5. Toma la llave, zorra
Primer error de novato: Evita lo reconocido, lo extravagante o lo característico. La idea de un asesino es pasar desapercibido.
[...]
Después de cuarenta minutos de viaje en taxi, Olaya había llegado a su destino. San Agustín del Pinar, el pueblo donde se había criado y que le había enseñado que odiaba su vida. Pero aquel sitio era muy distinto al lugar donde se había criado. Había triplicado de tamaño y el paso de los años había borrado todo rasgo histórico que había hecho de ella un lugar encantador. Los edificios sin personalidad se alzaban muy por encima de los árboles, las personas andaban por la calle tristes en dirección a sus trabajos y todos los locales que conocía desde niñas se habían convertido en franquicias.
¿Cuántos años hacía desde que Olaya había dejado aquel lugar para mudarse a otro país: diez, doce años? Sin duda, había sido lo suficiente como para volver y no reconocerla del todo.
Olaya ya estaba dentro del hotel donde se hospedaba el novato.Pero aquel sitio no era un hotel normal, era el hotel más caro y ostentoso de la zona norte de Madrid. Pasó por delante de una fuente con tres cabezas de dragón que disparaban agua por sus bocas y después de subir unos pequeños escalones, llegó a la recepción del hotel.
Caminó con paso decidido y actitud confiada a la zona de recepción, donde una mujer parecida físicamente a Margaret, la miraba con una enorme sonrisa detrás de su mesa. Todo artificial.
— Buenos días, ¿puedo ayudarla?— saludó con estricta cortesía.
— Buenos días, Laura— Olaya la reconoció al instante, pero con evidente desagrado en su rostro continuó hablando—. ¿Está en alguna de las habitaciones de este hotel el señor Thomas Raquich?— era un nombre falso que le había dado la organización para su fallida misión.
— Me temo que no podemos dar esa información a nadie no autorizado, Olaya— pronunció su nombre con desagrado, pero sin quitar la sonrisa de su cara.
— Es un compañero de trabajo, si no se levanta y llega a la reunión ahora, perderemos una oportunidad de negocio que nos es de vital importancia— mintió—. Así que, dime ahora mismo la habitación de ese estúpido o te juro que salto la mesa y te arranco esas extensiones de plástico de la cabeza.
La chica se llevó las manos a su pelo falso, asustada. La mujer que tenía delante suya era muy diferente a la Olaya que conoció en el instituto. ¿Dónde se había metido la Olaya antisocial que prefería estar sola durante el recreo? Aquella niña siempre había sido centro de las burlas entre el grupito de chicas que capitaneaba Laura. Ahora, aquella niña se había convertido en toda una mujer de negocios y no había ni rastro de miedo en sus mirada. La recepcionista la recorrió con la mirada: figura envidiablemente moldeada por el deporte, pechos firmes sin necesidad de operación, ropa de marca que se moldeada a la perfección a su cuerpo, rostro sin ninguna arruga...
"¡Es como debería de haber sido yo a nuestra edad!" Pensó Laura con envidia. Ahora la odiaba mucho más que cuando eran niñas.
— Me temo que si vuelves a hablarme así tendré que llamar a seguridad— la amenazó.
Una amenaza muy triste para una asesina carismática como Olaya. Pero la recepcionista se había tragado el disfraz de mujer de negocios, y sin duda, la idea de que la pequeña Oli pudiera tener una lista de asesinatos tan grande que hicieran falta más de tres pares de manos para contarlos, era imposible de pensar.
— Laura, puedo hacerte la vida imposible en este maldito pueblo, y lo sabes— la amenazó a media voz, haciendo que la recepcionista se estremeciera.
— Mientes— la encaró con fingida fuerza.
Oli asintió.
— Fiesta de fin de curso, alguien se estaba liando con el novio de su mejor amiga— la sangre que corría por las venas de Laura se congeló, asustada por las posibles palabras que le seguirían a la conversación—. Viaje de fin de curso de bachiller, alguien se hizo una prueba de embarazo y salió positivo.
"¿Cómo puede saber eso? Nadie puede saberlo. ¡Me arruinaría la puta vida!" Pensó histérica.
— Habitación 312. Tercera planta— escupió con desprecio para que se callara de una vez.
— Gracias, pero quiero una llave.
— ¡Eso ya si que no!— negó con la cabeza, horrorizada por el posible despido que se provocaría si su jefe supiera que había dado una llave a una persona ajena al huésped.
— Tengo entendido que Lidia, tu mejor amiga, se ha casado con su novio del instituto— bajó la voz, curiosa y divertida al mismo tiempo.— ¿Cómo fue capaz de perdonarle que se enrollara con su mejor amiga y que encima la dejara embarazada?
— ¡Toma y que no te vea nadie, zorra!— escupió las palabras de la boca con desprecio. Roja de ira alargó su mano y sacó de un cajón la llave de la habitación— Devuélvemela dentro de diez minutos o llamo a seguridad.
Olaya ignoró su amenaza, y sin cruzar ninguna palabra más con aquella ordinaria mujer, se dio la vuelta y desapareció por el ascensor.
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