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5

Los pájaros y las flores se entrelazaron en un cántico precioso al amanecer.

Los pequeños gorriones alzándose en vuelo, revoloteando en lo alto, las flores dóciles renaciendo y abriéndose, exponiendo sus pétalos coloreados y tersos ante los curiosos y gráciles rayos del alba, el pasto rociado del verdor sagrado, acompañado del jugueteo de los animales animosos que siguiendo la traviesa brisa, salían de sus madrigueras con regocijo, disfrutando el sol en lo alto, clamando ante aquella estación tan esperada por ellos. 

Bañándose todos juntos en la calidez mansa que solo la primavera podía dar.

Una calidez que con travesura, llevó los rayos revoltosos hasta un cuerpo tendido, y de forma inquieta, ordenó al sol llenarlo de su luz incesante. Pronto, el humano reposado sobre la hierba espesa, de respiración agitada y temblor en el cuerpo, fue cercado por un abrazo solar. La capa roja que lo rodeaba, siendo aún más encendida, haciéndolo parecer una flor roja majestuosa ante la mirada intrépida de las aves curiosas.

Que con miedo, se escondieron ante el repentino movimiento del humano de rojo. Algunas volando, algunas ocultándose entre las ramas. Algunas esperando. El humano se levantó, abriendo sus ojos, aturdido.

Sintiéndose observado y minúsculo ante el panorama imponente de los árboles. Su cabeza doliendo ligeramente haciendo que no piense en nada más que en ese pequeño dolor, tratando de recordar. ¿Por qué estaba en medio del bosque?

Intentó levantarse y un pequeño hincón llamó su atención, causando un estremecimiento en su tobillo que se deslizó como una serpiente por todo su cuerpo, llevando consigo recuerdos perversos que llegaron a su mente en forma de veneno, logrando aterrarlo. Alzando su mano temblorosa para tocar su garganta con apuro.

Sus dedos deslizándose por su cuello, justo donde había ardido la noche pasada. Buscando con pavor aquel corte en este, mientras las palabras del hombre iban apareciendo, una a una, logrando que el veneno se extienda.

Pero en su cuello no había nada más que piel intacta.

¿Estaba vivo? Pensó desconcertado, sorprendido y con el leve espanto rodeando su ser. Sin nada más que el trinado constante de las aves impidiendo que piense con tranquilidad y tratando de encontrar algún indicio de lo que estaba sucediendo con él. Alzando sus brazos, buscando manchas de golpes, buscando roturas en su capa, que recordaba había resultado hecha jirones, simplemente intentando encontrar algo que lo guíe en aquel enmarañado asunto. Pero no había nada. Solo el leve malestar en su tobillo y la suciedad de su capa al estar echado en el pasto húmedo.

¿Acaso lo había soñado?

Sunoo se había caído, eso estaba claro y la señal de su leve hinchazón de tobillo lo demostraba. Pero no había más signos de esto. Su capa no estaba hecha retazos, sus brazos no tenían los golpes que el hombre le había dado y su mejilla no estaba inflamada por la bofetada.

Además estaba vivo.

Sunoo recordaba con claridad haber muerto. Recordaba el sentimiento de irse, ser consumido por la oscuridad, el olor a sangre en su nariz y sentir como gota a gota, rápidamente, su cuerpo se deshacía en agonía. Mientras el sonido de un hombre pidiendo auxilio era reemplazado por otros sonidos abrumantes. Sunoo recordaba haberse entregado a la muerte, a ser devorado por el lobo que vio.

¿Todo eso había sido un sueño? ¿Cómo era posible? ¡Lo había sentido a carne propia, tan real que dolía y ardía en su piel! El miedo había sido real, él lo había sentido, como el llanto de la impotencia lo carcomía por dentro y el odio por aquel hombre y por su palabras lo hacían rogar por justicia ante los cielos. El miedo por morir de esa forma. Sunoo simplemente no podía aceptar que había sido un sueño. ¿Qué clase de sueño se sentía así?

Pero ahí estaba, sentado entre el verdor de un pasto primaveral, con un tobillo levemente hinchado, escuchando a las aves revolotear felices ante la hermosa temporada de florecillas sonrientes. Respirando el viento armonioso y bañado bajo las luces de un sol cálido.

El pelirrojo siguió tocando su cuello con desconfianza mientras alzaba los ojos al cielo embadurnado de alondras cantoras, preguntándose si verdaderamente estaba vivo, o si aquel era el paraíso.

