña, Diane volvió la vista a su alrededor instintivamente. Como de costumbre desde que habían iniciado el viaje, Carfax se había sumido en el silencio prácticamente absoluto.
—Yo le creo.
Diane dejó escapar un suspiro de agónica ironía. Aunque no se había planteado la posibilidad de que se diese aquella conversación, era de esperar que la pequeña se pusiera del lado de Adam. Al fin y al cabo, los niños siempre eran soñadores. Demasiado soñadores. De hecho, en parte, por eso habían tenido que prohibirlos en Carfax. Un poco de esperanza era bueno; demasiada era un problema.
—Tú le crees; qué bonito. ¿Por qué será que no me sorprende?
—¡Porque es verdad!
—Vaya, pareces muy segura. ¿Acaso tú lo has visto también?
La niña sintió como le temblaban las rodillas al verse en el punto de mira de los inquietantes y siempre estrictos ojos de la mujer.
—No, pero...
—"No, pero". —Diane dibujó una sonrisa cruel—. Vaya, vaya, no sé cómo tomármelo. ¿Debería creerte tal y como hice cuando decías que eras una de las nuestras, o doy por sentado que vuelves a mentir, Cheryl? —La cronista sacudió ligeramente la cabeza—. Quizás entre los miembros de tu compañía sea habitual mentir, pero en Carfax las cosas son distintas. ¿Acaso no te dijeron eso tus amiguitos del Sol Púrpura antes de que los masacrásemos?
Horrorizada, la niña lanzó una fugaz mirada al brazo donde la marca del sol refulgía con fuerza. Hasta entonces se había encargado cuidadosamente de que la manga siempre cubriese la parte afectada, pero era evidente que había fallado. Diane la había descubierto... sin embargo, no parecía estar dispuesta a atacarla ni castigarla por ello. O al menos no lo había parecido hasta entonces.
Aquel giro en los acontecimientos la desconcertó.
—Cierra la boca, ¿de acuerdo? —prosiguió Diane con extrema severidad, casi rozando la amenaza—. No quiero que le des alas. Si empieza a oír que le creen acabará convencido de que lo que ha visto es cierto, y no quiero que eso pase bajo ningún concepto. Así pues, cara a los demás no ha sido más que una tontería, ¿queda claro?
—Sí, pero...
—No hay peros. Si lo que quieres es seguir a mi lado sin que le dé motivos a la turba para que te linche, no habrá peros a partir de ahora. Ni ahora ni nunca más. Yo marco el camino y tú sigues las normas, sencillo. De lo contrario ni tan siquiera te molestes en acercarte, niña. ¿Queda claro?
Cheryl se mordió los labios, furiosa ante la férrea y abusiva determinación de Diane, pero no pudo más que asentir. Ahora que de nuevo su futuro en Carfax pendía de un hilo, la niña no estaba dispuesta a darle motivos para provocar que la matasen. No ahora que al fin sí que se sentía una más.
Bajó la mirada hasta el suelo. Las botas levantaban una suave polvareda blanca con cada paso que se fundía con la niebla.
—Queda claro —murmuró como respuesta.
—Chica lista —la felicitó Diane apoyando la mano sobre su hombro—. Cierra la boca y todo irá bien. Eso sí, no te dejes engañar. Por supuesto que no era una tontería.
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