𝟏𝟔| The Malfoy Manor
La Torre de Astronomía ya no era más que el lugar donde Albus Dumbledore había sido asesinado. Allí, bajo la luna que no ofrecía consuelo, el nombre de Dumbledore se desvanecía en el eco de la traición. En el corazón de esa palabra temida, "Mortífagos", brillaba con desgarradora claridad el rostro de Draco Malfoy. El joven asesino, destinado a convertirse en el principal orgullo de sus padres, se había transformado en el ejecutor de la muerte de Albus Dumbledore, un destino cruel que lo condenaba a un sufrimiento insondable.
Ella no sabe si fueron segundos, minutos u horas para que eso haya finalmente terminado. Primero vio entrar a sus "seres queridos" que su adorado hermano había logrado traer a Hogwarts luego de tanto esfuerzo, la saludaron como quien saluda a un viejo amigo, excepto que estos tenían la crueldad tatuada en su rostro. Después, subieron a la torre de astronomía, a esa hermosa torre que lograba conocer como la palma de su mano, solo que Isadora no tenía el valor de regresar allí, no después de todos los recuerdos que le causaba.
Así que se quedó allí, como una niña vulnerable e insignificante. Sin embargo, el espacio ya estaba reservado. Ocupado, como todas las malditas noches en las que ese lugar estaba habitado por alguien más, y no precisamente para observar las constelaciones.
Su espalda choco contra la del azabache ya conocido y, ya acostumbrada a aquel tacto, suspiro, pero sin embargo no se atrevió a mirarlo. No cuando su dócil corazón aún no se atrevía a cerrar el tema, no cuando debía, una vez más, separar su poca vida amorosa de la... ¿vida familiar?, ¿Vida personal?... ¿Vida?
¿Era su vida?
Harry se limito a observarla por unos pocos segundos, debatiendo consigo mismo si protegerla y sacarla de allí, o simplemente ignorarla. Como siempre, escogió la segunda opción.
De todas maneras, no podrían hacer nada mas, porque de repente una escalofriante y familiar voz resonó en el aire: -Vaya...¿Qué tenemos aquí? -Bellatrix apareció de entre las sombras seguida por Greyback, los hermanos Carrow y algunos otros mortifagos, pero no había alguna vaga señal de que Lucius estuviera allí.
-Buenas noches, Bellatrix. Esto amerita presentaciones, ¿no crees? -Dumbledore respondio.
-Me gustaría, Albus, pero me temo que no tenemos tiempo -la bruja se volteo hacia Draco y con un su habitual temperamento poderoso, ordeno -¡Hazlo!
-No tiene las agallas -murmuro Greyback-; al igual que su padre.
Entonces, de pronto, el mundo se desmoronó en un relámpago de luz verde. Un destello mortal salió de la varita de espino, llevando consigo un hechizo que Isadora ni siquiera logro escuchar.
Lo vio. Vio a su propio hermano, Draco, ejecutar fríamente el acto que sellaría la vida de Albus Dumbledore. No seria la ultima vez que veria esa atrocidad, por supuesto. Mientras, a su lado, se encontraba el proclamado elegido, atonito ante otra muerte mas. Sin embargo, esta era de su mentor, a quien admiraba como una alma vieja y sabia que lo "guiaba" en su camino.
En ese instante, ambos jóvenes, atrapados en el cruel espectáculo, quedaron inmóviles. Eran dos almas jóvenes, despojadas de su inocencia, contemplando la muerte una vez más.
El inicio del fin había comenzado, y los tragicos amantes estaban conscientes de ello.
"Somos pocos los que tenemos la suficiente valentía de enamorarnos del todo si la otra parte no nos anima" Isadora leía una y otra vez las palabras escritas en la hoja de papel, aferrándose a su frágil esperanza en medio del desolado jardín de la mansión Malfoy. El jardín, desprovisto de vida y sumido en una penumbra ominosa, parecía reflejar el vacío de su propio corazón. En ese lugar, alejado de cualquier vestigio de flora o fauna, la oscuridad del aire tóxico le envolvía.
Tras la muerte de Dumbledore y el ataque de los mortífagos, Hogwarts había cerrado temporalmente. Los mellizos habían sido trasladados de nuevo a la mansión, mientras que a ella se le mantenía apartada debido a las constantes reuniones de los mortífagos. La protección que el legado Black aún le ofrecía era la única razón por la que seguía allí. Sin embargo, la esperanza en el triunfo del lado oscuro se desvanecía, y Narcissa, temerosa del futuro, sabía que tarde o temprano podría tener que usar a su hija como un recurso.
Su insaciable curiosidad, en ocasiones, la llevaba a traicionar su propia palabra. De niña, estaba más interesada en los lujos y privilegios que en su pasado familiar o en lo que se escondía tras las opulentas cortinas. Sin embargo, ahora, aguardaba en silencio hasta que todos se sumieran en el sueño para infiltrarse en la oficina abandonada de Lucius y explorar lo que allí se escondía.
Lo que descubrían sus ojos ya no le causaba sorpresa, sino una profunda repugnancia hacia el hombre al que llamaba padre.
A menudo, desde lo alto de la gran escalera que daba al comedor, los observaba a todos, oyendo los únicos nombres que se repetían en sus amargas bocas: Harry Potter y Lord Voldemort.
Uno había marcado su corazón con el dolor de una traición, y el otro sumía su mente en la incertidumbre de un futuro incierto. La ironía era cruel: el héroe que la había herido y el villano que la aterrorizaba se entrelazaban en el mismo horizonte sombrío que ella intentaba comprender.
