Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. Los despojos del castillo

El corazón de Pantagruel permaneció tieso por unos instantes. Luego se arrugó y se encogió de manera acelerada hasta convertirse en una especie de pasa oscura y pedregosa que se deshizo como un cúmulo de arena. Un pedazo de vidrio, como una astilla, cayó de ese montículo gris. Aunque, en una segunda mirada, Firomena notó que era un pedazo de espejo roto. ¿Qué hacía eso ahí?

Ella se inclinó para ver su reflejo fragmentado en ese pequeño objeto... Había algo en ese reflejo... Era ella, definitivamente, pero... era como si el espejo la estuviese copiando mal. Se sintió enrarecida, no sabía decir qué era lo que no estaba bien.

—Firomena —la llamó de repente Zapán, asomando su cabeza desde la abertura circular del pozo—. Firomena, ¿estás bien? ¿Puedes subir?

Si Zapán no la hubiera llamado, tal vez ella sehubiera quedado absorta observando aquel pedazo de espejo para siempre. Firomenase giró sobre sus pies y comenzó a trepar por las piedras del pozo, y una vez que volvió a pisar suelo firme, pudo percatarse de los árboles caídos y arbustos arrancados que había provocado el enfrentamiento. Algunos lobos se incorporaban y se lamían sus heridas, otros trataban de reanimar a sus compañeros que seguían tendidos sin moverse.

Pantagruel yacía inerte. Al igual que su corazón, el ogro había iniciado un proceso de encogimiento y petrificación. Parecía en ese momento una pequeña colina de piedra. De pronto, Zapán volvió a componer una pose de alerta al ver que el rey lobo se acerca a paso tambaleante. Uno de sus ojos cerrado y encimado por la herida fresca de un arañazo.

—Le debes la vida a la hechicera, rey lobo —dijo de pronto la anciana voz de Jasparo. Había volado de manera insonora hasta posarse al lado de ellos—. Conoces nuestras reglas.

—Las conozco —dijo el lobo, con un tono fastidiado por la reprimenda adelantada—. No me gustan las deudas, pero las respeto, joven hechicera. ¿Qué quieres para saldar cuentas?

Si bien las ofensas podían tener un alto precio, las ayudas también lo tenían. Las leyes del mundo sobrenatural mantenían un equilibrio. Firomena aún estaba aturdida por lo que acababa de suceder, como si acabara de presenciar un desastre natural terrible y aún no pudiera reponerse.

Pero en ese momento, intentó volver a la realidad. Ella era también parte de este mundo ahora, así que debía de acostumbrarse.

—Quisiera estar en buenos términos contigo, rey lobo —dijo, pues no quería tener ningún otro enfrentamiento ese día. Estaba segura que no ganaría—. Y también, que seas justo con las criaturas pequeñas que están en tu territorio.

El lobo parpadeó con su único ojo y asintió. De no haber sido por ella, habría muerto después de todo y, además, se había deshecho de su enemigo más importante, así que esas condiciones le parecieron sensatas. Entonces el lobo se dirigió a Zapán.

—Perdí el ojo en buena lid. Sin resentimientos, gato.

Tal vez el rey lobo no hubiera soportado tampoco continuar con ninguna disputa.

Mientras los rayos de un nuevo amanecer despuntaban para iluminar los recovecos del bosque, la manada del rey lobo se reagrupó para ayudar a sus heridos y regresar a su madriguera. Y Firomena y Zapán regresaron al castillo de Carabás sobre el lomo de Jasparo, ambos silenciosos y absortos. Pero el silencio de cada uno era distinto.

Muerto Pantagruel, el hechizo que nublaba la memoria de la servidumbre se disipó. De pronto, ellos recordaron lo que le sucedió a su verdadero amo y comprendieron que todo ese tiempo habían estado alimentando a un monstruo. Todos se reunieron en la cocina, atolondrados por lo que estaban descubriendo y desconcertados por lo que debían hacer a continuación.

Firomena reparó en la vacilación de Zapán antes de entrar en el recinto y revelarse ante todos.

—El familiar del marqués —dijo la señora Babril.

Con su memoria ahora restaurada, podía recordar al sirviente mágico de Carabás. Y aun así disimuló su sobresalto al igual que los demás sirvientes, pues una criatura sobrenatural no podía sino poner en guardia a cualquiera.

