Apresurada, Laura salió del ascensor. Caminaba con rapidez en dirección a la habitación 312, dispuesta a poner en su sitio a esa mujer altanera en la que se había convertido Olaya. La había dejado un margen de diez minutos para despertar a su compañero, pero ya habían pasado media hora y todavía no había recibido noticias de ninguno de los dos.

Se paró delante la habitación 312 y gracias a la llave maestra que la habían prestado el personal de limpieza, consiguió entrar a la habitación.

Al encontrarse la habitación vacía, decidió entrar en el cuarto de baño. Abrió la puerta de un empujón pero se paralizó al ver la grotesca imagen.

Un grito desgarrador brotó por su garganta, las lágrimas se desbordaron sin ni siquiera darse cuenta, las piernas amenazaban con romperse en cualquier momento. Estaba ante la imagen más terrorífica que había visto en su vida: sesos dispersos por las paredes, el cadáver de su antigua compañera de clase en el suelo, y un hombre, cuyo rostro le resultaba familiar, sumergido sobre agua de color rojo tibio.

Salió de la habitación y en pleno pasillo vomitó , sin ni siquiera percatarse de que los demás huéspedes habían salido de sus habitaciones, asustados por el desgarrador grito que habían escuchado hace apenas unos segundos.

Ella había deseado que Olaya muriera, pero nunca se llegó a imaginar que su deseo se hiciera realidad.

Olaya Martinez había muerto y había sido su culpa.

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Un beso.