Caminaba por el que alguna vez fué el parque que me traía más recuerdos felices. Ahora, es como si esa magia se hubiera apagado, como cuando soplas la llama de una vela para que se extinga, así de rápido.

Llegaste a mi vida como el verano, lo más esperado del año, como algo mágico y hermoso.

Pero cuando llegó el otoño empezaste a matarlo todo lentamente, como algo bello. Matándolo todo tan hermosamente que no me dí cuenta.

Hasta que llegó el invierno, arrasando con lo único que quedaba de mí. Congelando todo a su paso. Enfriando mi pecho, mi corazón.

Y al llegar la primavera tú ya habías cavado mi tumba. Me enterraste junto a las cientos de flores que crecieron alrededor, cantando el réquiem de mi muerte, mientras tú, descaradamente, te sientas entre la multitud de gente que no me conocía. Repitiendo frases de consuelo.

"Era una buena chica."
"Ojalá no se hubiera ido."

Pero lo que la mayoría no sabe, es que tú me mataste.

Y eso ya no importa, supongo, porque te superé.

O eso quiero creer.

El pasto húmedo se pega a las suelas de mis zapatos, mientras camino al mismo banco de cemento en el que fallecí.

Me siento. El frío banco se me clava en la piel. Subo los pies haciéndome un ovillo y entierro la cabeza entre mis piernas. Dejo que, por primera vez en meses, los recuerdo fluyan. Estos se meten por cada pequeña grieta en mi cabeza, arrastrándose como serpientes hasta mi corazón, inyectando su veneno aquí y allá.

Al alzar la cabeza noto las lágrimas que surcan mis mejillas y ahí estás tú mirándome sentado en las raíces de un árbol viejo. Con tu mirada fría y calculadora. Esbozaste una sonrisa triste y me saludaste. Te ignoro olímpicamente porque sé que si te dirijo, aunque sea la más mínima sonrisa, el amor resurgirá en mi corazón y no creo que pueda deshacerme de él una vez más.

Giro la cabeza hacia la izquierda y dejo que las lágrimas sigan cayendo mientras suelto inaudibles y lastimeros sollozos. Cierro por un momento los ojos e imagino un mundo sin dolor, un mundo en el que no tenga que enfrentar tan agudo sufrimiento, un mundo perfecto.

Una mano cálida se posa en mi mejilla, tan suave y cálida que casi parece un sueño. Abro los ojos y me encuentro con un par de ojos color miel. Sus grandes manos secan mis mejillas y me sonríe, es una sonrisa que lo ilumina todo.

"¿Porqué lloras?" Pregunta el desconocido. "¿Porqué una chica tan bella tendría que llorar alguna vez?"

Sólo atino a sonreír y sorber los mocos. Niego con la cabeza mientras me seco las lágrimas que siguen cayendo.

"Todos tienen su propio infierno personal." Digo.

"Muy cierto. Pero cada quien elige sus propios demonios." Mira hacia ti y me mira con ojos de comprensión. "Ese chico rompió tu corazón ¿cierto?"

Asiento.

"Ya, no llores seguro que no vale la pena." Me envuelve entre sus cálidos brazos y por primera vez lo veo, sé que tiene razón, tu no vales la pena.