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12 "Capuchino"

Como si de una maldición se tratase, a la muerte de la bebé Guadalupe le siguió la de Raulito, un pequeño de cinco años que hablaba muy poco. Daniel lo había marcado cuando este era un guagua, ya que desde que había nacido, había desarrollado una fuerte conexión y sentimiento de protección con él. Raúl siempre andaba detrás suyo, se sentaba a su lado para comer en la mesa, en el sillón cuando veían la tele y en el transporte público. Incluso, cuando estaban en el colegio, durante los recreos, Raúl se iba siempre dónde Daniel, quien lo dejaba ubicado en una banca frente a la cancha. Este se quedaba viendo a su hermano mayor jugar a la pelota, pensando que era la persona más genial del mundo.

A veces parecía ser que Raulito solo sabía una frase:

"Dani, dueme' comigo".

Daniel dormía abrazándolo, era muy miedoso. Eso fue lo que dejó en paz cuando éste falleció; que se fue en el sueño, sintiéndose protegido por los brazos de su persona favorita. Su héroe. Su mejor amigo. Su hermano.

"Pulmonía".

-Eso dijeron.

Por el rompimiento del vínculo, Daniel ese tiempo enfermó gravemente, y tuvo el primer episodio depresivo de su vida.

Cuando Joseph terminó de oír esa parte de la historia, tomó un pequeño sorbo de vino que lo ayudó a pasar el nudo que se había formado en su garganta. Daniel tenía una forma especial de contar las cosas, haciendo hincapié en detalles que podían resultar insignificantes para comprender lo relevante de la historia, pero eran su manera de forjar esta.

»-La cuenta volvió a reducirse. Quedamos mi mamá, el Bastián, que en ese entonces tenía diecisiete, la Isidora y la Valeria, que tenían once. Ya no nos daba la economía para nada, por lo que sacamos nuestras pertenencias y nuestros muebles de la casa y se las dejamos a una vecina amiga de la familia. Nos fuimos de Angelmó y... mi mamá nos llevó a vivir a un campo camino a la ciudad de Osorno, donde al menos podíamos comer y beber agua todos los días.

-Pero... -dudó Joseph.

-En... forma animal -murmuró Daniel, interrumpiéndolo, encogiéndose en la silla y apartando la vista.

Era sabido que algunos metamorfos en algún momento de su vida o incluso desde su nacimiento optan por mantenerse en forma animal por un tiempo definido, indefinido o para siempre, pero hacerlo por necesidad, era demasiado lamentable. La impresión por el testimonio de Daniel era demasiada.

El joven subió la vista lentamente y miró a Joseph, para ver que expresión estaba haciendo, y anque el hombre estaba claramente pasmado, lo animó a continuar.

-Sigue. Tranquilo.

Daniel asintió, y se acomodó derecho otra vez.

-La familia de la casona del campo siempre estuvieron convencidos de que éramos unos perros que habían ido a votar...

A su madre, cuyo animal era una perra grande y lanuda color plomo, la llamaron Lola; a su hermano Bastián, Zarapito, por su pelaje beige atigrado; a su hermano Isidora, cuyo animal se parecía mucho al de él, incluso más que su propia mellizas, Laucha, por lo pequeña y menuda; y a Valeria Sandy, Daniel nunca supo por qué. Ella, Isidora y Daniel se parecían mucho en general, pero Valeria siempre fue más grande, más ágil y más fuerte.

-Los integrantes de las familias de quiltros no nos parecemos mucho entre sí -explicó Daniel, como un inciso.

»Daniel tuvo varios apodos antes de uno definitivo: "Laucha macho", "Mamón" (por lo cariñoso) y "Garzo"; este último, porque amaba perseguir a las garcitas chicas por las tardes en el pequeño estero del campo.

Fue a la hija del capataz a quien se le ocurrió un día ponerle Capuchino, porque las manchas de su pelaje eran igualitas al tono de la bebida. Pronto dicho apodo se fue acortando.

"Capuchino".

"¡Capuchi, Capuchi!".

Hasta que simplemente se quedó por "Capu".

La familia se encariñó rápido de todos; les construyeron casitas, les dieron mantas viejas de lana (entre las cuales se encontraba una roja de bordes azules), les daban las sobras de todas las comidas, agua y amor. Los niños de la casa eran muy juguetones y junto a Daniel le encantaba arrear las ovejas junto a Valeria.

