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✫ 👑 ⤸ ▐ Un.




Por años, nadie imaginaría que en el reino el cuál era custodiado por la monarquía Choi escondía un misterioso secreto; el cuál según ellos, nadie sabría a menos de que se les saliera de las manos.

Aún así, no temían que aquello sucediera, pues al haber transcurrido ya alrededor de veinticinco años, el que este saliera de la boca de terceros, no les preocupaba en lo más mínimo. Además, nadie les creería sabiendo que a la vista de todos, la familia era de lo más perfecta.

Dos hijos hermosos, nobles y sumamente respetados por todo el pueblo que compartían un amor junto a sus padres, el Rey y la Reina Choi.

Pero... ¿Qué pasaría si realmente el secreto a voces fuera expandiéndose por todo el pueblo?

¿Acaso ocurriría algo que ni los mismos reyes podrían controlar?

Ya que por años, se venía especulando que entre la monarquía Choi, habitaba el rumor de un supuesto tercer hijo, el cuál por azares del destino jamás pudo ser revelado ante el pueblo debido a que cuándo la reina estaba a nada de presentar a su segundo hijo, uno más llegó; el cuál según ellos, tenían que llegar a la conclusión de que uno de sus tres hijos debía ser oculto ante la ley que explica que cada familia debe tener al menos dos hijos o de lo contrario, serían severamente castigados y odiados por siglos.

Entonces tras pensarlo mucho, se pensó que los reyes desterraron al segundo hijo, el cuál no les vendría sirviendo para nada (tomando en cuenta que había un primogénito y un posible hijo pequeño al cuál presentar al pueblo), por lo que, una vez tomada la decisión final, este acabaría muriendo a manos de sus padres.

O bueno, eso es lo que las lenguas dicen.







La música sonaba fuertemente, haciendo ecos por cada rincón del enorme castillo, incluyendo las partes más lejanas y legumbres de aquel reino.
El sonido de los cánticos, los pies resonando y las múltiples carcajadas que se escuchaban en aquel lugar, hacían que un joven muchacho comenzara a tararear ante lo lindo de los cánticos.

Una canción que según él, había estado escuchando por años y sólo en épocas especiales. Ya que si bien había habitado por más de veinte años en un frío calabozo, sabía perfectamente a qué se debía la música.

Pues uno de sus hermanos, parecía estar de cumpleaños. Y como era de esperarse, él no podía estar ahí para celebrar junto a ellos.

Sin embargo, una vez la música se detuvo, este inmediatamente se tensó tras escuchar pisadas, seguido de oír el movimiento de unas llaves hasta detenerse no muy lejos de donde él estaba.

Por un momento se sintió inmensamente feliz, ya que pensó que por fin sus padres se dignaron a concederle su deseo tan anhelado, el cuál era conocer el exterior tras pasar encerrado veinticinco años, o al menos dejarlo conocer a su hermano menor, el cuál seguramente ya era todo un hombre adulto.

No obstante, una vez la venda se le fue quitada de los ojos, lo único que pudo ver fue el rostro de su madre, la cuál al verlo sólo pudo suspirar, mostrándole unas llaves de oro las cuáles usó para quitarle las cadenas que por tantos años había estado cargando.

—¿El día llegó? —se atrevió a preguntar, emocionado conforme ella besaba sus manos y las acariciaba. —El día en el que podré salir... ¿finalmente ha llegado?

—Sabes que eso no pasará —murmuró con seriedad, sacando un frasco el cual contenía una pomada que usaría para masajear las heridas de su hijo sobre sus muñecas—. No cuando ya hicimos un juramento de que jamás dejaríamos que la gente del exterior sepa de ti.

—¿Y qué hay de mis hermanos? —le cuestionó con notable decepción. —¿Pretendes que San y Beomgyu crezcan sin saber quién soy yo?

—Jamás me atrevería a dejar que te vean, mucho menos ellos.

—¡Pero soy tu hijo! —gritó exaltado, ocasionando una severa molestia y pesar en su madre. —¡Mis hermanos, mi pueblo, deben saber quién soy yo!

—¿Y dejar que te maten si se enteran que siempre tuve un hijo más? —le dijo, como si aquello fuera suficiente justificación. —¡De ninguna manera!

Pero por más que su madre quisiera hacerle entender que hacer algo como eso estaba mal o era muy riesgoso, la verdad era que él no podría aguantarlo más.

No podría sabiendo que sus padres todo este tiempo actuaron de manera egoísta, y todo solo para mantener su reinado como "el mejor".

Realmente le dolía mucho, pero por más que quisiera opinar al respecto, sabía que jamás se lograría nada mas que simples regaños por parte de su progenitora.

Así que cuando su madre terminó de masajear sus heridas, esta simplemente se levantó y se fue, no sin antes cerrar la celda para ir por algo de comer.

En lo que regresaba, el muchacho simplemente guardó silencio. Abrazó su delgado cuerpo y escuchando los cánticos, cerró sus ojos y continuó tarareando, hasta que, en cuestión de segundos, su madre llegó y le ofreció algo para comer.

Sólo que esta vez, el hambre parecía haber disminuido de tal modo que, al momento de que su madre se quiso sentar con él para acompañarlo, este simplemente deslizó la comida hacia ella y luego suspiró.

—No hagas esto más difícil, Soobin —dijo la reina, luciendo algo consternada por su actitud—. Sabes que eres nuestro hijo, te amamos, pero debes entender que...

—Que el haber muerto en lugar de haber nacido quizás haya sido mucho mejor que estar aquí encerrado —respondió el chico, luciendo terriblemente decepcionado—. Porque si me lo preguntas, cada día que pasa, comienzo a cuestionarme si tú o mi padre realmente me amaron.

Tras esas palabras dichas, su madre simplemente sollozó. Miró cómo su hijo se abrazaba a sí mismo por lo que, en un intento por tenerlo entre sus brazos, este simplemente se apartó y en su lugar, extendió sus dos manos a modo de que hiciera su "trabajo".

—Ponme las cadenas y vete —dijo, mordiéndose el labio incluso cuando sabía que aquello lo aterraba bastante—. No hay nada que puedas hacer aquí.

—¿Cómo puedes decirme tal cosa?

—¿Y cómo puedes ser tú tan cínica para venir aquí sabiendo que tu hijo ha estado veinticinco años sin poder ver la luz del sol? —contraatacó, sintiéndose cada vez más vulnerable. —¡No tienes perdón!

Y su madre no pudo evitar digerir aquellas palabras tan lastimeras, porque aún si trataba de buscar una excusa para no ser juzgada, sabía perfectamente que el único inocente y perjudicado aquí era su propio hijo, y comprendía perfectamente su enfado.

Así que una vez el joven muchacho se desquitó con ella, esta simplemente se acercó a él. Colocó las cadenas y una vez estas quedaron sujetas sobre sus muñecas, sollozó y sin previo aviso, tomó a su hijo entre sus brazos y lo abrazó, dándole un beso incluso en la mejilla y susurrando una y otra vez que por favor la perdonara.

Entonces, cuando ella se levantó, miró a su hijo por última vez antes de salir de ahí, encerrándolo cual bestia y viéndolo por una vez más hasta tomar una antorcha e irse por ese largo pasillo de los calabozos, los cuáles estaban ocultos en una pequeña mazmorra entre las profundidades del palacio, encontrándose después con el guardia que vigilaba la entrada, al cual le hizo una petición que muy seguramente, haría feliz a su hijo.

—Busquen la manera de que Soobin pueda ver la luz y sentir algo de brisa del exterior, por favor.

El guardia por su parte asintió, haciendo un ademán sobre su frente a modo de señal. —Claro que sí, su alteza —murmuró, lo suficientemente alto como para que sólo ellos se pudieran escuchar—. Mandaré a los mejores para que puedan construir algo para el príncipe, pero sin que la gente pueda notarlo o escucharlo aquí abajo.

—Me parece perfecto —agradeció con una ligera sonrisa—. Y por favor, asegúrese de que Soobin se coma todo y si pide algo más, lléveselo.

—Si, alteza.

Dicho eso, la Reina se marchó. Dejó la antorcha con el guardia y una vez que salió por completo del calabozo, se aseguró de que nadie más la haya visto. Poco después, la mujer se encontró con su esposo, quien al ver de dónde había salido, hizo un gesto con sus manos y la invitó a que lo siguiera, ya que sus hijos estaban esperándolos junto con sus invitados.

—Los músicos ya llegaron, ¿dónde estabas?

—Fui con... —hizo una ligera pausa. —Ya sabes.

Pero el Rey simplemente negó y continuó con su recorrido.







El equipo de músicos tocaba alegremente y para todos en el palacio; Kang Taehyun, quien era uno de los mejores violinistas en el pueblo, y uno de los mejores entre sus compañeros, había hecho un increíble espectáculo que había atraído la atención de más de uno en el baile, incluyendo por su parte a la reina; la cuál había estado fascinada con cada una de sus notas.

