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Capítulo {27}:

Mi hijo...

—Vaya,  vaya— baja las escaleras con calma, como si estuviese contando los pasos —quien está vivo siempre aparece— no hablo, a mi memoria llegan recuerdos que había decidido sellar con candado y que ahora se enfrascan en torturarme, se detiene a un metro de mí —cuanto tiempo, Bel.

Ignoro el que haya pronunciado el apelativo que solamente me dice mi madre.

—¿Qué haces aquí?— el ríe por mi pregunta.

—Esta es mi casa.

Empiezo a negar lentamente con la cabeza, no puede ser, si esta es su casa entonces... —¿Eres el padre de Peter?.

—Y tu su profesora de Literatura— se burla.

—¿Tú eres el hijo de puta que lo maltrata a pesar de que es tu hijo?— su sonrisa pierde intensidad pero no se va.

—No sabes de lo que estás hablando.

Suelto una risa sin humor alguno —Créeme que sí sé, sé que golpeas a Peter, sé que no la está pasando bien por culpa del padre que tiene, sé que...

—Cállate— me interrumpe —quizás se autolesiona— sugiere.

—¡Serás cínico!— empuño la mano donde no tengo el bolso por la rabia que me corroe —¡¿Te piensas que tengo treinta y cinco años por gusto?!.

—Eso no lo sé— se encoge de hombros con indiferencia, la parsimonia con la que habla me tiene al borde de un ataque de locura —por cierto ¿cómo te fue en prisión?.

Aprieto la mandíbula, no me voy a dejar provocar.

—¿Y a ti? ¿Cómo llevas eso?— señalo la cicatriz que lleva en la cara, cicatriz que inicia en la sien derecha recorriendo ese lado de la cara, pasa por la mandíbula y termina en la barbilla.

Él no se deja amilanar —Mejor que estar ¿cuánto? ¿diecisiete? ¿dieciocho? No recuerdo, todos esos años que estuviste en la cárcel— guarda las manos en los bolsillos de su pantalón.

Suelto un suspiro y decido controlarme porque así no vamos a llegar a ningún lado, miro a esos ojos que durante un tiempo me gustaba que me miraban, ese azul profundo en el que sentía que me ahogaba de amor diecisiete años atrás, ha cambiado en todo excepto en la expresión de sus ojos.

—No he venido a pelear a pesar de que te odie más que nunca— aclaro —solo... solo quiero que Peter deje de actuar como lo está haciendo en el colegio ¿sabes cuántas veces ha faltado a clases?.

—Peter nunca falta.

—¿Ah no? ¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Dónde está él ahora?.

—Peter sale de aquí todos los días de la semana hacia la escuela.

—Eres el peor mal padre que pueda existir— me burlo con tristeza —un hijo de puta al que solo le sigue importando su persona.

—Mi persona es importante, Belén— pronuncia con cinismo —¿por qué crees que estuviste tanto tiempo en una cárcel?.

—Por meterme con quien no debía, de eso estoy segura— manifiesto —¿Por qué carajo tuviste a Peter si no le vas a dar la atención que se merece?— la voz se me quiebra.

Muestra una sonrisa significativa —Digamos que Peter es como una inversión.

Freno mis pies ante el impulso de lanzarme sobre él y terminar el motivo por el cual fui a prisión.

Esto me demuestra una vez más que no debo arrepentirme de haberle rajado la cara cuando tuve oportunidad.

—¿Una inversión? ¿Tu hijo? ¿A una persona de tu propia sangre la consideras una inversión?.

—Eso he dicho.

—¿Qué clase de padre eres, Friedrich? ¿Dónde queda entonces el amor maldito asqueroso?.

—¡Qué amor ni que nada!— al fin su calma desaparece —¡No te permito que vengas a mi casa a ofenderme porque yo no pedí un hijo!.

Esas últimas cinco palabras me dejan sin habla por un instante.

—¿Dónde está su madre?— cuestiono en un susurro.

Deja escapar una risa fuerte y despectiva —Belén, hazme el favor y sal de mi casa.

La cabeza me duele, mi corazón aclama algo pero no sé qué es, la sangre corre a toda velocidad dentro de mí acelerándome el pulso.

»¡Fuera, Belén!— tomo un poco de aire y con un nudo en la garganta doy media vuelta.

¿No piensas tener hijos?.

—No.

—¿Por qué?.

—Son una pérdida de tiempo.

Aprieto los dientes y un dolor punzante en el pecho me hace buscar respirar con desesperación.

—Estoy embarazada.

—No lo quiero.

