
Padre e Hijo
¿Un inminente final se acercaba con hermosa dicha e invocaba a la eterna
adoración; una amparada huella reminiscente dejaría renacer a la infinita y juiciosa misericordia, que con un alarido de inusitada vanidad, vierte al abismo la poca fe que falazmente truncaba un destino desgarrador?
Anthony Edwards
I
Se llamaba Santiago José. Este joven era una persona que tenía como muchos un artista en su alma, y el único que no se daba cuenta era su padre Anthony Edwards, un afamado médico cirujano que buscaba por todos los medios destruir las ilusiones de su único hijo, pero no de manera intencional.
Yo como narrador omnisciente, que todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe, me veo en la vergonzosa situación de espiar la vida de estos dos individuos que aunque ustedes no lo crean tienen muchas cosas en común: Santiago José tiene 17 años, el doctor Anthony en algún momento tuvo esa edad; el doctor Anthony ya no se atrevía a sonreír ni ser amable con nadie, su hijo Santiago José era una caja repleta de sorpresivas emociones familiares; Santiago José escribía en sus tiempos libres, tocaba el piano, leía novelas románticas, y una que otra vez hacía dibujos que le dictaba su fantasía... Mientras que el doctor Anthony corregía exámenes y elaboraba historias clínicas.
La adolescencia de este incomprendido chico de secundaria había sido muy dura, sobre todo porque su padre siempre estaba ocupado y no le dedicaba el menor tiempo; Durante este lapso de acontecimientos tan galantes en tiranía su abuela paterna era la encargada de propiciarle todos los cuidados. Esta anciana señora tenía leves momentos de ensueño, con esto me refiero a que a veces se olvidaba de muchas cosas, inclusive de su nombre, pero nadie le hacía el menor caso. A pesar de esto Santiago José amaba mucho a su abuela así no lo diera a conocer ni lo demostrase con palabras.
Así fueron pasando los días y los meses entre atardeceres y crepúsculos mañaneros. Santiago José se reía y su abuela sonreía, mientras que su padre se perdía entre hojas y hojas de trabajo... Se podía decir que Santiago era muy feliz junto a su abuela así a veces ella no lo reconociese, porque en sus pocos momentos de lucidez le prodigaba el amor que su padre no le ofrecía y que su madre nunca había tenido la oportunidad de dar.
Pero detrás de esta incomprensión había un motivo ciego que desviaría la acción por completo: aunque usted no lo crea Anthony no era feliz con su trabajo, había estudiado medicina solamente para complacer a su madre, que siempre había soñado con tener a un médico en su familia; esta acción lo sumió en una tristeza profunda que a la vez se acoplaba a su sumisión materna.
Esto creo que puede explicar el patrón que se estaba viviendo en esta disfuncional familia: el padre con un sueño sin cumplir quería proyectar su personalidad retrógrada sobre su hijo, el cual no tenía la culpa de su frustración. Por otro lado su madre ya empezando Los caminos de la ancianidad y con el alzheimer pisándole los talones, ya no era capaz de dialogar coherentemente ni exigir respeto, ni siquiera podía dar ni una pizca de autoridad... Solo podía sonreír, decir un "Te Quiero" con una enorme sinceridad y esperar a que le tocara la hora de partir.
Es triste expresar palabras que terminen haciendo llorar a un auditorio completo, pero es mi trabajo porque soy el abogado de la verdad. Así que no me odien ni me recriminen por la veracidad con la que voy a expresarme a continuación:
Llegó un día en que la mirada fija de la señora madre era más fija que de costumbre, sus manos estaban tiesas como el mar, su cara reflejaba una faz azulada y grisácea, como si ya su cuerpo después de la muerte estuviera empezando a descomponerse, pero estaba viva; ya no se peinaba, no quería comer ni dormir. Muchos pensaron en internarla en un sanatorio o en un ancianato, pero el doctor Anthony tuvo una idea mucho más nefasta: la recluyó en el psiquiátrico.
No sé si por venganza o por docilidad de espíritu, solo les puedo decir que la venganza es para los débiles, Los Fuertes son las personas que perdonan, y los prudentes son los que dejan todo en manos de Dios...
¿Pero esto incluye también a las personas ateas?
En realidad no tengo la menor idea, solo soy un grano de polvo que quiso darse una vuelta por el mundo, y sin querer me topé con la vida de estas tres personas desdichadas. Me quedé viviendo con ellos un par de días y siempre presenciaba las mismas escenas, casi todas parecían de una película muda. ¡Nadie pronunciaba diálogos!
Con el tiempo el doctor Anthony empezó a enfermar, el diagnóstico lo desconozco, solo les puedo decir que miraba frecuentemente rayos X de tórax, tosía de manera insistente y muchas veces sus manos se impregnaban de pequeñas gotas de sangre... Durante varios días se rumoraba que todo era causa de una tuberculosis avanzada o un derrame pleural, y muchos de sus colegas le daban poco tiempo de vida. Pero nadie puede dictar el pensamiento de Dios y cuáles son sus planes.
Pasados tres meses el doctor Anthony se recuperó totalmente.