-La Vale fue la primera en adaptarse, se convirtió en la perra guardiana de la casa y vivió todo ese tiempo plena. En cambio, el Bastián odiaba ese estilo de vida, él de por sí siempre había odiado ser mitad animal, normalmente nunca se transformaba, decía que no lo necesitaba. Mi mamá aprovechó ese tiempo para descansar, ella... sabía que era la situación más miserable y la medida más extrema a la que habíamos llegado, pero realmente era mejor que nada en ese momento. No teníamos que pagar cuentas, arriendo, ni trabajar. Ella solo tenía que diariamente cazar algunos conejos en el bosque, llevarlos al patrón y a sus trabajadores para que estos pensaran que era una perra súper inteligente que valía la pena tenerla allí...

En cuanto a Isidora y Daniel, ellos se resignaron a vivir de esa manera. Lo único que producía angustia a Daniel era no poder asistir al colegio durante ese año, su antepenúltimo año.

Se la pasaba hablando con el señor Martín, el gato de la casa -que era flaco, tenía un fino y corto pelaje azabache y los ojos amarillos-, un metamorfo que había decidido quedarse en su forma animal hace muchos años. Sus hermanos no se fiaban de él, pero a Daniel le hizo compañía muchas veces. Era antipático y frío, pero le agradaba Daniel. Ni él sabía por qué pero le agradaba Daniel.

Daniel prescindió de contarle a Joseph como una noche unos lobos lo habían asesinado y devorado. Era un hecho que hasta el día de hoy le producía una fuerte perturbación y tristeza.

Una hermosa tarde de noviembre, Lola, quien estaba en la entrada de la casona a los pies de Beatríz, la señora del patrón, vio llegar al cartero desde afuera en su bicicleta por el camino de tierra entre la hierba alta y verde que era mecida por la brisa. El cartero entró a la casa, habló un poco con la señora de cómo estaba todo en la ciudad y dejó la correspondencia. Cuando Beatríz la revisó, se extrañó por cierta carta de un remitente desconocido.

-¿Gastón Pérez? No conocemos a ningún Gastón Pe... ¡Oye!, ¡oye, Lola devuélveme esa carta! ¡Perra mala! -Al oír el nombre de su cuñado, la madre de Daniel había agarrado la carta en las manos de su dueña con sus fauces y echado a correr hacia el patio a toda velocidad.

Detrás de unos arbustos, tomó su forma animal, gimiendo en el acto, por el agudo dolor que le produjo la sensación de sus huesos, después de tanto tiempo en forma animal, estirarse y descontracturarse. El pelo, largo, sucio y enredado se le fue a la cara y notó que su piel estaba bastante sucia y sus uñas largas, deformes y embarradas. Abrió la carta a toda prisa e ignorando el latente dolor de cabeza, leyó la carta, en la que Gastón le informaba a ella y a los niños que había regresado de Puerto Williams y podrían volver todos juntos a Puerto Montt.

Y así fue como un día Lola, la perra anciana y peluda, Zarapito, el perro arisco, Isidora, la perrita dormilona y Capuchino, el más manso y cariñoso de la manada se fueron de la parcela. Un día simplemente desaparecieron.

Daniel, se llevó la manta roja, la cual tiempo después, su madre transformaría en su poncho regalón.

Valeria se quedó. Desistió de su vida humana, lo que siempre había querido y aún vive allí, feliz, libre y salvaje. Para María Isabel fue difícil dejar otra hija atrás, pero supo que no podía obligarla a nada, y sobre todo, que estaría bien.

Pasaron los años y la vida no fue menos complicada, pero sí tuvieron más estabilidad. Bastián y Daniel terminaron sus estudios, y a la edad de diecinueve años, salió al mundo a buscar más trabajos. Más, porque realmente él había trabajado en otras cosas desde pequeño. Al igual que Bastián, llevaba lo que podía a la mesa y ayudaba a su hermana Isidora en el colegio.

-Después... tuvimos más plata y empecé a estudiar, con una beca que también me ayudó bastante-dijo Daniel, y sonrió, notándose contento y orgulloso de aquello.

-Wow, ¿en serio? -dijo Joseph.

-Sí, un técnico informático, bien cortito.

Ja... Qué patético.

«Uhg... Cállate lobo de mierda».

Joseph ocultó la expresión de odio que le había denotado su animal agachando la cabeza, a veces realmente deseaba sacarlo de su consciencia y darle una lección.

