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22 "El territorio de Joseph"

Joseph se encontraba caminando en un callejón estrecho, sintiendo olores y ruidos de la calle que se le hacían conocidos, como si ya hubiera estado en ese lugar. Al llegar al final, observó que estaba en uno de los concurridos mercados de India, en las mismas avenidas que había recorrido siete años atrás, en su gira por Asia del Sur. Su viaje favorito, del que heredó más enseñanzas y hermosos y apasionados recuerdos.

De repente, entre todo el gentío de locatarios, turistas y motocicletas, observó acercándose a él una hermosa mujer de tez blanca, cabello ondulado castaño, sonrisa ancha y ojos de sensual mirada cubiertos por largas pestañas. Muy de su tipo.

Se tomaron de las manos y sonrieron. Unieron sus frentes y se besaron.

—Hola mi amor —saludó alegre la mujer.

—Ho-hola —dijo de igual manera Joseph, un poco confundido ante la extraña.

Segundos después, de alguna manera supo que la conocía. Que en ese momento era su novia, su amante o su compañera. Ella lo animó a que siguieran andando por la calle. Joseph la siguió extasiado, encantado con su compañía.

Pero entonces, reconoció a su lado a Daniel, caminando en dirección contraria, con mirada perdida. El chico igualmente lo reconoció y ambos se quedaron mirando.
Daniel se detuvo. Joseph también quiso hacerlo, para saludarlo, pero la mujer lo siguió arrastrando hacia adelante con fuerza. Joseph observó como el joven se iba perdiendo entre las personas, haciéndose más y más pequeño.

La mujer apretó sus dedos entrelazados y volvió su cabeza con su otra mano.

—Vamos… Vamos amor, sigamos recorriendo. Sigamos disfrutando de este viaje maravilloso, que espero no tenga final.

—Sí… ¡Sí! Sigamos… Pero, hey, invitemos a Daniel… Él no conoce aquí…

Quería ir tras él. Quería mostrarle los lugares más bonitos de esa región y que comieran todos juntos. Quería compartir con él. Y darle una explicación de porqué le había dado ese beso en su cadera, incluso si eso suponía decirle una mentira. No quería estar mal con él. Ni que pensara que ahora lo estaba abandonando.

—... Volvamos a recorrer el mundo como la última vez, ¿recuerdas mi amor? ¿Recuerdas lo feliz que te hace viajar?

Joseph suspiró. Y sonrió ampliamente.

Y súbitamente, se olvidó de todo lo demás.

—Cómo me podría olvidar.

Despertó, y abrió los ojos lentamente. Se quedó quieto, observando su habitación, la puerta cerrada, la luz opaca de una mañana nublada, que hacía un gran contraste con el soleado día de su sueño. Así como también el abrumador silencio.

Miró las tablas envejecidas del techo que él mismo había ayudado a colocar en la construcción de su casa. Realizó lo mucho que había pasado desde entonces.

Quizá… ya era momento de dejar el nido otra vez. Migrar por el mundo, sin equipaje, para crearlo en el camino.

Me agrada la idea si eso conlleva alejarnos de ese problemático perro, opinó el lobo refiriéndose a Daniel.

Joseph se sentó en la cama, sintiendo un mareo y la garganta apretada por una incipiente gripe. No sabía qué hora era, pero su intuición le dijo que era tarde.

Fué hacia el comedor, el cual estaba despejado, observó la puerta de la habitación de Daniel abierta, se acercó al umbral, observó la cama hecha y sus cosas ordenadas dentro del bolso que él le había regalado. Miró hacia el baño. Desocupado. Afuera tampoco había rastro de él.

Daniel no estaba.

(...)

