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21 "La advertencia"

Daniel estaba seguro de que Joseph estaba molesto con él.

Durante el descenso de regreso, esta vez fue Joseph quien fue más adelantado. Y en el auto, Daniel pudo sentir casi que en forma física la pesadumbre emanar del cuerpo del hombre.

Daniel se mantenía inmóvil, conmocionado por todo lo que había pasado. Sentía su mano entumecida, envuelta con una gaza y cubierta con su guante gris. Cuando Joseph había apretado su mano, por un momento su dedo pulgar se había salido de lugar, quedando adelantado en su palma. Por la adrenalina del momento, Daniel se adelantó al pánico y con su otra mano lo acomodó. Estaba aliviado de que no haya sido una fractura, pero aún así, sentía un agudo dolor al mínimo movimiento.

Lo que sí lo preocupaba, era el dolor en su cadera derecha. Al principio no entendía como se había herido, luego recordó que al caer del precipicio se había rasgado con la roca.

Mantenía su mano buena dentro de su bolsillo, empuñando un pedazo de papel higiénico con el que hacía presión en el corte. Cabeza gacha, no se movía. No quería que Joseph se diera cuenta. Pero era inútil. El hombre podía sentir el olor de la sangre, manchando el asiento de su auto.

Estaba tan enojado que ni ayudarlo quería.
Al llegar a la cabaña, cada uno fue por su lado. Joseph se encerró en su taller y Daniel fue al baño.

Se quitó los pantalones y la impresión de la herida le causó escalofríos en todo el cuerpo.

Alrededor del corte había un gran moretón rojo que se extendía hasta casi la mitad de su muslo.

Comenzó a llorar, como un niño, buscando ser auxiliado por su madre.

(...)

Acostado en la cama, Daniel veía por la ventana la fina y constante lluvia que caía iluminada por la luna llena de esa noche. El viento silbaba, los árboles eran un cesante coro de platillos. Y anque no estaba en el exterior, podía sentir el olor del petricor del pasto, la tierra de hojas húmeda y los caracoles negros muy de cerca.

Qué bella es la naturaleza, pensó Daniel. Qué gusto le daba haber crecido siempre tan cerca de ella y poder disfrutarla en su estado tanto humano como salvaje.

Se sentía afiebrado.

Por más cansancio que tuviera, la incomodidad de las heridas se lo impedían. Lo que a su vez, garantizó que tuviera tiempo para pensar en las palabras impresas en el diario de su tío que había leído durante la tarde. Cada. Una. La verdad, es que igualmente sentía un rechazo a dormir, temía que al cerrar los ojos los mensajes de los sueños fueran peores.

Su garganta estaba apretada por el dolor. Tenía el impulso de gimotear, pero aguantaba. Al menos la herida no se había vuelto a abrir. Durante la ducha, se había limpiado todo rastro de sangre de su pierna y hecho presión por más de veinte minutos. Identificó que necesitaba puntos, pero lo único que consiguió para mantener el tajo cerrado fue un pedazo de gaza y un scotch para sujetar esta.

Pensó en pedirle ayuda a Joseph. Pero no quería molestarlo más. De hecho, había concluído que este no quería ni toparse con él, pues al salir del baño y llegar a la pieza, observó un sobre encima de su cama.

"Por favor... Encontré algo...", recordó que le había suplicado Joseph.

Lo vio todo, la foto de Gastón y Muriel, y el mensaje de su tío en el reverso.

"Mi sobrino viene en camino. Estén atentos para el ataque".

Daniel se negaba a pensar que aquello significaba algo negativo. Aunque en el fondo ya lo había concluido.

Muriel y Gastón estaban coludidos.

Pero se negaba a pensar que su tío querría hacerle daño.

De repente, entró Joseph en la habitación. Daniel se volvió sobresaltado en su dirección. El hombre se acercó al escritorio al lado derecho de la cama y prendió la lámpara. Luego rodeó la cama y dejó una bandeja en su velador. La cual traía un caldo de verduras, analgésicos y una pomada.

