6. Adiós Thomas
Salió del ascensor con ganas de librarse de la horrenda música de fondo que decoraba el ambiente del pequeño cubículo. Caminó por el lujoso pasillo mientras observaba con atención las chapitas doradas que informaban del número de cada habitación. Se paró enfrente de la habitación 312 e introdujo la llave con el mayor sigilo que pudo. Con exasperada calma, pasó la tarjeta por la cerradura hasta que un "clic" le informó que ya podía pasar. Giró el picaporte mientras introducía la mano por dentro de la americana y sacaba de su interior una pistola con silenciador. Se puso en guardia y cerró la puerta tras de sí con un leve empujón de codo.
La habitación estaba intacta, ni si quiera habían sido descolocadas ninguna de las numerosas almohadas que decoraban la cama. Olaya se fijó en una chaqueta de cuero negro que colgaba del perchero, al lado de la cama.
"Está aquí"
Quitó el seguro de la pistola y atravesó la habitación en dirección a la puerta que ella supuso que era el baño. Agradeció que el suelo estuviera recubierto de moqueta porque el sonido de sus pasos se amortiguaban sobre ella.
Abrió de un golpe la puerta, dejando que chocase contra la pared.
Después de unos cuantos segundos, bajó la pistola con notorio fastidio pintado en su rostro. El muchacho yacía en la bañera, desnudo y con las muñecas reposando sobre los bordes de la cerámica.
Dejó su pistola sobre el mueble del lavabo y se acercó al muchacho.
— Maldito novato— negó en señal de desaprobación.
El muchacho se había suicidado abriéndose las venas de las muñecas.
— Como una adolescente que sufre bulling en clase — alargó la mano y le tomó pulso. No lo encontró, estaba muerto y frío.— ¡Qué triste!
Se sentó sobre el retrete, obviamente asegurándose antes de que la tapa estaba cerrada. Desde allí pudo observarle con más detenimiento. Era un chico indudablemente atractivo, con mentón cuadrado cubierto de una barba incipiente de dos días, cabello dorado, cuerpo trabajado... Era guapo y joven, de alrededor de la veintena.
— Eras muy joven todavía... ¡Qué pena que fueras tan imbécil!
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