Día perfecto, imperfecto final
En la cabaña de William encontré todo lo que necesitaba para darme un baño, ¡cuán reconfortante fue! Cuando terminé me vestí con el uniforme de enfermera y desenredé mi cabello para después hacer con el un rodete alto. Al mirar mi imagen en el espejo volví a ver, después de muchos días, a mi verdadera yo. Mi reflejo hasta sonreía...y yo sabía por quien.
Recorrí un poco el lugar en donde estaba. Era una cabaña pequeña, con lo que presumí era una habitación (pues la puerta estaba cerrada), un baño y una diminuta cocina, con una mesa y una silla. Mi curiosidad era motivada por el deseo de conocer un poco mas de él, por eso fisgonee un poco. En la mesa, en una fila ordenada había una decena de dibujos; primero ojee los de arriba, y después uno a uno. Eran excelentes, en verdad muy buenos. Retrataban bellos paisajes naturales, algunos animales; atardeceres, anocheceres y un amanecer que me dejó sin palabras. William era un pintor extraordinario.
Unos minutos más tarde, y no sin antes darle un último vistazo a mi apariencia, salí de la cabaña; Willam ya me estaba esperando afuera.
-¿Ya estas lista?-me preguntó al verme-Te ves muy bien. Diría que, renovada.
-Y así me siento-contesté con una pequeña sonrisa-Gracias por esto.
-No hay nada que agradecer, ¿te parece que comamos algo antes de volver?
Solo asentí. Su imagen debajo del sol del mediodía era abrumadora. Los rayos del sol le regalaban a su cabello rubio destellos dorados y sus ojos, oh Dios, se veían tan cristalinos con el reflejo de su luz. Parecía un ángel, uno que hacia que se me aflojaran las piernas.
Caminé a su lado hasta el salón comedor. Desee preguntarle algunas cosas sobre sus dibujos pero me contuve, quizás estaba tomándome confianzas que no debía.
Entré detrás de él y con la cabeza baja. Atisbé de reojo un gran salón con unas diez mesas largas de madera y un gran número de sillas idénticas. William me señaló un lugar en un rincón, me apresuré a ir hacia el; él se sentó enfrente mío. Desde donde yo estaba con la mirada repartida entre la mesa, la cubertería y mis manos, se oía el murmullo de la charlas de los soldados que llenaba aquel comedor. Ellos lo habían saludado formalmente al entrar, por su rango mayor, pero ninguno se acercó mientras almorzábamos. Cuanto mejor, de estar relajada y casi feliz había pasado a estar muy incómoda y nerviosa.
-Come Annia...se te enfriará-escuché decir a William y ahí noté que me había perdido en mis pensamientos.
-Si, Wi...-comencé, pero me corregí a tiempo-, capitán. Gracias.
El almuerzo era un guiso con carne de cordero. Estaba delicioso, lo mejor que había probado en meses.
No hablamos durante la comida, la cual a pesar de ser sabrosa, siguió siendo algo embarazosa; una prueba a mi ansiedad. No podía dejar de pensar en lo que ellos pensaban al verme ahí con el capitán. Ninguna de mis suposiciones me dejaba bien parada.
Cuando terminamos salimos en silencio. Un silencio en el cual permanecimos hasta llegar a mi cuarto de prisionera. Aquel hoyo oscuro ( y no hago alusión al color de las paredes), desesperante y amargo. Pero cuando William abrió la puerta más que resignación lo que sentí fue una inesperada sorpresa.
En mi cuarto había una cama ( el colchón delgado y sucio había desaparecido), que se notaba mullida y con sábanas limpias y un edredón anaranjado. También tenía en el una silla y una mesa minúscula pero de artesanía bonita. La habitación había sido limpiada y oreada; olía a cloro, pero ese aroma penetrante era mil veces preferible que el que despedía la dejadez y el encierro.
No encontré que decir, ¿cómo agradecerle a este hombre por todo lo que hacía por mí?
-Mandé a que limpiaran todo cuando nos fuimos-me explicó él. Estaba unos pasos detrás de mí-Y también pedí que trajeran algunos muebles. No había mucha para elegir, pero...no podías seguir durmiendo en el piso.
Me giré despacio y cuando mis ojos se conectaron con los suyos en un acto espontáneo y arrebatado me puse de puntillas y lo abracé.
-Gracias-gimotee en su pecho. No cabía en mí de emoción, y no por el mobiliario o la limpieza, sino por el gesto. No podía parar de llorar.
Él me sostuvo en sus brazos por un momento más y luego delicadamente se apartó.
En ese preciso instante entendí lo que había hecho y me avergoncé, ¿que pensaría de mí?, ¿porqué siempre me importaba tanto lo que otros pensaban?
-No ha sido nada, Annia-dijo William, mientras yo sentía en mi mejillas el calor del rubor mezclándose con la humedad de mis lágrimas-Mañana voy a marcharme y quería que estuvieras mas cómoda mientras tu situación se resuelve.
Sentí que sus palabras producían pequeñas heridas en mi pecho, invisibles, claro esta, pero igual de dolorosas.
Él debió notar mi tristeza porque alzó su mano y secó con su dedo pulgar una de mis lágrimas en un gesto de consuelo.
-¿Mañana te iras?-pregunté al final con voz apagada-No negaré que me aflige saberlo, has sido la única persona aquí que me ha tratado con gentileza.
Él dio un paso hacia mí.
-Hablaré con mis superiores para que este encarcelamiento no siga extendiéndose sin razón. Ya verás que te podrás marchar muy pronto.
Asentí sin demasiado entusiasmo. De pronto sentí deseos de dormir y dormir, y no hacer más que eso.
William caminó hacia la puerta, la abrió y estaba por salir cuando por fin pude encontrar mi voz de nuevo.
-Eres una persona muy especial, William.
Él se detuvo para responderme.
-¿Especial? no lo creo, pero gracias...suenas igual a mi prometida-al oírlo decir eso mi tonto corazón se hundió hasta lo más profundo de mi pecho-Si es que aun lo es, llevamos todo un año sin vernos.
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