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CATORCE

CATORCE: AYUDA

La joven Wen se había casado hacía un par de meses y nunca había hecho nada sin preguntarle a su esposo Jian, un chico de su misma edad y posición social que se dedicaba a la pesca para lograr mantenerlos a ambos con vida. Nunca había hecho nada sin preguntarle, hasta ese momento en el que había dejado entrar a dos desconocidos a su pequeña casucha, no había podido evitar que se le ablandase el corazón al verlos totalmente empapados y temblando de frío.

Miró de reojo a los recién llegados que acababan de sentarse en el suelo, junto a la pequeña mesita que utilizaba para comer con su esposo, mientras calentaba agua para prepararles té. Era lo único que podía ofrecerles de momento, pues su hombre todavía no volvía de pescar.

Y si es que había logrado pescar algo.

Pero algo le había enseñado su madre durante toda su vida de pobreza: donde comen dos, comen tres. Y donde comían tres, seguramente podrían comer cuatro.

Estaba segura de que el problema de la comida podría resolverse rápidamente si era capaz de separar porciones iguales para todos.

Lo que temía era su marido.

Nunca le había visto enojado porque siempre se había esmerado en complacerlo, en ser la esposa que él quería que fuera. Siempre cumplió con sus requerimientos, a pesar de no ser un hombre exigente, pero no podía evitar que su corazón se acelerase ligeramente ni sentir un pequeño nudo en la parte superior de su estómago cuando se ponía a pensar en cómo reaccionaría.

Tomó la tetera y dio un par de pasos hasta la mesita, donde se arrodilló y sirvió té en unas pequeñas tacitas de porcelana que, ciertamente, eran su posesión más preciada, pues había sido lo único que su madre había podido darles como regalo de bodas.

La casucha donde vivía no era más que eso: una casucha. Su esposo había comenzado a construirla cuando se casaron, pero no había logrado terminar nada más que no fueran cuatro paredes unidas de manera rectangular y un techo que apenas los protegía de la lluvia. Los tiempos no estaban buenos y no podía seguir gastando tiempo en la construcción mientras no tuviesen nada para comer, así que se vio obligado a salir a pescar apenas levantó las paredes.

—Estamos muy agradecidos, señora —murmuró el chico en voz baja.

Wen asintió con la cabeza, en silencio, porque, por alguna razón, las palabras habían abandonado su boca por el simple hecho de pensar en su esposo. Se remojó los labios y observó a la pareja en silencio. No eran mayores que ella, por lo que dedujo que también debían estar casados hacía poco tiempo. Sus ojos se fijaron en la chica, que se llevaba la tacita a los labios para beber té con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, mirando sus muslos flexionados como si no hubiese nada más que le llamara la atención.

Era hermosa. Nunca había visto una mujer tan hermosa en su vida. Su piel pálida parecía de porcelana en comparación a la suya, oscurecida hasta verse morena por haber tenido que trabajar desde pequeña en las plantaciones de arroz, viéndose obligada a exponerse al sol durante todo el día. La chica tenía una nariz fina y pequeña, respingada, ojos grandes, pestañas gruesas y más largas de lo normal, labios carnosos que de a poco comenzaban a pasar de violeta a rosados y cabello oscuro que estaba recogido en una bonita trenza.

Sintió una punzada en el pecho. Envidia. Pero no era por la belleza que poseía la chica frente a ella, sino que, porque se notaba que había nacido en una familia pudiente, no le había faltado nada durante su vida. De otra manera, Wen no podría explicarse cómo era que la chica lograba verse tan bien en comparación a sí misma. Tampoco se podía explicar cómo era que habían naufragado, sólo los ricos podían permitirse largos viajes en barcos.

—¿Cuál es su nombre? —Preguntó el chico, haciéndola salir de golpe de sus pensamientos y obligándola a quitar sus ojos de la mujer perfecta y fijarlas en él.

Cabello oscuro, casi negro, pero lo suficientemente corto como para no necesitar llevarlo recogido, lo cual le sorprendió, piel ligeramente morena y una mirada que le recordó la de un dragón. Wen tragó saliva. Él era como un dragón de fuego, ardiente, intenso y brillante.

—Wen —respondió apenas.

—Soy Kwan —respondió de vuelta a una pregunta que jamás se le hizo e hizo una reverencia con la cabeza— Ella es mi esposa Eunkang.

