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29

El día de mi cumpleaños empezó con Diana sentada a horcajadas sobre mí, saltando salvajemente, como si me estuviera cabalgando. Ella sólo era una niña grandota.

—¡Despierta y brilla, solecito! —gritó, sin dejar de montarme—. La vida es muy corta como para que estés tanto tiempo en la cama. Dormirás cuando estés muerta, ahora tienes que aprovechar que ya eres una adulta, una mujer mayor. Vamos, vamos, vamos.

—¡Cierra la maldita boca! —Le grité, haciendo fuerza con la garganta, sin poder lograr que dejara de brincar sobre mí. Demonios, ella era tan, tan,  molesta—. Ya estoy despierta, déjame en paz.

Diana rió y se tiró a mi lado, muy cerca de mí porque mi cama era demasiado pequeña. Bostecé estirandome profundamente, sin preocuparme por aplastar a mi mejor amiga con mis miembros aplomados, estaba tan cansada. Hablé con Gustavo como hasta las tres de la mañana, más o menos, discutiendo acerca de nuestras pequeñas vacaciones. Primero quería ir a Paris, pero luego lo pensé mejor y decidí que deberíamos ir a una playa, entonces nos decidimos por ir a Cancún. Gustavo no estaba exactamente resplandeciente de emoción, pero no le pareció tan mala idea, incluso hicimos algunos planes, ni siquiera me di cuenta de cuándo me quedé dormida. Qué vergüenza.

—Tu papá compró tu pastel de helado favorito y tiene un regalo especial que sé que te encantará. Vamos, debes despertarte, ya es bastante tarde dormilona, tenemos que irnos temprano.

—Sólo cierra la boca un segundo, por favor. —Gemí, tallando mi cara. Siendo honesta, si no hubiera mencionado el regalo y el pastel, no hubiera siquiera considerado levantarme. Me senté tratando de volver a mí misma por unos segundos, luego me levanté con dolor muscular para entrar al baño.

Cumplí algunas de mis necesidades, entre ellas lavar mi cara sin preocuparme en deshacer mi muy despeinado moño alto o quitarme mi pijama, que consistía en un short azul de deporte y una camisa negra de Gustavo con un dibujo raro. Cuando salí de mi baño Diana se levantó de la cama a abrazarme fuertemente.

—Feliz cumpleaños, Esthepanie —murmuró en mi cabello—. Te amo.

—Yo también. Estoy muy contenta de que estés conmigo aquí, creo que hubiera enloquecido sin ti.

—Lo sé, lo sé. No eres nadie sin mí. —Rió alejándose un poco—. Vamos, tenemos un pastel que comer y algunos regalos geniales que abrir.

Bajé las escaleras corriendo torpemente, siendo tosca y tonta, con Diana pisándome los talones. Cuándo llegamos al último escalón, ella casi se cae, solté una gran carcajada, llamando la atención de algunas personas en mí sala de estar.

Carajo.

—Uh... olvidé mencionar que Gustavo estaba aquí. Lo siento —dijo, cuando vio el estado de shock en que estaba al ver a un muy guapo Gustavo en la sala, mientras yo tenía su camisa puesta, mi cabello horrible, mi cara de recién despierta, también estaba probablemente apestosa. Lo miré realmente mal un segundo, les dí a los chicos y a Marta una incómoda sonrisa de disculpa para subir las escaleras de nuevo, maldiciendo mi vida.

Me bañé en tan solo cinco minutos, mi récord. Me puse un lindo vestido rosa pálido con un pequeño cinturón café, cepillé mi cabello, me hice una cola de caballo alta para no parecer rata mojada, me puse sólo un poco de polvo y rímel, algo de perfume, tomé una larga respiración y bajé de nuevo. Esta vez como una chica normal, no como un niño de cinco años.

Gustavo, por primera vez en nuestra historia, estaba mirándome fijamente mientras bajaba las escaleras, lo cuál me puso nerviosa causando que me tropezara un poco, haciéndome jadear ruidosamente porque por un segundo realmente pensé que me caería de cara frente a él y moriría. Diana se rió fuertemente de mí por eso, pero decidí ignorarla, lo más importante en ese momento era que Gustavo estaba sonriendo hacia mí. Sonriendo de verdad, como si nunca hubiera pasado nada malo entre nosotros.

Cuando él extendió sus brazos como para que corriera a abrazarlo, miré a los demás. Sus hermanos, mi padre, Linda, Diana y Marta trataron de hacer como que no nos estaban poniendo atención, pero estaban fallando totalmente. Tomé otra respiración profunda y terminé con la poca distancia que quedaba entre nosotros rápidamente, estampándome contra su cuerpo, enredando mis brazos en su cuello, enterrando mi nariz ahí, oliéndolo mientras él rodeaba mi cintura con cuidado. No estaba seguro aún, a pesar de mi fuerte abrazo.

—Feliz cumpleaños, amor —murmuró en voz baja y, por fin, apretó sus brazos a mi alrededor, levantándome un poco del suelo—. Espero pasar muchos otros cumpleaños a tu lado, aunque sea de esta manera. Te amo mucho.

—Gracias. —Logré decir, en voz muy baja, llevando mis manos al cabello de su nuca acariciándolo un poco mientras él nos mecía muy levemente de un lado a otro. Su abrazo era protector, suave, apasionado y triste al mismo tiempo. Tenía tantas ganas de besarlo. Apreté mis ojos para no soltar ninguna lágrima—. Ya sabes que vas a cargar conmigo mucho tiempo, lo quieras o no, te amo también, muchísimo. Con tatuajes, traumas y todo lo demás.

Él rió un poco, de una manera tan triste que me hizo sentir aún más triste a mí, y me soltó. Dejé ir su cuello dando un paso hacia atrás, pero antes de que pudiera alejarme por completo él llevó sus manos a mi cara con cuidado, así que dejé mis brazos recargados en sus anchos hombros con mi cuerpo casi fundido al suyo, esperando lo que él quisiera hacer. No creo que lo dejaría besarme, al menos no en los labios, no aún. Si lo dejaba besarme, aunque empezara como algo inocente, eventualmente se convertiría en algo no apto para el público en general, teníamos mucho público ahí, incluyendo a mi padre, así que sólo dejé que acariciara mis mejillas un momento.

Narra Gustavo.

Hombre, quería tanto besarla, quería arrancar sus labios con los míos, acariciarla, amarla... pero no sería posible, así que me quedé tocando sus mejillas un tiempo, adorando lo bella que era. Sus ojos estaban llenos de lágrimas por la emoción, igual que los míos, supongo. Sus labios estaban al natural, ella estaba tan bonita, oliendo a manzanas y dulce vainilla más fuerte que nunca.

Me atreví a bajar mis dedos a sus labios, de una manera muy delicada para que ella no quitara su cara de mi toque, me acerqué a su cara sin poderlo evitar más, pero no besé su boca, sólo la respiré más de cerca, añorando el tiempo en que podía besarla las veces que quisiera, dónde y cuando yo quisiera. Esos eran buenos tiempos, hubieran sido tiempos perfectos si yo no fuera tan asquerosamente estúpido para darme cuenta de lo mucho que la amaba desde antes. Esthepanie parpadeó después de unos segundos, dejando salir una sola lágrima, levantó su cara para besar mi nariz.

Oh, esta chica va a ser mi muerte, estoy muy seguro de ello.

Carraspeé mi garganta cuando me obligué a soltarla por fin para esconder mis manos temblorosas en mis bolsillos, volteando hacia toda mi familia mientras el señor Ferrer le daba un muy, muy fuerte y tierno abrazo de oso a su hija. Nadie podría decir por la manera en que la estaba sosteniendo, como si fuera su mundo, que el hombre era malvado.

Recordé todas esas veces mientras yo crecía que el señor Ferrer se presentaba en mi casa, con sus trajes pulcros, guardaespaldas, miradas tenebrosas, y escuchaba acerca de su hija. Rezaba por esa niña todos los días, pensando en lo mal que debía de ser vivir con ese horrible hombre, que equivocado estaba.

Esthepanie abrazó a todos, respondió sus felicitaciones y empezó a abrir sus regalos.

Mis hermanos le regalaron maquillaje, ropa, y zapatos. Obviamente escogidos por mi mamá. Ella le regaló, al parecer, un muy genial antiguo joyero de oro con algunas piedras preciosas, para combinar con mi regalo, estoy seguro. Esthepanie casi muere con eso, por primera vez en mucho tiempo miró a mi mamá con amor de nuevo, también tuvieron una plática corta entre susurros. Su papá le regaló un gran baúl de madera negra y vieja con remaches dorados que llegaba casi hasta sus rodillas, eran cosas de su mamá pero ella no quiso abrirlo frente a todos. Le regaló también una tarjeta American Express negra, ella la tomó con mucho cuidado con los ojos muy abiertos, al parecer aún no comprendía el alcance de la riqueza de su papá, diana se la arrebató empezando a decir lo mucho que la odiaba y lo genial que era, el señor Ferrer dijo que ella podía disponer de cualquier cosa que pudiera llegar a querer, lo cuál lo hizo ganar un abrazo agradecido de Diana.

Mis manos empezaron a sudar cuando tomó mi regalo, de verdad esperaba que no lo odiara, la señora que me lo vendió dijo que era algo perfecto para regalárselo a una mujer amada, pero ellos dicen lo que sea con tal de vender, era la cosa más cara que había comprado alguna vez, pero nadie me dijo nada. Mi mamá incluso me felicitó por pensar en algo tan bueno por mí mismo.

Esthepanie me dio una sonrisa nerviosa mientras jugaba con la pesada caja de terciopelo en sus manos. La abrió lentamente y luego su boca se quedó abierta con sorpresa por un buen rato. Mientras ella lo contemplaba, yo me retorcía con la anticipación.

—¿Son reales? —preguntó Diana, mirando por encima del hombro de Esthepanie el collar, la pulsera y los aretes que le compré. Me encogí de hombros asintiendo—. Claro que son jodidamente reales. Hombre, esto es asombroso, gracias, de parte de Esthepanie. Ella los ama, es sólo que nunca había visto algo así en su vida.

—Oh, por Dios. No lo puedo creer —susurró ella con los ojos brillantes, sin apartar ni un poco la mirada del contenido de la caja. Respiré con alivio y sonreí—. Esto es tan, tan, tan perfecto. No puedo... no puedo creerlo, muchísimas gracias. Eres el mejor.

Ella dejó con mucho cuidado la caja en la mesa para luego abalanzarse hacia mí, abrazando mi cintura con mucha fuerza. Todos rieron observando lo que le regalé. Mi mamá y Linda expresaron lo hermoso que era mientras Esthepanie seguía agradeciéndome.

Para diez días de mierda, eso se sentía exactamente como el paraíso.

Narra Esthapanie.

Lo que yo pensé que sería el peor cumpleaños de todos se convirtió en uno de los mejores días de mi vida. Tuve ropa, maquillaje, zapatos de mi tienda favorita, un baúl lleno de cosas de mi mamá, una jodida tarjeta negra con la que podía comprar mi tienda favorita completa y la carta más linda jamás escrita por parte de Diana.

Pero lo mejor de todo: un collar, una pulsera, un par de aretes con esmeraldas y diamantes. El collar no era tan grande, pero era jodidamente pesado para su tamaño, la cadena de oro era algo gruesa, sólo un poco, tenía tres relucientes esmeraldas colgando con pequeños diamantes alrededor de ellas, la pulsera tenía porciones iguales de los dos y los aretes eran igual que las esmeraldas en el collar, rodeadas de pequeños diamantes. Nunca había visto tanta riqueza junta. Podía alimentar a tres países pobres con eso, o más.

(...)

Diana, Nick, Joe y Sabrina eran los únicos disponibles para ir de viaje con nosotros, además de el guardaespaldas de los chicos. Así que ahí estaba yo en la avioneta, directo a Cancún. Les dije a todos que tenía sueño, pero en realidad sólo quería estar alejada del mundo un rato, así que me senté, me puse mis audífonos y comencé a escuchar mi playlist más deprimente para sentirme peor. Era sorprendente la cantidad de canciones de mujeres dolidas que había en itunes.

Estuve alejada de todos durante todo lo que llevaba el vuelo, que era mucho, por cierto. Los chicos eran ruidosos y molestos, todos menos Gustavo, obviamente, era el único al que no había escuchado gritar, hablar o reírse. Paramos en un lugar a cargar gasolina o algo así, supongo, me levanté para ir al baño por segunda vez. Tres minutos después de que regresé al asiento, Gustavo se sentó junto a mi.

—Hola.

—Hola —respondió él, se acomodó rígidamente en el asiento—. No tuve oportunidad de decírtelo antes pero, como sabes, mi mamá hizo las reservaciones y ella como que... reservó una suite para nosotros dos. Cuando le expliqué que no estábamos juntos ella ya la había pedido.

—Ah... —Le puse pausa a la canción y me acomodé mejor para verlo de frente—. A mí no me importa. Pero si a ti te molesta, puedo quedarme con Diana.

—No, así está bien. Ni siquiera utilizo la cama, de todos modos —murmuró, nervioso, y sus mejillas se mancharon con un poco de rojo.

¿Gustavo se sonrojó? Oh, que cosa tan hermosa.

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