30
Cuando llegamos al Ritz-Carlton me dije que no era la gran cosa. Tenía una tarjeta de gente rica ahora y joyería real, ese hotel no debería sorprenderme, pero maldita sea, era enormemente genial.
Mientras Gustavo junto a Joe arreglaban las reservaciones, Nick, Sabrina, Diana y yo los esperábamos en el muy elegante lobby, con gente bronceada en bikini que pasaba por todos lados, hablando español. Era una cosa buena que yo lo hablaba, porque si no estaríamos realmente jodidos.
Nuestra suite era gigante, muchísimo más de lo que me esperaba, pero nunca antes había estado en un hotel así que realmente no tenía idea de qué esperar. Había una cama grande con un edredón dorado, una cocina, un pequeño bar, una amplia sala, un baño con jacuzzi, un balcón y mucho espacio como para no toparme con Gustavo si no quería. Lo cuál era malo, porque en realidad sí quería hacerlo. Era temprano y teníamos planes para la noche, así que cada uno se fue a sus respectivas suites para descansar un rato, lo que nos dejaba a un muy cansado Gustavo y a mí solos con una cama que lucía tan, tan cómoda.
—Sólo hay que dormir —dije, cuando vi su vacilación—. Es tonto hacer un gran problema. Vamos a dormir, muero de sueño.
Él asintió, se quitó sus zapatos, quitó el edredón y se tiró en la cama sin hacer otra cosa. Me reí entre dientes por eso, era tan tierno cuando tenía sueño que no lo pude evitar. Hice lo mismo que él y me acosté a su lado, pero la cama era tan grande que no teníamos ninguna excusa para tocarnos.
Mala suerte.
Narra Gustavo.
Suspiré moviendo sus piernas de nuevo, esta vez más fuerte que la anterior. Hace dos minutos hubiera jurado que estaba despierta, me volteé por un segundo y ella volvió a quedarse dormida. Era adorable, pero no quería pensar en eso mientras la despertaba porque realmente le di todo el tiempo que pude, tomando una ducha larga y todo.
—Está bien, está bien —murmuró enojada y se sentó en la cama—. Ya estoy despierta.
Asentí, mirándola por un rato mientras se levantaba para asegurarme de que no se quedaría dormida de nuevo, luego caminé hacia la sala, dónde todos estaban sentados, quejándose de Esthepanie y planeando la noche. Querían ir a cenar y luego al club más cercano al hotel. Estaba bien con la cena, pero los clubs no eran lo mío, sobre todo porque la última vez que fui a uno, un chico loco drogó a mi novia... como sea, iba a estar de acuerdo con cualquier cosa que ellos quisieran, de todos modos.
Unos cuarenta minutos después, Esthepanie apareció, ella estaba usando algo de lo que mis hermanos le regalaron. Una falda negra suelta que empezaba en su cintura, demasiado corta para mi gusto, un top negro con tela de encaje que dejaba una franja de la suave piel de sus costillas para que todos la vieran, su cabello estaba suelto, tenía esas ondas despeinadas que la hacían ver algo salvaje y despreocupada. También estaba usando mi regalo, todo, el collar, la pulsera y los aretes. Se veían preciosos en ella, sus ojos se veían más oscuros, casi del color de las esmeraldas. No dije nada acerca de lo hermosa que se veía o me vería en la necesidad de expresar también lo mucho que no me gustaba esa blusa o esa falda tan corta.
—Gracias a Dios santo. —Gimió Nick y se levantó, tronando su espalda—. Muero de hambre.
El restaurante del hotel se veía bien, pero queríamos ir a explorar, por eso tomamos un taxi, el más grande que encontramos para que pudiéramos caber todos y nos dejamos en las manos de Esthepanie, la única que sabía español para preguntarle al taxista por referencias. La manera en la que hablaba español era algo insegura, pero aun así demasiado caliente, sobre todo cuando decía algo con 'r'.
La ciudad se sentía bien para ser agosto y estar tan repleta de gente. Era cálida, pero no sofocante, el aroma a mar era agradable y ver a tanta gente con tan buena energía era algo contagioso, sin mencionar que realmente necesitaba un respiro de Inglaterra. Un respiro de todo lo que había estado pasando últimamente.
Estaba enfermo de absolutamente todo. Estaba enfermo de mí mismo, también. Odiaba verme en el espejo, odiaba ver todos esos tatuajes en mi piel, a pesar de que eran geniales, porque también eran una muestra permanente de lo débil y raro que era. Odiaba ver a Esthepanie y que ella luciera tan triste, asustada pero, sin embargo, tan preocupada por mí, después de todo.