Wen notó cómo la chica levantaba ligeramente los ojos en dirección a su esposo. El único y primer movimiento que había hecho desde que la había visto en el umbral de su puerta.

—Soy investigador real, viajábamos en dirección al oeste, pero nuestro barco naufragó —Kwan hizo una pequeña pausa y luego continuó con su relato—. No quedó nadie más que nosotros.

Wen frunció las cejas ligeramente y sus labios se entreabrieron. Ni siquiera podía llegar a imaginar todo lo que había tenido que llegar a pasar esa pareja. Su corazón se aceleró tanto que llegó a golpearle el pecho. Debió haber sido doloroso.

Se puso de pie de manera precipitada, tanto que ambos levantaron la vista un poco impresionados. Ahí notó el peculiar color de los ojos de Eunkang.

—Kwan —se apresuró a decir—, aquí no hay demasiado espacio, pero afuera tengo un montón de materiales que podría servirles para construir una pequeña habitación para dormir, pueden venir aquí durante el día y usted puede también acompañar a mi esposo a pescar, y...

El chico la interrumpió cuando retrocedió un poco y se inclinó completamente hacia adelante, haciendo una reverencia completa, apegando su frente al piso de madera. Rápidamente, Eunkang le siguió e hizo el mismo gesto. Wen se quedó sin habla al verle. Nunca nadie le había mostrado respeto de esa manera.

—Realmente se lo agradecemos.

Wen se quedó un momento de pie, simplemente mirando a la pareja estando arrodillada, y un calor agradable se instaló en su pecho. Rápidamente se arrodilló también y puso sus manos en uno de los hombros de ambos.

—Por favor, levántense.

Lo que no pudo ver Wen fue la sonrisa de Kwan, cuyo nombre real era Kim Namjoon, mientras estaba arrodillado porque la chica había creído todo lo que había dicho.

La puerta de la casa crujió al ser abierta y dejó ver a un hombre no muy alto, moreno, de cabellos negros y largos, y ojos rasgados, que los miró sin entender qué estaba ocurriendo. Wen tragó saliva. Jian había llegado un poco más temprano de lo normal, y, por suerte, en sus manos llevaba unos sacos oscuros donde llevaba la comida.

—¿Qué significa esto? —Interrogó— Wen, ¿quiénes son estas personas?

La chica aguantó la respiración un momento y al cabo de un momento se acercó en silencio a su esposo, que seguía con la mirada confundida.

—¿Podemos hablar afuera? —Pidió.

—Así que... Kwan, mi esposo —murmuró Haru cuando Wen los dejó a solas.

Estaban afuera de la casucha, uniendo un par de tablas que, al parecer, habían estado abandonadas tanto tiempo que ya comenzaban casi a pudrirse. Pero Namjoon no podía quejarse, había conseguido habitación y comida gratis, aunque luego se sintió apenado por haber mentido.

Resultó ser que Jian no era un mal hombre, simplemente se había sentido confundido al encontrarse con dos extraños dentro de su casa. Estuvo de acuerdo con que Eunkang y Kwan se quedaran el tiempo que fuese necesario, aunque Namjoon pudo notar cierto brillo extraño en sus ojos que no supo cómo descifrar.

—Kwan, esposo de Eunkang. ¡Genial! —Siguió murmurando la chica—. Acabo de decirte hace un rato que ya no me llames más así y tú...

—Lo siento, Haru —la interrumpió en voz baja—, no pude pensar en otro nombre, ¿sí?

Ambos se quedaron en silencio por un momento.

—Lo siento —finalmente dijo ella—, no es bueno que discutamos.

Namjoon asintió con la cabeza y dejó su trabajo por un momento para dedicarle una pequeña sonrisa. Aquella sonrisa que siempre le había gustado a Haru porque siempre iba acompañada de un par de preciosos hoyuelos que a ella le hubiese encantado tener. Le sonrió de vuelta.

—Terminemos esto, ya va a oscurecer —sugirió.

El resultado fue una copia de la choza, pero más pequeña, tenía el largo preciso para que Namjoon cupiese recostado y con los pies estirados. Y en cuanto al ancho... no estaban seguros de cuánto espacio personal tendrían allí dentro.

Pero no podían olvidar que se suponía que eran marido y mujer.

Wen les proporcionó un saco para compartir y unas mantas por si aún así tenían frío y pronto oscureció, anunciando la hora de dormir.

—¿Ocurre algo? —Preguntó Haru al ver que Namjoon vacilaba al entrar.