Pero su madre ya no estaba con ellos.
Su situación había empeorado, ya no reconocía a nadie, se había sumido en un extremo estado catatónico... Para cuando falleció nadie se había percatado de su ausencia, salvo Santiago José.
La muerte es un acontecimiento misterioso, es algo desesperante, asfixiante, un frío corpulento que te recorre todo el cuerpo y corta tu respiración, algo que vivirás solo,
desolación es la palabra indicada, cerrarás los ojos para siempre, es como una vela que lleva mucho tiempo encendida, pero solo con una breve brisa se apaga con mucha facilidad, nos volvemos presos de la docilidad, dominados por la tristeza
de no volver a ver a esa persona tan apreciada que se volvió muy importante para nosotros. Mientras pides a gritos en tu cabeza "¡Necesito Olvidar!" eso nunca pasa, los recuerdos atormenta tus pensamientos y no dejan estarte tranquilo, tienes deseos de volcar todo, de romper cosas, de gritar al ser Supremo incoherentes frases llenas de desconsuelo, impregnadas de frustración, colmadas de un fuerte dolor de alma:
"¡¿Por qué te la llevaste tan pronto?! no supe valorarte lo suficiente, si tan solo hubiera podido saber que sería la última vez que te abrazaría nunca te hubiera soltado, me dejaste en la
soledad, en la tristeza, ahogándome en todos los felices recuerdos del pasado que no volverán"
Estos eran los precisos sentimientos del doctor Anthony.
Durante este lapso de tiempo la actitud y trato entre padre e hijo fue muy distante, tuvieron que pasar dos años para que se volvieran a dirigir la palabra, así que para entenderlo mejor es necesario conocer las propias palabras de Santiago José:
A veces los caminos son tortuosos y las dificultades parecen no
terminar; mi padre aún no se ha acercado a mí, traté de hacerlo yo en múltiples ocasiones y solo recibía un frío trato y una mítica incomprensión; pero no me daba por vencido.
...
Después de tanta insistencia el mismo vino a mí a humillarse y a pedirme perdón, pero... ¿Perdón de qué? ¡Si era yo el que tanta amargura y problemas le había traído! ¡Era yo mismo el que no respetaba su autoridad! ¡Y él venía a arrodillarse ante mí a pedir un poco de indulgencia!
Basta decir que los dos lloramos amargamente durante un buen rato. La partida de mi madre y abuela nos habían afectado amargamente.
Y aquí estoy nuevamente, escuchando música, tratando de evadir mis responsabilidades con la universidad, y hablando con mis compañeros como si nada, A decir verdad creo que los estoy confundiendo y mareando con todos estos acontecimientos sin sentido; pero nunca lo hablamos, inclusive me atrevo a expresar que había construido una barrera tan
resistente que ninguno quería derribar ¡Por falta de comunicación! Lo mismo que me pasó con ella, pero era diferente, debo de aclararlo, aún no se en que aspecto, pero debe de haber alguno.
Actualmente Santiago José tiene 21 años y está cursando una carrera que nunca había plasmado en sus innumerables proyectos de vida: Medicina General Integral.
II
¡Heme aquí! Estas fueron las palabras del Profeta Isaías cuando se presentó frente al Señor, imagino que las dijo con mucha confianza y seguridad; esperando que su futuro fuera para engrandecerlo en humildad.
Así que aquí vamos de nuevo, Santiago José acaba de pasar de año académico. Específicamente está en el tercer año y le tocan las fastidiosas rotaciones hospitalarias. Durante el primer y el segundo año había sido un chico tímido, sumiso e inteligente; ahora solo es una persona inteligente carente de sentimientos altruistas. Siempre anda con un cuaderno anotando todo y esforzándose en sacar las mejores notas, con el pasar de los años le ha tomado muchísimo amor a la carrera, pero desgraciadamente ha perdido el amor hacia los pacientes que merecen como mínimo una sonrisa que los consuele...
Su padre siempre va a ver cómo está y si necesita ayuda, y Día tras día lo ve crecer en conocimientos y en aspiraciones; lo que no se ha dado de cuenta es que frente a sus ojos se está formando un monstruo que no siente el más mínimo amor por las personas ignorantes de la enfermedad que padecen. Poco a poco ha perdido esa chispa de muchacho vivaz y respetable; en su cabello han aparecido unas cuantas canas y ni hablar de las ojeras que nunca desaparecen; para él lo único importante es el conocimiento teórico y la experiencia.
Otro punto muy importante era que odiaba a sus compañeros de años inferiores, sentía que eran personas que no necesitaban de comprensión y explicaciones, por ello aunque era uno de los alumnos ayudantes dictados por la universidad, nunca cumplía esta función... Ya ustedes están en la libertad de decidir si no lo hacía por pereza o por arrogancia. Cabe destacar que sabía disimular bastante bien: su elocuencia era ejemplar que podría ganar cualquier concurso de oratoria, la única palabra que no estaba en su vocabulario era "Amor".