Daniel lo miró e intentó articular alguna palabra, pero la vergüenza y la culpa se lo impidieron. Aparte, no sentir la ya acostumbrada mirada atenta del hombre lo puso nervioso.

Dani, tú dijiste que más nos valía nunca hacerlo enojar, se lamentó Capu en su interior.

-No comiste nada.

-No... Gra-gracias -murmuró el joven y se incorporó un poco en la cama.

Ladeó la cabeza para ocultar la expresión de dolor en su semblante.

Pero fue inútil, otra vez. Joseph lo podía sentir de todas maneras. Lo había sentido toda la tarde. El sufrimiento del joven, cuya alma diáfana dejaba salir como una bruma de resuellos.

Tomó un poco del caldo y de inmediato, se sintió un poquito mejor.

Se formó un silencio, el cual fue llenado con el ruido lejano del refrigerador y la respiración baja y temblorosa de Daniel. Tenía frío, pero no quería tapar con otra cosa su cadera, que ya estaba cubierta por su buzo negro de pijama.

-¿Me dejas ver la herida? -preguntó Joseph gravemente.

Daniel entonces supo que ya se había dado cuenta, y asintió tímido.

Joseph acercó la silla de mimbre a la cama, Daniel deshizo el nudo del buzo y bajó este junto a su ropa interior, hasta descubrir su muslo. Mordió su labio inferior y con su mano buena, mantuvo su parte íntima tapada con las sábanas desordenadas de la cama.

Joseph retiró la gaza sujetada con el scotch, la fue a botar a la basura y volvió con un paquete de apósitos hidrocoloides.

Daniel miraba todos los movimientos del hombre, cuyo semblante se mantenía serio e indiferente. Pero que, sin embargo, ahí estaba. Siendo atento como siempre.

Sonrió débilmente.

-Joseph -susurró.

Este no lo miró, solo arqueó las cejas.

-Perdón.

Nuevamente no obtuvo respuesta.

-Perdón por... hacerte perder el tiempo. Por no tener para pagarte todo lo que has hecho por mí. No sé si te habrás dado cuenta, pero... soy súper pobre.

Joseph contuvo una sonrisa.

«Daniel eres imposible».

Abrió el paquete de parches.

Volvieron a estar en silencio hasta que Daniel volvió a hablar.

-¿Te digo algo loco?... Había tenido un sueño muy raro con mi tío hace unos días. Y luego uno con Muriel, en el que me decía que me matara -dijo Daniel, queriendo iniciar una conversación, cualquier cosa que llamara su atención. Cualquier cosa que hiciera que Joseph lo mirara.

-Mmm... Qué lindo es Muriel.

Daniel no pudo contener una sonrisa. Aquello dicho entre dientes por el hombre guardaba una clara muestra de fastidio, que Daniel solo pudo relacionar con celos.

-Gracias por el sobre. Debe ser una pista valiosa. Menos mal no caí del precipicio... -dijo Daniel, con una risilla baja al final, inconsciente. De la cual se arrepintió al instante de haber emitido, puesto que observó como Joseph apretaba la mandíbula, disgustado-. Gracias por sujetarme Joseph.

Las palabras quedaron en el aire.

Joseph puso el parche en la herida del joven.

-No vuelvas a hacer algo así. -Por fin lo miró-. Nunca más.

Su voz era tan grave y profunda que hizo sentir escalofríos a Daniel. Luego, sintió emanar de su cuerpo su esencia en forma de oscilantes vibraciones, que le tensaron las piernas.

-No me interesa ayudar a un... extraño. Un extraño que no me informa si se va o se mata. Si ese es el caso, andate ahora mismo y como bien tienes claro, no me hagas perder el tiempo preocupándome por ti.

