03
Narra Esthepanie
Al despertar, me desperece y me fui al baño. Sólo podía pensar en todo lo que había sucedido la noche anterior, lo poco pero significativo que había pasado. Creo que nunca voy a poder olvidar esa noche. Fue muy único que Gustavo y yo pudiéramos abrirnos tan rápida e íntimamente al punto de contar cosas de nuestra familia y sentirnos tan conectados con las situaciones por las que habíamos pasado, me sentí realmente bien hablando con él.
Tomé una toalla, la puse alrededor de mi cuerpo y otra en mi cabello. Al salir me puse una falda, una camiseta de tirantes y unas zapatillas. Sequé mi cabello e hice algunas ondas en él. Al salir de mi habitación me topé con Gustavo, le sonreí pero él sólo me ignoró, me molestó su actitud tan bipolar así que me puse seria y baje tranquilamente las escaleras, podía sentir su presencia detrás de mí.
—Esthep... —murmuró.
Yo lo ignoré tal como él había hecho hace unos segundos y terminé de llegar al pie de la escalera.
—Buenos días. —Entré alegremente a la cocina y les ofrecí una sonrisa a los padres de Gustavo.
—Buenos días mi niña —respondió Marta devolviéndome la sonrisa—. Siéntate, ya casi está el desayuno. Ayer olvidé darte el recado, pero tu padre se tuvo que ir a otro lugar, está en la ciudad pero en otro sitio. Dijo que estará bien y que pasará a verte.
—Gracias Marta. —Le respondí con el atisbo de una sonrisa—. Aunque hubiese querido que se despidiera —murmure tan bajito que fue inaudible.
Gustavo entró a la cocina minutos después.
—Buenos días —dijo con cara de pocos amigos.
—Buenos días, uy que genio el tuyo —Le contestó Marta poniendo los ojos en blanco.
Él sólo se sentó.
Marta terminó el desayuno y comimos conversando de todo un poco, menos Gustavo que paso toda la comida en silencio.
—Bueno, muchas gracias todo estaba muy rico. —Me levanté de la mesa—. Voy a salir un rato a conocer la ciudad, ¿no hay problema? —pregunté dirigiéndome a Marta.
—No mi niña tranquila, ve. —Sonrió amablemente—. Gustavo, acompáñala.
—Que vaya sola, yo no soy guía turístico. —Replicó de mala gana.
Me sorprendió cuando dijo eso, no sé por qué actuaba así, ayer estuvo muy amigable, incluso se abrió un poco conmigo. Sólo lo miré de reojo y volví mi vista a Marta.
—Tranquila Marta, puedo ir sola. —Sonreí falsamente.
Ella solo fulminó con la mirada a Gustavo y se dispuso a recoger la mesa.
Subí a buscar mi teléfono y mi bolso a la habitación. Estaba desconcertada por lo que él había dicho, no tenía idea porque actuaba como si de repente no le agradara, pero eso no arruinaría su día.
Salí de mi habitación nuevamente, iba bajando las escaleras y choque con Gustavo.
—Esthep yo... lo siento por...
—No Gustavo, tranquilo. En realidad tú no tienes la obligación de ser amable conmigo, así que entiendo que no me quieras acompañar. —Lo interrumpí antes de que terminara de hablar.
Lo empujé, terminé de bajar las escaleras y salí de esa casa.
Necesitaba estar sola por un tiempo.
(...)
Estaba en el centro de la ciudad, en una heladería muy bonita que estaba decorada como de los 90's, con karaokes y discos en las paredes, el piso de cuadros y taburetes de metal con los asientos de color rojo.
—Buenas señorita, ¿que desea ordenar? —me preguntó un chico sonriente, rubio, y con unos ojos azules que enamoran a cualquiera.
—Sí, quiero un brownie con helado encima. —Sonreí.
—Ya se lo traigo.
—Espera —le dije a lo que él se detuvo, y regreso a la mesa— ¿Puedes calentar el brownie?
