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Narra Esthepanie

Cuando no pude soportar escuchar tantas cosas que no entendía decidí soltar la mano temblorosa de Gustavo e irme de ahí. No podía seguir escuchando todos esos planes arriesgados de los que estaban hablando, porque hacer que mi novio entrara a una casa y la hiciera explotar no sonaba como un buen plan para mí, a pesar de lo contentos que todos parecían con eso.

Tomé la larga bolsa negra de mi vestido Prada para la boda del tío de Gustavo y le di una falsa sonrisa temblorosa antes de subir a mi habitación para empezar a arreglarme. Empezar seis horas antes era algo excesivo, incluso para mí, pero realmente prefería perder mi tiempo ahí a perderlo con todos en la sala, muriéndome del miedo y los nervios escuchando lo que querían que Gustavo hiciera y sin poder opinar al respecto sin tener a todos mirándome con molestia.

Saqué mi vestido de ensueño de la bolsa, era color esmeralda, por supuesto. Gustavo no lo había visto aún, pero esperaba que le gustara. Lo tendí en la cama con mucho cuidado y suspiré mientras lo veía, porque era tan, tan perfecto. Tenía un corte corazón discreto y sexy al mismo tiempo, era apretado hasta la cintura y luego la falda caía hasta el piso, con una abertura en el muslo izquierdo. Era sencillo, pero totalmente elegante, y, como Gustavo tuvo la amabilidad de mencionar fugazmente que su tío Juliano era un "empresario" bastante conocido y que iba a haber reporteros por todos lados, tomando fotos y esas cosas, ahora estaba completamente preocupada por lucir más que bien.

Me bañé con lentitud, disfrutando del jacuzzi de mi papá, limpiando muy bien cada pequeña parte de mí, incluyendo mis aún sensibles y aún grandes pechos. No es que fueran ya lo suficientemente buenos antes, pero sin duda aumentaron de B a C, y probablemente de por vida, no era que me quejara de ello, sólo esperaba que dejaran de sentirse tan adoloridos siempre. Sequé mi cabello, tomándome mi tiempo, y procedí a hacer unos rulos "despeinados" para después tomar mi cabello de enfrente y acomodarlo hacia atrás con un poco de volumen. Por algún milagro me quedó bien, se veía muy bien sin lucir exactamente elaborado.

Cuando estaba a punto de empezar a hacerme un maquillaje, que esperaba que quedara perfecto por mi propio bien, la puerta se abrió y Gustavo pasó a mi habitación. Faltaban sólo dos horas para la boda y él ni siquiera se había bañado, pero no era que necesitara hacerlo aún, él sólo necesitaba quince minutos para estar listo y asquerosamente guapo.

Gustavo abrió mi ventana y luego se sentó en mi cama, sin dejar de fumar. Odiaba que hiciera eso en mi habitación, porque después quedaba apestoso a cigarro por semanas, pero sabía que él lo necesitaba a veces, así que no le dije nada.

—Esto va a lucir perfecto en ti, amor —murmuró, sin ponerle mucha atención, haciendo mi vestido a un lado y luego haciéndose hacia atrás para acostarse en mi cama. Aspiró una larga bocanada mirando hacia la nada. Estaba más nostálgico que de costumbre y sabía que algo no andaba bien.

—¿Qué pasó? ¿Decidieron algo? —pregunté, sacando todas mis cosas y acomodando mis brochas y maquillajes en orden, para no tener que buscar y perder tiempo después.

—Sí. —Exhaló, tomándose su tiempo para sacar todo el humo—. Voy a ir con explosivos, entraré a la casa, los dejaré en algún lugar, dejaré que Nick y su amigo se vayan y luego trataré de irme antes de que la casa explote o no quedará nada de mí que enterrar además de mis sesos, si no es que quedan arruinados con la ceniza.

Dejé caer la brocha que sostenía y mi mandíbula cayó floja por unos segundos mientras trataba de procesar lo que él había dicho. Crudo y directo, así era él. No podía suavizarlo para mí.

—Eso es tan, tan estúpido. —Pude decir al fin con coraje, cerrando mis ojos—. Es tan arriesgado ¿cómo puedes siquiera...

—De hecho no lo es. Quiero decir, no del todo. —Suspiró—. Mira, son tres tipos de mi edad más o menos, están en una casa grande que no es suya con dos chicos secuestrados, jugando a ser los malos. Son sólo devotos seguidores de Ferrarotti, no tienen idea de nada, los viste cuando nos persiguieron, son muy tontos. Yo no lo soy, sé lo que hago. Esto es un trabajo fácil, pero no puedo dejar de estar nervioso.

