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SEIS

SEIS: LA MALDICIÓN

Jang Haru se dedicaba a administrar las reservas que su tripulación se había encargado de rellenar, saqueando las pequeñas tiendas de Sanya. Contaban con todo tipo de frutas y vegetales, aunque quizás no los suficientes como para sobrevivir hasta que llegaran al Caribe, lo que les tomaría, al menos, tres meses.

En la soledad de su camarote se había dado el tiempo de escribir un inventario con todo lo que tenían disponible y se las estaba ingeniando para que ninguno de sus hombres pasara hambre, porque no pensaba comer tranquilamente sabiendo que no alcanzaba para todos.

Todos sabían que la capitana Jang se preocupaba por su tripulación, aunque no lo demostrase abiertamente.

En aquel momento se encontraba sola en la cocina del galeón debido que todos se habían ido a dormir, incluyendo su teniente, ya que ella había fingido ir a la cama y luego se había levantado en silencio, preocupada por no despertar a nadie y se había ido a meter a cocina.

Le gustaba estar con Namjoon, apreciaba su compañía, incluso después de todos los años que llevaban juntos, pero había veces en las que sentía la necesidad de estar sola y eso era algo que su mejor amigo no entendía, pues siempre buscaba la manera de estar cubriéndola ante cualquier peligro.

Escribía sobre una libreta improvisada mientras hacía cálculos con las raciones, sabiendo perfectamente que había alguien mirándola desde la oscuridad, pero haciéndose la desentendida. Estaba de espalda a la entrada de la cocina, por lo que podía sentir los penetrantes ojos sobre su nuca. Una sonrisa se le escapó de los labios cuando, al fin, la otra persona se decidió a salir de la oscuridad y caminar hacia ella. Se giró y por alguna razón no se sorprendió de que se tratara de Park Jimin, el último hombre que se había integrado a su tripulación.

Había notado las miradas intensas que le daba, que inmediatamente eran acalladas cuando Namjoon pasaba sus ojos sobre él, y eso le daba curiosidad, probablemente más de lo que era sano, teniendo en cuenta de que ella era la capitana y él un subordinado.

—Park Jimin —pronunció con calma cuando el chico estuvo lo suficientemente cerca como para no tener que alzar demasiado la voz.

Jimin no dijo nada, sólo la observó de arriba hacia abajo, haciendo notorio el deseo que sentía por ella. Sin pensárselo mucho, dio un par de pasos más y la atrajo desde la cintura hacia su cuerpo, sintiendo sus pechos impactar contra sus pectorales. Inmediatamente, una corriente eléctrica lo recorrió hasta la entrepierna, pero no le importó, quería que ella supiera cómo lo ponía con sólo un toque, e inclusive sabía que, aunque sólo sus pieles se hubiesen rozado, se hubiese puesto de la misma manera, porque cada vez que la pensaba terminaba con una erección incómoda y difícil de ocultar. 

Park Jimin estaba sufriendo, teniendo episodios febriles durante las noches, en las que sólo imaginaba cómo sería quitarle la ropa a aquella mujer que le estaba volviendo loco.

Recorrió su rostro con sus ojos y se detuvo en sus labios. En aquella ocasión era diferente a la anterior en la que ella había tomado la iniciativa, probablemente por estar un poco borracha. En ese momento él quería manejar la situación, aunque pareciera que Jang Haru no era una mujer que se dejara domar fácilmente. Se acercó y juntó sus labios con una violencia urgente, necesitaba tenerla cerca, necesitaba volver a probarla y que ella le correspondiera de la misma manera.

—¿Park Jimin? —Insistió Haru, sacándolo de su ensoñación—. ¿Todo bien?

El chico pestañeó un par de veces y se dio cuenta de lo mal que se encontraba, hasta tal punto de estar soñando despierto. Y no teniendo cualquier tipo de sueños. Tragó saliva y rápidamente asintió con la cabeza.

—Sí —respondió apenas con un hilo de voz. Se aclaró la garganta antes de volver a hablar—. ¿Problemas de sueño, capitana?

Se acercó un par de pasos de manera casual y casi sutil, y hubiese pasado desapercibido si es que Jang Haru no se encontrara siempre a la defensiva, observando minuciosamente cada movimiento de las personas con las que interactuaba.