No estaba seguro de entrar o quedarse durmiendo afuera, pues nunca había estado tan cerca de Haru y de sólo pensarlo su corazón daba un pequeño salto.

—¿Preferirías que duerma afuera?

—¡¿Qué dices?! —Se horrorizó la chica— ¿Y dejar que mueras de frío? ¡No! —Atravesó el pequeño umbral de la puerta teniendo que apenas agacharse y se acomodó dentro del saco—. Eres mi mejor amigo, no me molesta compartir cama contigo.

Kim Namjoon tragó saliva, viendo el cuerpo de Haru reposando dentro del saco, y suprimió inmediatamente todas los pensamientos indeseados que asaltaron su cabeza. Pensamientos indeseados sobre el deseo que sentía por su amiga. Y entró también, cerrando la pequeña puerta detrás de él, para luego acomodarse a su lado, pero procurando estar lo más alejado de su cuerpo.

¿De dónde había sacado el coraje para abrazarla antes y dónde había quedado? ¿Por qué, en ese preciso momento, se sentía paralizado?

Tragó saliva una vez más, intentando que pasara desapercibido, y cerró los ojos a pesar de que ya estaba todo totalmente oscuro. Intentó enfocarse en lo que debería hacer después. Ya había encontrado refugio y comida, sólo tenía que averiguar la manera de recuperar el Mujeok. Soltó un suspiro. No iba a ser para nada fácil.

Primero tenían que salir de Ming y llegar a Joseon. Podían llegar mediante tierra, pero estaban demasiado lejos y tardarían meses, lo más rápido era llegar por mar. Pero ¿dónde encontrarían una embarcación que aguantara un viaje tan largo? Podía apostar que Jian tenía un barco pequeño, si es que no era un bote, y aquello no serviría. Además, se sentiría aún peor si tuviese que robarle a aquella pareja.

Lo más sensato era tantear el terreno, seguir en su papel Kwan, el pobre naufrago, y seguir la corriente a Jian. Salir a pescar durante el día con él, conversar, preguntar, intentar de buscar algo que pudiese servirle, llegar a la casa durante la tarde, cenar todos juntos y, llegada la noche, volver a compartir habitación y cama con Haru...

Pegó un salto cuando sintió algo pegado a su cuerpo y abrió los ojos, aunque no logró ver nada, pero supo que era ella, que se había acercado, porque podía sentir el olor que desprendía su cuerpo, dulce como la miel.

—Tengo frío —susurró en forma de explicación.

Namjoon emitió un sonido con la garganta, de manera afirmativa, e intentó relajar su tenso cuerpo. Ya le dolían algunos músculos que no sabía que tenía por intentar permanecer inmóvil.

—¿Cómo estás? —Preguntó de pronto él.

—¿Por qué lo preguntas?

—Hoy en la mañana no estabas del todo bien...

Hubo un segundo de silencio. Quiso girar la cabeza, pero temió encontrarse con el rostro de su amiga más cerca de lo prudente y ponerse aún más nervioso.

—Ah, sí. La maldición —murmuró ella, como si acabase de recordarlo—. Sorpresivamente estoy bien, se ha detenido por ahora.

—Eso es bueno...

Se volvieron a quedar en un silencio que Haru interrumpió al desperezar su cuerpo, acción que provocó que un gemido saliera de su boca y que una especie de corriente eléctrica atravesara el cuerpo de Namjoon, desde arriba hacia abajo, llegando a su entrepierna.

Se quedó inmóvil por un momento, sin respirar, temiendo que su cuerpo comenzara a reaccionar, pero pronto los brazos de Jang Haru lo rodearon por la cintura y apegó su cuerpo al suyo.

En ese momento ya no pudo evitar que su cuerpo reaccionara.

—¿Qué haces? —Preguntó, casi asustado.

—Tengo frío, Namu.

Cerró los ojos con fuerza, e intentó mantener su respiración en un ritmo normal para que Haru no se diera cuenta de cuánto comenzaba a afectarle su cercanía.

—¿No vas a abrazarme también?

—¡Eres tú la que tiene frío! —Logró responder, apenas pudiendo articular palabra.

—Entonces deberías ser tú quien me abrace a mí —soltó con una pequeña carcajada.

Acurrucó su cuerpo, pegándose aún más, y flexionó una de sus rodillas para enredar su pierna con una de las de Namjoon, pero al apoyarla se encontró con algo que la hizo sobresaltar y que provocó que al chico se le escapara un jadeo.

