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P A S A D O pt 1
Era el cuarto día seguido en el que no dormía. Las clases y sus pequeños trabajos, sumando las horas en que se las pasaba en el hospital, ocupaban las veinticuatro horas que tenía el día.
Estaba harta, pero no podía bajar los brazos.
Su cabeza estaba por reventar, sus oídos pitaban y cada músculo de su cuerpo dolía del cansancio, a pesar de ser una despertada y que se recuperaba mejor que una persona normal, no le quitaba el hecho de seguir cansada. Estaba pensando seriamente en dejar su "trabajo", pero si se retiraba no tendría más ingresos económicos.
- Solo aguanta Suni Yim -inhaló y exhaló lentamente.
Sus pasos perezosos resonaban en el pasillo, como odiaba ir a la escuela. Odiaba perder el tiempo en cosas innecesarias y molestas, pero la única razón por la que iba era por pedido de su pequeño.
Al llegar al salón ni siquiera cambio su expresión facial al ver como su silla estaba repleta de un líquido amarillento desconocido y su mesa contenía incontables insultos y rallones coloridos, sin contar que su casillero estaba con insectos cuando lo abrió al ingresar y quiso cambiarse los zapatos.
Eran tres años de la misma mierda. Contantes burlas, insultos, golpes y más era el día a día de la vida escolar de Suni Yim.
Nunca le interesó, pero no mentiría cuando en su primer año de secundaria sí quiso llorar y abandonar todo porque pensó que por fin tendría paz, rompiendo sus esperanzas en el primer día de clases. Pero no podía demostrar sus sentimientos, debía mantener su máscara de desinteresada y floja, aunque de todos modos si lo era.
Soltando un suspiro e ignorando las miradas repugnantes de sus compañeros de clase, tomó del metal que unía la silla y la mesa y lo lanzó con fuerza hasta el fondo del salón. Cada adolescente del sitio se sorprendió al ver como el asiento era partido a la mitad y tuvieron que contener un grito de indignación por como la peliazul "tomaba prestado" el asiento de otro.
- ¡¿Desde cuándo los perros desobedecen a sus amos?! -soltó furiosa una rubia, Suni ni siquiera recuerda su nombre a pesar de haber sido su compañera desde hace tres años.
La ojigris no le importaba nadie, eran una pérdida de energía y tiempo. Nadie está en la mente de ella, solo él.
- ¿Me recuerdas tu nombre? -preguntó aburrida logrando que la otra chica gruña enojada.
No importaba que tanto mal le hicieran, a la Yim no le importaba, solo hacía una mueca desinteresada y buscaba una forma de resolver los conflictos de forma rápida y eficaz y sin que ningún profesor se entere.
Por otro lado, la peliazul bufó al ver como su enemiga no tenía argumento para atacarla, por lo que apoyó sus brazos sobre su nueva mesa y escondió su cabeza en medio, dispuesta a dormir lo que resta de las clases, después de todo ella ya sabe todo lo que darían sus profesores.
Y ni siquiera se hubiera dado cuenta de que la jornada escolar finalizó si no fuese por el jugo de naranja que mojo sus cabellos largos, suponía que fue alguno de sus adorables compañeros que le jugó una broma.
- Esto es una mierda –suspiró cansada mirándose en el espejo del baño- Creo que es tiempo de pedir permiso para realizar los exámenes antes, mientras más rápido me graduó, mejor.
Sin perder el tiempo lavó su pelo azul y se hizo un moño desordenado mientras salía del establecimiento luego de revisar de que sus zapatillas no estuvieran con clavos, ya tenía experiencia con ello.
Esta vez sus pasos no eran lentos, sino que moderadamente rápidos, lo suficiente como para no llegar tarde y que la gente no vea una rara corriendo por ahí.
Casi sonríe al ver la puerta corrediza de aquel hospital prestigioso, pero ¿a quién engaña? hubiera deseado jamás visitarlo.
