10 "Quédate... otra vez"
La llovizna había pasado y las nubes del cielo despejado, cruzando la cordillera para refrescar ahora algún bosquecito del suelo andino.
Joseph seguía buscando a Daniel, calmado, jugando a lanzar las llaves del auto.
Unos veinte minutos más tarde, lo encontró en un riachuelo que era parte de la desembocadura del lago. Daniel estaba de pie en la orilla, observando como el sol del ocaso pintaba el agua de colores anaranjados, amarillos y rojos. Tenía la mochila a sus pies y sostenía con ambas manos la chaqueta de Muriel.
Joseph se acercó unos pasos más.
—Daniel... quiero volver temprano a mi casa si no te importa, me carga conducir de noche —habló despreocupado, esperando que haya entendido que nada importaba ya, que había olvidado lo de recién sin que él se lo pidiese si es que así lo quería. Si sentía vergüenza ahora y ahora se arrepentía.
Dándole a entender que simplemente volvieran a la cabaña.
Daniel volteó. Un vidrioso brillo hacía ver sus ojos muy grandes, y a la luz del sol el café de sus iris se veía casi transparente.
Joseph tomó una bocanada de aire, y no dijo nada más.
(...)
Eran aproximadamente las ocho, la claridad del cielo ya casi se iba completamente y el lago parecía alquitrán, por la calma y oscuridad del agua. Se sentían las cigarras, el frío aire y el aleteo y trinar de las últimas aves guardándose.
Ni Joseph ni Daniel habían dicho palabra alguna en más de media hora. Simplemente habían permanecido sentados al lado del otro en la hierba de la orilla, observando las suaves ondas en el agua.
Fue Daniel quien rompió el silencio.
—Supongo que debería estar haciendo una lista... Una lista interminable de cosas que debo proponerme hacer de aquí a doce meses..., pero no logro entender si tengo demasiadas ideas como para hacerlas todas o... o ninguna. Ya no sé que quiero... y no sé qué haré y estoy perdiendo el tiempo. —Por un segundo, casi rompe a llorar.
Estaba asustado. Angustiado. Solo quería recostarse en un lugar y yacer allí. No moverse y dormir para siempre.
»—Y voy a morir en un año...
Pensaba en que hace unas horas había jurado que la situación no podría tornarse peor. Y ahora, se estaba debatiendo su futuro. Su cortísimo futuro.
—¿Querí' que te de un consejo? —preguntó Joseph, sin quitar los ojos del lago.
Daniel asintió, bajando la vista.
—Si yo estuviera en tu lugar... no pensaría en el futuro nunca más. No contaría los días ni estimaría fechas. Simplemente haría las cosas que quiero hacer, mientras tenga tiempo —dijo serenamente—. Solo haz lo que quieras, cuando sientas que estás listo —ordenó sus ideas—. Disfruta lo de siempre y... aprovecha de comer harto.
Daniel sonrió de lado, nuevamente sintió ganas de llorar, pero al menos ya se empezaba a resignar a su destino, lo cual lo dejó un poco más tranquilo.
—Dime algo que quieras hacer.
Daniel miró a Joseph.
—No sé... Estoy perdio'. —Volvió a bajar la vista.
Pero en realidad...
«Buscar a mi tío. Ahora mismo. Subir a la cordillera, saltar de montaña en montaña y encontrarlo. Y decirle mi situación, que él me expliqué la suya... al fin... y que sea él quien me aconseje sobre qué mierda hacer ahora», pensó, pero no le dijo a Joseph.
Pensó otra cosa para él. O una mentira.
—Quiero nadar en este lago. —Aquello no era una mentira, Daniel había pensado en voz alta—. Ahora no, hace mucho frío..., pero a finales de la primavera, cuando empieza el calorcito rico, no me parece un mal panorama... Sería un buen panorama. Eso... creo.
—Y lo harás... Si tienes la convicción de que harás algo, probablemente lo harás. Siempre hay un camino... Es cómo... cómo el bosque.
Daniel se hipnotizó ante el tono solemne y filosófico del hombre, quien seguía mirando el agua.