—De todos modos, tontos o no, tendrán armas y hasta yo sé usar una para matar a alguien. Además probablemente alguien verá que estés limpio antes de dejarte entrar a la casa, no es seguro en lo absoluto.

—No. Son tres, nadie más, y no son organizados, no pensaron en nada además de que me quieren a mí por el chico. Dejaron la dirección y me pidieron que entrara al último cuarto, donde todos estarán escondidos, probablemente tratando de contener a Nick y el otro chico. Lo único que tengo que hacer es lograr salir rápido, antes que ellos.

—¿Entonces, si son tan tontos... por qué es necesario que hagas algo tan arriesgado como dejar explosivos? No creo que tendrían problema con entrar todos y vencerlos o algo así.

—No, de hecho es algo... mira, mi papá quiere todo a la mala y no hay manera de hacerlo cambiar de opinión. Quiere recuperar a Nick, quiere que yo salga de ahí vivo, quiere que mate a esos tres chicos y quiere que destruya la casa. Él sabe que puedo hacerlo, lo único que necesito es ser rápido. Te estoy diciendo que esto es un trabajo fácil, confía en mí.

(...)

Ya habiamos llegado de la Iglesia y estabamos en la recepción de la boda, todos estaban por alli bailando y yo estaba en la mesa con Gustavo a mi lado.

—¿Qué pasa? —le pregunté en voz alta por la música. Él tomó una larga respiración y negó con la cabeza sin verme a los ojos— ¿Quieres ir a otro lugar, dónde podamos platicar?

Asintió y tomó mi mano para caminar conmigo directo a algún lugar. Cruzamos la pista de baile, donde la gente ya se estaba amontonando y seguimos caminando hacia unas escaleras, las cuáles estaba segura de que no podíamos subir, pero bueno, ese era un chico Sabino y también estaba segura de que nadie se atrevería a decirle lo que podía o no podía hacer. Cuando llegamos al segundo piso nos topamos con varias habitaciones sin puertas, contenían material de limpieza, bocinas, luces y cosas así. Avanzamos hasta que encontramos una que no tenía nada además de una caja grande de herramientas y manteles doblados.

—Bien, dime qué te dijeron—exigí en voz alta apenas entramos a la habitación. Gustavo suspiró y me ignoró mientras se agachaba para cubrir la caja con manteles—. Gustavo...

Tomó mi mano y me jaló hasta que estuve sentada en la caja, a un lado de él, luego tomó otra larga respiración como las que siempre tomaba cuando había algo importante que lo tenía preocupado y se removió para estar frente a mí. No me gustó esa mirada, o la manera en que su garganta trabajaba y él no parecía poder soltar ninguna palabra, o el notable hecho de que lo que quería decirme era una mala noticia. Todo lo que él tenía que decirme siempre eran malas noticias, ¿podríamos alguna vez tener algunas buenas noticias? Seriamente lo dudaba.

—Tengo que irme en una hora—susurró por fin, con la voz tan ronca y baja que tuve que esforzarme para entender lo que había dicho. Fruncí el ceño porque no entendí y él cerró los ojos fuertemente antes de repetirlo—. Tengo que irme en una hora, Esthepanie. A volar esa casa y traer a mi hermano a salvo.

Mi boca cayó abierta y parpadeé varias veces sintiéndome como una pequeña niña tonta, sin poder decir nada. Negué con la cabeza porque me negaba a que lo hiciera y luego apreté los ojos también, para no gritar. Odiaba ser completamente inútil, odiaba tener que pasar por ese tipo de cosas, odiaba que mi novio tuviera que estar tan cerca de la muerte todo el maldito tiempo.

—¿Por qué?

—Cambiaron la fecha—respondió suavemente y levantó una mano para envolver mi nuca y acariciar mi cabello con sus largos dedos. Mi interior se sentía ardiendo por el miedo y la negación, mi corazón había empezado a bombear con fuerza y tenía muchas ganas de patalear y pedirle que se olvidara de eso, que no fuera por su hermano, pero no podía hacer eso, porque amaba a Nick y aún tenía la confianza de que estaba vivo, y quería que regresara con nosotros y estuviera a salvo—. Amor...