-Con eso, aprendí mucho, y me sirvió para tener ingresos haciendo pololitos a mis vecinas y arreglando celulares, me hice cualquier plata con eso -continuó Daniel-. Y aparte, tenía un trabajo estable en un restaurante en el centro. Todo marchó bien, súper bien durante tres años...

Se formó un silencio, en el que la expresión contenta de Daniel se perdió.

-¿Pero?

-Pero... mi tío se fue a Magallanes otra vez, y... -la voz de Daniel se cortó. Miró el mantel como aturdido, como si no terminara de entender lo que se dispuso a contar a continuación- y el último invierno, el año pasado, la Isi se enfermó un día...

«Dios...», pensó Joseph.

-Y se murió a la semana. El día después de que la dieron alta de la UTI.

Joseph observó a Daniel contener las lágrimas respirando profundamente.

»-Tenía las defensas bajas... Eso dijeron. -La expresión de Daniel, decayó aún más.

-Lo... siento mucho -susurró Joseph.

Daniel mantuvo silencio un momento, luego siguió.

-Después de eso, mi mamá entró en depresión y se enfermó. No salía de la cama y apenas tenía ganas de comer, la Isi era su regalona, era nuestra, regalona. Por eso mismo, el Bastián se fue... Literal, se fue. Simplemente. La noche antes de irse, había entrado a la pieza de mi mamá y gritado de todo, le dijo que estaba chato de llegar del trabajo y que no hubiera nada para comer, que le estresaba que estuviera todo el día acostada y que haya detenido su vida entera...

«-La Isidora se murió mamá, entiende, no va a volver porque hagas huelga de hambre. Y yo estoy... destrozado por perderla también, pero no voy a parar mi vida, no otra vez... Te quedan tres hijos vivos... ¡Así que levántate y aprovecha de disfrutarnos antes de que muera el siguiente! -terminó de decir, gritando y llorando».

-Mi mamá no hizo nada... Y yo en ese tiempo tenía tan pocas fuerzas que no interferí. Algo de lo cual me arrepiento porque pienso que sí quizá hubiera hablado con él, no se habría ido al día siguiente. -Daniel bajó la cabeza y negó-. Pero sí lo hizo. Y con mi mamá no lo evitamos... A esa altura no tenía caso, él tenía derecho también de hacer su vida, de tener una buena vida.

-Entonces, ¿quedaron los dos solos?

Daniel miró a Joseph.

-Sí... un tiempo, pero mi mamá nunca se recuperó del todo. Yo dejé mi otra pega para cuidarla.

Daniel se quedó como pensativo, con expresión afligida. Joseph dedujo que estaba recordando todo lo que significó aquel tiempo, y recordar cómo su mamá se fue marchitando.

-Falleció el dos de febrero.

Joseph esta vez no se sorprendió. De hecho, estaba preparado. Sabía que el desenlace sería el mismo. Y Daniel comprendió que lo suponía, por eso solo le dijo la fecha.

Afuera comenzó a llover. El voltaje de la ampolleta del comedor sobre sus cabezas comenzó a parpadear.

-Intenté... Intenté seguir... viviendo -la voz de Daniel era un hilillo, que solo fue posible escuchar gracias al silencio absoluto en el ambiente-, pero no pude. Nunca me ha gustado estar tan solo.

Un nuevo silencio se formó en el ambiente, Joseph dedujo que Daniel ahora sí, ya no aguantaría las lágrimas. Se derrumbaría y sería de ese llanto incontrolable que te hace hipar. Y él intentaría consolarlo, estaba dispuesto incluso hasta a abrazarlo.

Pero no. Daniel siguió aguantando. Cosa que realmente sorprendió a Joseph.

-A mí tío nunca le gustó la tecnología... por lo que le mandé una carta escrita a mano que se la hice llegar a su trabajo, explicándole la situación: que me había quedado solo y que quizá podía considerar volver. Hace dos meses, me llegó su respuesta, una carta muy... extraña, que aún no termino de entender, no te imaginas cuántas veces la he releído. Pero, al menos me dijo algo concreto; que está vivo, o que al menos en el momento en que la escribió lo estaba... y que lo podía encontrar en Aysén, en el Cerro Tres Frailes.

«Voy... al Cerro Tres Frailes (...). Tengo un conocido que espero encontrar allí... Que está allí, mejor dicho», recordó Joseph aquello que había dicho Daniel la primera vez que estuvo a punto de irse, en la galería de la casa, trastabillando con las muletas.

