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5 "El poder de Joseph"

Daniel gritaba. Y de alguna manera, consciente o inconsciente, Joseph sentía como el perro también. Este ya no sabía cuál sonido era más desgarrador, si el que le estaba haciendo doler los oídos o retumbar la cabeza.

Era de madrugada, la mordida estaba en su punto álgido de grabación. La carne estaba deformada por la presión que el lobo había ejercido al momento de incrustar sus fauces en el pie de Daniel, y dejar mella de su fuerte saliva. Saliva que era como veneno. La extremidad se había vuelto a hinchar, y se escuchaba un escalofriante sonido de la piel generando una costra con forma de circunferencia.

Joseph había decidido que jamás marcaría a nadie. En momentos como estos, recordaba porque había ciertos temas que eran tabú hasta para los metamorfos.

Un rato más tarde, parecía que lo peor ya pasaba, pero Joseph realizó que en realidad Daniel estaba aguantando el dolor. Mantenía los dientes apretados y rasgaba el cuero sintético del sillón con las uñas tensando el cuerpo. Si para él era una pesadilla, probablemente la peor noche de su vida, no podía ni imaginar lo que estaba siendo para Daniel.

«No interfieras. No interfieras en la naturaleza», se repetía mentalmente una y otra vez.

—No me quiero morir... Diosito, por favor —resollaba Daniel, empapado en sudor.

Joseph no pudo aguantar más.

Entonces... hizo algo que antaño había hecho por última vez con Millaray y Paco, sus sobrinos apadrinados, hijos adoptivos de su mejor amigo, el doctor Óscar Volkov, el mismo que había curado a Daniel días atrás.

Cuando el hombre quedó viudo y se quedó con sus cachorros, Joseph le ayudó mucho tiempo a cuidarlos, ya que este debía trabajar. Cuando lloraban y reclamaban la presencia del doctor Volkov, Joseph tomaba a Millaray y a Paco, cada uno en un brazo, respiraba lento, se concentraba... y conectaba con su parte animal profundamente, sin llegar a transformarse. Dejaba de lado las diferencias con el lobo, se volvían uno, e influía en las pequeñas criaturas liberando feromonas que transmitían calidez, dulzura y protección. Pronto dejaban de llorar, y se sumergían en un sueño precioso, siendo arrullados por los grandes brazos del hombre y su olor.

Eso debía hacer. 

Daniel se retorcía, otra vez yacía en el piso. Joseph no se había atrevido a tocarlo en un buen rato. Por temor a simplemente empeorar su dolor e incomodidad. 

El hombre se agachó y mentalizó para aguantar otra vez aquella corriente que expelía el cuerpo de Daniel. Una corriente que significaba rechazo por todo aquel y aquello que no fuera el lobo blanco. Tomó aire y lo tomó, ignorando el punzante cosquilleo en sus palmas. Arrodilló una pierna y apoyó la espalda del joven allí, tomó sus brazos y los puso contra su pecho, cruzados, para impedir que se librara.

Aunque este ni siquiera lo intentó. Su cuerpo sucumbió completamente a la fuerza del hombre. Lo miró con aflicción y comenzó a llorar como un torrente. 

—Tengo miedo... —Temblaba. Temblaba su voz. Temblaban sus ojos, tornados negros. 

Temblaba la llama que encarnaba su vida.

Joseph se apuró.

Cerró los ojos, se concentró, llamó al lobo y conectó con él, sin permitirle protestar. Como un bonus, le rezó rápidamente a alguna cosa divina, la que fuera, para que lo ayudara.

«Por favor haz que este crío se tranquilice».

Joseph recordó entonces lo que había dicho Daniel, e imaginó que era la mitad de un limón siendo chamuscada boca abajo sobre una estufa de leña. Debía conseguir expeler ese olor que le había atraído a Daniel. Necesitaba que se concentrara en él, que olvidara el dolor.

No te conozco. No sé quien eres, no sé si debo confiar en ti... No sé cómo cresta terminaste aquí... Pero solo puedo pensar en que me has hecho sonreír. 

Las luces de la casa parpadearon, y Joseph apostaría su vida por jurar que sintió un breve remesón del terreno bajo la casa. 

»Quédate. Aférrate a la vida. Quédate y permíteme conocerte, confiarte y entender... Y hazme sonreír otra vez, fue todo lo que Joseph quiso transmitir esta vez.

Daniel se fue relajando poco a poco. Hasta que cerró los ojos apretandolos una última vez. 

Solo podía significar dos cosas: que había resultado, Joseph había logrado tranquilizarlo.

O que su cuerpo no había resistido.

De todas maneras, cualquier cosa que hubiera pasado, Joseph no lo supo esa noche, ya que al intentar pararse se derrumbó por el agotamiento y el mareo que le había denotado utilizar su poder. 


𓃥 𓃦


2/2

Holaa, ya falta poquito para que acabe el año, espero que hayan terminado todo súper bien. Muchas gracias por leer, personalmente me encantaron estos dos capítulos, un besitoo ♡

—Dolly

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