¿Él verdaderamente sería digno de ingresar al paraíso? Lo dudaba.

El muchacho negó con ansias mientras intentaba levantarse, para buscar su canasta. El leve hincón apareciendo nuevamente en su tobillo, pero era un dolor aceptable para caminar. Dando pasos mínimos mientras a unos metros, al lado de un arbusto, notó como la canasta lo esperaba.

Pero cuando Sunoo se acercó más, la canasta pasó a segundo plano.

Había un hombre impúdico durmiendo al lado. Completamente desnudo.

Sunoo temió ante la vista, recordando con miedo ferviente la noche pasada. Casi apurándose en abandonar su canasta e irse del bosque pero algo rojo en la piel del sujeto llamó su atención. Y pronto, el hombre desnudo ya no parecía amenazante y tampoco, algo malo a sus ojos. Estaba más cerca de parecer una víctima. 

Con el cuerpo blanco siendo un lienzo lleno de trazos rojizos y sangrantes, uno siendo más grande y trágico que los demás. Un horrible corte que se extendía por todo su torso, haciendo que la piel parezca una flor roja abriéndose ante la vista. Haciendo que el corazón de Sunoo se agite con miedo, al ritmo de los gorriones en lo alto.

¿Qué pasaba con ese hombre? ¿Qué debería hacer?

Sunoo busco alrededor del hombre, sin encontrar ni una sola prenda, herramienta o algo que ayude a reconocerlo. ¿Estaba muerto? Sunoo se aterrorizó ante la idea, fijándose bien en la respiración, notando como el pecho parecía agonizante pero vivo. Mirando a su alrededor, con las manos empezando a sudar frío y a moverlas en estrés. Estaba claro que el hombre necesitaba ayuda, mucha ayuda. Pero, ¿Qué podía hacer él? 

El muchacho no sabía cómo actuar ante estos casos y menos aún con el hombre desnudo frente a él. Recordando de repente, su capa guardada en la canasta y aproximándose a lanzarla encima del hombre.

Piensa Sunoo, piensa rápido. El hombre está herido, casi moribundo, con una herida horrible en su pecho y parece haber sido víctima de bandoleros.

La mente del pelirrojo cavilo con rapidez las posibilidades mientras, otra aún peor aparecía entre estas. Si los bandoleros lo habían dejado allí, también deberían haber atacado a Sunoo. Estaban relativamente cerca, era improbable que no lo hayan visto, con aquella capa de color carmesí. Pero Sunoo estaba bien, con sus cosas. Siendo solo ese hombre la víctima.

¿El hombre había sido una víctima de los bandoleros? ¿O el hombre podría ser un bandolero traidor que había sido abandonado en el bosque? 

¿O solo tal vez...podría haberlo defendido?

Sunoo se sintió aún con más culpabilidad ante esa posibilidad y el hecho de tener poco tiempo para pensar, lo hizo actuar sin divagar más. Mientras se acercaba hacia el hombre y trataba de colocarle la capa encima. La parte racional de su mente permanecía advirtiéndole sobre las posibilidades de que fuera un hombre malicioso. Pero la parte inútil gobernada por su corazón le decía que era mejor ayudar y luego pedir ayuda a la iglesia. Y en Sunoo siempre ganaba la parte sentimental, haciéndolo débil y tomando los caminos que usualmente lo desfavorecían.

 La capa fue puesta sobre la cabeza del hombre, que soltó un sonido lastimero por el repentino movimiento, sorprendiendo al pelirrojo.

—Oye, ¿Me escuchas? Quiero ayudarte, en serio, pero necesito que te levantes, por favor. ¿Podrías hacerlo? —pregunto Sunoo, sintiéndose como un tonto al pedirle a un hombre agónico que se levante. Se sentía como una persona horrible e inútil, si fuera más fuerte, en verdad lo cargaría.

Para su sorpresa, percibió como los ojos del hombre se abrieron, cegados por la luz repentina, lentos al moverse, casi idos ante el dolor.

—Escúchame, no soy una mala persona. Quiero ayudarte y discúlpame por pedirte esto pero... ¿Puedes levantarte? Te sostendré.

Repitió el muchacho de rojo. El hombre parpadeó unos cuantos segundos, pareciendo que se quedaría dormido, sin embargo, Sunoo pronto vio cómo empezó a intentar moverse y levantarse, el rostro de dolor del hombre logrando demostrar la fuerza de voluntad que tenía. El pelirrojo se apresuró a tomar el brazo del hombre y con la canasta en mano, lo guió.

—Es un tramo corto, no te preocupes. Apóyate en mí.

El peso en su hombro siendo un poco aplastante en su cuerpo. La cabeza del hombre siendo apoyada en él y Sunoo sentía que ya no podía más. Mientras caminaban por el bosque, las aves cantoras seguían la sinfonía primaveral y las flores perezosas los miraban desde los arbustos. Con repentino interés y duda. Pero Sunoo no prestó atención a nada más que el camino, emocionandose cuando a lo lejos, su cabaña aparecía. Porque definitivamente, Sunoo no caminaría con tal peso hasta la aldea. Y se odio por no haber comprado una carretilla, que en esos momentos eran útiles.

Pero la verdad era que Sunoo no esperaba recoger a nadie moribundo en el bosque.

—Llegamos.

Cuando dijo eso, notó como el hombre pareció entender estar seguro y pronto, el peso aumento, haciéndole notar a Sunoo que otra vez estaba dormido.

—¡Espera un poco más!

Pero era tarde. El hombre apoyó todo su peso sobre Sunoo casi haciéndolo caer.

Maldición. Ese hombre pesaba demasiado o él era muy débil.

Frente a ellos, la cabaña de madera los saludaba. Sunoo con urgencia sacó las llaves de la canasta. Abriendo la cerradura, caminando sin pensar hasta la cama, donde lanzó al hombre. Sintiéndose fresco sin los kilos encima de él. El tobillo le había empezado a molestar pero Sunoo ignoro por completo el dolor, colocando la olla a hervir con algunas hierbas que Jiheon le había regalado y abriendo la botella de alcohol que tenía guardada. Bañando unas telas sobrantes de alcohol para luego acercarse al hombre herido.

 Alzando la capa y haciendo un gesto de dolor al ver la herida que se alzaba en sangre, tomando el paño embadurnado de alcohol y con pesar, colocándolo sobre la herida. Logrando que el cuerpo tiemble un poco e indicando que aún vivía. Sunoo suspiro mientras limpiaba la herida con suavidad y tapaba las partes íntimas del hombre con una sábana. Volviendo a la olla de agua hervida, para terminar por limpiar la herida y colocar algunas hierbas más en esa agua caliente, dejándolas reposar, para lograr un té denso. 

Tomó una hoja grande y mojada, posándola encima del torso, a modo de tela y lo vendo como pudo. Escuchando leves sonidos lastimeros brotar del hombre herido. 

—Disculpame. Pero si no te vendo la herida se podria infectar.

Sunoo esperó un poco y el hombre parecía desmayado. Alzando el cuello del sujeto y haciéndolo beber a gotas la infusión para calmar el dolor y evitar la fiebre. Sunoo esperaba que funcionara.

Mientras empezaba a pensar en que debería ir después a la aldea para pedir ayuda e informar que los bandoleros otra vez estaban haciendo de las suyas en el bosque. Suspirando con cansancio mientras recordaba que no había comido nada en todo el día. Pero al final, el agotamiento lo venció. Sintiéndose débil repentinamente, cayendo en un nuevo sueño.

Y en la calma de la cabaña, los ojos cansados de otro hombre se abrieron con perplejidad.

El pequeño Anton se despertó y le dio la bienvenida al alba.

En su mente infantil, el pequeño creyó que si despertaba más temprano, Sunoo volvería mas temprano. Por ello, había decidido madrugar junto el canto del gallo. Estaba claro que el niño no esperaba que sus teorías fracasaran, porque aun a las siete y con el alba ya pasada. Su hermano mayor aun no pisaba la casa, causando que el niño le pida a su madre que lo dejase en la tienda para poder esperarlo.

—¡Por favor, mami! Ayudaré a papá en lo que tenga que hacer, hoy no quiero ir a la iglesia. —rogó nuevamente Anton ante la mirada inflexible de su madre.

—Anton, ya te he dicho que no. Hoy iremos a misa y tu padre también irá.

El señor John alzó los ojos de su taza de avena y le hizo un gesto animoso a su pequeño. Unas palabras mudas formándose en su boca: «No te preocupes, cuando lleguemos de la iglesia, Sunoo estará aquí». Anton aceptó con ojos brillantes y una sonrisa genuina, terminando de devorar la avena, sin prestar atención al soso sabor.