—No quiero que lo hagas—acepté con la voz quebrada, sin importarme si sonaba como una descorazonada—. No de esa manera. Es muy peligroso.

Él no lo confirmó ni lo negó, sólo se acercó para besar mi frente y poner sus brazos a mí alrededor con fuerza. Él sabía que yo tenía razón, no podía abogar por eso.

—Tengo que hacerlo, Esthepanie —repitió. Sollocé antes de darme cuenta de que estaba llorando y abracé su cintura con mucha fuerza, poniéndonos más cerca. Gustavo soltó todo su aliento y su espalda empezó a temblar—. No me quiero morir, quiero estar contigo mucho tiempo.

Hundí mi cara en su cuello y lo llené de lágrimas y mocos mientras seguía llorando sin poder parar, como pocas veces lo había hecho. Creo que la última vez que lloré de esa manera fue cuando estábamos en el avión, después de saber la muerte de mi mamá y aceptar que se había ido para siempre. Esa conexión de momentos me hizo llorar más fuerte.

—Gustavo—logré graznar, separándome sólo un poco de su cuello, recargando mi cara en su hombro y subiendo mis piernas a su regazo—. Tú me dijiste que era seguro. No debiste decirme mentiras.

—Sé supone que es seguro—murmuró, separándose también, para poder hablar mejor, pero sabía que aún estaba llorando, como yo, y aún no soltaba el agarre de mi nuca—. He hecho cosas más peligrosas antes, se supone que puedo hacer eso, pero ahora es diferente, tan diferente. Ahora voy a tener cuidado, ahora te tengo a ti, ahora no quiero morir, ahora Dios va a querer que muera. Él me jodidamente odia, y lo merezco. Voy a tener lo que no quiero, como siempre. Hubiera dado todo por morirme antes, y nunca pasó. Pero ahora que ya no quiero...

Respiré varias veces, tratando de recobrar el control para no llorar como quería hacerlo y empujé sus hombros para que me soltara. Apreté mis ojos y levanté las manos para limpiar las lágrimas en las pestañas de Gustavo, necesitábamos calmarnos. Él se estaba encerrando en la burbuja de autodestrucción de nuevo y necesitaba sacarlo de ahí, sobre todo porque tenía que irse a hacer el trabajo y si lo hacía mientras pensaba ese tipo de cosas, todo iba a salir mal. Mucho peor de lo que lo harían normalmente.

—No vas a morir Gustavo—le ordené, poniendo mis manos en sus mejillas y apretándolas ahí para llevar su mirada a la mía. Odiaba verlo así—. No lo harás ¿de acuerdo? Deja de pensar en eso, te estás programando para eso y no es bueno. Tienes que ir con confianza y trabajar como siempre lo haces. Confío en ti, amor, lo hago.

Después de mis palabras de ánimo él aún se veía como si estuviera a punto de ser crucificado, pero asintió e incluso trató de sonreír para mí. Ese chico no podía morir, no lo haría, me negaba a dejar que eso pasara.

—¿Te acuerdas de lo que me dijiste una vez, la cosa del pánico, lo del auto atropellándote? —Intenté, haciendo que asintiera y respirara profundamente para dejar de llorar—. Estás dejando que el auto te atropelle, ynunca lo habías hecho antes.

Eso pareció darle algo de qué pensar, parpadeó varias veces y se calmó, olvidando el llanto por completo e incluso haciendo una mueca, como si estuviera enojado consigo mismo por dejar que el auto lo atropellara.

—Tienes razón.—. Aceptó, y por fin, me dio una pequeña sonrisa de verdad, mirando mi cara minuciosamente, luego tragó saliva y se acercó para besarme.

Me besó lentamente, incluso más lento de lo que usualmente lo hacía. Yo solía pensar que los mejores besos eran los apasionados, rápidos y ansiosos, pero con Gustavo me di cuenta de que los lentos, tentativos y suaves besos no podían competir con ningún otro tipo de beso en el mundo, sobre todo porque no necesitas contener el aliento y puedes besar hasta que tú quieras. Gustavo jugó con mi labio inferior mientras hacía círculos en mi espalda, yo sólo me encargué de mantener a raya mi respiración y disfrutar de lo que me hacía. Él era tan, tan bueno en eso.

Estaba consciente de que ese podría ser el último beso lento que nosotros compartiríamos, aunque no lo quisiera aceptar en voz alta. Ese podría ser el último beso lento y perfecto que yo tendría alguna vez.

Minutos después recargamos nuestras frentes juntas y respiramos el mismo aire sin decir nada, entonces escuché las primeras notas de una canción vieja que mi mamá amaba totalmente. Una canción que ponía todos los días en donde fuera que estuviéramos. Ella se levantaba y le exigía a mi papá que bailara con ella, y yo siempre los veía y deseaba alguna vez bailar esa canción con un hombre al que amara tanto como mi mamá amó a mi papá.

—Tenemos que bailar—ordené rápidamente, levantándome y jalando su mano hasta que estuvo parado a mi lado, luciendo incómodo—. Por favor.

—No sé bailar—dijo, negando con la cabeza, pero no puso ninguna resistencia cuando rodeé su cuello—. Nunca he bailado antes. Ninguna clase de canción, y mucho menos una romántica.

—Yo tampoco sé bailar así, pero no importa—rodeó mi cintura y me aplastó contra él—. No puede ser tan difícil.

—Todo sea para complacer a la princesa.—. Murmuró en mi cabello, con una ligera risa en su voz. Y entonces me concentré sólo en la canción...

"I guess you'd say, what can make me feel this way? My girl..."

Y las lágrimas se secaron de mi cara por completo, no podía quedarme triste cuando eso estaba pasando. Por fin lo estaba haciendo, por fin estaba bailando "My girl" con un chico al que amaba, aunque no supiéramos bailar y sólo nos moviéramos abrazados de un lado al otro. Estábamos tan cerca de ser como mis padres, estábamos tan cerca de amarnos tanto como ellos lo hicieron.

Gustavo me siguió moviendo de un lado a otro por un rato, y, sorprendiéndome, empezó a cantar la canción con una voz, muy, muy baja, como si no pudiera evitar saberse la letra y dejarla salir. Me separó lentamente y luego tomó mi mano para darme una rápida vuelta de bailarina que me mareó, sólo para regresarme a su cuerpo otra vez. Ambos reímos después de eso, porque apestábamos demasiado bailando.

—My girl...—. Cantó Gustavo, y me apretó más fuerte, besando mi cabello. Y sonreí como una verdadera idiota sin dejar de bailar con él.

—¿Soy tu chica?—. Pregunté en voz baja, llevando mis manos al cabello de su nuca para acariciarlo de la manera en que le gustaba. Gustavo sonrió de lado luciendo arrogante y bajó sus manos en mi cintura hasta tocar la curva de mi trasero.

—Eres mi chica, mi amor, mi todo...—murmuró y antes de que siguiera diciendo más cosas bonitas y yo pudiera seguir suspirando de amor, su celular vibró en su bolsillo, entre nosotros, y nos tuvimos que separar—. Mierda... ¿Qué pasa?.. Sí... De acuerdo.

—¿Qué?—. Pregunté en cuanto colgó, sintiéndome helada por dentro. Él se lamió los labios dos veces y me dio una última sonrisa forzada antes de acercarse a peinar los cabellos rebeldes que caían en mi rostro.

—Me tengo que ir ya—contestó, como si todo estuviera perfectamente controlado—. Pero no voy a morir. Lo prometo. Ya no estoy asustado... no tanto.

Odiaba que la canción aún estuviera sonando de fondo mientras él decía eso. Se suponía que era mi canción favorita, la canción que más feliz me hacía sentir... después de ese día, si algo malo pasaba, la canción que siempre me hizo sentir mejor me iba a tirar abajo.

—Te amo—solté y besé sus labios rápidamente—. Esto no es una despedida, no lo es, pero quiero que lo sepas.

—Yo también te amo, ojos bonitos—susurró, dejando que la tristeza alcanzara sus ojos otra vez y respiró con fuerza—. Y no es una despedida, pero pase lo que pase... recuérdalo. Me siento como mierda por ese lapso de tiempo donde pensaba que sólo eras una chica molesta y no te traté bien. Lo siento. Eres lo mejor que me ha pasado, me salvaste, me hiciste sentir feliz, muy feliz. Y no dejaste nunca que el negro me consumiera... gracias.

—Te veré en un rato ¿no?—inquirí, cuando encontré mi voz de nuevo. Mi cara estaba hinchada y dolía al contener el llanto, pero como tanto estábamos diciendo, eso no era una despedida. No lo era—. Vamos a comer profiteroles, hacer el amor y platicar toda la noche ¿verdad?

—Esos son mis planes.

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