UNO
UNO: LA CHICA Y EL LADRÓN
Por uno de los tantos mercados costeros de Joseon caminaba un chico. Su cabeza rapada estaba cubierta por un abrigado gorro que le protegía del frío del invierno. Miraba interesadamente los puestos donde vendían pescado, haciendo pasar desapercibidas sus verdaderas intenciones: una chica de cabellos largos y oscuros trenzados adornados con un sujetador que solamente alguien adinerado podría tener y que caminaba frente a él desde hacía por lo menos diez minutos, deambulando sin cuidado, meciendo su bolsa de dinero sin cuidado.
O eso era lo que creía Wi Dongyul, que persiguió a la chica hasta cuando se metió en un callejón. Estaba lejos, pero lo suficientemente cerca de ella como para no perderla de vista. Pero cuando ingresó también al callejón sólo pudo ver la muralla del fondo que indicaba que no tenía salida, pues no había rastro de ella. Hizo una mueca con los labios y se dio media vuelta, dispuesto a irse, y cuando terminó de voltearse se encontró con una figura delgada mucho más baja que él que le hizo pegar un salto.
—¿Estabas siguiéndome? —Preguntó la chica, con los ojos brillantes de inocencia.
Dongyul se quedó embobado por un segundo. Probablemente era la chica más linda que había visto en toda su vida, incluso más que su propia esposa, y eso que en su vida de ladrón había visto muchas. El cabello negro y largo le contrastaba con la piel excesivamente pálida de una manera que la hacía parecer de porcelana, y sus ojos grandes y rasgados color ámbar eran totalmente diferentes a los que era costumbre ver en Joseon. Llevaba un hanbok rojo debajo de una capa negra que se veía bastante abrigadora y en su mano derecha sostenía la bolsa con dinero, como si la estuviese exhibiendo, invitándolo a que se la arrebatara.
—¿Quieres esto? —preguntó ella con una media sonrisa mientras pasaba la bolsa frente a los ojos del chico.
La inocencia se había esfumado repentinamente y de pronto ya no parecía una muchachita, sino una mujer. Dongyul tragó saliva y se tentó a hacer un movimiento rápido para tomar la bolsa y salir corriendo, pero algo en esa chica se lo impidió. Quizá fue por su belleza o el aura misteriosa que la rodeaba.
—Hagamos una apuesta —continuó con su monólogo—. Si logras quitármela de la mano en diez segundos, te la daré —le sonrió—. Si no puedes hacerlo, harás lo que yo diga.
Él esbozó una sonrisa y la chica dio por hecho que el trato estaba sellado. Balanceó la bolsa descuidadamente, haciendo que las monedas sonaran dentro, y cuando Dongyul se abalanzó sobre ella para quitársela, movió ágilmente su cuerpo hacia el lado y levantó la pierna para darle una patada en la espalda baja, provocando que éste cayera al piso. Pisó con fuerza en la mitad de su espalda e impidió que se pudiera levantar.
—Ocho... Nueve... Diez —contó en voz alta—. Lo siento, chico, qué mala suerte.
Wi Dongyul quedó sin aire cuando su pecho impactó el suelo, pero eso no le importaba porque estaba totalmente sorprendido. Había desestimado a la chica y sobrevalorado sus capacidades de ladrón, y ni siquiera se había dado cuenta del movimiento que ella había realizado tan ágilmente para golpearle la espalda.
La chica guardó la bolsa de dinero dentro de su capa antes de quitar el pie de la espalda de Dongyul y se acomodó la ropa y el cabello.
—Tendrás que hacer lo que yo diga —dijo, fingiendo lástima.
Se quedó mirándolo mientras él se levantaba con una sonrisa irónica en los labios, lo que la hizo arder en furia, pero decidió mantener su rostro sereno.
—¿Y qué quieres? ¿Que te lleve las bolsas con las compras?
Ella sonrió de medio lado, parándose totalmente derecha.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, ignorando la pregunta anterior.
—Wi Dongyul.
—Wi Dongyul —repitió, y él al escuchar su nombre salir de los labios de la chica sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo—, te unirás a mi tripulación.
Quiso reírse en su cara. ¿Una chica pirata? ¿Quién en su santo juicio se dejaría gobernar por una mujer cuando ellas no tenían siquiera la capacidad de administrar bien el dinero? En cambio, se dio media vuelta para largarse antes de que la vergüenza ajena le afectara en su totalidad, pero no logró dar ni un paso cuando otra figura, mucho más alta y fornida, le tapó la salida del callejón. Un hombre con semblante serio le miraba desde arriba, ya que era por lo menos diez centímetros más alto.
—Dijiste que harías lo que yo quisiera —lloriqueó la chica a su espalda.
Dongyul se sintió intimidado por aquel hombre que le miraba fijamente, casi sin pestañear, y que parecía venir con ella. Así que se giró nuevamente para mirarla, esta vez totalmente serio. Ya no tenía ganas de jugar. Antes de que pudiera emitir cualquier palabra, el hombre recién aparecido decidió hablar por primera vez.
—Esa estrategia nunca falla, capitana.
Casi se atragantó al escuchar eso. ¿La estaba llamando capitana? Eso quería decir que ese hombre estaba lo suficientemente loco como para dejarse mandar por una chica que parecía ser mucho menor que él. Vio cómo ella le sonrió cálidamente y después le hizo una seña con la cabeza, apuntándolo.
—Teniente Kim Namjoon, llévese a este hombre al navío.
Inmediatamente sintió unas manos grandes tomándolo por los hombros y arrastrándolo hacia afuera del callejón. Miró hacia atrás y vio cómo la chica caminaba despreocupadamente detrás de él y del teniente Kim, dándose el tiempo de mirar todo lo que la rodeaba. Dongyul se dejó guiar hasta el muelle sin oponer resistencia, pues todavía no acababa de comprender lo que estaba sucediendo. Nunca se había planteado la idea de convertirse en pirata y ahora por culpa de su avaricia había hecho un trato a ciegas donde precisamente ese era el castigo.
El teniente Kim lo subió en un pequeño bote y ayudó a la capitana a subirse también, agarrándola de la mano. Los tres navegaron por un par de minutos hasta que Dongyul pudo divisar un navío de tamaño considerable. Ahí cayó en la cuenta de lo que estaba a punto de sucederle y el cuerpo le comenzó a temblar violentamente, lo que provocó la risa de la chica.
Cuando estuvieron arriba sus ojos miraron sorprendidos la cubierta del barco. Por lo menos unos cuarenta hombres organizaban cosas y limpiaban lo más rápido que podían. ¿De dónde había conseguido tantos hombres que la siguieran? En ese momento esa era la única pregunta que le rondaba la cabeza. Los hombres, en cuanto vieron llegar al trío, se ordenaron rápidamente, formando dos filas a cada lado de la cubierta, dejando el centro libre para que ella caminara.
Kim dejó a Dongyul parado frente a todos los hombres que conformaban la tripulación, quien no atinó a moverse de lo sorprendido que estaba, y siguió a la capitana que había comenzado a caminar por entre las dos filas. Se paró a su lado derecho cuando ella se detuvo y se giró para mirarle.
—Wi Dongyul, hicimos una apuesta y la perdiste. Ahora debes cumplir tu parte y hacer lo que yo te diga. ¡Debes unirte a mi tripulación! —levantó los brazos, señalando al navío en su totalidad.
En ese momento la adrenalina se apoderó del cuerpo de Dongyul y gracias a eso pudo juntar la valentía para soltar una risa irónica mientras se cruzaba de brazos.
—¡Estás loca, mujer!
La chica sonrió.
—Teniente Kim —pidió.
El recién nombrado inmediatamente sacó un sable de su cinturón y le apuntó desde su lugar, poniéndose en posición de batalla. Dongyul sintió cómo la sangre abandonó su cuerpo de golpe y las piernas comenzaron a temblarle tanto que sintió miedo de caer.
—Desde ahora te dirigirás con respeto a la capitana. Usted será la palabra que utilizarás para referirte a ella cuando mantengan una conversación y cumplirás sus órdenes al pie de la letra.
El chico asintió frenéticamente, temiendo realmente que aquel hombre le pudiese arrancar la vida con el arma que cargaba su mano derecha.
—Wi Dongyul —le llamó ella nuevamente, volviendo a captar su atención—, soy la capitana Jang Haru. Bienvenido al Mujeok —abrió nuevamente los brazos y el chico notó desde lejos el éxtasis que inundaba su cuerpo—. Oficial Choi, haga los honores —sonriente, señaló a otro hombre que estaba en medio de la multitud.
Un hombre un par de años mayor que Dongyul apareció cargando en su mano izquierda una estatua de Buda y en la derecha una botella de algo oscuro que seguramente era un licor extranjero. El chico tragó saliva, él profesaba el budismo desde pequeño porque sus padres se lo habían enseñado y siempre había sido una persona creyente, incluso cuando se desvió del buen camino y había comenzado a robar en diferentes ciudades. Buda era una figura sagrada para él, y si estaba a punto de ocurrir lo que él creía, no podría romper nunca su juramento. Detrás de Choi venía otro chico, un poco más joven, con un papel en las manos.
—Vas a firmar el código de conducta, pon mucha atención a lo que puedes o no puedes hacer —avisó el oficial cuando llegó frente a él.
Dongyul comenzaba a sentirse mareado, no sabía si era por el pequeño y persistente vaivén del barco o porque su cabeza todavía no podía asimilar todo lo que le acababa de ocurrir dentro de la última media hora. Asintió torpemente, sintiendo la excitada mirada de la capitana Jang sobre su cuerpo, y se dispuso a escuchar de qué se trataba después de que el oficial Choi le pasó la estatua de Buda para que la sostuviera con la mano derecha y la botella de licor con la otra mano.
—Número uno: Todo hombre y mujer abordo tiene derecho a provisiones frescas y licor que pueden ser usadas a su voluntad, a excepción de estar en tiempos de escasez —leyó en voz alta el chico que venía detrás del oficial—. Número dos: El botín se repartirá en el siguiente orden: primero la capitana, segundo el teniente, luego el oficial, quienes se llevarán una décima parte cada uno, y finalmente la tripulación, donde se repartirá en orden alfabético, en partes iguales —hizo una pequeña pausa—. Número tres: No se puede apostar a bordo del navío. Número cuatro: Se debe mantener las armas siempre limpias. Número cinco: A excepción de la capitana, no puede haber ninguna mujer abordo, lo mismo con los niños, a no ser que ella autorice lo contrario.
Wi Dongyul por un momento sintió que se iba a desmayar por escuchar tantas reglas, pero se obligó a mantener firme.
—Número seis: La cubierta siempre debe permanecer impecable y se debe asear las veces que la capitana estime necesarias. Número siete: No se permiten peleas entre la tripulación. Número ocho: Las velas deben apagarse a las nueve de la noche, sin ninguna excepción. Número nueve: Queda totalmente prohibido abandonar el barco o esconderse durante una batalla, desobedecer este apartado significa la muerte. Y número diez: Siempre se le obedecerá a la capitana y, por sobre todas las cosas, nunca se le faltará el respeto por el hecho de ser mujer.
El chico tragó saliva y asintió levemente con la cabeza. El oficial Choi le tendió una pluma para que firmara el documento que se le acababa de leer y como Dongyul no sabía escribir, simplemente rayó el papel con una cruz.
Un segundo de silencio reinó a la tripulación, que miraba atentamente a su capitana, quien solamente sonrió y aplaudió a forma de celebración, siendo seguida por los hombres, que desordenaron su formación y se acercaron a Wi Dongyul para darle la bienvenida. Música alegre comenzó a sonar de un momento a otro y todos comenzaron a celebrar al nuevo integrante de la tripulación.
Jang Haru se dio media vuelta en su lugar con una media sonrisa y comenzó a subir la escalera que llevaba hacia el timón del navío, siendo seguida inmediatamente por el teniente Kim.
—¿No va a celebrar, teniente? —preguntó cuando escuchó los zapatos del hombre siguiéndola.
—Mi deber es estar a su lado, mi capitana.
Haru rio por lo bajo y caminó hasta la popa del barco, donde se recargó en el borde y comenzó a apreciar la hermosa vista al mar que tenía. Cerró los ojos por un segundo al sentir la brisa marina golpear su rostro de una manera que le pareció deliciosa e inspiró aire profundo. Sintió la presencia de Namjoon a su espalda y su cuerpo terminó por relajarse. Escuchaba la estruendosa música que tocaban los músicos de la tripulación, pero por alguna razón se sentía totalmente serena.
—Si me permite, capitana —la profunda voz de su mano derecha le hizo abrir los ojos, su voz sonando con un tinte de diversión—, ese color le queda bastante bien. Me pregunto de dónde habrá robado ese hanbok, tiene muy buen gusto.
Haru miró su ropa y se dio cuenta de que todavía llevaba puesto aquel vestido rojo que Kim Namjoon le había regalado la última vez que estuvo de cumpleaños. Primero había pensado que era una broma, pero éste le explicó que le servía para usarlo cuando tocaban tierra firme. Vistiendo eso la gente no voltearía a mirarla como lo hacían cuando llevaba pantalones, pues esa no era una prenda de mujer.
Enderezó su cuerpo y se giró, encontrándose con el gentil rostro de Namjoon mirándola atentamente con un tinte de diversión.
—Iré a cambiarme —avisó—. Apenas salga de mi camarote zarparemos.
Aquí está el primer capítulo, espero que les haya gustado. Este sólo es el inicio de la historia jiji
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