—Eso fue lo primero que aprendí del bosque. No importa qué tan lejos esté de la humanidad... siempre va a haber un camino en él. Un sendero. Las huellas de una camioneta, un puma o de unas zapatillas. Siempre... Siempre hay un camino.
Joseph asintió.
—Sí... Es verdad ahora que lo pienso. Digo... tiene sentido. Allá en los bosques de Puerto Montt es igual —murmuró Daniel pensativo.
—¿Puerto Montt? ¿Eres de Puerto Montt?
Daniel asintió y lo miró a los ojos.
—Ah. —Joseph apartó la mirada—. Yo soy de Coyhaique... Bueno, era de Coyhaique.
—Oh, comprendo. —Daniel sintió un subidón de energía. Preguntar por señales de reconocimiento se sentía cálido y familiar. Sintió que Joseph realmente quería saber de él—. Supongo que yo ahora también... era, de Puerto Montt.
—¿No vas a volver? —Joseph lo miró.
Daniel le sostuvo la mirada.
—Es que... supongo que no alcanzo a volver. Tengo que hacer algo.
—¿Lo... de tu tío?
Daniel tragó saliva. Y asintió.
—¿Puedo preguntarte por qué no me dijiste nada de eso en un principio? Te hubiera podido ayudar.
—Nunca se dio el tema... Y la verdad tenía la esperanza de ahora seguir mi camino solo. Que el único obstáculo en mi viaje había sido lo del ataque de esa noche. Y la verdad... soy consciente de que suena estúpido y arriesgado.
Joseph guardó silencio. Daniel identificó hermetismo en su semblante. Como quien está en desacuerdo sobre alguien, pero se lo guarda. Daniel no pudo evitar que sus comisuras se elevarán un poco. Era un hombre grande, callado y aterrador..., pero extrañamente dulce.
Dulce...
Tengo hambre, gruñó el lobo.
El perro exigió a Daniel lo mismo.
—Ya. Vamo'. —Joseph se paró.
Daniel lo miró hacia arriba.
—¿A dónde?
—A la casa. Hace mucho frío y tenemos hambre.
—"¿Tenemos hambre?..." —repitió Daniel pensativo—. ¡Ah! Usted y el lobo.
Daniel se paró y miró a Joseph.
—¿Me va a dejar quedarme otra noche? —preguntó tímido.
Joseph se volvió. Achicó los ojos.
—¿Y cuando te he dicho que no?
Daniel sonrió.
—Sí... Bueno yo... Perdón, es que yo... ¡O sea! ¡Muchas gracias! —Agarró sus cosas y alcanzó a Joseph, quién iba a paso rápido—. ¿Me vai' a arrendar la pieza? —preguntó Daniel agudizando la voz, arqueando las cejas como un niño.
—No te pases para el chancho tampoco, mi cabaña no es un hostal.
Daniel se rio y escondió su boca en el cuello de su poncho rojo.
—Sí, sí... Estoy leseando —siguió riendo Daniel.
Joseph lo miró de reojo y no pudo evitar sonreír un poco también.
—Ahora que lo pienso... no es mala idea.
—¿Ve?
—Bueno, ahí vemos. Pero escúchame una cosa: vas a explicarme cómo es que terminaste encontrando mi cabaña. Sabes a qué me refiero. Necesito saber más sobre esa noche, ¿vale? La historia completa, así sabré como te puedo ayudar más.
—Sí... Tienes toda la razón. Cuando lleguemos te cuento todo... Le cuento todo... ¿Te tuteo o no?
—Mhh.
—Vale —sonrió Daniel.
Se hizo de noche completamente. Daniel apuró el pasó y miró hacia atrás una última vez, ansiando que llegara el día en que nadara en el lago.
Sin saberlo, en ese momento alguien lo observaba desde la altura de un barranco plagado de eucalipto. Alguien que estaba apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
𓃥 𓃦
Disculpa la demoraa, espero que les haya gustado muchitoo. Por si acaso por si no se entienden algunos modismos o usos del voseo chileno, me dicen no más, ¿yap? Yo encantada les explico.
userVeronica_18 @NoNi_2909 muchísimas gracias por estar siguiendo la historia 🥺💗
Un besito, cuídense muchoo ♡
—Dolly
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