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🥀 CHAPTER 5 - Piedad


El corazón dejó de latir, la sangre cedía al helado veneno, el cuerpo dejaba de tener el calor inusual y sus pupilas se agradaban cada segundo.

La metamorfosis empezaba a hacer su efecto y no había vuelta atrás.

Los Vulturis eran seres ágiles y si no infligieran tanto temor al verlos y creer que tu vida corre peligro con una mirada de ellos, creerías que eran seres tan majestuosos, que no caminaban, no corrían, siquiera se agitaban, ellos simplemente parecían levitar con tal elegancia que era posible compararlo a un búho descendiendo en una rama de un árbol.

Y mientras dejaban la aldea atrás, envuelta en llamas, con personas muertas por el dolor y otras calcinadas hasta la médula, la mente de Aro no dejaba de pensar en los grandes planes que podría tener con una neófita con tanto sufrimiento como Julieta.

Eso sin contar que realmente logrará alcanzar la inmortalidad.

Aro se sentía orgulloso de sus decisiones, siempre, muy a pesar de que Cayo y casi poco Marco estuviesen de acuerdo. Aunque siempre parecía importarle más las opiniones de su acompañante vegetariano. Carlisle.

— Dime querido amigo, ¿que te aflige de tal forma? No siempre estás tan sumido en un ceño tan fruncido —mencionó Aro en un momento de silencio, cuando Carlisle a su lado parecía meditar aún en la necesidad del sufrimiento.

Carlisle muy poco expresaba con libertad lo que pensaba, aunque las veces que realmente lo hacía, para Aro era fascinante porque era un ser que no se dejaba llevar por lo que él quería escuchar, si no por lo que realmente Carlisle creía.

Carlisle miró de reojo a Aro, pero volvió su mirada al frente y no demoró en responder— la chica ya estaba muriendo con la enfermedad —alegó Carlisle— multiplicaste su dolor con el veneno —

— Pero renacerá —indicó Aro entusiasmado.

A lo que Cayó no pudo evitar no responder— dudo realmente de esas posibilidades, hermano —consciente del estado de salud de la humana, era más que claro que no resistiría ni un poco.

Aro miró a Cayo por un momento, entonces Cayo pareció dudar de su propia palabra— ¿dudas de mis visiones? Hermano —

Para Carlisle la muerte incinerada de muchos humanos en esa aldea era aún más digno, que renacer en el cuerpo de una bestia como lo era él.

— ¿realmente crees que vendrá a ti cuando recupere la conciencia? —cuestionó entonces Carlisle— ¿que no quita que vaya a otras aldeas y masacre a más personas? ¿Que conozca a otro clan y se una a ellos? Estamos muy lejos de Volterra —las preguntas de Carlisle, hicieron volver a Aro su atención hacia él.

Por eso es que Aro amaba tener a Carlisle cerca, siempre tan lleno de preguntas.

Las cuales él no dudaría en responder— para ello haré que mi guardia en persona venga a buscarla, querido amigo —acerco sus pasos a Carlisle— con suerte la encontrará en tres días, bastante renovada —mencionó lo último con humor, aunque casi siempre el humor de Aro era demasiado cuestionable.

Y en vista de que no hubo ya objeción alguna, todos estaban convencidos de que su labor para con la preservación de la humanidad estaba hecha, después de todo lo único que quedaría de ahora en más no era menos que cenizas, fuego, sangre y agonía. El método más susceptible para la supervivencia del ser humano.

Aunque algo brutal, el señor Greg, un granjero de la aldea se arrastraba por el suelo en busca de ayuda— piedad —una ayuda que para los Vulturis no parecía llegar nunca más.

Pero antes que una de la guardia viniera en contra de él, Aro la hizo detenerse con una elevación de su dedo índice, cuando entre el fuego incadecente, sintió una presencia que antes no había y que sospechaba él, había resurgido hace muy poco.

Porque en las cenizas de un antiguo hogar, en la aldea en llamas, en el suelo polvoriento y lleno de suciedad, una neófita se levantaba, sus manos actuaban para levantarla y sus pies ampliamente podían sentir la textura del frío, sin incomodidad alguna.

Sus ojos rojos como la sangre palpitaban de sed, pero sus oídos agudos la hacían prestar atención a cualquier sonido y crujir de madera que había a su alrededor.

Un nuevo ser había despertado, una neófita emergía de las cenizas, del dolor, de la agonía.