Eliminando aquellos pensamientos ingresó y pasó directamente hasta el sexto piso habitación 402 sin saludar a nadie, Suni hacia bien al pagar una gran cantidad de dinero por dejarla ingresar sin problemas y evitarse todo el papeleo de "visita".
Una infantil voz le contestó desde el otro lado de la puerta cuando ella tocó la madera, sacándole una sonrisa y eliminado su expresión agria.
- ¡Noona! –la saludó sonriente.
- Renacuajo –devolvió y le dio un suave beso en la frente.
Un niño de nueve años estaba sentado en una gran cama, sábanas con estampados de estrellas y planetas cubrían sus cortas piernas y varias hojas y lápices de colores estaban esparcidos por el suelo de la enorme habitación. La mejor habitación del hospital: un ventanal ocupaba una pared completa, contenía baño privado, escritorio, alfombra, juguetes de todo tipo, televisor, computadora, armario, estantería y muchísimas comodidades que solo un pequeño multimillonario podía disfrutar. Y ella estaba dispuesta a darle esa vida a él.
A su pequeño y adorable hermano menor, Hwan Yim.
El infante poseía el mismo color de cabello que la mayor a diferencia de sus hermosos ojos violetas.
- ¿Cómo te encuentras? –preguntó Suni acostándose a su lado.
Hwan no dudó en resguardarse en su pecho, siendo abrazado por su adorada hermana mayor.
- La medicina sabe mal –se quejó.
- Sabes que debes tomarla para mejorar –habló acariciando su pequeña espalda- ¿No quieres ser astronauta?
- ¡Si! –se animó al oírla- ¡Tomaré toda mi medicina y asi noona podrá pasar más tiempo conmigo!
Suni sonrió alegre y lo llenó de besos por toda la cara, recibiendo carcajadas de la única persona en el mundo que ama y llena su vida de sentido y color.
La tarde pasó rápida entre juegos por parte de los hermanos Yim, pero la mayor debía retirarse caída la noche. Debía trabajar.
- Mañana saldré temprano de la escuela ¿quieres que te traiga algo? -habló terminando de cenar.
- Mmmmm –tarareó tocándose la barbilla- ¡Con que vengas sin una herida me basta!
- Que cursi –le sacó la lengua revolviendo los cabellos rebeldes de su hermanito.
Hwan rio alegre y la despidió moviendo su mano, no sin antes entregarle un collar hecho por él que fue fabricado con bloques de juguete muy pequeños. Amaba a su hermana con todo su ser, ella se había encargado de cuidarlo desde que nació, trabajando desde los seis años para mantenerlo y que no le falte nada y cuando le diagnosticaron su enfermedad no se separó de él e hizo todo lo posible para curarlo. Al infante le hubiera gustado conocer toda la historia de su nacimiento y por qué él y su hermana vivían en un lugar lleno de ruidos feos y asqueroso olor, pero por alguna razón nunca pudo encontrar nada por más que preguntara e investigara.
Y Suni se había encargado de que nunca supiera su origen ¿cómo podría decirle a un niño que vivía en un burdel, que todos esos ruidos eran de personas teniendo sexo y que el olor provenía de los preservativos usados y cigarros baratos?
Hijos de una prostituta que los odia por nacer, obligando a una pequeña Suni a madurar con tan solo cuatro años al notar que su madre biológica no la cuidaría y que su padre no aparecería por más que lo buscara; pensó que su vida sería un desastre y que estaba destinada a ser igual que su progenitora, una trabajadora sexual. Pero cuando cumplió cinco, escuchó de aquella mujer que tendría otro hijo de diferente hombre.
A pesar de los gritos y llantos de su madre por quedar embarazada nuevamente, Suni se alegró al saber que tendría un hermanito, alguien con quien jugar y amar incondicionalmente.
Como predijo, su madre también lo aborreció y lo dejó a la suerte en aquel espantoso lugar, pero ella se encargó de mejorar su situación, era su obligación como hermana mayor.