Si hubiera podido, Daniel se habría parado, tomado sus pocas cosas e ido en ese instante. Pero simplemente no podía moverse. Por lo que se tragó las malditas lágrimas y el dolor que le habían provocado las palabras de Joseph. Nunca se había sentido tan estúpido.

Aunque de todas maneras se defendió.

-Daba igual -dijo con la voz cortada, pero firme-, de todos modos moriré dentro de un año. ¿Cuál es el sentido de retrasar algo que sé que pasará? Y que de todas formas ayudará a mi tío.

Si vuelvo a escuchar que pronuncia "tío", "Gastón" o "Muriel"otra vez, le cortó la garganta, gruñó Josi.

Joseph apretó los dientes.

-Yo te agradezco otra vez por todo, pero lamento decirte que eso de echarme no es una amenaza. Tengo clara mi posición aquí, porque tengo mis propósitos. Y... y nuevamente me disculpo por todos los inconvenientes que te he provocado. En cuanto pueda me iré a la casa de la señora Marta, porque ya sé que me mintió, que su familia sí conocía a mí tío. Que probablemente hasta a mí me conocían. Que todo fue planeado. -Su mentón tiritó-. Iré a buscar la verdad, y luego ya no sé. Si lo encuentro bien, si no... -Daniel no terminó la frase-. Pero te aseguro que nunca pisaré tú territorio otra vez. No quedará rastro de mí, por lo que tampoco nadie te buscará.

Joseph lo miró otra vez.

Daniel también. Tembloroso. Con ojos vidriosos, pero temerarios. Estaba preparado para lanzar más mordiscos.

Hubo otro silencio. Joseph apartó la mirada.

-Pensé que éramos amigos.

Daniel tragó saliva.

-Yo también -dijo muy bajo, como quien realmente, está muy asustado-, pero ahora me queda claro que no, que solo soy un extraño para ti, aquí.

A Joseph le dieron los mismos escalofríos que Daniel había sentido, y se le tensaron las extremidades de igual manera.

«Daniel... Daniel, eres un...».

Respiro profundo, y estiró su mano para alcanzar la pomada en la bandeja.

-Escucha... No sé quién mierda era tu tío ni en que estaba metido, pero si en serio crees que quitarte la vida por él es una opción, él, cuyo propósito en la vida provocó que mataran a su hija y quién sabiendo la verdad nunca advirtió a tu familia de nada, haciendo que tus hermanos murieran uno tras otro, me equivoqué contigo. Por favor, no seas estúpido -chasqueó la lengua-. Ibas perfecto: hablar con la señora Marta, encontrar la verdad.

Una lágrima surcó el pómulo de Daniel. Quería golpearlo la cara y gritarle que no volviera a hablar de su familia.

Pero qué caso tenía, si todo lo que había dicho era verdad.

Hubo un silencio de cinco segundos.

-Deberás esconder tu pistola mejor, si tanto te importa si vivo o no -dijo sin mirarlo.

Aún sin ver su expresión, sintió el asombro y desconcierto del hombre.

-¿Qué pistola? -Joseph fingió demencia.

Daniel se quedó callado. Arrepentido de haber cedido al impulso de seguir respondiendo sus ataques. Puso el rostro contra la almohada y lloró en silencio.

Joseph lo quedó mirando, sintiendo una opresión en el pecho. Odiaba verlo sufrir.

Observó su mano amoratada.

-Dame tu mano -susurró.

Daniel dejó pasar unos segundos. Seguido refregó su rostro en la funda de la almohada y giró la cabeza en dirección a Joseph. Sorbió mocos y arrastró su brazo por el colchón, en dirección al hombre.

Este primero posó fugazmente la suya sobre la del joven. Luego la volteó, palma arriba. Abrió la pomada, untó su dedo con una gotita, y aplicó esta en la base del pulgar de Daniel, con mucha suavidad.

Daniel volvió a sorber su nariz.

El dedo del hombre recorrió la palma del muchacho hasta su muñeca, dónde rascó con suma delicadeza la fina piel que cubría sus venas. Daniel sintió cosquillas.