Ya iba llegando a la ubicación de la señora Marta, cuando su teléfono comenzó a vibrar. Daniel observó el nombre de Joseph en la pantalla. Rechazó la llamada. Detuvo la marcha y levantó la vista para encontrarse frente suyo a la mujer, abrigada con un abrigo largo y una bufanda gorda.
Toda la rabia contenida que Daniel tenía pensado usar para encararla cuando la viera se esfumó. La mujer sabía intimidar.
Sin embargo habló con coraje igualmente.

—Me mintió.

—No tenía de otra.

—¿A qué se refiere?

Marta guardó silencio, mirándolo con desdén.

—A QUÉ SE REFIERE —vociferó Daniel, quedando tembloroso por haber levantado la voz.

Provocó que a su alrededor la tierra se levantase en una circunferencia. Marta lo observó sorprendida. Daniel frunció el ceño afligido y asustado, mirando el anómalo fenómeno a sus pies.

—Ven, siéntate conmigo —dijo Marta con suavidad, tomando su antebrazo y guiándolo a un tronco caído.

Daniel se sentó aún confundido, mirando el círculo de tierra levantada que había creado.

—Por… por favor ayúdeme a aclarar mi mente… Se lo suplico. No puedo confiar en usted, pero… es la única fuente de información que tengo en este momento.

Marta sintió compasión por el joven, cuyos ojos se habían cristalizado. Acarició su antebrazo y asintió.

—Te ayudaré. Hasta donde pueda.

Daniel comprendió que había información que tendría que interpretar, pero al menos era algo.

—Usted sí conoce a mi tío.

—Verdad.

—Mu… Muriel… Mas bien, su familia entera lo conocía…

Marta se quedó callada, la señal de que no revelaría esa información. Daniel sacó la foto de Gastón y Muriel de su bolsillo y se la mostró.

Marta suspiró.

—Verdad.

—Sus hijos… esa noche… me atacaron a propósito.

—Ellos te necesitaban.

—¿Muerto? ¿Moribundo? ¿Para mí tío?

—Es todo —dijo Marta tajantemente y se levantó.

Daniel la siguió con desesperación por entre los árboles, hasta que llegaron al borde que rodeaba su casona.

—Por favor… —suplicó Daniel y la tomó del brazo, Marta se detuvo.

Aquel sollozo del jóven era como el de un niño abandonado, su instinto maternal se despertaba a cada instante, más aún sintiendo el olor de su hijo en Daniel.

Bajó la vista con los ojos cargados de lágrimas.

—Mi tío… ¿está vivo?

Marta ladeó la cabeza hacia un lado.

—Verdad.

Daniel sintió de súbito una presión en el pecho.

—¿Dónde está? ¿Cómo puedo llegar a él? Tiene que decirme, por favor —dijo con absoluto desespero.

Marta retrocedió dos pasos y Daniel identificó nerviosismo de su parte.

—Alejándote del lobo negro.

—¿Qué? ¿Joseph?

Marta volteó hacia su casa, Daniel siguió esta misma dirección y observó a un hombre mirándolos desde la ventana. No era su tío, era un tipo jóven.

—Sí —confirmó respecto a Joseph—. No volverás a ver a tu tío mientras sigas cerca de él. Eso ya es lo último que te diré… Y que si fueras inteligente, vendrías acá donde está mi otro hijo, él sigue necesitándote.

—No confío en ustedes.

—Entonces ya andate. Ya te dije todo lo que necesitas saber.

Daniel retrocedió, tuvo la sensación de que Marta estaba intentando decirle que se fuera por su propio bien, ya que probablemente en cualquier momento el joven de la ventana saldría a atacarlo al ver la oportunidad.

Sintió que quizá Marta lo estaba ayudando de verdad. A escondidas.

—Y Daniel… cuida esa magia en ti, aprende a usarla. Busca su diario.

—Diario... ¿El de mi tío?

—Si ya lo tienes, léelo. ¡Úsalo!

Marta se devolvió corriendo a su casona.