Narcissa jugaba con una mentira en sus labios que era: -Isadora está estudiando en Francia. No quiero molestarla así que ella se queda allí, en Beauxbatons.
Por esa simple, pero a la vez tan grande mentira, ella debía quedarse encerrada en esas cuatro paredes solitarias de su habitación. A veces hablando sola, otras veces leyendo, durmiendo, mirando por la ventana, reflexionando...
Era un día frio, como cualquier otro. Isadora caminaba por alrededor de la mansión mientras leía un libro muggle de una autora llamada Jane Austen. Con todos los problemas que surgían, a Narcissa ya no le importaba si su hija "perdía" su educación y decidía relacionarse con la vida inferior a ellos.
De repente, un fuerte golpe resonó detrás de ella. Se dio la vuelta, y, guiada por su conocimiento reciente de la mansión, dedujo que el sonido provenía de los calabozos. Sin perder tiempo, se adentró en la mansión, sus pasos la condujeron rápidamente hacia la escalera y luego a la puerta de rejas. Desde una distancia prudente, vio a un hombre que, con movimientos erráticos, trazaba algo en la pared rocosa mientras murmuraba para sí mismo. Un prisionero.
No cabía duda de que lo era. Sin embargo, no era cualquier prisionero. Era Felipe Thornell, jefe de aurores y miembro de la primera orden del fénix. Isadora logro reconocer su rojizo cabello ya que a menudo iban con Draco hacia el ministerio.
El calabozo era oscuro, apenas iluminado por la débil luz del dia en invierno. Con un suspiro casi imperceptible, extendió la mano y giro el oxidado picaporte, abriendo la puerta con un chirrido agudo.
Isadora avanzo un paso, sus ojos grises recorriendo al prisionero con una mezcla de desden y curiosidad. Habia oído hablar de el en la ultima reunión que había espiado, pero no imaginaba que estuviera prisionero.
Felipe Thornwell se volteo al escuchar la puerta abrirse. Sus ojos, inyectados en sangre, se encontraron con los ojos de la doncella. Habia algo salvaje en su mirada, una mezcla de agotamiento y locura que lo hacia parecer casi inhumano. Su ropa estaba hecha jirones, su cuerpo mostraba signos de tortura, pero había una chispa en sus ojos que delataba la voluntad indomable de un hombre que aun no había sido quebrado.
-¿Quién esta ahí? -gruño el señor con voz ronca, su garganta reseca por la falta de agua y el constante murmurar de palabras inaudibles.
Isadora no respondio de inmediato. Sus ojos se posaron en las cadenas que lo sujetaban a la pared, en los hematomas que decoraban su piel palida. Finalmente, dejo escapar una exhalación suave, casi indiferente.
-¿Vienes a ver como se desmorona otro auror en las garras de ustedes, pequeña serpiente? -insistió Felipe con ironia.
-No soy una mortifaga, señor -replico Isadora con frialdad -. Y no necesito justificarme ante usted.
Felipe observo su reacción, una sonrisa cansada tironeando de la comisura de sus labios agrietados.
-Yo te conozco. Eres Isadora Malfoy. ¿Cómo podría confiar en ti, niña?
La chica se quedo en silencio, dejando que las palabras del hombre se asentaran en el aire denso del lugar. Finalmente, se levanto la manga del sueter que llevaba, mostrando que no había ninguna marca tenebrosa de la cual temer.
-Vi a un hombre que ha soportado mas de lo que un mago debería -dijo en voz baja-. Queria ver por mi misma por que te siguen manteniendo con vida.
-Porque soy útil...al menos, eso creen -murmuro, su voz casi un susurro -. Pero están equivocados, todos están equivocados. La espada... necesitan la Espada de Gryffindor. Pero nunca la encontraran. Solo aquellos que son dignos.
-¿La Espada de Gryffindor? -pregunto, su tono mas frio que antes -. ¿Es eso lo que estabas buscando? ¿Eso es lo que te llevo aquí?
Felipe asintió lentamente, una sonrisa amarga curvando sus labios.
-Si, la espada. La única arma que puede destruir lo que ellos mas valoran. Lo que Voldemort mas teme. Y ustedes... los Malfoy... no tienen idea de que la clave para encontrarla no esta en los libros, ni en los hechizos... sino que en el corazón. En la valentía. En la voluntad de sacrificarse.
-¿Estas diciendo que sabes donde está? -pregunto la muchacha, inclinándose ligeramente hacia adelante, dejando que su voz bajara apenas a un susurro.
-¿Y si lo supiera? -replico, su voz goteando con una especie de desafio-. ¿Qué harias, Malfoy? ¿Me entregarias? ¿O... me ayudarías?
Isadora juro por un segundo ver a Potter reflejado en aquel señor. Desde el, nadie la había llamado por su apellido. Se estaba empezando a asustar, sabiendo que si la encontraban, también la encarcelarían a ella. Lentamente, fue retrocediendo unos pasos hasta llegar a la puerta.
-Espera. Ayudame -suplico el.
-No tengo razones para ayudarte -respondio, su voz teñida de una sinceridad inusual -. Pero tampoco tengo razones para delatarte.
NOTA DE LA AUTORA:
holiss, los invito también a leer el capítulo 8, ya que lo edité completo y ahora se transformó en un baile de máscaras hermoso💗
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