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🥀CHAPTER 1 - No te puedes ir

Durante el año mil ochocientos sesenta y cinco ocurrieron muchos acontecimientos a nivel mundial, muchos dieron paso a la nueva civilización y otros luchaban por mantener lo que hasta el momento con esfuerzo habían procurado obtener.

Aunque no todo se enfrentaba con amor o con esperanza, porque había lugares oscuros y sombríos que atentaban contra sus inquilinos.

— ¡me parto la espalda día tras día y te atreves a insultar mi esfuerzo! —el señor Whitlock siempre procuraba que su familia tuviera en cuenta el esfuerzo que hacía para mantener la familia y a veces el tener en cuenta eso implicaba una mano dura que los obligará a entrar en razón y que no olvidarán que vivían porque él aún los mantenía vivos.

— Perdóneme, mi señor, es solo que... —

— ¡cállate, mujer! —estaba frustrado por la demanda de trabajo y la pequeña paga que el señor Richardson el jefe y dueño del establecimiento donde él trabajaba lo sobreexplotaba con frecuencia.

Con mucho esfuerzo y dedicación, el señor Whitlock lograba sacar algo para su alimentación y la de su familia. Pero era desesperante en su circunstancia, tanto que no era capaz de contener su ira cuando explotaba.

Desbordaba su estrés con golpes propinados hacia su familia, su esposa, su hija e hijo, aunque habitualmente estos no parecían tener la culpa de su enojo.

Miró furtivamente a la pequeña de entonces diez años que se acorralaba en una esquina de la habitación, la madre yacía en el suelo después de haber sido golpeada por el marido y parecía ser que la hija sería la siguiente, pero la aparición pronta de un hermano mayor hizo que las cosas cambiarán, cuando un varón de trece año lleno de lodo se acercó a su pequeña hermana y la protegió— espera, papá, por favor, no —y sin importar quién fuera el señor Whitlock golpeó sin pensar en la fuerza, la hija menor gritó de angustia al ver pronto como su hermano caía y asustada de ser la siguiente corrió en fuera del cuarto gritando y gritando hasta el suyo, aunque irremediablemente terminaría igual que los demás.

En una pequeña villa de familias en la pobreza, las cosas no siempre parecían ser las más correctas, desde abusos intrafamiliares, hasta mortandad por falta de alimentación. Era una villa llena de personas con tantos defectos y daños que no parecían ser socorridas en su angustia.

Tantos años y tanto tiempo se pasaba así, que ya se sentía como algo normal entre todos los presentes, incluso en la pequeña familia Whitlock, el joven hijo mayor cortaba con el hacha oxidada los troncos que servirían para más tarde en la chimenea de la casa, mientras la hija menor recogía esos pedazos y los unía en una carretilla. Pero cuando no había troncos que mover, ella miraba más allá de la pequeña colina que se alzaba y donde el sol cada día se ocultaba, la colina del Oeste parecía para ella como un puente a lo desconocido.

Su hermano conocía sus pensamientos y aunque a diferencia de ella, él sí había ido más allá de esa colina por trabajos, soñaba algún día con llevarla consigo mucho más allá.

— Jules —llamó a su hermana absorta y tiro en el aire un pedazo de madera, la chica de quince años ahora estaba completamente capacitada para atrapar aquellos pedazos de madera— despierta, nos agarrará la noche en esto —

Julieta Whitlock rió y se apresuró a apilar las maderas que su hermano había conseguido cortar.

— Me gusta ver el ocaso —expresó la hermana menor en un intentó de entablar una conversación— siento que el sol se marcha a casa —

— El sol no tiene casa —explicó Jasper cortando la mitad de otro tronco— él sigue trabajando en otros lugares —

— ¿No descansa? —

— No —negó su hermano con gran atención— es casi como nosotros, trabajamos y trabajamos, para mantener lo que tenemos —

Julieta asintió, pero miró a su hermano en un momento de angustia— hoy mamá ha estado exasperada —mencionó— ¿crees que se deba a algo en particular? —

— Siempre lo está, Jules —

— Sí pero... —y se detuvo al hablar cuando vio a Cindy, una vecina de la villa, llegar con su padre y con una cinta en su cabello, sonreía y lucía hermosa con la cinta, Julieta se llevó la mano a su cabeza.

Cindy saludó a Julieta— ¡Buenas tardes! —luciendo como toda una reina en la villa, seguramente el padre de Cindy había podido conseguir dinero para darle un lazo así a ella y era algo que hacía ver a Cindy superior a todas las demás chicas, porque ningún padre tenía la capacidad de decorar la cabeza de sus hijas de esa forma.

— Buenas tardes —procuró decir Jasper al padre de Cindy y a ella, pero Julieta se sumió en el deseo de ser Cindy por un instante, en tener el cabello así de bonito y no salvaje. Jasper volvió la mirada a su hermana y la vio meditando con la mano en su cabeza, era tanta la unidad entre ambos que sabían que era lo que al otro le afligía con facilidad.

Jasper sabía que su hermana deseaba todos los lujos posibles que una dama de su edad querría, las veía en la ciudad, con vestidos, con zapatos finos, con sombrero y sombrillas, con lazos y con moños de distintos colores, pero los Whitlock no se podían dar ese lujo, era lamentable.

Así que el hermano mayo optó por desviar la atención y cambiar de conversación con su hermana— Jules, ¿sabes a quienes vi en el pueblo? —dejó el hacha y se sentó sobre el reposador de troncos para contarle a su hermana, Julieta le miró, aunque aún en su mente el lazo estaba, Jasper sonrió— los soldados de las guerrillas, estaban de visita en el pueblo —

Los soldados, Julieta se sorprendió de inmediato, recordaba como Jasper se los había mencionado, con armas, con trajes finos y muchas medallas.

— ¿Son como me dijiste? —pregunto de inmediato y Jasper asintió.

— Grandes, fornidos, con pantalones y camisa de militar, algunos tienen medallas, otros no y traen un sombrero y pistolas —dijo Jasper emocionado.

— ¡Dios! ¿Qué hiciste? Digo había que hacer algo —

— No —respondió su hermano— ellos hablaban con todos ahí y eran muy amigables, incluso uno se acercó a mí cuando le cambiaba el agua a los caballos de la cantina —

— ¿En serio? —Julieta estaba emocionada, su hermano había conocido a un soldado.

Jasper asintió— me dijo que hay muchas guerras, en distintos lugares y que están tratando de defenderse como podían, pero que hacía falta muchos soldados más, porque la guerra empezaba a exigir —Jasper por un momento se quedó en silencio, tal vez meditando en lo que diría, pero Julieta conocía perfectamente a su hermano y sabía la talla de héroe que siempre trataba de tener.

— Jasper... —

— Jules, escúchame —

— No —se levantó de inmediato resignada— no irás a la guerra —expresó convencida— si te vas, ¿qué pasará conmigo? sabes cómo son nuestros padres, no quiero que mueras en la guerra, no puedes... —

Jasper se acercó a su hermana y la calmó— Jules, escúchame —pero era imposible, porque así como era capaz de imaginarse a uniformados con medallas, Julieta era capaz de imaginarse la muerte de muchos de ellos— no sucederá nada malo —y aunque su hermano parecía tener esperanzas en las guerrillas, ella sentía un pésimo presentimiento de ello.

— No, tú no sabes pelear —soltó ella con amargura— eres un ayudante en una granja, no sabes golpear siquiera, no puedes —se alejó de su hermano y sorbió su nariz— te necesitamos aquí, yo te necesito aquí —arregló los pedazos de troncos restantes— no te puedes ir —

— Jules, no me iré —se detuvo al intentar arreglar y miró a su hermano quién sonreía amorosamente.

— ¿Seguro? —

— Sí, Jules —

Y tan inocentemente volvía a creer en él, aunque Jasper en su mente aún no dejaba de resonar la emoción de ser un soldado y la oportunidad que siendo uno podía ofrecerle, no solo el dinero o el fin de la guerra, sino también el honor y el respeto, las adulaciones y el reconocimiento que tendrían hacia él. Quería mejorar su futuro y también el de su hermana, estar en una casa y conseguir todo lo que su corazón deseará.

Lejos de los maltratos.

— ¡Ustedes dos! ¿Qué creen que hacen los holgazanes? ¡Traigan esas maderas de una vez por todas! —la señora Whitlock gritaba desde la puerta de la casa, al ver que sus hijos no hacían nada más que perder el tiempo allá afuera. El ocaso ya se estaba pasando y el regreso del señor Whitlock estaba cada vez más cerca de lo que todos quisieran.

Jasper llevó la carretilla de las maderas adentro, mientras Julieta abrís la puerta para él, se encargó de poner las maderas indicadas para la chimenea y las demás las apiló a un lado de ella, procurando sacar la carretilla antes de que su padre llegará, pero el relincho de caballos les hizo saber que él ya había llegado y que era demasiado tarde.

Julieta miró a Jasper y él simplemente se negó a acobardarse, camino en dirección a la salida esperando que en cualquier momento su padre la atravesará y cuando lo hubo hecho, el silencio imperó aún más en el lugar que de costumbre, porque el señor Whitlock estaba en el marco de la puerta todo sucio, después de un largo día, con un olor a muertos y con un hacha en su mano derecha, la misma hacha que Jasper había utilizado para cortar los troncos.

— ¿Qué se supone que hacía mí hacha en el suelo? —Jasper la había olvidado por completo.

Sus botas sucias caminaron hacia Jasper, mientras las maderas rechinadas del suelo le acompañaban. El señor Whitlock no tenía un buen temperamento y su paciencia era tan poca con su familia como la de su jefe hacia él.

— Papá, yo... —

El señor Whitlock blandió el hacha con fuerza y atravesó la pared más cercana, Julieta ahogó un grito al pensar que eso podría haber caído sobre Jasper y el miedo se acrecentó en el lugar.

— Cortar la leña y guardar el hacha, es lo único que tienes que hacer, ¿Sabes que pasaría si no tuviéramos el hacha? —el padre se acercó amenazante, mientras la madre obviada la situación teniendo en su mente cuánto se merecía el castigo que su padre le estaba dando.

La hermana menor ahogada en el miedo, miraba a su hermano correr el riesgo de ser golpeado hasta el cansancio por su padre, así que intervino en una delgada línea de voz— papá, no culpes a mi hermano —de pronto para el señor padre parecía ser una completa insolencia la voz de su hija y con su ceño fruncido la miro enojado.

"Atrevida e insolente" no dudo en darle una bofetada, sin tiempo a resistirse, Jasper de inmediato apeló por su hermana, con el miedo que la volviera a golpear— padre, por favor —pero a él también le propinó una cachetada.

— cállense, no quiero escucharlos, ¡A ninguno de los dos! —y entre llantos de la pequeña y preguntas sin respuestas del por qué la familia de ellos parecía ser sin infierno, Jasper pronto habría tomado una decisión.

Porque si se volvía un guardia, un soldado, ya no tendría que esperar a los golpes de su padre, no tendría que esperar a los regaños de su madre, no tendría que vivir un infierno cada noche y cada día, podría librarse de ellos y ser feliz finalmente con su hermana. Ese era su deseo.

Esa noche, Jasper durmió junto a su hermana, pero sus pensamientos permanecían en la idea de ser un soldado y estaba seguro que lo lograría.

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