Capítulo 1: En la casa de la abuelita.
Era un día como otro cualquiera en la aldea y la madre de Mari subía a la habitación de esta para despertarla. Debido a que siempre era la última en despertar porque solía pasarse las noches mirando al bosque que había más allá de la aldea por la ventana. Siempre que miraba al bosque se hacía la misma pregunta que harían las criaturas que lo habitaban y porque solo salían cuando caía la noche.
– Mari, despierta. – Dijo su madre mientras la zarandeaba en la cama.
Al escuchar a su madre Mari fingió que no la escuchaba, y se cubrió la cabeza con las sábanas para ignorar a su madre y poder seguir durmiendo. A lo que su madre respondió quitándoselas y abriendo las ventanas de par en par para que entrase luz a la habitación.
– Tienes el desayuno listo en la mesa. – Dijo mientras colgaba las sábanas en la ventana.
Mari empezó a notar los rayos de sol directamente en la cara Mari lo que empezó a hacer que se sintiera incómoda y provocó que acabara levantándose de la cama.
– Daté prisa y baja antes de que se te enfríe el desayuno. – Dijo saliendo de la habitación.
Cuando su madre salió de la habitación Mari estaba en la cama mirando al techo, pero se acabó levantando para ir al baño a lavarse la cara. Una vez que se lavó y secó la cara salió del baño y bajó para desayunar con su familia. Cuando estaba bajando por las escaleras para desayunar con su familia le llegó un aroma familiar, era el olor de las tortitas su desayuno favorito. Esto la animó e hizo que bajara las escaleras con más entusiasmo ya que no le gustaba comerse las tortitas frías. Cuando llegó abajo pudo ver a su hermana y su madre sentadas a la mesa, el único que faltaba de la familia era su padre el cual intuyo que ya debería de haber ido a su trabajo como leñador.
– Buenos días. – Dijo saludando a su madre y hermana.
Una vez que las saludo empezó a comer las tortitas que su madre le había preparado para Mari esas eran las mejores tortitas que había en el mundo. Cuando terminó de devorar su desayuno su madre se acercó a ella con un trapo en la mano para limpiarle la mejilla que se había manchado con el sirope de las tortitas.
– Mamá. Para que ya no soy una niña. – Dijo algo avergonzada.
– Dices que no eres una niña, pero no paras de ensuciarte cada vez que comes. – Contestó su madre.
Cuando su madre terminó de limpiarle Mari miró en dirección a su hermana la cual intentaba ocultar de manera ineficaz una sonrisa por aquella situación tan cómica. Lo cual hizo que Mari se pusiera roja como un tomate de la vergüenza. Después de esta situación tan embarazosa para Mari, las dos hermanas ayudaron a su madre a recoger la mesa. Cuando acabaron de recoger su madre la mandó a bañarse para que se preparara porque hoy le tocaba ir a casa de su abuela a llevarle la comida. A Mari le encantaba ir a casa de su abuela ya que podía pasar por el bosque e imaginarse que podrían haber hecho las criaturas que lo habitaban por la noche. Mari se fue a la bañera con la emoción de que vería a su abuelita y que pasaría por el bosque. Cuando terminó de asearse se vistió con su vestido azul y su caperuza blanca para cubrirse del frío, una vez que estuvo lista se despidió de su madre y su hermana y se marchó a casa de su abuelita.
– Bueno. Ya me voy a casa de la abuela. – Dijo mostrando una sonrisa mientras salía.
Tras despedirse de su madre y hermana salió de casa, una vez fuera pudo notar como era que el clima estaba un poco de frío así que decidió taparse con su capucha para resguardarse. Una vez salió de la aldea decidió recoger algunas flores para hacerle un ramo a su abuelita. Mientras iba recogiendo flores esta empezó a perderse en sus pensamientos, de que sería lo que hicieron las criaturas que lo habitaban por la noche. Entonces un desagradable olor captó su atención, al mirar en la dirección en que procedía ese olor pudo ver a lo lejos un grupo de cazadores que parecían llevar algo enorme pero Mari no logró descubrir que era ya que estaba tapado. Entre el grupo de cazadores pudo distinguir a uno de ellos, ese era Adel, pudo ver que de todos los cazadores era el único que no estaba ayudando a cargar. Mari pensó que lo más probable era que él lo hubiera matado y que por eso los demás se ofrecieron a llevarlo. O a lo mejor simplemente era un vago cuando se trataba de otras cosas que no fueran cazar. La chica intentó pasar desapercibida entre los cazadores para evitar ser reconocida por Adel, pero su inconfundible caperuza la delató. Al verla Adel se dirigió hacia ella, a lo que la chica no pudo evitar soltar un resoplido de resignación cuando vio que iba hacia ella. Cuando estuvo lo suficientemente cerca el chico la saludo.
– Buenos días mi preciosa Caperucita. – Al escuchar esto a la chica le recorrió un escalofrío.
La chica no lograba entender porque siempre decía aquello de <mi Caperucita>. Estaba acostumbrada a que la gente del pueblo la llamaran Caperucita, pero que Adel añadiera el mi delante le hacía sentir escalofríos.
– Acaso vas a alguna parte esta mañana. – Dijo observando la cesta que estaba cargando.
– Buenos días Adel. – Dijo mostrando una falsa sonrisa.
– Me dirijo a casa de mi abuela para llevarle la comida como siempre – Dijo mientras le mostraba la cesta.
Mientras estos dos hablaban los demás cazadores a los que Adel había dejado atrás. Se acercaron lo suficiente como para poder escuchar la conversación que estaban teniendo los dos chicos.
– Bueno puedes ir tranquila a casa de tu abuelita. – Dijo lleno de orgullo y satisfacción.