Tuvo el impulso de entrelazar su mano con la del hombre. Pero pensó en por qué iría de hacerlo, si no eran nada; no una pareja, ni familiares. Y ni aunque fueran amigos hubiera de haber entrelazado sus dedos con el hombre.

Frunció el ceño un poco confundido.

Joseph retiró su mano y volvió a mirar su cadera.

-¿Quieres que te eche en el moretón?

Daniel adivinó que el tono de Joseph guardaba tristeza. Y se confundió aún más.

-Sí... Por favor -murmuró.

Qué había hecho. Por qué había sido tan peleador. Más encima con Joseph, quien lo había ayudado tanto, quien genuinamente lo había salvado de morir ya dos veces. Quien lo ayudaba aún cuando estaba molesto con él.

«Tonto... tonto», se regañó Daniel, avergonzado.

-Perdón Joseph... -dijo y se quebró otra vez.
El hombre no lo miró, concentrado en aplicar en círculos la pomada sobre el moretón, el cual estaba empezando a adoptar una coloración negra.

Le pareciero muy atractiva la red de estrías que se extendían en esa zona de la piel de Daniel. Las cuales a la luz de la luna parecían finos hilos de plata incrustados en su canelosa tés.

Al sentir el tacto de la mano de Joseph en esa parte, Daniel apretó los dedos de sus pies, sepultados bajo las mantas de la cama. Y a su mente no se le ocurrió mejor cosa que recordar el final del sueño que había tenido con Muriel, en el cual este se vió reemplazado por el hombre.

Daniel sabía que aquello no había tenido nada que ver con el mensaje que había intentado transmitirle. Lo había formulado su mente.

«Los sueños son los deseos del inconsciente».

Cerró los ojos sutilmente, para espantar esos pensamientos que no iban al caso.

Pero no podía, porque la intensa mirada y la delicadeza con la que Joseph operaba sus dedos se lo impedían.

Tenía vergüenza por tener miedo. Tenía vergüenza por estar tan sonrojado. Tenía vergüenza por tener vergüenza. Y le pareció sentir que el dolor de sus heridas se intensificaban, lo cual solo lo dejó en una posición aún más vulnerable.

Joseph no dejó de masajear hasta que la pomada se absorbió casi que por completo.
Fue cuando Daniel pudo volver a tomar aire.
Pero entonces...

-No me gustan los perdones -murmuró Joseph, y posó su otra mano en la curva de su cintura con firmeza, pero a la vez delicadeza.

Esas dos palabras, Daniel se daría cuenta que combinan muy bien con Joseph.

-A mí me demuestras las cosas con hechos.

Se incorporó un poco y acercó lentamente su rostro hacia la parte inferior del cuerpo de Daniel. Detuvo su boca frente al moretón y la abrió ligeramente, con deseo.

Pero se detuvo. Cómo si fuera algo prohibido.

Olfateó el olor a menta que había quedado impregnado en su piel.

Daniel estaba apunto de un paro cardíaco. No sabía identificar si su corazón no latía, o lo hacía tan rápido que apenas se sentía.
Ternura y dominación. Otro par.

Joseph depositó un beso húmedo en su cadera.

Daniel afligió las cejas y jadeó. Su mano, que había llegado a la nuca de Joseph, apretó suavemente su cabello enmarañado.
Luego Joseph lo miró, mientras sus labios se iban separando de su piel lentamente.

Esos brillantes y piadosos, pero salvajes; y aunque peligrosos, amables; ojos verdes le transmitieron el mensaje:

«Pobre de ti que te atrevas a hacerlo otra vez».

-No me vuelvas a asustar así... Cabro chico.

𓃥 𓃦

Holii, ¿les gustó el cap.? A mí mucho ☺️

Muchas gracias a las personitas que siguen la historia, les mando muchos cariños ☺️🩷🫂💌

—Dolly

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