La peliazul se encargaba de todas sus necesidades, dejando de lado las suyas propias con el fin de que su hermanito no pasara hambre o frío. Agradecía que algunos clientes frecuentes le dieran algo de dinero por cuidar sus autos o alguna cosa de ellos mientras estaban en lo suyo.
Pronto se dio cuenta que de eso no podrían vivir, debía buscar un trabajo rápidamente, algo estable o que le dé suficiente dinero para no preocuparse.
Asi que no dudó en robar libros de la biblioteca que estaba a tan solo unas calles. Debía estudiar, no podía ser una ignorante si quería darle una buena vida a su pequeño, por lo que leyó cada libro de la enorme librería y una vez que los terminaba los devolvía; cuando tuvo el primer libro en sus manos le agradeció al hombre que le enseño leer a pesar de ser desconocidos. Y a sus diez años Suni se había educado en todo, casi al nivel de un estudiante universitario: literatura, matemática, historia, geografía, cultura general, biología, física y química, estadística y más.
Fue gracias a esa propia educación que pudo darle un nombre a su hermano y a ella, después de todo nunca tuvieron un nombre o un apellido hasta que Suni pudo leer y escribir ya que su madre y las otras mujeres les desagradaba la idea de que hayan dos niños en el burdel.
Brillante era el significado de Hwan, porque él había traído luz a la asquerosa vida de ella.
Pero fue antes el gran golpe que cambiaría su corta vida. A sus ocho años fue cuando de repente creó un sonajero azul de la desesperación al no saber calmar el llanto de Hwan, su mente había imaginado un juguete y lo creó.
Se asustó y quiso llorar. Joder, era tan solo una niña que expulsó polvo azul de sus manos y creó un objeto ¿cómo no se asustaría?
Sin embargo, sus pequeñas manos lastimadas golpearon sus mejillas y la hicieron volver a la realidad mientras dejaba a su hermanito jugar con aquella cosa.
- Ya eres grande, Suni Yim –se habló a si misma- No tienes idea de que ocurrió, pero lo resolverás, siempre encuentras respuesta a todo.
Así, cada noche, mientras Hwan dormía, se dedicaba a investigar su cuerpo y la procedencia de ese polvo. Tardó alrededor de un año para descubrir su energía y la función de ésta, también encontró la respuesta a por qué se recuperaba tan rápido y su salud era tan buena.
Y un día escuchó algo interesante mientras volvía de comprar pañales aprovechando que el pequeño dormía plácidamente.
Peleas callejeras de despertados.
Casi se desmaya del susto cuando caminaba por un callejón de noche y escuchó una conversación a escondidas en donde dos hombres hablaban sobre una batalla clandestina que se realizaría justo en ese momento. Suni pudo haber pasado de largo de no ser porque uno de los sujetos dijo "el bastardo que peleará hoy contra Joguk tiene como habilidad despertada superfuerza"
La curiosidad infantil arrasó con su cuerpo y siguió a esos hombres para descubrir aquello, llevándola a un edificio subterráneo y abandonado. No tiene idea de cómo entró sin que la descubrieran, pero ahí estaba. Una niña de nueve años rodeada de decenas de adultos que gritaban, insultaban y silbaban hacia el centro.
Sus ojos se movieron rápidamente analizando el lugar: un ring en el medio de la enorme sala; autos, contenedores y escombros repartidos por todo el lugar donde las personas se subían para tener una mejor vista de la pelea; y en lo más alto había balcones mal construidos para otras personas.
Sin poder contenerse escaló una pared destruida y se sentó en la oscuridad, rogando que no la atraparan. Desde ahí tuvo una genial vista donde pudo apreciar alrededor de siete peleas, sorprendiéndola de sobre manera al saber que no era el único fenómeno. Hombres que eran capaces de expulsar fuego de sus manos y que de un puñetazo te quebraba los huesos, mujeres que con un solo canto destrozaban el lugar y que con una mano eran capaces de levantar la tierra, sin contar que a cada batalla el lugar volvía a reconstruirse como si nada hubiera pasado, según había escuchado dentro de todo el bullicio lo llamaban "separación espacial".
Era un espectáculo impresionante para la peliazul, pero también le llamó la atención que a cada ganador le daban un gran premio.
Dinero.
Suni quería ser igual que aquellos competidores. Si se hacía jodidamente fuerte y ganaba cada batalla contra sus oponentes, le darían dinero, un gran monto que serviría para darle más lujos a su hermanito.
Y así lo hizo.
Cada noche, después de dormir a Hwan, se iba hacia aquel lugar abandonado y estudiaba a cada ataque de los diferentes competidores para luego practicar con su propia habilidad, también se dedicó a leer libros sobre artes marciales y cualquier tipo de arma.
Pero había un problema: no sabía cómo aumentar la cantidad de energía.
Había escuchado algo llamado "control de fuerza", una técnica que te ayudaba a acumular energía en menos tiempo, sin embargo, aquella técnica era prohibida para gente que no pertenecía a una asociación, por lo que ella no podía pedir que le enseñen. Por lo tanto, no le quedó de otra que inventar su propio control de fuerza. Tardó un par de meses para descubrir cómo acumular energía: simplemente se rodeaba de naturaleza tranquila y extraía lentamente la misma energía natural de su entorno.
Con todas las bases completas, se dedicó a entrenar todos los días sin falta hasta su cumpleaños número once, donde decidió por fin participar de aquellas peleas callejeras.
Suni todavía recuerda como el lugar se llenó de risas e insultos cuando pidió luchar contra alguien, pero a ella no le interesó y mantuvo su expresión firme y desinteresada.
Quiero enfrentarme contra el invicto de este lugar, si yo gano, me llevaré todo el dinero recaudado por cada peleador.
Fue lo que le dijo Suni al presentador ese día, siendo aceptada ya que pensaban que una niña de once años no sería capaz de derrotar al más fuerte del lugar.
Grande fue la sorpresa de todos cuando vieron a ese hombre tirado de rodillas. La pelea fue medianamente larga y difícil, donde la peliazul le cortó los tendones de cada rodilla con una daga que creó y le perforó el costado de su torso luego de lanzarle una espera, sin contar con todos los cortes en los brazos y cara; el sujeto se rindió luego de que ella estuvo a un milímetro de clavarle una enorme lanza en medio del pecho. Aunque la ojigris no salió ilesa, pues tenía tres cortillas y la nariz rota, sumando a los moretones y lastimaduras en todo su cuerpo.
Aun así, la victoria fue limpia y justa, donde Suni demostró que era fuerte a pesar de su apariencia y que su habilidad no era para tomársela a chiste.
Esa noche obtuvo lo que quería: una enorme cantidad de dinero, lo suficiente como para irse de ese asqueroso lugar y alquilar un pequeño departamento decente donde criar a su pequeño hermano de seis años.
Gracias a ello, comenzó a batallar un día por medio en aquello lugar clandestino, ganándose poco a poco el respeto y admiración de todos los despertados que se hallaban ahí.
La vida de Suni Yim había cambiado radicalmente, ya no era una pobre chica con un bebe, sino que ahora se había convertido con catorce años en uno de los pilares de la gran organización callejera, donde era respetada y temida a pesar de ser una simple niña, sin contar que también poseía una enorme riqueza, muchos incluso podían afirmar que si la ojigris tuviera una cuenta bancaria esta sería casi infinita.
Ella supo que su vida estaba completa cuando vio a su hermano crecer saludable, alegre, inteligente y amable, sin contar que ya no pasaba frio o hambre. La peliazul se había encargado de poner todo en manos de Hwan para que no le faltara nada; a ella no le interesaba salir herida en las peleas o sufrir abusos en su secundaria, Suni era realmente feliz con solo ver a su pequeño crecer bien.
Pero hubiera deseado que su toda esa felicidad durara más.
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