—El ogro ya no vive más —anunció Zapán, ante la temerosa incomodidad de los presentes quienes en su mayoría nunca habían visto a un gato parlante—. El castillo le pertenece ahora de Firomena. Ella ha heredado el báculo de mi amo y con él también van todas sus posesiones, así como su título.

—¿Eh? —balbució Firomena.

Aquel anuncio era novedad también para ella. No sabía que ni siquiera el marqués no había sido marqués por nacimiento, sino que el título había sido un obsequio del anterior portador del báculo. Y la historia se estaba repitiendo ese día.

De pronto, los sirvientes la rodearon, unos pocos para reconocer su nuevo estatus, pero la mayoría con un desconfiado desconcierto y muchas preguntas. Firomena, que estaba todavía mareada por los eventos en el bosque, de pronto sintió una sobrecarga insoportable ante tantas voces superpuestas una sobre otra. Por el rabillo del ojo reparó en Zapán, retirándose silenciosamente del recinto.

—¡Yo no puedo ser la nueva marquesa! —espetó de pronto para acallarlos a todos—. Mi abuela puede serlo, pregúntele todo a ella.

Y se fue corriendo, dejándolos a todos atolondrados, aunque en seguida volcaron sus dudas sobre la abuela.

Firomena, mientras tanto, entró por primera vez a las salas interiores del castillo. Los salones y pasillos estaban cubiertos por polvo y telarañas, como si hubieran estado abandonados por años. Divisó la cola roja del gato en el recodo y se apresuró a seguirlo escaleras arriba.

—¡Espera! ¿Adónde vas?

Zapán reparó en ella y esperó a que lo alcanzara antes de abrir una suntuosa puerta de madera oscura.

—Estos eran los aposentos de mi amo —dijo.

El labrado fino de las columnas y las ventanas se adivinaba debajo de esa capa de mugre. Pero fuera de eso, aquel recinto parecía una madriguera. Había un lecho destartalado, las paredes mohosas, huesos de animales regados por el piso, platos rotos, unas enredaderas y hierbajos que irrumpían salvajemente por la ventana de la terraza. Y en una esquina se sostenían a duras penas un escritorio descompuesto y un anaquel repleto de botellitas y matraces con muestras de diversas sustancias. Como si el marqués hubiera llevado una parte de su estudio a sus habitaciones.

Pantagruel había habitado por años aquel lugar y su presencia aún se percibía. A Firomena le impresionó ese escenario. En general, el lamentable estado del castillo le pareció espeluznante, pero solo en la quietud de aquella estancia derruida pudo asimilar lo que había ocurrido. No solo ese día, sino con su vida.

"Cielos. He ayudado a matar a un ogro —se dijo—. Soy una aprendiza de hechicería".

¿No había ansiado la aventura? Sin embargo, la idea fantasiosa que ella tenía de las aventuras era un tanto distinta a la realidad. Pero, ¿qué aventura que valga la pena no tiene peligros? ¿Qué aventura que valga la pena no termina cambiándote por completo?

Muchas veces elegimos sin saber realmente lo que estamos escogiendo. Firomena no sabía hacia dónde la llevaría este camino, pero fuera el que fuera su destino, ella lo había elegido. Su vida había cambiado y no había vuelta atrás.

Los pensamientos de Zapán iban por derroteros diferentes. Firomena reparó entonces en su cola encorvada y alicaída y el brillo trémulo en sus ojos mientras observaba los tristes despojos de lo que quedaba de la alcoba de su amo. Si los gatos pudieran llorar, ella estaba segura que Zapán estaría llorando en ese momento.

Lo que ella no veía eran los recuerdos que danzaban como fantasmas en la mirada del gato. Cuando su amo lo trajo al castillo, recuerdos de tardes de juego, días de estudio, las veces en las que el marqués le narraba sus sueños y aspiraciones. La dorada época en la que la única preocupación de Zapán era ser el mejor familiar que su amo pudiera merecer. Aquellos días no regresarían jamás.

De pronto, el gato reparó en las rosas blancas que florecían en la estancia, escurriéndose por los ventanales rotos de la terraza.

De alguna manera habían logrado sobrevivir. Eran las rosas que Kai, su amo, había plantado para Gerda, con la esperanza de obsequiárselas un día. Aquella amiga de infancia a quien en las lejanas tierras heladas del sur se le conocía ahora como la reina de las nieves.

Para el gato, los sentimientos de su amo escapaban de su entendimiento. Pero algún día los comprendería.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro