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Metamorfosis

Miriam Leal.

Yo ví la escena más conmovedora del día cuando el joven Eduardo salió de
Quirófano y le sonrió a su madre; pregunté por el Doctor Anthony para ofrecerme a cuidarlo durante esa noche, pero me dijeron que se había sentido indispuesto y se iba a retirar; sin embargo, La Doctora Samantha me concedió ese deseo.

Lo subieron a piso, y lo llevaron al área de cuidados intensivos; allí pasó la noche, le coloqué sus medicamentos por vía endovenosa y descansó profundamente.

Pero aún me sentía algo confundida con esas palabras tan extrañas:

"Cuídalo bien, cuídalo mucho"

¿Quién me las había dicho?

"El Doctor Anthony, La Doctora Samantha y Eduardo lo saben ya ¿Tu aun no lo has entendido aun?"

Cuando volteé ahí estaba esa silueta tan grotesca que se ha descrito repetidas veces en este relato, todos los pacientes dormían, la madre de Eduardo dormía, Eduardo dormía, el tiempo estaba como paralizado, ya no escuchaba sonido alguno, y solo me digné a rezar con mi rosario que tenía colgado en el cuello.

"Yo nunca hago viajes en vano, cada vez que yo entro en algún lugar, cada vez que vengo a la tierra a recorrerla, necesito llevarme algo, no puedo irme con las manos vacías, porque no es digno de mi... ¿Lo entiendes? Siempre ha habido una extraña y para nada divertida rivalidad entre dos seres tan desconocidos como misteriosos; uno de ellos soy yo y el otro es al que oras con tanta fe; yo me he ganado tanta mala fama por mis acciones tan poco conmovedoras, pero es mi trabajo, de llevarme a las personas a la oscuridad de sus acciones, y el trabajo de Dios es llevarlas por el camino de la salvación.

Ya sé, y no por ese librito tan extenso como inservible, que la luz no tiene comunión con las tinieblas, y es por esa misma razón que cada vez que me paseo entre las camillas no me atrevo a tocar su aposento, ¡Porque es un ser de luz! ¡Y eso me atormenta, me deja ciego...! Pero como te he dicho, no puedo irme con las manos vacías ¿Verdad Querido Amigo?"

Eduardo estaba despierto, y su cara brillaba, no le respondió nada porque ya El Escalofrío se había ido.

No pude más que preguntarle:

—¿Lo has visto verdad?

Y asintió con la cabeza.

Anthony Edwards.

Pasé toda la noche vagando por los pasillos oscuros del hospital, que para ser sincero, ya no estaban tan oscuros, era como si después de salvar a Eduardo, el hospital se había llenado de vida. Es algo indescriptible pero por un momento volví a sonreír.

Hasta que me dispuse a ver por la ventana.

Afuera estaba oscuro, muy oscuro a pesar de las innumerables lámparas, entre los carros estacionados se veían pequeñas sombras que parecían niños
jugando con una pelota, mientras pequeñas risas infantiles bailaban con el viento.

De repente sentí una mano cerca de mi brazo No me había dado cuenta que la Señora Miriam estaba también allí.

Su expresión era tranquila, algo que la mía no tenía; solo pude decirle:

—Por esta ventana se lanzó el paciente de psiquiatría que se suicidó.

Ella como que vió que se lo decía para que se retirara, e hizo caso a su sexto
sentido, se fue caminando mientras me decía adiós.

Cuando se hubo retirado ví en el fondo del estacionamiento al Escalofrío, la Muerte, Diablo o como quieran llamarlo, yo solo sabía que su presencia a todos nos causaba un terrible escalofrío.

Y empezó un terrible monólogo en mi contra:

"¿Dónde está el doctor más eficiente del hospital? ¿Es ese que se lamenta en aquella ventana tan sombría? ¿Es él? ¡No lo puedo creer! Si tan solo supieran que él ha dejado morir a un paciente, justamente en esa misma ventana donde me está admirando con temor y poca cordura ¿Poca cordura? ¡Si! ¿Te sientes culpable no? Yo no soy el responsable y siento una falsa tristeza, ¡Creo que voy a llorar con hipocresía! ¡Por qué no le das un final feliz a todos de una buena vez!

¡Si no hubiera sido por la Doctora Samantha ya el muchacho hubiera fallecido! ¡Inclusive antes de extirparle el apéndice, pero se tuvo que salvar, porque el que está con él es más fuerte que yo, lo cual aborrezco y es intolerante! Pero tu... eres como yo, ¿Por qué no me acompañas? Estas cordialmente invitado a las Tinieblas, a las Puertas de la Muerte, a la Región Infernal, a la Mansión de los Condenados, al Averno, el lugar de tormentos, El Pandemonio, ¡El Infierno! Al pozo más desconocido que la ciencia no ha podido describir.

Tienes la invitación frente de tí, a solo tres pasos, y creo que deberías de aceptarla ¿No crees? ¡No sirves para nada! Solo eres teoría la práctica médica ya la has olvidado, y sabes que no miento, hiciste bien en abandonar ese puesto tan mediocre, ahora te toca abandonar otro campo más..."

Mis pies se iban acercando poco a poco al borde de la ventana.

Estaba fuera de sí, ya mi madre, mi tristeza, mis estados de depresión se
habían mezclado con el llamado intermitente de esa vil criatura, el viento resoplaba con vehemencia, no tenía mi bata, ya para mí era un principio inusitado llevarla por el hospital, de paso ya estaba graduado, había cumplido una meta, pero no mi sueño...

De repente permanecí inmóvil por unos breves instantes, contemplando esa pobre abertura impregnada de las más ruines tinieblas, de repente me coloqué mi bata y mi estetoscopio en el cuello, el único ruido era el de la brisa que se asemejaba a una canción de cuna. Un momento después todos en el hospital despertaban por un estruendo tan horrible, algo pesado había caído encima de un carro en el estacionamiento, y había activado la alarma, si alguien hubiera estado cerca hubiera visto una silueta alta y negra que se inclinaba y se
enderezaba a los pies de una gran ventana abierta y se abalanzaba sobre
aquel auto donde encontraría la muerte.

¡¿...?!

Santiago José.

"Recuerda esto, Todos ustedes son mis hijos, y yo soy su madre, quiéranlo o
no. Es mi deber protegerlos y ayudarlos, pero sobretodo es tu obligación cuidar a tu hermano pequeño..."

"Cuídalo, no hagas como tu padre"

En esas palabras pensaba nuevamente cuando en la mañana, antes de pasar
revista, fuí a ver a mi "Hermanito pequeño" Estaba dormido, dormía
plácidamente en la cama, se notaba que había querido quitarse la aguja del brazo por donde se le estaba administrando los medicamentos, ya que la misma se había filtrado un poco, ya iba a retirarme cuando Eduardo, me estaba tocando la mano y me decía:

—¡Doctor!

—¿Doctor? — dije como queriéndole infundir ánimos — el doctor aquí eres
tú.

—¿Yo?

—Sí. Fuiste una persona muy valiente; en un futuro serás un excelente médico.

Y me sonrío.

Cuando levanté la mirada ví frente a mis ojos la silueta amenazante y autoritaria de la doctora Francy; me estaba mirando fijamente en señal de reprensión, porque no había cumplido por completo Mi labor, yo sabía que tenía que convertir mi arrogancia en ternura... Así que respiré hondo, saqué las manos que estaban dentro de mis bolsillos, empecé a mostrar mis palmas en señal de sinceridad y procedí a terminar con mi encomienda:

—Quería pedirte perdón. — le dije.

Sentí que estas palabras me estaban saliendo desde lo más profundo de mi alma, era un verdadero Renacimiento, poco a poco empecé a entrever que el sol se asomaba cautelosamente por la ventana, en señal de que ya había terminado el huracán.

—¿Perdón, a mí? Siempre soy yo quien tiene que disculparse por mis
imprudencias. — y se rió débilmente lo que hizo que le doliera un poco la herida.

—No te rías mucho amigo, recuerda que estás recién operado — y le hice el chequeo, luego de realizar esas maniobras me dirigí con algo de pena a sus ojos — Pero en esta ocasión yo necesito ser perdonado.

Y hablé, con mucha elocuencia, una desbordante elocuencia llena de palabras que ya no recuerdo, solo sé que al finalizar Eduardo me dijo que no me excediera con palabras vanas y complicadas, sino que solo me limitara a decir lo justo y lo necesario.

Aquí terminaba mis pocos minutos con él, y sin darme de cuenta, pude comprender una lección tan importante que la Doctora Francy siempre repetía constantemente, pero era oída por pocos, incluyéndome:

"Recuerden que en esta universidad vale mucho la jerarquía, sin embargo un estudiante de primer año le puede enseñar a uno de tercero, o inclusive uno de tercero le puede dar un buen consejo a uno de sexto año; son vueltas que da la vida, y te ofrecen gran cúmulo de conocimientos..."

Eso era lo que había pasado, mi mente era otra.

Cuando salía de la Sala de Cirugías me encontré con mi padre, el cual estaba
sonriendo, y me extrañó que ya no era una sonrisa grotesca ni fingida, sino una verdadera sonrisa impregnada de felicidad, me informaba que iba a tomarse unas vacaciones indefinidas, que su puesto iba a ser ocupado por la Doctora Samantha, que ya habían llegado a buenos términos luego de varios años sin trato, iba a tomar terapia para lidiar con sus ataques de alucinaciones y depresión, y se despedía de mí de una manera muy formal.

Yo solo pude estirarle la mano y desearle toda la suerte del mundo... pero cuál no sería mi sorpresa cuando me abrazó fuerte, tan fuerte que sentía el calor de hogar que
durante tantos años había estado ausente, reconozco que mis lágrimas no pudieron contenerse.

"Te quiero mucho Padre, siempre te he querido así nunca te lo dijera ni te lo demostrase todos los días, espero que cumplas tu sueño y logres recuperarte completamente"

Sentía que todas las crisis que habíamos afrontado como familia, nos estaban empezando a unir más. Era cierto que mi padre tenía sus alucinaciones, también era cierto que seguramente yo en un pasado no fuí un buen hijo, y no puedo ocultar que mi abuela fue una persona demasiado déspota; pero ya eso quedó en el pasado y no hace falta regresar el calendario.

Mi padre dejó su bata y estetoscopio en una mesa cercana, la cual habían traído para reemplazar a la antigua, que alguien había arrojado por la ventana en la madrugada; nadie sabía quién había sido, pero todos le echaron la culpa a un paciente de psiquiatría que se había escapado de su habitación, mientras que otros habían dicho que quizás había sido el Escalofrío, muy enfadado porque volvería al purgatorio sin ninguna recompensa entre sus manos, bueno, si en realidad tenía manos y no eran un simple disfraz de espejismo.

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