—Claro. —Rió.
Estaba esperando que me trajeran mi helado cuando me entró un mensaje.
De: Gustavo
Hora: 11:45 am.
Necesito hablar contigo...
Ignore su mensaje. Estaba dudando en responderlo cuando llego el chico guapo con mi pedido.
—Que lo disfrutes —dijo con una sonrisa seductora.
—Gracias, así será.
Estaba delicioso, no había dejado nada en el plato. Quería ir por allí a pasear pero no conocía Italia y capaz se perdía. La mejor idea era volver a casa.
—Buon pomeriggio ¿Dove vuoi andare? —me preguntó el taxista cuando arrancó. Tampoco supe que dijo pero había subido a mil taxis, sabía lo que quería decir.
Lo único que no sabía ahora era a dónde mierda tenía que ir ¿Cómo se me ocurrió pedir un taxi si ni siquiera sabía a dónde tenía que ir? ¿Por qué no se me ocurrió preguntar la dirección de la casa? ¿Ahora cómo voy a llegar a casa de los Sabino de nuevo?
—Destra —murmuré, deseando que significara lo que yo creía que significaba. Para darle más sentido a mi palabra le hice señas por el espejo retrovisor para que fuera derecho—. Destra.
El hombre frunció el ceño como si se hubiera confundido, pero me obedeció. Salimos del bonito lugar donde estaba la cafetería y luego manejó todo derecho, hacia no sé dónde.
Me arrepentí cuando ni siquiera habían pasado cinco minutos de camino. Debí haberle dicho al taxista que regresara y me dejara en buenas manos donde sabía dónde estaba y había gente que entendía lo que decía, pero no lo hice, porque soy estúpida e impulsiva y no puedo creer que me acabo de dar cuenta de algo tan obvio.
¿Por qué no pienso bien las cosas antes de hacerlas? ¿Por qué no le pedí una dirección a Marta? ¿Por qué no le dije a Gustavo cuando al parecer ya estábamos logrando algo y probablemente lo podía convencer de que me llevara? ¿Por qué me subí a un taxi que me llevó a pasear por lugares completamente desconocidos de Roma? Muchas preguntas, una misma respuesta: Porque soy tonta, soy una chica totalmente tonta que no piensa antes de actuar.
Estábamos por un lugar lleno de tiendas, casas geniales y muy caras, gente fabulosa caminando normalmente y mucho tráfico. Mientras contemplaba como si nada las hermosas casas pintorescas, los colores, edificios, la arquitectura fantástica que no se comparaba con nada que hubiera visto antes, y todo eso, recordé una cosa, una cosa muy jodidamente importante: dejé mi mochila en la cafetería. Mi mochila, con mi dinero dentro, y me subí al taxi con nada más que mi tonta existencia. No era como si hubiera ido de una esquina a otra, traje al hombre por media ciudad, se detuvo a poner gasolina dos veces, el taxímetro marcaba 106 euros y yo contaba con absolutamente nada. Ah por cierto, no sabía dónde estaba y no tenía un celular donde pudiera llamar a alguien, ni siquiera sabía sus números.
—Pare aquí, pare, per favore, pare. —Pedí con voz cortada en un impulso, guiada por el miedo. Él hombre asintió luciendo confundido de nuevo y justo cuando aparcó el taxi, abrí la puerta y me acomodé para salir rápidamente—. Yo... no tengo dinero. Yo no tener dinero. Yo sentirlo mucho. Scusa, scusa.
—¿Cosa vuoi dire, ragazza? —preguntó volteándose hacia mí, enojado—. Sono 106 euro.
—Scusa. —Repetí apenada y triste, moviendo la cabeza de un lado a otro y haciendo con mis manos la manera en mímica de decir: lo siento, no cuento ni con medio euro partido a la mitad, no le voy a pagar.
Al parecer entendió bien mis señas porque abrió su puerta bruscamente y supe que iba a venir hacia mí, entonces, actuando por otro impulso tonto, abrí mi puerta y me fui corriendo lo más rápido que mis piernas pudieron hacerlo.
—¡Torna qui, ladruncolo! —gritó el taxista detrás de mí, y luego lo escuché corriendo.
Dios por favor, que no me alcance, demonios, por favor, por favor que no me alcance.
Choqué fuertemente con dos mujeres que me gritaron algo ofensivo que no escuché, seguí corriendo sintiendo las lágrimas salir de mis ojos y secarse rápidamente en mis mejillas por el aire que me golpeaba en la cara y me revolvía todo el cabello.
Mis pulmones ardían, igual que todo mi cuerpo junto a mi estómago, sentía mi falda volar por todos lados pero decidí ignorarlo. El pánico era lo único que me mantenía corriendo. Seguí chocando con más gente, seguí corriendo por lo que me parecieron horas, cuando entré por una calle pequeña y solitaria, mis piernas empezaron a temblar al no escuchar a nadie tras de mí, el pánico empezó a abandonarme de a poco.
—Genial, gracias —susurré, apoyándome contra una pared y tratando de volver a respirar con normalidad.
Sí, seguía perdida, pero al menos ya no me estaba siguiendo nadie. Podía simplemente ir por la calle hablándole a toda la gente hasta encontrar a alguien que hablara inglés y que me ayudara o podía ir hacia el hotel más cercano, donde siempre obligatoriamente hay gente que habla inglés. O podía buscar a algún policía.
—Todo va a estar bien ahora —me dije una vez que mi respiración se calmó y empecé a caminar calle abajo.
Mis piernas temblaban por el ejercicio al que no estaban acostumbradas. Mi frente, nuca, axilas, espalda y quien sabe que otras partes estaban sudando por el calor, sudando mucho, sin mencionar que el short que traía debajo de mi falda era demasiado apretado y con la corrida que di se me enroscó en los muslos cortándome la circulación de las piernas. Di vuelta en la esquina, topándome con una calle estrecha y solitaria por donde sólo cabía un carro, los edificios de ambos lados eran de un naranja opaco y eran tan altos que tapaban el sol completamente.
—¡Merda! —escuché que un tipo maldecía fuertemente por algún lugar, luego se escuchó un rechinar de llantas y luego lo vi corriendo hacia mí desesperadamente.
Si la calle no fuera tan larga hubiera llegado a mí en menos de quince segundos, pero le estaba tomando tiempo y su cara estaba completamente roja, lo que me dijo que llevaba corriendo mucho tiempo. Antes de que me pudiera preguntar qué estaba pasando, si él también había escapado de un taxista o algo por el estilo, una camioneta negra me respondió.
Primero pensé que era una coincidencia, que había entrado a la calle porque era alguien que vivía ahí, pero cuando bajó el vidrio y antes de que el tipo que corría se acercara más a mí sacó una pequeña pistola y disparó contra el piso, muy cerca de él, me di cuenta de que su problema era mucho más jodidamente serio que el mío, me di cuenta también que iba a morir si seguía caminando hacia ellos como si nada. El pánico atacó en mi sistema de nuevo, como si alguien hubiera encendido la luz.
Ante el sonido del disparo el chico corredor cubrió sus oídos con una expresión de tremendo dolor y desconcierto, dejó de correr y se puso de rodillas en la banqueta, me imaginé que el estridente sonido lo dejó completamente aturdido, porque definitivamente hizo algo en mí que me dejó medio estúpida un segundo. Entonces la camioneta bloqueó su paso y justo cuando vi que otros tres tipos salían de la camioneta, me di cuenta de un pequeño muro que separaba un edificio de otro, me escondí ahí rápidamente sabiendo que por lo menos me cubriría de su vista.
Me recargué en la pared respirando de nuevo como si me fuera a quedar sin aire en cualquier momento, sintiendo otra vez el feo miedo llenándome, un miedo incluso más fuerte que el de antes. Porque una cosa era que un taxista me atrapara y me diera un sermón en italiano a que varios tipos en una camioneta me dispararan en la frente, me llevaran a algún lugar o me hicieran algo ahí en la calle.
—¡Prendere il bastardo e non farlo muovere! —gritó uno de ellos.
Después de palabras al viento, maldiciones en italiano y muchos quejidos, se escuchó un golpe muy, muy fuerte acompañado de un gemido horrible del corredor supuse, y luego alguien escupiendo y tosiendo.
—Questo accade quando si tenta di pasticciare con Dio.
Después de eso todos dijeron una clase de rezo rápido, y cuando pensé que todo había acabado, el sonido de otro disparo me hizo chillar fuertemente del miedo y hacerme bolita como si eso me fuera a proteger. No lo pude evitar. Nunca había estado cerca de una pistola antes, menos de una que le disparara a alguien y tampoco cerca de tres tipos que claramente acababan de matar a alguien a menos de diez metros de mí y que no tendrían ningún problema en matarme a mí también.
Sollocé fuertemente ante el pensamiento, y comencé a rezar de nuevo, porque era lo único que podía hacer, parecía ser mi única opción en ese momento. Tenía los ojos cerrados, estaba sentada contra la pared, dándole la espalda a los tipos y rezando cuando sentí un firme y fuerte agarre en mi cabello que me hizo gritar de una manera que me aturdió a mi misma. Me tienen, Dios santo, me tienen.
—¿Origliare? ¡Rimanere fuori di affari privati, stronza! —gritó alguien en mi oído, haciéndome temblar muy fuerte y llorar como nunca antes había llorado. Llorar por mi vida. Podía sentir en mi mejilla un fierro duro y caliente que subía a mi cien, podía sentir la mano del tipo enrollándose bruscamente en el cabello de mi nuca. Lloré fuertemente, soltando un chillido, moviendo mis piernas como loca y con mis manos tratando de alejar al tipo de mí.
—¡Non hanno tempo, dobbiamo andare ora! —gritó otro de ellos desde otra parte, y el hijo de puta que estaba poniendo su pistola contra mi frente maldijo, pero se levantó rápidamente.
Lo que pasó después de que el tipo se levantó, lo vi pasar en cámara lenta.
Levanté mi vista borrosa por las lágrimas hacia su cara para verlo y poder ir a denunciarlo. Él era completamente calvo, tenía unos duros ojos azules de loco, como los de Ezequiel, era gordo, alto y tenía un tatuaje en su antebrazo que decía: Dio. Cuando pensé que se iría, levantó el arma que tenía en su brazo y disparó hacia mi pierna izquierda sin más ni más.
Él movió sus labios y me dijo otra cosa que no pude escuchar, llevé mis manos hacia mis oídos rápidamente en un auto reflejo, justo como había visto que el chico corredor hizo y vi la camioneta negra irse. Yo no escuchaba nada.
Sacudí mi cabeza y grité de nuevo, sin poder escuchar mi voz. Sollocé fuertemente y bajé la mirada a mi pierna, ya había un charco de sangre bajo ella y seguía saliendo más y más. Grité de nuevo, grité que alguien me ayudara, grité el nombre de Gustavo, inútilmente.
Al principio no me había dolido, ni siquiera había captado mucho lo que había pasado, pero después de unos segundos mi pierna empezó a doler de una manera indescriptible. Aplomó todo mi cuerpo mientras el dolor subió y lo sentía en todos lados, no podía moverla, si movía cualquier otra cosa me dolía y ver la sangre saliendo sin parar me ponía más desesperada.
No supe cuánto tiempo pasó, pero después de un rato pude escuchar de nuevo mis sollozos y mis inútiles gritos de ayuda.
—¡Chiamare l'ambulanza! —gritó alguien en algún momento cuando yo ya estaba demasiado débil como para emocionarme o responderle algo. Sólo desearía haber escuchado a Gustavo y a todos los demás.
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