Creo que si Joe no hubiera chasqueado molestamente sus dedos hacia mí cuando llegamos al lugar, yo me hubiera quedado dando vueltas en ese taxi toda la noche, sin darme cuenta de ello. Suspiré y deseé poder estar de buen humor, aunque fuera esa noche solamente, porque aunque ya no era el cumpleaños de Esthepanie, aún era su celebración, estábamos ahí por ella y tenía que mantener mi mierda junta o la haría sentir mal, como de costumbre.
No estuve precisamente divertido en la cena, o platicador, pero supongo que eso no fue raro para nadie. Traté de hablar más que de costumbre para no hacerla sentir como que no me gustaba estar ahí e incluso disfruté un poco, dejando de lado lo incómodo que me sentía cada vez que Esthepanie se movía y su muslo se rozaba con el mío, o cada vez que, inconscientemente, mi mano llegaba a la suya, o cada vez que la sorprendía mirándome.
No quería ir a ningún club. No cuando Esthepanie se veía tan sexy y yo no podía hacer nada para alejar a nadie que quisiera acercársele ni mucho menos quejarme si ella quería platicar con algún tipo, bailar con él, o, Dios no lo permita, incluso besarlo. Ella ya tenía 18 años, no tenía novio, era libre de hacer lo que se le antojara, me gustara eso a mí o no.
—¿Bailamos? —me preguntó Esthepanie con una linda sonrisa. Nick me animó y palmeó mi espalda mientras caminaba hacia la gente bailando estúpidamente con Diana, Sabrina y Joe solamente se fueron de ahí. Como sea. Me encogí de hombros sin querer decirle que no.
—No creo que tengas verdaderas esperanzas de que yo baile —dije en su oído y peiné un poco su cabello hacia atrás, admirando su cuello desnudo. La chica inteligente pensó en quitarse mi regalo para que nadie quisiera lastimarla por ello, me sentí mal por no pensar en eso primero—. Ve a divertirte con los chicos y ten cuidado.
—Como sea—. Puso los ojos en blanco y se fue.
Sinceramente, nunca había entendido el punto de esos lugares, era sólo un gran salón repleto a donde la gente iba a escuchar música molesta en un volumen demasiado alto para ser agradable y a tomar, como si no pudieras hacer eso en tu propia casa. Me quedé unas cinco canciones sentado donde mismo, sin mover nada, pensando en lo sin sentido que era todo eso y tratando de encontrar a Esthepanie entre la gente bailando, la veía a veces, pero luego la multitud se la tragaba. Unos segundos después me levanté y caminé hacia la barra, si no iba a bailar por lo menos podría tomar ¿no? Era lo lógico. Quizás si tomaba lo suficiente estaría de humor para ir a pararme entre la gente y moverme un poco de lado a lado, sólo para encajar, aunque fuera estúpido.
Pedí tequila, porque era lo tradicional y porque no sabía si las bebidas tenían otro nombre en México, no quería pasar vergüenza. Resultó que el tequila era bueno, era más divertido estar sentado en la barra tomando a estar en esa mesa tratando de encontrar a Esthepanie bailando con alguien más. Cuando menos lo pensé, tenía una colección completa de caballitos vacíos frente a mí, me estaba sintiendo mucho más entusiasmado ante la música y menos molesto por ella, lo cual decía que me había excedido con el maldito tequila.
—Él es perfecto, Laura... —dijo alguien en español a mi lado, pero no le puse atención, hasta que otro alguien tocó mi espalda varias veces y tuve por obligación que voltear. Habían dos chicas detrás de mí hablándome en español sin parar. No entendía una mierda, pero ellas eran hermosas, en especial la de cabello castaño, sus ojos eran pequeños de color marrón y su nariz bronceada tenía un par de pecas.
Santo señor.
—¿Hablas inglés? —preguntó la guapa cuando se dio cuenta de que no entendía lo que estaba diciendo. Asentí hacia ella medio perdido en su cara y maldije cuando el barman se llevó mis caballitos, me estaba divirtiendo con ellos—. Hola, um, soy Laura y ella es Felicia.
—Gustavo —respondí respirando profundamente, acomodándome mejor en mi asiento para poder ver a Laura mejor, era hermosa y la manera en la que seguía mordiendo su labio me recordaba tanto a lo que hacía Verónica cuando se ponía nerviosa, las pocas veces que eso pasaba—. ¿Te puedo llamar Verónica?