El silencio reinó entonces. La rodilla de Haru seguía sobre la erección de Namjoon que, sin que él quisiera, comenzaba a ponerse más y más dura. Por su parte, el chico cerraba tan fuerte los ojos que los parpados le dolían.

Entonces quiso llorar de la vergüenza.

—¿Namu? —Lo llamó, rompiendo el silencio.

Pero él no respondió.

—¿Hace cuánto que no estás con una mujer? —Continuó.

Aquella pregunta le sorprendió. Había llegado a imaginar que ella le despreciara porque, después de todo, no eran más que amigos y ella lo estaba dejando claro en aquel momento. Confiaba en él lo suficiente como para abrazarlo mientras dormía, pues Jang Haru no acostumbraba a dormir con ningún hombre.

—No... No lo sé —respondió, titubeando—. Quizás un par de meses... No lo sé.

De pronto Namjoon sintió frío. Haru se había alejado de él y volvió a imaginar lo peor, pero inmediatamente la sintió cerca nuevamente, aunque de una manera inesperada que hizo que el corazón se le acelerara. La chica se había sentado a horcajadas sobre su cadera y la erección de Namjoon había quedado encajada en su trasero.

—¡¿Qué haces?! —Chilló, aterrado.

Sintió el índice de Haru posarse sobre su pecho, entre sus pectorales, y dibujó un camino en línea recta hacia abajo que llegó hasta por debajo de su ombligo. Aquello no le ayudaba a tranquilizarse en absoluto.

—Si quieres, puedo ayudarte con esto.

El chico se quedó sin respiración. Nunca, ni siquiera en sus sueños más idílicos, se había imaginado que Jang Haru, su mejor amiga, y la chica de la que siempre había estado enamorado, le diría una cosa como esa. Casi creyó que lo había imaginado, como también pudo imaginar verla sobre él, pues la oscuridad absoluta no se lo permitía, y sólo sabía que estaba allí porque la sentía. Imaginó entonces su cabello negro suelto, ondulado y ligeramente alborotado por haber ocupado trenza todo el día, sus ojos brillantes y sus labios carnosos. Tragó saliva, sintiendo que el miembro se le ponía aún más duro cuando recordó cómo sus pezones se veían a través de la camisa en la playa aquel mismo día.

No respondió nada y aquello animó a Haru a menear suavemente sus caderas sobre su erección.

—¡Espera! —soltó Namjoon en medio de un gemido—. No lo hagas.

Los movimientos cesaron, para su dicha y, a la vez, desgracia. En algún momento había apretado los puños, que reposaban a cada lado de su cuerpo, y las uñas comenzaban a hacerle heridas en las palmas de las manos.

—¿No quieres?

—No es correcto que hagamos esto, Haru, somos amigos.

—Es por eso que no me molesta hacerlo, Namu. Porque somos amigos, mejores amigos, y haría cualquier cosa por ti, incluso esto.

Por alguna razón, Namjoon sintió una punzada en el corazón.

Jang Haru nunca lo vería como algo más que un amigo y era por eso que no podía permitirse hacer ese tipo de cosas con ella. Seguiría enamorándose y teniendo que esconderlo, incluso hasta de sí mismo.

—No es correcto —insistió.

Entonces ella se bajó y se volvió a recostar su lado, aunque a cierta distancia.

—¿No te parezco atractiva? —Preguntó, aunque su tono no sonaba ofendido, sino, más bien, curioso.

—No —se apresuró a decir y cerró los ojos con fuerza, sintiéndose estúpido—. Sí —corrigió, pero los nervios se apoderaron de él—. No lo sé.

Ella soltó una pequeña risa.

—Tranquilo, no porque seas mi amigo tienes que mentirme. Creo saber qué tipo de mujer te gusta entonces.

El chico no respondió nada, pues sólo pudo pensar en que no le gustaba ningún tipo de mujer, simplemente le gustaba ella. Y sólo ella.

—Bien, será mejor que durmamos —continuó Haru y comenzó a acurrucarse nuevamente con su cuerpo pegado al de Namjoon—. Buenas noches, Namu.

Él cerró nuevamente los ojos, sin saber cómo debería sentirse después de todo lo que había ocurrido.

—Buenas noches, Haru.

Qué debería haber hecho Nam? Haber aprovechado o negarse como hizo?

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