4. Comencemos el juego
"Madrid, por fin volvemos a vernos la cara" pensó desafiante mientras posaba por fin los pies en tierra firme.
Hacia demasiado tiempo que aquella ciudad la escupió en la cara con desprecio y la hizo saber de manera cruel que no valía para la gran ciudad. Olaya nunca se olvidará de aquella etapa de su vida en la que parecía que por cada paso que avanzaba, recibía un golpe en el estómago que la hacía retroceder dos pasos. Aún así, aquella época pasada ya formaba parte del pasado de una chica que ya había muerto, al menos metafóricamente.
Con maleta en mano, salió a la calle en busca de un taxi que la llevara de vuelta a la civilización, lejos del renombrado aeropuerto de Madrid-Barajas Adolfo Suarez. La muchacha rodó los ojos y reprimió un suspiro, ¿Acaso alguien de Madrid lo llamaría por su nombre completo? No, seguramente que no. Al salir de las instalaciones, el crudo frío de invierno la abofeteó la cara con desprecio.
"Bonito recibimiento" pensó irónicamente.
Olaya se subió al primer taxi libre que se estacionó delante suya y se acomodó en uno de los asientos traseros del auto. Una vez ya acomodada, sacó de su pequeña maleta un ordenador portátil negro donde guardaba bajo contraseña toda la información relacionada de su futura víctima y al mismo tiempo, un programa con el que podría ver la ubicación geográfica de su presa.
— ¿Dónde quiere que la lleve, señorita?— la amable voz del taxista hizo que apartara su atención de la pantalla.
— Conduzca, todavía no lo tengo claro— dijo con voz monótona.
— Como usted ordene, señorita— y así lo hizo, no sin extrañarse por la extraña orden que le había dado la joven.
Olaya refrescó el GPS varias veces, esperando que fuera una cruel broma del destino, pero el resultado no varió en ninguno de los intentos. Se lamentó una y mil veces de su suerte que parecía haberse esfumado desde el primer momento que pisó tierra madrileña.
— ¿Ocurre algo, señorita?— preguntó con curiosidad el taxista.
— Nada— respondió tajante y con cierto tono de desagrado por la intromisión del taxista.
— ¿Ya ha decidido su destino? — cambió de tema.
— Sí — se removió en el asiento, incómoda—, llévame a San Agustín del Pinar.
— De acuerdo, señorita— dijo el conductor mientras tomaba la tercera salida de una gigantesca rotonda.
Olaya se asomó a la ventanilla, pensativa y molesta a partes iguales.
"Y que de todas las ciudades que hay en la Comunidad de Madrid tengas que elegir mi pueblo natal... ¡Maldito seas, novato! "
Olaya sonrió frente al vidrio pero sin ninguna pizca de diversión. Madrid ya había reiniciado su juego y no pensaba huir, esta vez no.
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