La chica rió un poco, de una manera coqueta y miró de reojo a su amiga rubia alta cuyo nombre ya olvidé, luego asintió hacia mí y se acercó, poniendo su mano en mi muslo. Oh, vaya, Veronica tiene agallas.
—Me puedes decir como quieras, si me ayudas en algo.
—¿En qué?
—Verás, mi ex novio es un cretino... —Empezó.
Sí, todos lo somos.
Narra Esthepanie.
Saqué una liga de mi bolso y recogí mi pesado cabello en una cola alta, estaba sudando como nunca antes y estaba tan cansada. Nick era una máquina de bailar, aunque las cosas aún estaban algo incómodas entre nosotros por lo del secuestro, realmente nos estábamos divirtiendo juntos.
—Voy por agua—. Le avisé a Joe, quién me quedaba más cerca. Él desvió por fin la atención de Sabrina con la que estaba bailando y me miró con los ojos entrecerrados.
—Bien, pero no aceptes bebidas de nadie —dijo, con un tono tan mandón como el de Gustavo cuando se enojaba. Puse los ojos en blanco y asentí. Ya había aprendido la lección, para ser sincera.
Me retorcí entre toda la gente hasta que llegué a la barra pero entonces tuve que buscar un hueco libre, hasta que vi a Gustavo ahí, quien estaba platicando de lo más cómodo con una pequeña chica castaña entre sus piernas. Tomé aire y caminé hacia ellos.
—Un agua, por favor. —Le dije al barman a un lado de ellos, el tipo asintió y entonces Gustavo volteó hacia mí. Parpadeó con pesadez varias veces, sonrió de una manera muy contenta, también me di cuenta de que estaba borracho.
—Hola, ojos bonitos—. Murmuró y llevó su mano a la cintura de la castaña sin culpabilidad alguna, quién platicaba con una rubia sentada a un lado de Gustavo—. Ella es Verónica, la encontré de nuevo.
¿Qué?
—Me llamo Laura —gritó la chica cuando se dio cuenta de que había alguien más con ellos—. Pero él me ha estado llamando Verónica. No importa, es tan caliente que puede llamarme como quiera y está destruido, creo que podría aprovecharme de él esta noche.
Ja, ja, que chistosa.
—Sí, supongo —murmuré, me reí un poco dándole las gracias al tipo por el agua cuando me la entregó. Tomé un largo trago incómodo mientras ella acariciaba el brazo derecho de Gustavo y apreciaba sus tatuajes. Él estaba mirando su cara, como si estuviera hipnotizado.
—Esa chica era mi novia —murmuró Gustavo cerrando un poco sus ojos, creo que no sabía que yo seguía a su lado—. Lo arruiné y no creo que vuelva a estar con ella alguna vez, pero no importa, porque ahora estás aquí de nuevo.
Escupí un poco cuando escuché eso. La chica sonrió y se rió, poniéndose algo roja pero se acercó más a él. Bueno, perfecto. Si él seguía enamorado de su ex novia muerta y la veía en cualquier chica en un club, no debía ser mi problema. Me tomé todo lo que quedaba en la botella, conteniendo el enojo y me fui de nuevo con los chicos. La chica no era tan bonita, no se parecía mucho a la foto que Gustavo tenía en su habitación de Verónica.
No pude bailar cómodamente de nuevo. Estaba tan molesta, ni siquiera estaba molesta con Gustavo, o con Laura, estaba molesta conmigo, por no haber tomado a Gustavo de vuelta cuando tuve la oportunidad. Y el hecho de estarme reclamando eso a mí misma me ponía más molesta, porque tenía derecho a no querer nada con él de nuevo y a terminar la relación, así como él tenía derecho de estar con quien se le diera la gana.
—Gustavo se metió en una pelea. —Me dijo Joe después de un rato, jalándome del brazo, lo miré con confusión y lo seguí, junto con los demás, hasta que salimos del club. Él estaba sentado en la banqueta con la mirada baja a un lado de su guardaespaldas.
—¿Qué pasó? —pregunté cuando llegamos a él, levantó la mirada y vi su ojo poniéndose colorado. No me sorprendía mucho, de hecho se me hacía raro que llevara tanto tiempo sin algún tipo de contusión en la cara.
—Verónica tiene un ex novio cretino —dijo como explicación y se levantó con mucho esfuerzo—. Debí haberla escuchado.
—¿Verónica?—preguntó Joe, ayudando a su hermano a pararse derecho—. ¿De qué hablas?
