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SIETE

SIETE: RESENTIMIENTO

Cuando los ojos de Park Jimin se abrieron con bastante pesadez a la mañana siguiente, lo primero que vio fue el filo de una espada apuntando a su rostro. Detrás, sujetando el mango, había una mano grande de dedos largos y llenos de callos adornados con anillos de oro y piedras preciosas. Y más atrás, estaba el rostro severo del teniente Kim Namjoon. El perro fiel, fue lo primero que pensó Jimin cuando su vista se enfocó en él.

Pero ¿por qué le apuntaba con la espada?

El chico frunció el ceño y se dispuso a incorporarse, sin importarle mucho si le estaban apuntando con un arma.

—Quieto —susurró el teniente.

Jimin se obligó a quedarse quieto, más que nada para no provocar a su superior.

—¿Qué sucede? —Preguntó, sin entender todavía.

—Esa pregunta la debería hacer yo —corrigió el mayor—. ¿Qué estás haciendo aquí?

En ese momento Jimin se dio cuenta de dónde había despertado. No estaba sobre su hamaca, esa que estaba debajo del hombre que dormía al revés suyo y le ponía el trasero en la cara, sino que estaba en una habitación, recostado sobre un colchón. Sus ojos se desviaron rápidamente hacia el lado, donde desde la noche anterior reposaba Haru, sólo que, en ese momento, una gran mancha de sangre brillante sobresaltaba en la sábana, como si alguien hubiese apuñalado a otra persona justo sobre la chica que yacía durmiendo todavía.

El chico tragó saliva sonoramente, volviendo sus ojos a la brillante espada que le apuntaba, y trató de pensar en qué responder precisamente.

La verdad, se dijo a sí mismo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Insistió el perro fiel, marcando cada palabra pronunciada.

—Teniente Kim, ya es suficiente —una voz adormilada interrumpió la escena.

El nombrado inmediatamente bajó su espada y la metió en su vaina, pero sin quitar sus ojos fulminantes del rostro de Jimin. El menor vio de reojo cómo la capitana se incorporó sobre la cama y se desperezó, con toda normalidad, como si no hubiese dos hombres más en su camarote, y finalmente hizo un pequeño puchero al ver el desastre que se había convertido su sábana.

Nadie dijo nada cuando ella se levantó y les pidió a ambos que se voltearan hacia otro lado para poder cambiarse de ropa, así que Jimin se puso de pie y se paró junto a Namjoon, ambos mirando hacia la ventana, donde se extendía la inmensidad del océano. Finalmente, mientras se quitaba el camisón y la tela de algodón ensangrentada, sin ser vista por ninguno de los dos, decidió hablar:

—Anoche estuve haciendo inventario en la cocina —su voz sonó totalmente calmada— y, bueno, el joven Park pasaba justo por ahí y conversamos un momento —el recién nombrado frunció el ceño al ser llamado de esa manera. Juraría que él era mayor—. Luego de eso comencé a sentirme mal y tuvo la buena disposición de traerme aquí y ayudarme —hizo una pequeña pausa—. Eso es todo.

En ese momento ambos tenían el ceño fruncido. Park Jimin lo hacía porque, además de por ser llamado joven Park Jimin, no encontraba el sentido a que la capitana de la tripulación le diese tantas explicaciones al teniente, como si tuviesen una relación más allá de la profesional. Y por un momento temió que fuesen amantes también. Por su parte, Kim Namjoon tenía quejas que no dudó en soltar, pero de manera sutil ya que no se encontraban solos.

—Podría haberme despertado, capitana.

En ese momento, Jimin recordó la vaga excusa que le había dado a su capitana para no llamar al teniente, todo con tal de seguir a solas con ella y sintió que el corazón se le comenzaba a subir por la garganta.

Ella lo delataría y sería su fin.

—Anoche se veía muy cansado, teniente, por eso le pedí al joven Park que me ayudara y preferí no molestarlo.

El menor abrió un poco los ojos, aunque intentó pasar disimulado ante la vista inquisitoria del teniente Kim que le veía de reojo, sin entender el por qué la capitana había decidido encubrirlo.

Quizás ni siquiera lo recuerda, pensó para sí mismo.

