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3. Olaya

Olaya llegó a la sede de la organización, calada hasta los huesos pero con la satisfacción de poder haber sobrevivido un día más. Lo que quedaba por venir no era de su agrado: el papeleo, el dejar constancia que ella había asesinado a otra persona, otro número que sumar a la lista de difuntos, otra persona cuyo espíritu la atormentaría en sueños... Lo odiaba.

— Olaya Martínez— la oxigenada secretaria nombró su nombre torpemente, dándola a entender que era la siguiente para entrar al despacho del Jefe.

Así lo hizo, caminó por la aterciopelada moqueta y abrió la pesada puerta para entrar. Allí, en su opulento despacio, sentado con altanería sobre su mullido asiento color granate, estaba él: el jefazo de todo aquel juego sádico.

— Adelante Olaya, siéntate— la invitó a entrar, acompañándolo de un leve gesto con la mano.

A medida que se adentraba a la habitación, un aroma a nicotina concentrado atizó las fosas nasales de la muchacha, pero supo cómo disimular su repulsión.

— Gracias, señor— dijo tomando asiento en una butaca granate, a juego con el asiento presidencial y la moqueta.

— Te felicito, ese tal Desmond era un hueso duro de roer— apartó la mirada de sus papeles y la miró con una sonrisa de oreja a oreja. Olaya quiso vomitar—. Era un encargo especial, hemos ganado mucho dinero con ello.

— Me alegro, señor.

— Pero nos ha surgido un problema— su momentánea felicidad se vio momentáneamente interrumpida por la ira.

— ¿Qué ha ocurrido?

— Uno de los novatos ha decidido hacerse el héroe y no matar a su objetivo— se sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo delantero de la americana y sustrajo de ella un cigarrillo—.  Era un objetivo fácil, sencillo, solo tenía que seguirlo hasta alguna calle apartada y simplemente meterle un tiro en la cabeza— tras guardar la cajetilla, sacó del mismo bolsillo un mechero. Lo prendió y acercó el cigarrillo a la llama—. Pero al parecer se creía mejor que nosotros y decidió perdonarle la vida.— escupió las palabras con rabia, como veneno que le quemaba en la boca.

— ¿Quiere que yo me encargue de él, señor?— se anticipó Olaya para poder salir de aquel sitio de una vez.

— Sí, claro— se recostó en la silla—. Teniendo en cuenta que eres de Madrid, no te será muy difícil encontrarle. Todavía lleva puesta la chaqueta en la que le colocamos un chip rastreador, ya sabía yo que no nos podíamos fiar de esos novatos que trajo Murray—  explicó fastidiado.

— Entiendo. ¿Cuándo partiré hacia Madrid?

— Mañana mismo— comentó el Jefe mientras expulsaba el humo de sus pulmones—. Margaret te dará la información necesaria del caso y el billete de avión para poder llegar a España.

— Gracias, señor.

Oli se levantó del sofá, y sin esperar que aquel señor le respondiera, se dio media vuelta y se encaminó hacia la salida.

— ¡No me falles! — alcanzó a escuchar antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

Al otro lado de la puerta, la secretaria la miraba con ojos cansados mientras sostenía entre sus brazos una carpeta de color beige. Ella se acercó hacia aquella mujer de pelo oxigenado y sin la necesidad de Intercambiar ninguna palabra, recogió todos los informes que le harían falta para ponerse manos a la obra con su siguiente misión: "Capturar al novato".

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