—No lo sé. Estaba besando a Verónica de nuevo, quién ya no besa como antes pero su ex novio apareció todo enojado, me gritó cosas en español y luego me golpeó. Ni siquiera me pude defender. Eso no fue una jodida pelea, él tipo salvaje me atacó.
Todos se me quedaron viendo, inseguros. Mi boca estaba completamente abierta, pero la cerré y detuve todos mis pensamientos. Bien, él ya estaba besando a otras chicas, eso estaba perfecto. Me superó, eso era bueno.
—Vámonos. —Mascullé con coraje y caminé frente a ellos sin importarme si me seguían el rastro.
(...)
—Vamos, sólo sácalo. Es un imbécil, todos lo sabemos —dijo Diana, acariciando mi espalda. Gustavo se metió al jacuzzi desde que llegamos, sin darme la opción de bañarme primero para quitarme el olor a cigarro y sudor—. No te lo guardes.
—No puedo creer que la haya besado—solté de repente, con la voz ahogada—. Fue sólo un beso, pero eso significa que ya lo perdí. Pensé que pasaría un tiempo más, pensé que nos daría un tiempo.
—Fue sólo un beso, como tú dijiste. Está borracho y dolido por la ruptura, realmente no lo puedes culpar. —Suspiró.
—Es que no lo entiendes. Verónica es una chica malditamente muerta y esto tiene que ver con ella, he estado compitiendo con una chica muerta desde que lo conozco —murmuré con odio, porque eso era lo que más me dolía, que seguía pensando en ella de esa manera—. Él dijo que no importaba que no volviera a estar conmigo porque ahora ella había regresado o algo retorcido como eso.
—Vaya. Ese tipo de verdad tiene un montón problemas... Esthepanie ¿no te podrías enamorar alguna vez de alguien normal?
—¿Esthepanie? —gritó Gustavo—. ¿Estás aquí?
—Sí. —Contesté—. ¿Estás mejor?
—Sí, creo, aunque no por completo aún. Se me baja rápido, por suerte. —Contestó, pasándose una toalla por el cabello—. Diana, ¿podrías dejarnos solos?
Ugh, no. No tengo ánimos para hablar de esto y perdonarlo, realmente no tengo ánimos. Diana me ayudó a levantarme y luego salió de nuestra suite.
—¿Podemos ir a la playa y hablar? Estoy mareado —dijo, cuando estuvimos solos. Tomé aire y me balanceé un poco en mis pies, negando con la cabeza.
—No. Mis pies duelen y quiero mi turno en el jacuzzi, además realmente no quiero hablar contigo.
Él me miró con algo parecido a vergüenza unos segundos y asintió rígidamente, caminando detrás de mí hacia la habitación. Se dejó caer en la cama cuando entramos, tomando su cabeza con ambas manos gimiendo un poco, como si no aguantara el dolor. Busqué mi pijama en mi maleta, tratando de no pensar en lo mal que me sentía por rechazarlo por primera vez. Él quería hablar ¿cuando pasaba eso? Muy pocas veces, pero en serio no podía seguir perdonándolo por cualquier cosa sólo porque su actitud de niño lastimado me volvía loca.
Me encerré en el baño, encendí el jacuzzi, puse música, dejé de pensar en Gustavo y me puse a considerar otras cosas de mi vida por un momento, como por ejemplo, qué haría de mi vida cuando llegáramos de nuevo a Inglaterra. No había aplicado para ninguna universidad y siendo sincera, no tenía ganas de hacerlo, o necesidad alguna. Podría viajar, pero ¿con quién? Diana entraría a estudiar medicina, de ninguna manera tendría tiempo de viajar. Probablemente yo debería de hacerlo también, o irme sola, conseguir un empleo y empezar mi vida lejos de todos.
Cuando mi lista de reproducción se terminó volví a la conciencia. Mi piel estaba arrugada y mi cuerpo demasiado relajado como para responder a la primera. Habían pasado tres horas con cuarenta minutos y yo había resuelto absolutamente nada en mi cerebro, tenía una ligera sospecha de que mi vida adulta realmente iba a apestar.
Abrí la puerta del baño e inmediatamente regresé a la triste realidad, donde Gustavo había roto la mitad de las cosas en la habitación. Dejé salir un suspiro cansado, caminé con cuidado a la cama, guardé mis cosas y volteé hacia el chico, sentado en el piso, con su mirada dura en la ventana. Estaba enojado.
—¿Estás bien? —pregunté con cuidado, acercándome lentamente a él. Era obvio que no se sentía bien o no hubiera hecho ese desastre, pero lo que yo quería saber era si se había lastimado con algo, al parecer él lo entendió porque levantó sus manos limpias y se encogió de hombros, sin voltear hacia mí. Me di cuenta de que estaba calmado, así que me senté a su lado—. ¿Fue por mi culpa?