Por supuesto, para el señor John no era sorpresa que Anton quiera mucho a Sunoo. Porque Sunoo se había encargado de Anton cuando este solo era un bebé y ellos estaban aún acomodándose con el crecimiento de la tienda. Al principio, el señor John tenía un poco de temor y había creído que Sunoo se sentiría apartado y triste cuando nació Anton, sin embargo, contrario a eso, Sunoo parecía querer que el niño cuente con todo el afecto que él mismo no pudo tener. Arrebatado a tan corta edad. Y para el momento en que menos se dio cuenta, Anton ya veía a Sunoo como un buen hermano mayor y a sus ojos, era la idealización de su persona favorita.

Ambos jugando, Sunoo le enseñaba lo que debía saber un niño como él. Y aunque la diferencia de edad entre ellos era grande, Sunoo siempre tenía tiempo para las dudas infantiles de Anton, siendo diferentes de aquellos jóvenes apáticos a los niños. Sunoo tenía una calidez nata. Y llenaba a Anton de hermosos relatos o cuentos que alguna vez, había oído de su abuela. Ofreciéndole al niño la misma calidez que alguna vez recibió de ella.

Por esto el señor John le guardaba mucho cariño a Sunoo, queriéndolo como un hijo. Pues para él, el muchacho tenía un corazón inigualable y bondadoso. Pero también frágil. Por ello dejó que al menos, la mirada recta de su esposa lo reprendiera. Jane siendo el contrapuesto a su personalidad dócil y lo necesariamente severa como para guardar el respeto y poder guiar a los niños en un buen camino y hacerlos más fuertes ante la vida. 

—¡Apúrense, que ya se hace tarde! —exclamó Jane, logrando que padre e hijo se levanten de la mesa.

La familia salió mientras la señora Jane se acomodaba el tul en su cabeza y hombros. Peinando el cabello de su niño en dirección a la iglesia que estaba en el medio del pueblo, justo frente a la plaza.

Esta era una iglesia de adobe y cal. Las paredes blancas adornando el exterior mientras que al ingresar, una puerta de madera y con tallados de ángeles daban a los feligreses una bienvenida amable. El interior siendo bañado por la luz de las pequeñas ventanas de vitral y las arañas con velas iluminando todo en tonos anaranjados. Mientras que los sacristanes esperaban la llegada del sacerdote.

El pequeño Anton amaba la iglesia. O más bien, amaba admirarla.

A él le gustaban los vitrales que se veían allí y los tallados que se mostraban a los lados eran lo suficiente para mantener callado a Anton un buen tiempo, de solo contemplarlos. Mirando el techo alto y preguntándose cómo es que habían construido hasta esa altura, ¿Las escaleras eran tan altas? No, Anton había visto muchas escaleras y no habían tan grandes. La señora Jane notó cómo el niño parecía igual de distraído que siempre. Jalando una de sus orejas y susurrando. —Escucha la misa o hoy tendrás un castigo, niño malo.

Anton se sorprendió ante el acto repentino y un puchero apareció en sus labios. Apurándose en mirar y tratar de entender las palabras del sacerdote.

—¡La palabras de Dios así lo manda y así será!

—Amen. —respondieron los feligreses al unísono.

—Hoy estamos reunidos en santa misa para honrar a nuestro padre bendito que está en los cielos. Y también nos llegó una buena noticia, las buenas nuevas. ¡La expedición del clero enviada por el rey para santificar las tierras ha empezado! Es por ellos que hermanos feligreses, estamos ansiosos por recibir a nuestros hermanos de la capital. ¡Esperemos su pronta llegada y que Dios bendiga sus pasos y su camino hasta aquí!

—¡Así sea!— entonaron los creyentes.

Anton no entendió nada. Y tampoco le importó seguir escuchando, mientras sentía como sus ojos se cerraban un poco e intentaba quedarse quieto mientras la voz del padre seguía. 

El niño contempló la misa al ingresar, contempló el cielo al salir, viendo como el sol ya estaba en lo alto señalando el mediodía. Anton, que había caminado por el pueblo junto a sus padres después de la misa y se apresuró con una sonrisa en su rostro a la tienda.

Encontrandola vacia, solo con la señorita Jiheon ayudando a pedido de su madre. Los adultos yendo y viniendo y la sonrisa de Anton reemplazada por un pequeño ceño fruncido que se fue acentuando cuando el sol en lo alto avanzaba, marcando la hora de almorzar. Comiendo sin gusto otra vez y sin dejar de ver la ventana, esperando ver el indicio de una capa roja.