Me detengo a mitad de pasillo, mi cerebro trabaja con rapidez atando cabos y llego a una conclusión que me deja sin aire.

Giro sobre mi propio eje y retrocedo hacia el salón nuevamente, los tacones hacen ruido en cada choque contra el suelo, lo veo subir las escaleras.

—¿Dónde está mi bebé?— mi voz lo detiene y sus hombros se sacuden mientras ríe.

Se voltea dándome la cara —Creí que te irías sin hacer esa pregunta.

—¿Dónde está mi bebé?— repito la pregunta con rabia —¿ya no me has condenado bastante con diecisiete años de cárcel?.

—No me es suficiente, ¿Qué mejor condena que impartirle clases a tu propio hijo?.

Se me hiela la sangre, veo todo borroso, un sudor frío recorre mi nuca y un fuerte mareo me invade haciéndome trastabillar hacia atrás tirando un jarrón de porcelana al suelo y si no fuese por el sillón a mi lado hubiese caído también.

—¡Señorita!— escucho la voz de la empleada —¿señorita está bien?— siento sus manos sostenerme —venga siéntese— me dejo hacer hasta que mis rodillas chocan y caigo en el mullido sillón —enseguida le traigo algo de agua.

—Déjala a ver si se muere— la voz de Friedrich se escucha cerca y al alzar los ojos lo veo frente a mí.

Me froto la cara con las manos.

—¿Por qué?— murmuro —¿por qué me has quitado la única ilusión que tenía? La ilusión de ser madre con todas las de la ley, ya tuviste bastante con verme la cara y mandarme a prisión prácticamente la mitad de mi vida.

—Ya te dije que no es suficiente, te metiste con la persona equivocada, Alexia Belén.

Los ojos se me nublan pero retengo las lágrimas, no voy a llorar, no frente a él, un sabor salado inunda mis papilas gustativas.

—Aquí tiene señorita— la empleada deposita un vaso de agua en mis manos temblorosas.

—Si no es mucho pedir acaba de irte de mi casa, no quiero tener que ver contigo si te llega a dar algo a...

No le dejo terminar cuando me pongo de pie y le arrojo toda el agua del vaso a la cara, el aprieta los labios, las gotas caen hacia la camisa que lleva.

Dejo el vaso a un lado y tomo mi bolso.

—¿Sabes qué es el karma?— pregunto llena de cólera —eso te hará pagar todo lo malo que has hecho en tu vida y yo me encargaré de que así sea, Friedrich Kendell.

Lo rodeo y a paso vertiginoso salgo en busca de la salida. El aire me falta y las lágrimas no se hacen esperar.

Todo este mes, todo este maldito mes mi bebé ha estado ahí, frente a mí.

Llego al auto y sollozo con fuerza mientras como puedo lo arranco.

No necesito su lástima.

Yo nunca le tendría lástima y menos sabiendo que es mi hijo.

Acelero y presiono el claxon cuando voy llegando a la caseta, el guardia enseguida abre las compuertas y me deja salir.

Se supone que el amor todo lo puede.

Subo la velocidad un poco más, con rabia me seco las lágrimas que no dejan de caer. Mi hijo creció sin amor y todo porque no lo intenté lo suficiente, porque no me esforcé el doble.

Mi niño, Peter.

Aprieto el volante y respiro en busca de aire con la mirada en ningún lado a pesar de estar manejando.

Los golpes.

Mi hijo ha estado toda su vida sufriendo de maltrato por parte de su propio padre.

¿Cómo no me di cuenta antes de que llevan el mismo apellido, por Dios?.

El pitar de un auto me hace volver a la realidad con brusquedad y freno de golpe haciendo que algunos autos frenen también.

Con las dos manos me seco la cara y miro a todos lados, los autos del carril izquierdo se han detenido y algunos conductores se quejan.

Trato de establecerme y vuelvo a ponerme en marcha.

Llego al apartamento con ojos llorosos y la barbilla temblando.

—¿Alexia?— Éricka me llama y es cuando me doy cuenta de que está acompañada, con Leonel a su lado —¿todo bien?.

Intento sonreír —Sí... estoy bien.

Aprieto los labios y termino de llegar a mi habitación donde sin quitarme nada me hago bolita en la cama.

Al segundo mi compañera de apartamento se acerca a tocar pero no respondo y sigo llorando, lloro más de lo que lloré cuando me condenaron a dieciocho años de prisión pero si fuese adivina y supiese que ese hijo de puta me iba a salir tan caro lo hubiese matado por completo.

Peter.

Siempre estuvo ahí, siempre lo tuve frente a mí y quizás me odie más que nunca.

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