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9. El sabio del bosque

Para decepción de Firomena, Pantagruel no abandonó el castillo. Al parecer la falta del báculo no era suficiente para que el ogro perdiera interés en la comodidad que ya había conquistado. Aunque para alivio de Firomena, tampoco demostró mayor intención por gastar esfuerzo en buscar el instrumento mágico. Más bien, pareció querer ahogar su frustración a base de más banquetes. Ahora que sabía la verdad, a la pequeña le apenaba ver marchar las bandejas de tantas exquisiteces que podía producir su abuela para engordar al usurpador del señor de Carabás.

Sea como fuera, Firomena no sabía lo que debía hacer a continuación, más que esperar la reaparición de su nuevo amigo. Sin embargo, por las noches, cuando la abuela dormía, tomaba a Crepúsculo rojo y lo contemplaba.

Era un artefacto curioso.

Era una piedra oscura y fría al tacto. Pero Firomena había descubierto esos días que, a veces, mientras la estudiaba con fascinación, de pronto, algo se encendía en el interior de ella. Como si unas luciérnagas rojas estuviesen encerradas adentro y brillaran con timidez, pero luego, no pasaba nada más.

"Magia", se decía. Pero, ¿cómo funcionaba la magia?

Se repitió esa pregunta las noches siguientes, acurrucada en su lecho, y tuvo la impresión que aquellas lucecitas fulguraban con más intensidad. Hasta que un día, sintió que algo palpaba su hombro.

Firomena saltó de su cama como un resorte y se puso de pie de un santiamén. De repente la gema de Crepúsculo rojo se encendió como una antorcha, iluminando toda la habitación y también a Zapán, que, en frente de ella se había erizado ante su reacción. Y ni bien lo reconoció, la luz del báculo se apagó como una fogata a la que le lanzan un balde de agua.

—Creo que te asusté, lo lamento —se disculpó el gato en susurros, pues la abuela roncaba no muy lejos. Los ojos del felino de pronto resplandeciendo de un verde fosforescente en esa renovada oscuridad—. Tienes que venir conmigo, lleva a Crepúsculo rojo. Tenemos que visitar a alguien.

—¿Alguien? —barbotó Firomena, más por impulso, pues estaba más trastocada de que el báculo acabara de activarse, aunque hubiese sido por un breve instante—. ¿A quién?

—Al sabio del bosque —dijo él—. Él nos podrá decir dónde debes empezar a buscar.

—¿Buscar? ¿Qué debo buscar?

—A quién te dé la instrucción mágica que necesitas.

A Firomena se le encendieron chispitas en los ojos ante esa perspectiva. Y así como estaba se puso encima su caperuza violeta y se calzó sus botas, como cada vez que emprendía alguna entrega de la abuela. Pero antes de seguir a Zapán, tomó una hoja de su cuaderno para escribir "Regreso más tarde" y lo dejó sobre su cama.

Bajo la luz de la luna, el castillo y sus alrededores se había cubierto de un manto de quietud, de esos que parecen esconder un secreto. Era la primera vez que Firomena salía del castillo durante la noche, el bosque lucía distante como una línea temblorosa negra. Conocía las advertencias acerca de los peligros del bosque, pero ella solo podía sentir emoción ante la aventura y lo desconocido.

—¡El báculo se encendió! —dijo ella por fin, mientras los dos corrían entre los pastizales—. ¿Lo viste? ¡Se encendió! ¡Oh! ¡Me gusta tu nueva capa! —agregó al notar el nuevo atuendo de Zapán.

—Gracias... Esta es la que más me gusta —dijo él, brincando entre las matas con una fluidez ondulante, su capa negra de viaje flameando tras él.

—¿Tienes varias capas?

—El marqués me obligaba a usar diferentes trajes —dijo, y Firomena detectó cierta crítica en la forma como lo expresó. Imaginó que el marqués tenía un (muy comprensible) pasatiempo de vestir a su familiar. Como quien viste a su mascota—. Pero esta es la que más me gusta. Y es bueno que te estés acostumbrando al báculo —agregó Zapán, pues su buena memoria le impedía dejar pasar cualquier comentario en las conversaciones—. Aunque también puede ser inconveniente... Felizmente fue solo un instante.

—¿Por qué puede ser inconveniente?

—La magia puede detectarse si uno está cerca —explicó—. Los hechiceros y brujos pueden hacerlo y, nosotros, las criaturas mágicas, también.

—Yo no detecto nada —lamentó Firomena, con una punzada de espanto.

—Con el tiempo, podrás.

Zapán parecía tan tranquilamente convencido de esto, que Firomena sintió se le transmitía ese convencimiento. Debió haber sido agradable para el marqués haberlo tenido de compañero. Sin embargo, el aire de travesía sumido bajo esa frescura nocturna y el canto de los grillos, se disturbó cuando Zapán continuó:

—El bosque ha sido hogar de criaturas mágicas benevolentes por mucho tiempo, porque el poder del marqués ahuyentaba a los seres malignos —inició, con aquella voz seria que precedía a las advertencias—. Pero ahora es morada de cualquier esperpento. Siempre están peleando entre sí. Y el que ahora se ha adueñado del bosque se hace llamar el rey lobo.

—¿El rey lobo?

—No nos adentraremos tanto, pero si por alguna razón nos cruzáramos con él o alguien de su manada, yo me encargaré. Tú solo corre.

Aquella indicación se sintió un tanto ominosa, así que Firomena no supo si asentir o no. Zapán era un gato más grande que los ordinarios, pero ¿un lobo mágico no sería también más prominente que uno normal? ¿Qué podía hacer un gato contra un lobo? Simplemente, esperó que este supuesto no sucediera.

El inicio del bosque se apercibió como la entrada a un nuevo mundo. El cambio se sintió de inmediato. De pronto, el cielo se encapotó de ramas y hojas densas que obstaculizaban el paso de los rayos de luna. Como un techo verde oscuro. Y el suelo se tornó agreste, musgoso y de arbustos más atrevidos.

Fue tal como dijo Zapán, no se adentraron demasiado. Penetraron apenas las lindes, se estacionaron debajo de un árbol alto y frondoso, de copa expansiva. Y allí aguardaron a que el sabio se reuniera con ellos, pues Zapán lo había citado previamente. Pero, ¿quién era este sabio que había decidido excluirse en el bosque?

Luego de lo que el gato le había contado del bosque, Firomena se sentía de pronto demasiado consciente de los ruidos de sus alrededores. El viento entre las hojas, el crujido de la madera, algún ulular lejano... El bosque no era tan divertido como había imaginado.

De pronto, escuchó algo suave, como un aleteo y al momento siguiente, una sombra la cubrió privándola de los mendigos rayos lunares que la iluminaban. Firomena chilló sin querer, se dio vuelta de un salto, aferrándose a su báculo. Un resplandor se encendió en la gema como una llama roja, develando a una enorme criatura de enormes ojos circulares y mirada ceñuda.

—Vaya, vaya —dijo el monumental búho con una arrastrada voz más adecuada para un anciano gruñón—. Así que esta es la sucesora del hechicero.




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Hago un pequeño mensaje aquí para compartir mi recién hechecito y beshisimo booktrailer :D Por si no lo vieron más arriba. Vale la pena asegurarse.

https://youtu.be/1YaTmWjjBOo

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