Amar nunca ha sido algo fácil si lo vemos desde la perspectiva de Jeon Jungkook.

Un chico que ha crecido desde temprana edad en la cuna de oro de una familia con un gran auge social y una buena situación económica a favor de las empresas que el matrimonio poseía desde años atrás.

Un niño que en vez de practicar ecuaciones en una libreta como cualquier infante de su edad, se mantenía revisando las gráficas y balances anuales de las pérdidas y ganancias de las empresas de sus padres.

Un adolescente fatigado a temprana edad y que escapó de su hogar en cuanto tuvo ocasión, con miedo de ser encontrado y someterse al presidio de una de las empresas que había estudiado desde que tenía uso de razón.

Entonces, conoció a un chico en el que se vio reflejado: Min Yoongi.

Un adolescente que escapaba de casa por maltrato físico y psicológico de parte de su madre soltera, esquizofrénica y abusadora, su único pariente o del que tenía constancia, y que se encargaba de hacerle ver de una manera oscura cada punto de la vida.

Se encontró con Jungkook en la misma estación de autobús a la que solía recurrir cuando tenía algo de dinero suelto para ir a la escuela. Cargaba una pequeña mochila con todos sus sueños dentro de ella, un rostro de niño cansado de la vida y una desilusión brillando en el mismo.

Yoongi no se veía mucho mejor. De sus hombros colgaba su maltratada guitarra dentro de su funda, bajo su brazo y costado mantenía una libreta repleta de esperanzas y letras convertidas en sintonías; una historia contada a versos.

El destino lo quiso así.

Se sonrieron y supieron que habían encontrado a su alma gemela. Desde entonces, fueron los hermanos que nunca pudieron tener y ser. En ese mismo momento, algo en ambos cambió y descubrieron que el dinero no daba la felicidad, pero que resolvería muchos de sus problemas.

Y lo consiguieron. Yoongi echó su brazo sobre su hombro y le habló sobre esas carreras de las que había escuchado, en un rincón inédito de la ciudad, de las que pocos sabían y los que participaban en ella eran considerados reyes del asfalto y de toda la ciudad.

A Jungkook eso le apasionó tanto, que encontró su vocación entre cuatro calles y un auto desgastado de segunda mano. Ahí entendieron que el maestro se formaba con el tiempo y que no importaba más que eso. No importaba la máquina, sino quien la controlaba.

Y ese chico era fascinante en ello y en muchas cosas más.

Entonces, cuando pensó que su vida no podría ir a mejor, Jungkook conoció a Jimin en un día lluvioso y con nubes pesadas cayendo sobre la ciudad.

Fue en su primera victoria, un tres de octubre de algún año en concreto.

Un chico perdido y curioso llamó su atención desde que se acercó a observar que ocurría donde estaba toda esa gente. Jungkook estaba a punto de entrar al auto cuando conectaron miradas y el rubio le sonrió desde su lugar.

Tras eso, Jungkook inició la carrera que poco después le haría ganar por primera vez en ese mundo al que recién estaba entrando.

Buscó al rubio por todo el lugar y le agradeció la buena suerte que le dio con un par de tragos en un club cercano.

Sin saber que esa sería su perdición.