La mujer se giró nuevamente hacia lo que estaba haciendo, fingiendo no darse cuenta de nada, y volvió a hojear la libreta que tenía en las manos.

—Simplemente a veces es bueno estar solo —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros.

Jimin se quedó un momento en silencio, analizando las palabras que le acababa de decir su capitana. Inmediatamente se sintió estúpido. Por supuesto que ella quería pasar tiempo a solas, de otra manera estaría con el perro fiel que tenía de teniente, y lo único que estaba haciendo él era interrumpirla.

—Lo siento, capitana, no quise interrumpir.

Hizo una pequeña reverencia antes de darse media vuelta, dispuesto a irse, pero la chica soltó una pequeña carcajada.

—Puedes quedarte si quieres.

Se sorprendió al escuchar tales palabras y su corazón comenzó a latir desbocado, lleno de felicidad. Se acercó nuevamente a la chica y observó en silencio lo que estaba anotando en la libreta.

Casi se le desorbitaron los ojos cuando vio que hacía cálculos, utilizando métodos de división a diestra y siniestra, algo que ni siquiera él había dominado por completo en los años que había estudiado. Aquella mujer no dejaba de sorprenderlo, pues tenía conductas propias de un hombre sin perder la feminidad.

—Estoy calculando las raciones de comida para que todos podamos comer durante este viaje —le explicó, dándose cuenta de que él la miraba bastante interesado—. Será un poco largo, así que hay que saber administrar bien... —Se detuvo de repente.

Haru cerró los ojos fuertemente y tuvo que apoyar su mano sobre uno de los muebles que tenía enfrente. Incluso, en la oscuridad de la cocina, Jimin pudo notar que su rostro palideció violentamente y ya no le pareció una mujer imponente, sólo una chica menuda y enferma, por lo que se acercó preocupado, preguntando qué era lo que ocurría.

—Llévame a mi camarote —susurró apenas la mujer.

Jimin acató la orden inmediatamente, rodeándola por la cintura con su brazo para ayudarla a caminar, sintiéndose un poco culpable de disfrutar de su tacto en un momento como ese, y la ayudó a subir las escaleras hasta la cubierta para luego guiarla hasta su destino. Abrió la puerta suavemente y luego de que entraron juntos, la cerró. Se sorprendió al ver todo impecablemente ordenado y limpio, sin una muestra de polvo, tanto así que la habitación llegaba a relucir bajo la luz de la luna que entraba por el ventanal, pero lo que le dejó boquiabierto fue el río de sangre que vio correr por las piernas de su capitana, ensuciando completamente su ropa. Su respiración se agitó levemente y, sin saber qué hacer realmente, la llevó hacia la cama y la ayudó a sentarse.

Un dedo tembloroso de Haru se levantó y apuntó un lugar.

—Ahí dentro hay telas de lino, ¿podrías alcanzarme una?

El chico abrió con prisa las puertas del armario que le había señalado, y entre la ropa cuidadosamente ordenada, encontró lo anteriormente mencionado.

—Voltéate —pidió ella cuando tuvo la tela en sus manos.

Jimin no entendía muy bien lo que estaba sucediendo. Sabía que las mujeres sangraban cada ciertos días y que era algo totalmente normal, que a todas les ocurría, incluso lo había experimentado estando con alguna de sus conquistas de una noche y lo había visto en persona, pero nada se comparaba a la cantidad de sangre que salía de su capitana. Era como si, de pronto, alguien la hubiese apuñalado en una vena importante.

Sintió movimiento a su espalda y no se giró hasta que ella se lo permitió. Ahí pudo verla de nuevo, media sentada en la cama, media tirada en el suelo, vestida con un camisón blanco y con la frente sudada, tanto que se le pegaban algunos cabellos a la piel. Jimin notó que sus ojos luchaban por mantenerse abiertos, lo que no podía significar algo bueno.

Probablemente la chica estuviera sintiendo un dolor tan fuerte que estaba batallando por no desmayarse.

Sin pedir permiso, se acercó a ella y la agarró de la cintura nuevamente, para dejarla recostada sobre aquel colchón, pidiéndole que se mantuviera despierta, y tocó su frente para corroborar lo que sospechaba. Jang Haru había comenzado a hervir en fiebre de un momento a otro, por lo que, a ciegas, buscó una jarra de porcelana que tenía agua y humedeció una de las mismas telas que ella le había pedido antes, pero esta vez para ponérsela sobre la frente.

—No te preocupes por mí —susurró de repente la chica, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—Quiero mantenerla a salvo, capitana.

Se formó un momento de silencio, en el que Jimin se había atrevido a sentarse a un lado de ella y la miraba atentamente.

—Ve a buscar al teniente Kim.

Jimin sintió una punzada desagradable en el pecho.

Nuevamente celos.

¿Por qué siempre tenía que estar acompañada de aquel hombre? ¿Acaso tenían algún tipo de relación romántica? Park Jimin descartó aquel pensamiento, no creía que ella fuese capaz de engañarlo en su propia cara, acostándose con otros hombres.

Y se dio cuenta de que quería ser tan cercano a Haru como lo era su perro fiel. Quería poder caminar cerca de ella y bromear entre ellos cuando nadie los viera.

—Deberíamos dejarlo descansar —sugirió—. Yo me quedaré con usted para cuidarla.

Jang Haru no protestó, en parte porque casi no tenía las fuerzas para poder mantenerse despierta. Así que a ratos se sumió en sueños turbulentos que le hacían despertar sobresaltada, pero cada vez que abría los ojos se encontraba con el sereno rostro de Jimin, que le miraba atenta y preocupadamente.

Por su parte, el chico ya comenzaba a morir de la curiosidad.

¿Qué era lo que estaba ocurriéndole a Haru? Porque estaba seguro de que no era algo normal, no como lo que le pasaba a las chicas mes a mes. Jamás había visto algo como aquello.

Remojó el paño húmedo cuando estuvo seco nuevamente y aprovechó para sentarse un poco más cerca de Haru. Pudo notar que la temperatura de su cuerpo, a pesar de seguir alta, comenzaba a bajar lentamente, y eso le hizo tranquilizar porque en aquellos momentos, donde se encontraban en mar abierto, no había ningún tipo de medicina que pudiese ayudarla.

A cierta hora de la noche, cuando ya había pasado mucho rato desde que habían llegado al camarote de Haru, ella abrió nuevamente los ojos y se encontró con los adormilados ojos de Jimin, iluminados tenuemente por la luz del alba. Sintió un poco más de fuerzas, a pesar del agudo dolor que seguía sintiendo en el vientre, por lo que se incorporó un poco en el colchón, quedando medio sentada.

—Deberías descansar, Park Jimin.

El chico, que ya estaba cayéndose dormido, negó con la cabeza inmediatamente.

—Quiero cuidar de usted.

Haru suspiró. El chico no pensaba irse hasta verla mejor.

—Recuéstate a mi lado y descansa.

Los ojos de Jimin se abrieron escandalosamente, lo que provocó una pequeña risa en Haru, algo que hizo que el estómago del chico cosquilleara. Jamás la había escuchado reír de manera tan despreocupada. No, sí la había escuchado, pero jamás se había reído con él, sólo con el perro fiel. Se levantó y rodeó la cama, para recostarse en el lado vacío, a una distancia prudente. Aunque moría por pegarse a ella y abrazarla, pero, aparte de subirle más la fiebre, aquello le cerraría toda posibilidad de seguir acompañándola y se llevaría, como menos, una patada fuerte en el trasero.

—¿Hace cuántos días zarpamos desde Sanya? —preguntó ella después de unos minutos de silencio.

Jimin, con los ojos entrecerrados, comenzó a contar con los dedos.

—Hace seis días.

La chica emitió un sonido con su garganta.

—Con razón —agregó.

Park Jimin no pudo aguantar más la curiosidad.

—¿Qué cosa, capitana?

Jang Haru giró su cabeza para mirarlo, sus ojeras, evidencia de una noche casi en vela, se veían terriblemente oscuras en contraste con su piel de porcelana. El cuerpo delgado de Jimin descansando sobre su cama le pareció excitante, incluso en aquel momento de fiebre y dolor intenso, pero alejó aquel pensamiento de su cabeza inmediatamente.

—Cuando era niña, los monjes del templo donde me crie solían decirme que estaba maldita —guardó silencio por un momento—. Y esta es mi maldición, Jimin.


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