Debo de confesar que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar esa palabra, para el doctor Anthony y Santiago José era como si no existiera en el diccionario; para ellos esa palabra era tan frágil, pero no se daban de cuenta que era la emoción que los mantenía estrechamente Unidos en un torbellino de compañía duradera.
...
Durante los últimos días el doctor Anthony caminaba de un extremo a otro, con aire inquieto. A decir verdad actuaba como un pensador, tenía una enorme sonrisa hipócrita de falsa alegría, era como si quisiera desconectarse o mantenerse inconsciente de la vida. Era como si hubiera envejecido prematuramente 10 años.
Hasta ahora nadie sabía la edad del doctor Anthony. Algunos chismes de pasillo los cuales eran viejos señores turcos, inmigrantes o jugadores del hipismo lo consideraban una persona sin edad, otros decían que su edad era inferior a los 40; sin embargo para otros era una excepcional exageración, decían que nunca se podría calcular su fama en relación a sus años, ni tampoco su éxito ni su gloria; en la cual todos coincidían en que era un tiempo infinito que mantendría paralizado esta faceta perfecta de su vida.
Pero la realidad era otra...
Seguramente ustedes ya saben cuál es el sueño frustrado de nuestro querido doctor, y si no lo saben creo que ha llegado la hora de que lean una carta que le escribió Santiago José, pero nunca tuvo las agallas para entregársela.
Él escribió muchos manuscritos cuando en su adolescencia atravesaba por aquellas crisis tan retrógradas y estúpidas. La realidad es que muy pocos de ellos se conservan, la mayoría están en el rincón oscuro del olvido, mientras que otros permanecen tatuados en su mente y en su alma; pero esto no viene al caso... De seguro ustedes se preguntarán por qué el doctor Anthony, siendo una persona cundida en conocimientos con letras y maestrías, no está involucrado en el área de la política para impresionar y gobernar cualquier provincia; La respuesta es muy simple: no lo hacía porque fuera un inepto, sino porque su exceso de pensamientos lo perdían y lo hacían parecer un loco.
Y para muchos era un loco. El personal del hospital ya daban sus propios diagnósticos: una especie de trastorno múltiple de personalidad; mientras que otros le atribuían un decaimiento de ánimo o depresión.
En realidad su decaimiento de ánimo era notable, aunque eso nunca lo había impedido realizar con eficacia sus labores como médico, hasta que por descuido uno de sus pacientes falleció por una pequeña falla que se podía haber evitado con un poco de atención e inspección: oxígeno.
Sí mis queridos señores: el paciente había fallecido por asfixia.
Él estaba a cargo. Y no pudo hacer nada para evitar su muerte. Era un error estúpido de principiantes, así que para escudarse le atribuyó el error a los pasantes de pregrado... Pero en su conciencia cargaba con la culpa del deceso; pasó todo el día divagando entre dos pensamientos. Con sinceridad expreso que eran pensamientos de amor-odio; hasta que una nube de recuerdos lo nubló completamente para reemplazarlo por unos pensamientos de su madre ya fallecida:
—¡Cuídalo mucho, cuídalo bien, por favor!
Ya empezaba a escuchar los llantos y quejidos de los familiares que habían confiado en su eficacia y experiencia, y habían colocado una vida en sus manos... Solo le tocó irse al comedor a leer el periódico que siempre decía las mismas cosas: asaltos, asesinatos, corrupción, suicidios y demás temas de importancia internacional.
Esto había ocurrido una mañana de un domingo. Dejando el periódico camino nuevamente hacia la sala de cuidados intensivos, retiró la sábana que cubría el cadáver blanquecino con pinceladas azuladas, y empezó a hablar con él como si estuviera vivo:
—¡De verdad he empezado la semana con buen pie! — suspiró — ¿No podías causarme problemas otro día?
Había momentos en que nuestro médico perdía la cordura completamente; pero ya todos estaban acostumbrados a su personalidad tan original y siniestra. Mientras pensaba sobre la clase que tenía que dar en la tarde sobre clínica quirúrgica empezó a escuchar unos susurros... ¡Eran tan suaves que se podrían confundir con la brisa de otoño! Por momento pensó que era el aire acondicionado, pero poco a poco como si fueran piezas de un rompecabezas empezó a escuchar palabras que se iban interconectando y formaron una frase:
—¡Cuídalo mucho, cuídalo bien, por favor!
Anthony se estremeció, veía como el cadáver poco a poco abría los ojos, le tomaba de un brazo ensuciándole la bata de una sustancia rojiza y le susurraba esa misma frase:
—¡Cuídalo mucho, cuídalo bien, por favor!
Salió de la sala a pedir apoyo, pero al volver el cadáver estaba inerte, frío y con una expresión risueña. Efectivamente se había movido, pero le atribuyeron su movimiento a que el doctor Anthony lo estaba examinando... Nadie le prestó atención y se retiraron rápidamente.
Anthony pensaba que estaba perdiendo la razón, pero por otro lado pensaba en esas palabras tan extrañas que fueron susurradas a su oído... ¿A quién tenía que cuidar? ¿Su hijo estaba en peligro? ¿Quizá era algún paciente?
La respuesta se la daría una simple llamada.
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