Daniel, preso del pánico por la intuición del ataque del otro hijo de Marta, corrió a toda prisa de regreso, sabía que le quedaban al menos dos horas de caminata, pero quería llegar a un punto donde empezara el territorio de Joseph, ya que lo había entendido…

Ellos no querían cruzarlo.

Ni los hijos de la señora Marta.

Ni su tío Gastón.

(…)

Después del desayuno, Joseph se quedó en cama todo el resto de la tarde. El sueño de esa mañana lo había deprimido, también el hecho de haber comprendido que Daniel se iba a ir para siempre o que quizá ya lo había hecho. Tal vez incluso había sido raptado o ido por voluntad propia al haberse espantado con ese beso.

Aún no comprendía porque lo había hecho, y al recordarlo sentía vergüenza. Solo tenía una idea: su temperamento protector que salía a flote cuando lo hacían enojar. No lo podía evitar. La idea de que la nueva persona con la que podía conversar en persona más de una vez al mes se fuera, lo tenía inquieto.

«Es porque… Me gusta… la presencia de Daniel. Sí. Solo eso».

Se sentía enfermo. El esfuerzo de moverse para cosas mínimas como pararse o darse vuelta en la cama le hacían doler todos los músculos. También había estado estornudando y batallando con el dolor de cabeza. Supo que eran las consecuencias del viaje a la  hostil montaña.

Despertó de lo que se suponía iba a ser una pequeña siesta, la cual se extendió hasta las ocho de la tarde. Al levantarse de la cama se tambaleó por el fuerte mareo que sintió y apretó los músculos de su rostro por el punzante dolor en su frontal, pero resistió y salió de la habitación a toda prisa.

«Daniel… Daniel… ¿Habrá llegado?... ¿Dónde estás Daniel», fue recorriendo el pasillo, sintiendo sus piernas pesadas. «No voy a concebir que te vayas así… sin despedirte de mí».

Apretó los dientes con rabia al pensar en esa posibilidad.

«No… De hecho no permitiré que te…».

Sintió un latido fuerte en su corazón. Que lo hizo pararse en seco. Y tomar aire.

Cuando llegó al living lo vió. Ahí en el sillón apegado a la ventana. En el lugar donde se sentaba siempre. Mirando hacia el mismo punto de afuera de siempre. A sus pies se encontraba el diario de su tío abierto en la última página.

Daniel lo sintió y se volvió rápidamente en su dirección. Joseph percibió cierta angustia en su semblante.

Respiró lentamente, intentando parecer normal. Ocultó el profundo alivió que lo embargó.

—Hola —le dijo Daniel.

—Hola —suspiró Joseph y caminó hacia él.

Daniel le comentó sobre la visita que le había hecho a la señora Marta sin ahondar en más detalles que haberle proporcionado certeza respecto a las suposiciones que habían concluido ayer. Joseph le sorprendió y sintió alivio también al comprender que al menos la señora Marta no estaba completamente involucrada en el asunto; había ayudado a Daniel.

Por su parte el joven dudó sobre si contarle sobre la protección de su territorio, puesto que no quería seguir involucrando a Joseph en la situación, y saber que él estaba seguro le bastaba.

Daniel le preguntó si se sentía bien, al notarlo decaído y acatarrado. Joseph asintió cerrando los ojos, desinteresado. Daniel se sintió angustiado y culpable, puesto que era obvio que el viaje a la montaña lo había constipado.

Luego guardaron silencio. Daniel se quedó muy tranquilo, abrazando sus piernas, mirando junto a Joseph el bosque azul de las siete. Sintió aquel vacío y aquella incertidumbre que le causa estar solo y el silencio. Esa incomodidad de sentirse observado y en peligro, pero todo en un rango menor por la acogedora presencia de Joseph, quien solo le haría daño si este se atrevía a irse sin avisar o matarse.

Sí. Recordó lo de la noche anterior. Esa advertencia, beso en su cadera. Había evitado pensar en aquello durante el día, temía sacar ideas que lo confundieran. No podía permitirse tal cosa. En ese momento lo más que necesitaba era claridad.