Luego de que la mujer se los indicara, se pudieron voltear nuevamente. Se encontraron con Jang Haru vestida como todos los días: con una camisa blanca de hombre del repertorio que tenía en el armario —y que nadie sabía, pero todas habían sido robadas a Namjoon—, un corsé negro que le sujetaba los pechos y marcaba su cintura, y esos pantalones holgados negros que volvían loco a Jimin porque podía distinguir claramente la curva de su trasero y las de sus muslos. En las manos tenía las sábanas manchadas hechas un bollo y miraba con los labios fruncidos el colchón, que también había sufrido cambio de color a rojo, aunque mucho menor.

—Joven Park —llamó—, ¿podría traerme un balde del cuarto de limpieza? Y necesito también de ese detergente con el que limpian el suelo. Necesito limpiar esto sin que nadie me vea —lo último lo había murmurado para sí misma, pero ambos la escucharon.

—Puedo limpiarlo por usted, capitana —se ofreció el menor, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza.

Los ojos de Haru se iluminaron. No era que quisiera que el resto hiciera las cosas que a ella le correspondían, pero recordaba que la noche anterior había dejado los cálculos de las raciones a medio hacer y cada hora que pasaba significaba que la comida se podía acabar más rápido.

Si hubiese sido otra persona le hubiese dado vergüenza, pero era Park Jimin, el chico que claramente la había visto sangrar y que luego la había cuidado cuando estaba ardiendo en fiebre. E incluso se había quedado con ella toda la noche. Con un agradecimiento le tendió las sábanas e inmediatamente el chico se marchó, casi corriendo.

Cuando la puerta se cerró, se giró hacia Namjoon, que la miraba con los labios torcidos y el ceño ligeramente fruncido. No había dicho nada en todo ese rato, Haru sabía que estaba esperando a que tuviesen la privacidad suficiente como para decir todo lo que pasaba por su mente.

Si había algo que Kim Namjoon nunca haría sería desafiar la autoridad de su capitana frente a los miembros de la tripulación. Y, en realidad, no lo haría ante nadie.

—¿Tienes algo que decirme? —preguntó ella, alzando una ceja.

—¿Por qué no me despertaste anoche? —inquirió de inmediato.

—Ya te lo dije, estabas muy cansado.

—No mientas, Haru.

La chica se cruzó de brazos, mirándolo fijamente a los ojos. En ese momento se sentía pequeña frente a Kim Namjoon, que, además de ser tres años mayor que ella, medía por lo menos veinte centímetros más, pero no se mostró intimidada en absoluto.

Ambos se quedaron en silencio un momento, mirándose fijamente, hasta que el mayor cedió y, con un suspiro, se acercó lentamente hasta ella para poner suavemente sus manos sobre los hombros de la chica en señal de afecto.

—¿La maldición otra vez? —Preguntó, dando el tema anterior por pasado.

Haru asintió con la cabeza con un pequeño puchero involuntario en los labios, luciendo casi como una niña.

—¿Estás bien? —Insistió el chico— Pareciera que cada vez es peor.

—Estoy bien, Namu, por suerte el joven Park me ayudó.

—¿Lo sabe?

—Tuve que explicarle —la chica se encogió de hombros, restándole importancia.

Namjoon sintió una punzada en el pecho. La maldición de Haru sólo la sabía él e incluso sus celos de ese momento le llevaron a asegurar que era lo único que sólo él conocía de ella, aunque eso no fuese del todo cierto.

Park Jimin estaba concentrado en fregar enérgicamente las sábanas manchadas de su enamorada, escondido dentro del cuarto de la limpieza, una habitación poco común dentro de un navío, pero que era indispensable para la capitana Jang. Estaba en cuclillas frente a un cubo con agua y detergente, que ya comenzaba a verse rosado por la sangre que escurría de la tela.

Se vio obligado a detenerse porque los brazos comenzaron a dolerle y sacudió la cabeza en un intento de tirarse el cabello que comenzaba a estar largo hacia atrás.

Había aceptado lavar las sábanas porque quería escapar rápidamente de la situación, aunque, realmente, la razón principal era que pretendía ser lo más servicial que pudiese con Haru para que ella no olvidara su existencia y —quizás— le tuviese algo de estima.

Decidió apoyar el trasero sobre el suelo de madera pulido porque las piernas también le dolían por estar mucho rato en la misma posición.

—Cuando era niña, los monjes del templo donde me crié solían decirme que estaba maldita —recordó las palabras de la mujer la noche anterior—. Y esta es mi maldición, Jimin.

En ese momento no había comprendido a lo que se refería. Y es que, además de tener nulo conocimiento sobre la vida femenina, su cabeza se había llenado de preguntas sobre el pasado de la capitana y la única respuesta que tenía era que se había criado en un templo junto a monjes.

¿Era huérfana? Probablemente, pero quería saber su historia.

Quería conocerla, eso era lo que más quería en ese momento.

Estaba demasiado concentrado en sus pensamientos y no se dio cuenta de que la puerta de la pequeña habitación se abría, dejando ver a un chico de cabeza rapada a través del umbral, que le miró con los ojos muy abiertos, sorprendido, porque no esperaba encontrarse con nadie allí dentro. Jimin, con un ágil movimiento metió toda la sábana dentro del cubo, escondiéndola del recién llegado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el de cabeza rapada, un poco extrañado.

Era uno de los pocos que conocía por apellido y nombre en la tripulación, pues había llegado el mismo día que él, pero un poco más tarde. Sabía que era Park Jimin, pero no sabía nada sobre él, pues siempre tendía a estar callado, como si sus pensamientos se apoderaran de su realidad.

—Estoy... —alargó un poco Jimin al no saber qué contestar— lavando mi ropa interior.

—Pero eso lo hacemos los domingos.

Jimin, el más delgado de los dos, frunció los labios. Eso era verdad.

—No sé qué día es hoy realmente —inventó.

—Es martes —respondió seguro y luego agregó: —. El teniente Kim lleva un conteo perfecto de los días de la semana.

A Jimin se le escapó un bufido, algo que sorprendió a Wi Dongyul.

— No me fío de ese perro... —dejó la frase a medio terminar, dándose cuenta de que estaba hablando de más

El de cabeza rapada cerró rápidamente la puerta detrás suyo, que hasta el momento había permanecido abierta, y miró alarmado a Jimin, siseando y poniéndose el índice sobre los labios.

—¡No digas eso, idiota! Alguien te puede oír.

El de cabello negro le miró con una ceja alzada, en un gesto incrédulo, preguntándose por qué alguien que ni siquiera conoce se preocuparía tanto por él. Vio que el otro chico se acomodó en el suelo de la misma manera que él, y por un momento, el cubo de agua y la sábana quedaron olvidados, y sólo pudo concentrarse en el chico nuevo.

—¿Por qué te preocuparía si alguien me oye? —Preguntó cuando estuvieron uno al lado del otro.

Dongyul lo miró por un momento. No era que le preocupase realmente, pero se sentía un poco identificado con Jimin, que parecía estar totalmente fuera de lugar dentro de la tripulación, como si no perteneciera allí. De la misma manera que se sentía él, que era un simple y vulgar ladrón que había caído en la trampa de Jang Haru por ser demasiado avaro. Así que sólo se encogió de hombros, restándole importancia.

Por un segundo su mente viajó a otro lado, y se preguntó cómo estaría su esposa y su hija recién nacida y el corazón le dolió. Ambas eran la razón por la que había comenzado a robar, porque su trabajo anterior no le daba lo suficiente como para mantener a dos personas más aparte de sí mismo.

Sintió una extraña sensación en el estómago.

Resentimiento.

Resentimiento contra Jang Haru, que con sus encantos lo había arrastrado hasta aquel infierno en medio del océano. Se pasaba todo el día rogando que algo malo le sucediese a aquella mujer tan hermosa como insidiosa, igual a las sirenas de las que tanto había oído hablar ese último tiempo estando a bordo del Mujeok. Y quería castigarse a sí mismo por haber caído en la trampa, sin haber pensado que obtener tanto dinero jamás podría ser tan fácil, y también por haberse embelesado con aquel rostro extranjero, al igual que todos los que la miraban.

—Soy Wi Dongyul —se presentó, dejando todos sus pensamientos de lado.

—Park Jimin —respondió el otro chico.

—Lo sé —respondió inmediatamente, haciendo que Jimin frunciese el ceño ligeramente—. Creo que tú y yo nos parecemos un poco, ¿sabes? —añadió después de un momento de silencio— Ambos estamos aquí, solos, pero, más aún, siento que ambos odiamos a la cabecilla de la tripulación. 

Creo que el pelón de Dongyul lo entendió todo al revés...

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