2. Isabel
Isabel Carrasco. Así era como se llamaba su victima, el comienzo de... ¿cuántas? ¿Cuántos recados cómo éstos le quedaban? ¿Cuándo se acabaría ésta pesadilla de una vez?
Marc estaba confuso, no sabía cómo había acabado formando parte de la organización O.F.A.R. Bueno si, si que lo sabía, pero no sabía por qué tenía que haber sido él.
— ¡Eh, tú! ¡¡¡Novato!!!— Marc saltó de su asiento desconcertado y asustado, con tan mala suerte que se golpeó en la cabeza con el techo de la vieja furgoneta.
— Sal de una vez del puto coche y haz tu maldito recado— le ordenó el conductor, ignorando los gemidos de dolor de éste.
Marc, asustado, le obedeció y saltó de aquel viejo auto de un salto. Cerró tras de si la puerta, alcanzando a escuchar, "putos novatos" antes de cerrar. No le dio importancia, ya se había curtido en insultos y en un clima hostil donde él siempre acababa herido.
La furgoneta aceleró de golpe, obligando a Marc a salir de su ensimismamiento y retroceder, con tan mala suerte que hundió el pie en un charco sucio. Tenía los calcetines calados de agua pero su aturdimiento era tal, que ni siquiera le importó.
El corazón le latía desbocado, las extremidades le temblaban y su mente estaba bloqueada. No sabía qué hacer, estaba perdido en una ciudad que no había pisado nunca, en un idioma que él no entendía, con la misión de encontrar a una mujer que no había visto nunca y que por algún motivo que él desconocía debía de matar.
Sacó aquel posit amarillo de su bolsillo trasero del pantalón, lo desdobló y volvió a releer por enésima vez su contenido:
"Isabel CarrascoGran Vía, Madrid 21:34"
— Nadie me dijo que la Gran Vía era tan grande.— habló en alto, solo, pero aun así nadie se dio cuenta de ello.
No estaba solo en realidad, pero la sensación era la misma.
Marc miró su reloj de pulsera, eran las 21:30. El tiempo corría en contra suya y se jugaba no solo una victoria, sino su vida.
Giró sobre sí mismo, esperando... ¿Una señal divina?
De repente, como señal venida del cielo, una vez femenina se hizo notar entre el bullicio.
— Isabel, ¡Ven aquí!— era una mujer delgada, cercana a los cincuenta años y que cuyos rasgos faciales hacían saber que en décadas anteriores también fue joven y guapa. Le gritaba a una niña, de alrededor de unos siete años que se había quedado mirando unos escaparates adornados con muñecos navideños— ¡Vamos!— insistió la mujer— ¡Papá nos estará esperando!
"¿Debe de ser ella?" Se preguntó angustiado. "Espero que no, ¡Solo es una niña!"
Pero la duda se disipó dentro de su cabeza cuando la niña se dio media vuelta y pudo ver con evidente claridad, el apellido "Carrasco" bordado en el chaleco de su uniforme de colegio.
Notó que el alma se le caía a los pies, que un fuerte peso en el corazón le oprimía el pecho y que el simple hecho de respirar dolía. Se tuvo que apoyar a la valla que delimitaba la calzada y la acera para no caerse al suelo, mareado.
¿Debía de matar a una niña de cuantos: seis, siete años? ¿Para qué? ¿Para salvar su vida? ¿Qué vida era aquella que tenía que cumplir todas las órdenes que le daban desde arriba?
— No, no lo haré— dijo firmemente mientras se enderezaba.
Comenzó a andar, ¿Pero a dónde? ¿A la organización? No, seguro que le matarían por no cumplir las órdenes de arriba. ¿A casa? No, él hacia tiempo que ya no tenía un hogar donde sentirse seguro. ¿Entonces?
El joven comenzó a andar por la gran avenida con la mirada fija en aquella niña de pelo rubio que observaba todo con infinita curiosidad. Rebosaba vida, ganas de aprender, ilusión...
No, no quería ni debía matarla.
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