—Alguien nos observa.

Daniel estaba tan sumergido en sus pensamientosy reflexiones que Joseph tuvo que repetir lo que dijo.

—Daniel, alguien nos observa.

—¿Eh? ¡¿Qué?! ¿Dónde? —Daniel saltó en su lugar y miró en todas las direcciones al bosque.

—Creo que justo ahora no. No lo sé con exactitud, puesto que la lluvia dispersa el olor.

Daniel se tranquilizó y tragó saliva.

—Joseph...

—Empieza a ser constante. A veces lo siento lejos, a veces al límite de mi territorio, pero nunca por sobre este —Joseph continuó hablando, sin reparar en Daniel—. Como tú no lo sientes, no quise contarte antes, para no asustarte, pero ahora siento que puede tener relación con tu tío o… la familia de Muriel.

Daniel asintió, y Joseph extrañado porque no dijera nada se lo quedó mirando.

Entonces lo comprendió.

—Tú ya sabes.

Daniel subió los ojos y asintió serio.

—Justo hoy la señora Marta me lo confirmó, yo también lo sentía. Creo que es su otro hijo. También me explicó que no pueden cruzar tu territorio, tú protección es demasiado fuerte. No planeaba contarte puesto que… de verdad no quiero seguir involucrándote, Joseph. No quiero que exista la posibilidad de que puedas meterte en problemas por mí culpa. Si te hacen daño…

Joseph se sintió irritado, lamió sus labios y apartó la vista. Daniel notó su frustración y se puso nervioso.

Pero segundos después, sintió su mano grande, pesada y cálida posarse en su rodilla derecha.

—Estamos contigo en esto.

¿Estamos?, se molestó el lobo.

—Y aparte, Daniel… nadie se meterá conmigo.

Daniel proceso aquello dicho. Y suspiró y sonrió de lado. Era cierto. Se sintió un poco tonto. Joseph era un hombre fuerte en todos los aspectos.

—Confía más en mí. Yo ya confío en ti. Daniel yo… esto te parecerá inesperado, pero… ¿tú cuidarías la cabaña por mí? Si me fuera al extranjero a fin de año, ¿te gustaría quedarte aquí? Proteger la zona y... y no dejar que el polvo se acumule.

Daniel estaba tan conmocionado que apenas podía seguir el hilo de las palabras de Joseph.

—Sé que es muy egoísta lo que te pido, puesto que tú tienes tus planes, pero en este momento, eres la única persona a la que le confiaría esta casa. Sé que sigues con la idea estúpida de encontrar a tu tío, y te respetaré, pero también sé que si desistes de aquello, este podría ser un buen refugio para ti.

Daniel no pudo mirarlo a los ojos, pero sí posar su mano sobre la suya, que aún se encontraba cubriendo su rodilla.

Asintió.

—Yo… en serio gracias Joseph. Sí me gustaría. Solo espero… seguir vivo. —Daniel sonrió y a Joseph por un segundo se le apretó el corazón, pero también terminó por sonreír ante el comentario de Daniel—. Me imagino que ya son muchos años sin viajar.

—Sí… Creo que ya es momento de salir al mundo otra vez —dijo Joseph emocionado.

Recordó otra vez el sueño que había tenido en la mañana. Le seguía sorprendiendo lo real que se había sentido en comparación a la común abstracción de los normales que tenía.

𓃥 𓃦

HOLAAA, CUÁNTO TIEMPO 😭😭

Entré a la universidad este año y por el tiempo tuve que dejar la cuenta de lado, por mientras fui avanzando en nuevos proyectos. En este momento me parecería una locura, pero que creo que exite la posibilidad de publicarlos algún día ☺️

Espero hayan tenido un buen año, y tengan un excelente 2025, les amo 💗💗💗

—Dolly

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