– Porque yo el Gran Adel he matado esa enorme y horripilante bestia. – Dijo mientras destapaba lo que cargaban los otros cazadores.
Mari quedó paralizada y horrorizada al mirar que era lo que cargaban y también comprendió de dónde venía el olor que había notado antes, ya que lo que cargaban era el cadáver de un troll del bosque. Al ver el cadáver del troll no pudo evitar sentir náuseas y pena por la criatura. Hace tiempo su abuela le explicó un poco lo que hacían algunas criaturas del bosque, y esta le había enseñado que aquel troll solo cuidaba del bosque y que a veces solía cuidar de animales heridos que lo habitaban. Mari no lograba entender por qué matar a una criatura que cuida de la naturaleza era un triunfo, pero aun así Mari fingió una sonrisa para dirigirse a Adel.
– Muchas gracias valeroso cazador. – Dijo con un tono de sarcasmo.
Al decir esto Mari intentó proseguir su camino, pero esta fue detenida por Adel el cual la detuvo sujetándola del brazo para evitar que esta se marchase.
– ¿Dónde vas con tanta prisa? – Dijo al agarrarle del brazo.
– ¿No quieres que te acompañe? –
– Así podré protegerte de los peligros del bosque. –
Mari se estaba empezando a molestar por el hecho de que Adel la sujetó del brazo y que la impidiera marcharse. Así que decidió terminar su conversación.
– No hace falta, pero muchas gracias Adel. Además, no sería bueno que tus compañeros carguen solos con el monstruo. – Al decir esto Adel se sonrojó por la vergüenza y la soltó.
Una vez que la soltó se dirigió hacia los otros cazadores para ayudarles, los cuales no pudieron evitar soltar alguna que otra risita al ver como Adel era rechazado. Luego Mari se quedó mirando como un avergonzado Adel desaparecía en la lejanía junto a los demás cazadores.
Al ver cómo se marchaban Mari se sintió aliviada de haberse librado por fin de Adel, y también se sintió agradecida de que aquel olor tan desagradable se hubiera esfumado por fin. Cuando los cazadores se fueron Mari empezó a escuchar una voz. La cual no había escuchado antes.
– Asesinos. Habéis matado a Yinzu. – Dijo una voz que se escuchaba muy débil.
Al escuchar esta voz Mari empezó a buscar su procedencia solo para ver que la voz había salido del bosque, pero no lograba encontrar a nadie. Así que, aunque sabía que era peligroso adentrarse en el bosque decidió ir a ver ya que pensó que la persona que había hablado podría necesitar ayuda. Al adentrarse pudo ver a lo que parecía ser un pequeño duende el cual parecía estar herido. Al ver esto Mari se acercó a él con la intención de curarle, pero este se apartó y cogió un palo con el que la apuntó como si fuera un cuchillo. Al ver esto Mari se sorprendió no entendía porqué hacía eso, pero sabía que tenía que curarlo o el pequeño duende estaría en peligro.
– Puedes estar tranquilo, no te voy a hacer daño. – Dijo mostrando una enorme sonrisa bondadosa.
Al escuchar esto el duende bajo la guardia por un momento, pero luego recordó lo que aquellos cazadores le hicieron a Yinzu y volvió a ponerse en guardia.
– No me vas a engañar. – Dijo furioso.
Aquellos cazadores también dijeron que no le harían nada a Yinzu y cuando él baja la guardia lo mataron. – Dijo con la visión borrosa debido a la pérdida de sangre.
– Así que ese grandullón se llamaba Yinzu. Siento mucho la perdida de tu amigo. – Dijo con un tono de tristeza.
Al escuchar estas palabras el duende quedó asombrado porque aquella chica le había entendido, pero antes de poder hacer ninguna pregunta se desmayó en el suelo mientras se preguntaba quién era aquella chica.
Después de un rato el duende empezó a recobrar la consciencia, al principio pensó que había muerto, pero entonces pudo escuchar una voz.
– Parece que ya despiertas. – Dijo al ver que se movía el duende.
Al escuchar esto el duende se despertó de golpe y se puso en guardia solo para ver a una hermosa chica que le sonreía. El duende no entendía nada porque esa chica seguía ahí entonces fue cuando se dio cuenta de una cosa su pierna ya no le dolía. Cuando miró para esta pudo ver que había sido tratada y curada algo extrañado le preguntó a la chica que tenía delante.
– ¿Me has curado tu? – Preguntó asombrado y algo asustado.
– Si. – Dijo con una sonrisa sincera.
El duende no daba crédito porque esa chica le había curado y no podía entender nada. Y lo que era más importante porque le podía entender pensó que lo de antes solo había sido un delirio por la pérdida de sangre, pero le había vuelto a contestar a una pregunta. Esto no podía ser casualidad.
– ¿Quién eres? – Preguntó el duende confundido.
Me llamo. Marianela. Aunque todos me llaman Mari. – Dijo aun mientras mostraba una sonrisa.
– ¿Por qué puedes entenderme? – Dijo el duende intrigado.
Mari se quedó asombrada por la pregunta, ella pensaba que era normal hablar con las criaturas del bosque. Después de todo, tanto ella como su abuela habían podido hablar siempre con estas. Justo cuando Mari se disponía a contestarle al duende pudo ver una siniestra sombra salir del bosque al verla Mari se sintió aterrada.
– QUE TE CREES QUE HACES HUMANA. ACASO NO TENÉIS SUFICIENTE CON MATAR A UN TROLL QUE AHORA QUIERES MATAR A UN PEQUEÑO DUENDE. – Dijo una voz inundada por la ira.
Al escuchar esta voz Mari quedo aterrada la sombra no solo podía hablar, sino que había tomado la forma de un enorme lobo negro.
– CREO QUE ME COBRARÉ TU VIDA A CAMBIO DE LA DE YINZU.
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