—Realmente tu forma de tocar nos ha tocado el corazón a todos, en especial a mi esposa —comentó el Rey Choi con una ligera sonrisa—. Así que si no te molesta, nos gustaría contratarte para que vengas a tocar en momentos especiales o sólo cuando mi esposa así lo desee.

—Será todo un placer para mí el poder hacer tal trabajo, su majestad —dice, haciéndoles una reverencia mientras sonríe—. Así que cuenten conmigo para todo lo que necesiten.

Y mientras el Rey y la Reina conversaban con el violinista, alguien, por muy oculto que se encontraba, de igual forma había quedado terriblemente cautivado por su manera de tocar.

Soobin, el cuál aún seguía con sus ojos al descubierto, lloraba en silencio mientras comía lo que su madre le había traído, sintiéndose consolado por su melodía, y deseando que esta no fuese su última vez en el palacio, ya que realmente ansiaba el poderlo oír un poco más.

—¿La música lo ha cautivado, no es así?

El muchacho asintió, mirando con una pequeña sonrisa al guardia que lo acompañaba tras las rejas. Este le sonrió de vuelta, ya que si bien, se creía que Soobin pasaba años sin interactuar con gente por estar sumido en el castigo eterno que desgraciadamente se le otorgó, estaba sumamente agradecido porque aún si sus padres parecieron condenarlo para siempre, la verdad era que estaba feliz porque al menos el hombre que ahora lo cuidaba, alguna vez se había vuelto en su mejor amigo de la infancia.

Yeonjun.

Un noble que por azares del destino, se había vuelto en su mejor amigo, y que una vez fue desterrado del reino. Él fue la única persona medianamente cercana que pudo acompañarlo hasta su actualidad. Aunque por otro lado, le dolía que este haya renunciado a todo con tal de permanecer a su lado como su guardia.

Y aún si se decía que ambos eran mejores amigos, la verdad era que el miedo que le provocaba que los reyes pudieran hacerle algo a él o a su familia, fue tan grande que jamás se le pasó por la mente hacer algo para salvar a su amigo.

Pero de igual forma, siempre buscó la manera de hacerlo sentir acompañado aún si tuviera que vivir encerrado por tantos años.

—No uses la formalidad conmigo, Yeonjun —pidió Soobin, su voz sonando bajita y suave—. No cuando hemos estado aquí, juntos por veinticinco años y sobre todo —volteó a verlo—, porque tú y yo somos amigos.

—Sabe que me es imposible adaptarme —le sonrió—. Siempre le hablé con formalidad porque desde niños, ha pertenecido a un círculo social mucho más respetado que el mío, así que jamás podría darme el atrevimiento de hablarle sin formalidad.

—Después de tantos años... ¿sigues pensando que yo represento o formo parte de ese círculo? —inquirió el príncipe de forma burlona. —Por lo visto sigues siendo muy ingenuo...

—Por más que lo quiera negar, eso ya está escrito en su legado familiar —comentó—; es un príncipe, uno que forma parte de la familia Choi.

—Y si lo fuera, ¿por qué estoy aquí? —volvió a preguntar, esta vez con un ligero tono de molestia que puso en alerta al guardia. —Dime, si yo realmente perteneciera a esa familia, ¡¿qué hago yo aquí?!

Las palabras dichas iban envueltas en un dolor inmenso y un resentimiento tan aplastante que ni siquiera Yeonjun tuvo el atrevimiento de responder. En su lugar, mantuvo un semblante serio y optó por hacerse bolita hasta que escuchó a su amigo sollozar; el cual al verlo fijamente entre la oscuridad que los abrazaba a ambos, movió sus cadenas hasta que su amigo nuevamente lo encaró.

—Quisiera saber la respuesta a tus preguntas, pero la verdad es que no lo sé... —murmuró en voz baja— y no tienes idea de lo mucho que me duele saber que después de tantos años, tú sigas condenado a vivir aquí sin haber hecho absolutamente nada.

—¿Y sabes qué es lo peor de todo? —repentinamente la voz del príncipe se quebró. —Que aún si Beomgyu fue quien tomó mi lugar, no lo odio. Porque sé perfectamente que él no tiene la culpa de nada y mucho menos sabe que alguien más alguna vez tomó el lugar que ahora es suyo y goza sin preocupaciones.

Y para cuando Soobin se estaba desahogando, ninguno de los dos se dió cuenta de que otra persona parecía haberlos escuchado, pero sin haber tenido intenciones de ir más allá para investigar.

En su lugar, una vez escuchó el llanto lastimero de un joven, se marchó y dejó que la voz y el llanto de ese joven muchacho, continuara escuchándose entre las profundidades de ese oscuro lugar.

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