Julieta se miraba y no se sentía la misma, levantaba su mirada y todo lo veía a tanta claridad que le asustaba ver las diferentes tonalidades del fuego, el polvo en sus manos era capaz de verlo en miles de fragmentos, pero los olores, los olores era lo que más su nariz sentía y el sentido que más la dominaba, guiada por el ardor en su cuello, el calor de la sed interminable que parecía perforar su garganta.

Asustada por el fuego, pero arrastrada por su sed, Julieta terminó por huir de su casa, porque aún tenía la noción de la peligrosidad del fuego y su cuerpo, más aún sabiendo que su cuerpo ahora mismo se sentía como una jarra de cerámica que estaba por estallar. Tomo la puerta con intención de abrirla, pero apenas y toco la perilla cuando terminó con la puerta en su mano, literalmente arrancada del marco de la puerta.

¿Cómo era posible?

La soltó sin mucho a reparar y quiso salir de ahí, lo cuál logró con tanto éxito que se asustó porque terminó a la mitad de la aldea envuelta en llamas y un camino que había dejado de tierra levantada por ella misma, pero como antes mencioné, su sentido más notable y dominante era el olfato, fue capaz de distinguir entre humo y cenizas, olores como el de las quemaduras, el pasto marchitó, la nieve y la sangre.

De pronto su vista se activó, más allá del fuego, más allá de la destrucción de la villa, era capaz de ver algo que la llamaba como sirena, algo que hacía que su garganta se aliviará, lo sabía con tanta facilidad porque su propio cuerpo se lo decía, una y otra vez que esa era la clave para aliviar ese ardor.

Por ello corrió porque su vida dependía de ello y a través del fuego que atravesó sin pensarlo dos veces se detuvo frente a la presencia de los casacas negras que antes habían incendiado su aldea y que ella sabía perfectamente, pero además de ello, visualizó al señor Greg, entre las filas de los casacas, tomado firmemente, pero muy gravemente herido.

La mandíbula de Julieta temblaba, sus ojos se fantaseaban en aquello que circulaba el cuerpo del señor Greg, había algo dentro que él que ella sabía que su existencia ansiaba, que su cuerpo inertemente probaría con o sin su consentimiento, no podía despegar la mirada de él, ya lo sabía.

— Una probada —Aro supo en ese momento la promesa que era Julieta para él, fascinado en la rápida transformación de aquella niña que parecía hace poco morir y ahora estaba totalmente llena de energía, pero como amaba ver a un neófito rendirse ante la sed de sangre.

Pero Julieta lo conocía, su garganta ansiaba que sus dientes lo atravesarán, ahora lo estaba entendiendo, porque su cuerpo por completo le decía que era lo único capaz de aliviar ese ardor, ella sufría por ello, como también veía que el señor Greg sufría por sus heridas y la pérdida notoria de su familia.

— Piedad —pero aún así para Julieta sus palabras y su miedo, no parecían importarle tanto como la sed que estaba manejando, como su mandíbula por sí sola se abría con claras intenciones.

Estaba muy herido y en un momento que se creyó la primera mordida, Julieta retrocedió conmocionada por las heridas del señor Greg y recordó a la vasta familia que él poseía, escuchaba su corazón destruido e inundado en la melancolía y ella no pudo, no podía aceptar lo que su mente y sus deseos le estaban pidiendo.

— ¿Qué veo aquí? —eso pareció decepcionar a Aro un instante y mencionó— un neófito reteniendo sus ansias de sangre —la mirada de Aro se impaciento, pero la de Carlisle se ablando— que fascinante —y entonces empujó el mismo al señor Greg al suelo con tanta fuerza que se quejó del dolor revolcado en las cenizas— Jane —entonces llamó a una de su guardia— saca un poco de sangre —no era un secreto que Aro siempre obtendría lo que quería.

Y si quería ver a Julieta plañir por sangre, lo haría. Era inaceptable para él que un neófito se rehusará a su néctar.

Así que Jane hizo caso a los deseos de su amo, levantó la cabeza del señor Greg y deslizó su dedo por la yugular de este, hasta hundirlo por completo en él y revelar la fuente de sangre que salió disparada de ahí.

Eso fue suficiente para que los deseos de Julieta la nublarán y su cuerpo por completo la dominará, llena de nostalgia y miedo no dudo en correr hacia el señor Greg mientras Jane lo dejaba en el suelo desangrado.

Porque al final no importaba ya, estaba por morir y no había otra cosa que hacer

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