—¡Anton, deja de mirar la ventana y haz tus deberes! Sunoo sabrá a qué hora llegará. —exclamó cansada la mujer de tanto ver a su hijo, como un perro en la entrada esperando al muchacho ese. Anton quiso pedir un poco de tiempo pero la mirada suave de su padre le hizo una seña de que le haga caso a su madre. Rendido, enojado y con pereza, sacó los papeles que le indicaban escribir textos bíblicos.

¡Él no sabía ninguno!

Sunoo era el que solía ayudarlo en sus deberes. Hizo un puchero mientras se arremolinaba junto a sus lápices de carbón. Anton se pasó la tarde inventándose salmos mientras su mirada tierna se giraba cada tanto hasta la puerta. El sonido de la campanilla sonando de repente, lo que hizo girar su cabeza con emoción, para luego, decepcionarse ante la vista.

Solo era el alcalde, su hija y el amigo de Sunoo, Heeseung.

Anton lo vio por un poco más de tiempo, intentando ver si se había puesto el regalo de Sunoo. Pero el hombre seguía con su pésimo gusto y sus vestimenta sosa y marrón. Típico de leñadores, pensó Anton.

El niño ignoró totalmente la conversación mientras seguía con su tarea de inventar salmos. ¿Sonaba bien «Todo lo puedo en las manos del señor Dios»? Para Anton estaba bien, así que lo escribió. Aunque luego de unos minutos, se deshizo de la hoja nuevamente, sabiéndose torpe en el tema.

¿A quien engañaba Anton? Estaba claro que la señorita Sullyoon lo reprendería con aquella madera en las manos. ¡Anton no dejaría que eso suceda! Alzando su vista hacia los adultos ocupados, conversando entre ellos. Su padre y madre hablaban con el alcalde al fondo de la tienda, mientras su madre media con la cinta a la hija del alcalde y el alcalde reía de algo que su padre decía.

Los adultos solían reírse mucho cuando el dinero estaba cerca, eso si. Y su madre amaba mucho el dinero. Anton se dio cuenta de la mirada aburrida del amigo de Sunoo. Ambos mirándose. El leñador sonrió para saludarlo.

—Hola, Anton.

—Hola.

Saludo Anton secamente mientras volvía su mirada aburrida a su tarea. Sintiéndose un poco solo sin su hermano mayor. Sin captar el repentino acercamiento del leñador hasta la mesa donde se encontraba.

—¿Donde... —empezó preguntando. Anton alzó la vista, notando como el leñador parecía un tanto avergonzado por la forma en que se arreglaba el cabello.

—¿Donde esta Sunoo? —Anton observó el rostro sorpresivo del leñador por un segundo. Los adultos siempre creyéndose poder engañar a los más pequeños. El niño se encogió de hombros y luego cruzó sus brazitos—. Sunoo me prometió venir hoy, pero no ha llegado, le dije a papá que Sunoo nunca rompe sus promesas pero él no me hace caso.

Anton estaba seguro, Sunoo nunca mentía. Heeseung se río ante la expresión enfurruñada del pequeño. Mientras veía al exterior con duda. Era cierto, por lo poco que sabía, Sunoo adoraba a su pequeño hermanito.

—Seguro tuvo algo que hacer. Apuesto a que Sunoo tiene algo importante o está muy cansado por caminar hasta aquí.

Si, seguro es eso, pensó Heeseung. Dándose cuenta que el niño había dejado de prestarle atención. Observando con un poco de curiosidad lo que escribía el niño con tanto esmero y frustración.

«Dios es padre, también hijo y también es una paloma»

Heeseung soltó una risa sin poder evitarlo. El niño alzó su rostro con duda mientras su ceño se fruncía un poco.

—¿Qué pasa? ¿Qué es gracioso?

Pero el leñador seguía riendo sin prestarle atención, ¿Acaso ese leñador soso estaba burlándose de él? Definitivamente lo estaba haciendo. Con ira, Anton dijo lo primero que se le ocurrió.

—¡Le diré a Sunoo que no te hable más!

Heeseung dejó de reír, mirando al niño con rareza. —Oye niño, calmate. ¿Por qué te molestas? Solo me dió risa lo que escribias.

—¿Qué cosa? —Heeseung señaló el texto un poco mal escrito por el carbón.—. Pero si eso es cierto. Dios es una paloma también. ¿O tengo que aclarar que es una paloma blanca?

Heeseung volvió a reír ante las palabras del niño. ¿Era tan tonto?

—Oye, si tanto sabes de los salmos, ¿Por qué no me dices uno? —el niño se apresuró en preguntar, intentando ser astuto. Pero no sabía que frente a él, la astucia personificada se mostraba. El leñador negó mientras sus brazos se cruzaban.

—No haré tu tarea, niño. Deberías prestar atención en clase y en misa.

Anton miró con recelo a la persona frente a él. ¿Cómo su hermano podría ser amigo de ese leñador malo y egoísta?

—¡Entonces le diré a Sunoo que nunca te entregue tu regalo!

—¿Qué regalo?—Heeseung esta vez preguntó con interés, la mirada enojada del niño cambiando repentinamente a una de perplejidad. Anton esta vez cayó en cuenta de que había arruinado todo, incluida la sorpresa de Sunoo. ¿No le había entregado el regalo, entonces? Decidió que era mejor callar y fingir que no había nada.

—Ninguno.

—¿Estás seguro, niño? —Heeseung miró al niño que había decidido ignorarlo y concentrarse en su tarea, pero como antes, no tenía la mínima idea de que escribir.

Heeseung sonrió.

—«El camino de Dios es perfecto, la palabra de Dios es intachable»

—¿Qué? —Anton lo miro con duda.

—Es un salmo, niño. Apresúrate en copiarlo.

Anton se apresuró en tomar una hoja y escribirla con rapidez para evitar que se vaya de su mente. Terminando el salmo, girándose hacia Heeseung.

—Listo, ¿Qué más?

Heeseung sonrió. —¿Qué más? Yo opino que merezco que me cuentes un poco más de ese regalo tan curioso que dijiste.

—¡Claro que no! ¡No soy una urraca!

Heeseung asintió. Sin contradecir al niño.

—Esta bien, no me dirás nada. Pero es algo que puedo preguntarle al señor John o a tu propia madre. Y ellos me responderán algo y tú seguirás haciendo tu tarea.

¡Rayos y centellas! ¡El amigo de Sunoo era un zorro astuto! Anton se sintió estafado, básicamente, Heeseung podría preguntarle a su madre y su madre soltaría toda la sorpresa sin consideración. Y tenía razón, él haría la tarea. Hasta que Sunoo aparezca en la tienda. 

Y probablemente, por la mañana, seria reprendido por la señorita Sullyon y recibiría el castigo en sus manos, con aquella fea madera. 

Heeseung se había girado con lentitud, mientras una sonrisa se poso en sus labios cuando la mano del niño tomo el borde de su chaqueta.

—Esta bien, te dire. ¡Pero que conste que no deberías saberlo! Es una sorpresa.

Heeseung escuchó con atención. Mientras el niño le contaba que Sunoo le había tejido una capa, según la había visto, era una hermosa capa oscura con trazos plateados. Pero que no sabía nada más. 

Anton se sentía un vil traidor, era un vil traidor. Una sucia urraca, peor que una rata.

—¡No digas una sola palabra! —Heeseung había quedado un poco extrañado con lo contado—. Bueno, ¿Qué otro salmo sabes? —preguntó Anton, decidido a escribir.

Heeseung asintió, mientras le decía unos cuantos. El niño escribía con presura y Heeseung observaba la puerta, expectante.

El sentimiento de desconcierto abarcando su mente, mientras observaba ahora él, la ventana en espera del avistamiento de aquella capa roja. 




¡Hola!

Empezarán a haber capítulos con diferentes perspectivas de personajes. ♡

(Anton salió chismoso😔)

Espero que no incomode la lectura y la puedan disfrutar! Es para entender un poco la perspectiva general de este mundo y este libro ^^

También, la escritura variará según el personaje. Cómo Anton es pequeño, es una escritura más libre y un tanto infantil. 💗

Disculpen por no actualizar el domingo pasado, al parecer soy débil al invierno. :')

Y también tuve un pequeño bloqueo que me hizo regresar a mis raíces musicales, escuchando close to you, we've only just begun y solo a "town with an ocean view" para la parte de Anton. :')

También, ví que recomendaron Caperucita en un grupo de facebook. ¡Muchas gracias personita hermosa por recomendar este fic! (⁠╥⁠﹏⁠╥⁠) ¡Muchos abrazos para ti! 💗💗

Y bueno, en general, ¡Espero que todos ustedes tengan un día precioso, muchos abrazos para todos! 💖

Gracias por los 3k y disculpen por las actualizaciones tardías otra vez •́⁠ ⁠ ⁠‿⁠ ⁠,⁠•̀

Sin más que agregar.


li♡

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