Ya comprendía su ansía de llegar hasta la montaña. Y ya no lo creía tonto, pero sí le dió mucha lastima, inevitablemente.

-Tomé mis ahorros, otros que me había dejado mi mamá, vendí algunas cosas de la casa; la tele y un compu de la Isi... y como hace tres semanas me vine para acá. Fue súper largo el viaje, y me retrasé más aún porque no pude pagar el último ferry.

-Pero, a ver, ¿cómo cresta cruzaste el Río Bravo? -Joseph no pudo evitar escandalizarse.

Daniel le sonrió.

-La segunda vez, me subí igual no má' a la barcaza -murmuró, y refregó su ojo izquierdo, quedando sus nudillos húmedos-. Todos los pasajeros que iban arriba se rieron cuando vieron a un perro salir del portamaletas y descender "robándose" una mochila.

Joseph comprendió, y sonrió negando con la cabeza.

-Me quedé en forma animal, porque me cansó menos de esa manera, y ahí sí tuve que caminar bastante, hasta que llegué al final de la carretera Austral. Pero, aunque me agoté, lo disfruté mucho, la vista es hermosa -dijo y miró hacia arriba, observando como el voltaje de la ampolleta se estabilizaba-. Antes de internarme en el bosque, pasé unos días en el Puerto Bahamondes, para descansar y aprovechar de comer harto. Un caballero de la caleta que se encariñó del Capu le dio pancito y pescado. Y después... bueno, ya sabes. -Daniel hizo una mueca y suspiró-. La noche en que entré al bosque me atacaron, ese tal Muriel me mordió y... tú me salvaste.

Miró a Joseph a los ojos.

-Esa es mi historia. Así es como terminé acá en el fin del mundo y como encontré tu cabaña.

La luz de la ampolleta volvió a parpadear incesantemente, hasta que se apagó por completo.

Ya eran las dos de madrugada. Ambos se levantaron, Joseph recogió la mesa y le pidió a Daniel que si podía avivara el fuego de la estufa, porque esa era la manera de tener las piezas calientes en la noche, con las puertas abiertas.

Daniel lo hizo en menos de dos minutos, cosa que sorprendió a Joseph, quien aunque también tenía experiencia, siempre se demoraba más de cinco.

Finalmente, Daniel agarró sus cosas que habían quedado en el living cuando llegaron otra vez a la casa durante la tarde, y fue a la habitación en que Joseph lo había dejado el primer día.

-Buenas noches -escuchó la grave voz de Joseph desde el pasillo.

-Ch-chao Joseph, buenas noches -dijo Daniel bajito, aguantando la respiración.

Cerró el visillo de la ventana y abrió las tapas de la cama.

-Oye -susurró Joseph a sus espaldas y tocó su hombro, este había vuelto la habitación.

Daniel giró espantado y pegó un suspiró de impresión.

Entonces, Joseph observó su rostro empapado de lágrimas.

Ya las había soltado.

El hombre quiso hablar, pero se paralizó un instante en sus ojos llorosos, en su nariz y mejillas irritadas y en su labios cremosos. Y pensó en cómo era posible que una criatura tan destrozada y miserable... pudiera ser tan valiente aún.

Recordó y comprendió ese dicho, "aperrado". Era muy acertado.

»Notó que lo había tomado de los brazos inconscientemente. Cerró los ojos y lo soltó. Se recompuso y habló.

-Esto... solo te iba a proponer que mañana, si quieres, me podrías mostrar la carta de tu tío y podríamos planear ir a la montaña. Yo te puedo acompañar, tengo equipo de escalada y hartas cosas que te pueden servir.

La boca semi abierta de Daniel tiritó y más lágrimas manaron de sus ojos. Joseph se sintió culpable de presenciar su llanto, porque había inferido que Daniel se había aguantado todo el rato en la mesa, para liberarse en soledad. Y él lo había interrumpido otra vez.

-Ya... Sí, sí, me encantaría -susurró el joven y asintió-. Muchas gracias por todo otra vez... en serio.

Joseph sonrió con los labios juntos, y dió un solo asentimiento, firme, con la cabeza.

Se despidieron una última vez. Y ahora sí, se acostaron.


𓃥 𓃦


2/2

Holiii, disculpa la demora, espero que les haya gustado el cap.

Un besitoo

-Dolly

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