Capítulo 28
Pasan los minutos hasta que la claridad del sol vuelve a aparecer. Apenas he dormido con la preocupación por mi hijo y por el hecho de estar encerrado. A pesar de no estar como en el otro lugar, esto me provoca serias dificultades para dormir. Miro a las mismas esquinas que ya tengo memorizadas en la mente una y otra vez, como si hacer eso tuviera algún propósito.
Pero esa no es mi mayor preocupación. Los rayos del sol me han revelado que el dolor que sentía en mi brazo no era mi imaginación. Trato de permanecer tranquilo para que así abran la puerta en algún momento y me den la morfina necesaria.
El dolor es insoportable, incluso llega a la intensidad de la tortura, aunque este se mantiene constante. Cada vez siento menos mi brazo mientras la parte morada avanza, consumiendo lo que me queda de vida.
Resisto un llanto al pensar en el futuro de mi hijo. Él quedará solo, sin nada de familia. Mientras a mí me dolió haberlos perdido a casi todos, el tendrá que soportar una vida en soledad a sus casi 5 años. Es muy pequeño aún para salir al mundo real, pero una parte de mí dice que puede hacerlo en el poco tiempo de vida que probablemente le queda.
Se escuchan pasos pasar cerca de la puerta, pero ninguno parece querer dejarme salir. Aún debe ser temprano, el frío lo delata (aunque en este tiempo la temperatura no es algo en lo que se pueda confiar). Cierro los ojos, derramando algunas lágrimas que al caer se sienten como ácido que corroe la piel. El silencio dentro de la habitación es abrumador, aunque, por suerte, no están las voces para acompañarme.
Una ráfaga cálida me invade al escuchar unos pasos acercarse más que los demás. La puerta comienza a abrirse con rapidez. Pongo mi brazo lo más delante posible, esperando que así la persona que esté abriendo la puerta lo vea de inmediato y me aplique la dosis de morfina correspondiente.
Es el mismo que me llevó aquí. Tengo cierto recelo de lo que vaya a hacer. Me alejo un poco de forma involuntaria, aunque eso no parece ser un problema para él. Al ver mi brazo ahoga una expresión de susto (o tal vez tristeza), y corre hacia afuera. Se escuchan unos murmullos mientras veo que algunos de los que pasan al frente de la habitación se detienen un poco a mirar. Sus miradas no me molestan en absoluto, de hecho, me agrada que muchas personas lo hagan porque así muchos serán testigos de mi muerte.
Llegan varias personas -que demuestran ser enfermeros- con morfina y una camilla. Me suben con cuidado a ella mientras me mantengo lo más neutral posible, ahogando los aullidos de dolor que quisiera hacer sonar en este momento hasta hacer que les ardan los oídos a cada uno de los presentes. Sin embargo, al ver a mi hijo acercarse a mí con desconfianza, todo el dolor pasa a segundo plano.
Aún tiene los moretones que mis golpes le provocaron, pero no demuestra dolor. Abro un poco los brazos tratando de abrazarlo, y él, al ver que ya no hay nada que temer de su propio progenitor, corre a abrazarme con toda la confianza que por un momento perdí.
Nuestro abrazo apenas dura unos segundos. Los enfermeros lo apartan de la camilla con delicadeza y me llevan a la zona de las personas enfermas. Mientras me conducen me fijo en cada persona, viendo cómo será mi futuro. Muchos tienen las manos amarradas, al parecer por haber tratado de hacerse más daño (como lo demuestran sus heridas). Supongo que mi antídoto debe tener esos efectos secundarios.
Me instalan al lado de una mujer que parece dormir plácidamente. Por un momento pienso que está muerta, pero su respiración la delata.
-Tranquilo Benjamín, estarás bien -dice un enfermo regalándome la sonrisa más falsa que he visto. Se aleja mientras siento la mirada de la mujer, quien no sabía que estaba despierta. Tiene las manos ensangrentadas y una pierna morada. Tuvo que haber llegado hace poco.
-¿Us...ted es Ben...jamín Gutiérrez? -pregunta en un hilo de voz. Quedo anonadado ante su pregunta, aunque creo que lo mejor sería responder.
-Sí, ¿por qué? -me sorprende, al escuchar mi voz, la diferencia entre el avance de la enfermedad de la mujer y la mía; no sabía que hasta en eso afecta, supongo que la enfermedad debe estar consumiéndola por la garganta o algo parecido porque mi esposa hablaba bien los primeros días... alejo su recuerdo lo más rápido que puedo, aunque llega a instalarse casi por completo...
-Muchas... gra... gracias, señor, gracias a... a usted lle...vo una se...semana viva. No... ha sido la...la me...jor de mi... vi...vida, pe...ro agradez...co po...poder seguir en...en el mismo mun...do que mi... familia -dice mientras hace una de las sonrisas más auténticas que he visto. Su agradecimiento me llena de calidez, me alegra poder ayudar a las personas. Ayudar también era el sueño de mi esposa, y por eso mismo el agradecimiento también es para ella. Gracias a la desesperación que tuve al verla morir es que creé un antídoto que, a pesar de no ser del todo efectivo, ayuda a muchas vidas a vivir un poco más, lo que por ahora es suficiente.
Cierro los ojos, esperando volver a abrirlos.
***
Me despierto mientras aún entra la luz del sol por las ventanas. Siento a una persona abrazada a mí mientras lágrimas mojan mi piel. Su cara está oculta en mi brazo sano, el que la persona sujeta con fuerza. No es necesario verle la cara para saber que es mi hijo. Acerco mi brazo más a él para abrazarlo, pero parece desconfiar por un momento. Duele pensar en cómo le afectó lo ocurrido, tanto que incluso desconfía de mí. Después de unos segundos parece volver a confiar en mí, y se acerca más.
-No quiero que mueras, por favor no te vayas -dice en mi oído mientras siento más lágrimas caer. Trato de soportar las lágrimas que vienen inminentes a mis ojos, y soy lo más paternal posible.
-Sabíamos que esto pasaría -eso parece entristecerlo más. Lo abrazo mientras expresa todo y me cuenta todo lo que sintió cuando murió su hermano, sus abuelos y su madre; y ahora que finalmente se va el último integrante de la familia aparte de él sabe que esta vez cambiará, pero no para mal. Aprenderá a ser independiente en el poco tiempo que le queda, que bien puede ser más de un año.
Llega un enfermero que lo aleja de mí con suavidad, con pretextos como la posibilidad de contagio.
-¡No me importa contagiarme! ¡Yo solo quiero estar con mi papá!
A pesar de sus palabras, lo llevan al sector de las personas sanas.
Después de eso, cierro los ojos con la certeza de que la próxima vez que volveré a abrirlos ya estaré muerto.
***
Analizamos más muestras, incluyendo las de Benjamín. Todas ellas muestran lo mismo: el virus tiene una estructura muy parecida a otros ya conocidos, es como si hubieran mutado o unido. Cualquiera de las opciones, esto es prometedor.
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