Capítulo 6
Arreglamos en una mochila (la única que nos queda) las pocas cosas que podemos llevar en el viaje. Agregamos un poco del alimento que mis suegros buscaron hace unos días, el que no necesita cocción. Sacamos cosas importantes como el computador, pero dejamos los muebles; eso no lo podemos llevar en una avioneta.
A las 8 pm salimos de la casa en la poca claridad que queda del día. Hay un frío que llega hasta los huesos por lo que vamos, muy abrigados, hasta el auto. Me duele pensar que tendré que dejar mi viejo auto acá, pero con el dinero que gane en el trabajo espero poder comprar otro, aunque la tranquilidad y los recuerdos en el lugar son irremplazables. Por suerte quien ofreció el viaje en avioneta también tiene reservado el arriendo de unos departamentos en la gran ciudad, los que son de propiedad del hermano del mismo.
Llegamos allá unos pocos minutos después, aproximadamente a las 8:10 pm. Toco la puerta y espero, con el miedo de mi lado, unos segundos hasta que sale de ella.
—Pasen —nos susurra mientras entramos de a uno en una columna. Dentro están aún los sacos de dormir esparcidos por el suelo. Nos lleva a su patio mientras caminamos de puntillas, tratando de no pisar a nadie. Allá hay otra familia que no parece querer compartir palabras con nosotros. Están muy cubiertos, seguramente por el frío que hace, pero bajo todo lo que les cubre la cara puedo reconocerlos: son mis vecinos. Eso explica por qué no iban al laboratorio.
—Escuchen, la avioneta está a un kilómetro de aquí, cerca de la valla que delimita el pueblo, aunque no lo suficiente como para que puedan detenernos. Cada uno usará su auto para llegar. Tienen que seguir al mío: es el rojo que ven a su izquierda. Los veo allá, y espero que no haya retrasos —dice entrando a su auto. Hubiera dicho esto desde un principio...
Nos retiramos en silencio, aunque el fastidio por el reciente aviso es evidente en las dos familias. Llegamos al auto y partimos hacia allá. La columna de 3 autos avanza en silencio por el pueblo, aunque no somos los únicos: hay varios autos en la calle, menos que de costumbre. Desde que empezó la cuarentena el pueblo ha comenzado a desmoronarse, aunque es apenas el principio (quizá por eso no se nota tanto). Llegamos a una calle un poco retirada del pueblo. La valla se ve a los lejos, aunque es visible. Creo que nunca había estado en este lugar.
Las dos familias salimos de nuestros autos y caminamos en silencio mientras el hombre que nos llevará en la avioneta se acerca a uno de los muchos hangares. De ahí saca una pequeña avioneta blanca que se ve prácticamente nueva. Mi boca forma una 'O' al ver la hermosa avioneta que nos llevará a la gran ciudad. Entramos en la oscuridad de la noche, rogando que no seamos descubiertos.
Dentro es muy agradable: hay aire acondicionado, el que me hace olvidar los extraños cambios de temperatura entre el día y la noche, y me hace sentir más cómodo a pesar de estar en un momento de mucha tensión en el que debería estar pensando en que no seamos descubiertos. Miro a todos lados en caso de ver algún guardia, pero la oscuridad no me permite ver mucho, apenas logro distinguir la valla.
—Cuando nos quede una hora para llegar, deben aplicarse en el cuerpo el bloqueador factor 500, porque en casi todas las ciudades queda muy poco de la capa de ozono, por lo que serían como esas hormigas que se queman por una lupa. Eviten el cáncer de piel, no olviden que en algunos consultorios aún se aplica la vacuna, y a veces las quemaduras son mortales —nos informa el dueño de la avioneta—. También recuerden que mi hermano les ofrece departamentos a buen precio en el centro de la ciudad, muy buena ubicación. Tendrían un año gratis de arriendo por dejar los autos, así que les recomiendo pensarlo —asentimos en silencio mientras mi mente trata de inventar razones por la que se sigue dando esa vacuna que está comprobado que es tóxica.
La avioneta comienza a correr por la pista alertando a algunos guardias que, a pesar de encontrarse lejos, ya se tuvieron que dar cuenta de la presencia de la avioneta. Esta se eleva de forma majestuosa en la inmensidad del pueblo en que el corazón de mi hijo latió por última vez. Desvío con la mayor rapidez posible esos pensamientos, tratando de pensar en el presente, en buscar un trabajo en que pueda investigar esas enfermedades. Quizá no logre encontrar la cura, pero mis investigaciones pueden servir de ayuda.
Unos guardias se acercan con rapidez a la avioneta, pero dado lo lejos que están no sirven de nada sus esfuerzos.
María
Me alejo del hermoso pueblo en que crecí, en donde conocí al amor de mi vida, quien se encuentra al lado mío aún. Jamás me habría imaginado en la inocencia de esa edad que después tendría que irme en circunstancias tan desgarradoras como una cuarentena (nadie se habría imaginado que esto pasaría en tan poco tiempo). Pero tengo el presentimiento de que solo estamos buscando otro lugar para morir porque alejarse del virus es casi imposible, y mucho más imposible es no haberse contagiado siendo de un pueblo en cuarentena.
Lo único que me motiva es que en la ciudad es menos probable el contagio porque allá están mucho más controlados los contagiados, y los servicios médicos hacen que la noticia de un contagiado sea conocida antes, por lo que si alguien de la familia lo está, puede ser cuidado antes.
Miro por la ventana de la avioneta, abrazada a mi esposo y con mi hijo a mis piernas, el pueblo que dejamos atrás, y me asombro al estar en una avioneta, tan lejos del suelo.
Pocas veces viajé en avión. Una de esas fue cuando me casé con Benjamín, y viajamos a la ciudad en busca de una vida mejor. Quién diría que después de huir de la ciudad, terminaríamos volviendo. Aunque hace unos años jamás nos habríamos imaginado que el aparente fin del mundo estaba tan cerca. De haberlo sabido no me imagino lo que habría hecho. Quizá no habría tenido hijos para evitarme este dolor... no, qué pensamiento tan egoísta. Ellos merecen vivir. No quiero siquiera imaginar lo que debe sentir mi hijo después de la muerte de su hermanito, su mejor amigo y eterno compañero de juegos.
Quizás este sea un buen cambio... o eso espero.
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