—Nada es por tu culpa. —Puso los ojos en blanco dejándose descansar en la pared—. Y no, no del todo. Soy yo, estoy enojado conmigo mismo, he terminado con esto.
Dejó salir un gran respiro lastimero y me quebré, tomé su mano con fuerza abrazando su brazo, apoyando mi cabeza en su hombro. No quería ver su cara descompuesta o sus ojos rojos cerca de las lágrimas, quería olvidar lo difícil que era todo para él, y lo mucho que yo tenía que ver con eso últimamente.
—Ya no quiero ser así, Esthepanie. —Empezó, con la voz ahogada—. Ya no quiero ser como esos hombres de la cárcel. Ellos están ahí dentro, yo no, tengo que dejar de actuar como si estuviera encerrado en ese lugar para siempre, también. Realmente estoy enfermo, cansado de gritar sin voz, romper cosas sin fuerza, llorar sin lágrimas, de sufrir por cosas que ya no puedo arreglar. Estoy tan cansado de estar deprimido todo el tiempo, soy muy joven para esta mierda. Siento como que necesito ser feliz, aunque sea tratar de serlo. Una persona no puede aguantar tanto, te juro que yo no puedo aguantar tanto.
—Yo tampoco quiero que sigas siendo así, realmente no te lo mereces —murmuré, abrumada por sus palabras, apretando su mano muy fuerte—. Quiero que seas feliz todo el tiempo. Una sola persona no puede cambiar el mundo y menos uno como el nuestro. Supongo que sólo tienes que aprender a lidiar con ello, ambos tenemos que hacerlo.
—Definitivamente eres ese punto blanco en mi negro ¿lo sabías?—se rió un poco y levanté mi cabeza para darle una sonrisa, sus ojos ya no estaban tan rojos. No entendí mucho eso del punto blanco, pero supuse que era una cosa buena—. Siempre has sido lo que me mantiene fuerte, desde que era un niño pensaba que eras tan miserable por tener un papá como Dio, me decía: si esa niña puede aguantar esta vida, estoy seguro como el infierno que yo también puedo. Cuando tenía que matar a alguien pensaba en si tú también tendrías que hacer cosas así y cómo te sentirías por eso. Rezaba por ti, para que fueras feliz, que pudieras dormir en las noches... eso es algo raro ¿no? Te tomaba como una referencia para una vida de mierda, quería conocerte sólo para ver si tú podrías entenderme, pero entonces cuándo te conocí me caíste tan mal. Eras platicadora, molesta, energética, al contrario de lo que pensé todo el tiempo, esperaba que fueras como yo, sabes. Luego me di cuenta de que me entendías, después de todo me hiciste sentir feliz de nuevo y sigues estando para mí, aunque lo único que hago es arruinar las cosas y hacerte llorar.
—Me haces sentir feliz, también. —Aclaré rápidamente, haciéndolo sonreír.
—Estaba pensando en lo malo que será mi futuro, mientras tú estabas en el baño. Estaba pensando lo horrible que va a ser tener que seguir viviendo sin estar contigo pero viéndote todo el tiempo, lo mal que voy a estar si tú consigues a alguien más, si te casas, si tienes hijos. Y entonces me di cuenta de que estaba pensando en el futuro, nunca había pensado en el futuro antes. Esperaba morir todos los días, lo esperaba con ansias, pero ahora estoy pensando en el futuro... eso me asusta, pero me hace sentir mejor también. Ahora pienso en el futuro, sonrío a veces, incluso me dan risa algunas cosas y tengo esperanza de que las cosas se van a poner bien en algún punto de mi vida. Creo que estoy mejorando, gracias a ti.
Me quedé mirando sus ojos unos segundos, muy largos segundos, era tan hermoso, era mío, mío para siempre. No había ni una posibilidad de que yo consiguiera alguien más, me casara y mucho menos tuviera hijos. No lo haría si ese no era Gustavo.
—Déjame hacer esto una última vez —susurró acercándose a mí con inseguridad, poniendo una mano en mi cuello y cerrando sus ojos, ¿Cómo podía rechazarlo después de las cosas que acababa de decir? Eso no era posible. Nuestros labios se tocaron por fin después de lo que se sentía como milenios y nos quedamos ahí cerca de un minuto, sólo con nuestros labios juntos, como nuestro primer beso.
***********
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro