Capítulo 4 - Lira
Capítulo 4 – Lira, 1.831, Kovenheim, Volkovia
Volvía a casa. Después de un mes fuera del castillo, Lira regresaba al que consideraba su hogar ancestral, y lo hacía con una sonrisa en la cara. Le gustaba estar en el castillo de Arkengrad vigilando de cerca al voivoda y a sus aduladores. En la corte volkoviana pasaban todo tipo de sucesos surrealistas con los que se divertía enormemente, sobre todo en las pocas ocasiones en las que Leif Kerensky recibía las visitas de sus nobles, pero había días enteros en los que no pasaba nada. Veinticuatro horas en las que Lira se limitaba a cumplir con su trabajo como miembro del equipo de limpieza. Limpiar cristales, barrer suelos, estirar sábanas...
Olga Uval era una trabajadora más: alguien invisible que deambulaba por los pasillos del castillo tratando de pasar lo más desapercibida posible. No caía bien a la ama de llaves ni al resto de doncellas, ni tampoco al ujier. Sus centinelas y al resto de guardias, sin embargo, estaban encantados con Olga y su eterna sonrisa seductora. Olga se había convertido en el objeto de deseo de muchos de los miembros de la Guardia de Sangre, y gracias a ello tenía total libertad de movimiento por los pasadizos del castillo. Tonteaba con ellos, se reía y bromeaba. Incluso permitía que algunas noches al persiguieran y jugaran con ella al ratón y al gato, pero nunca les daba lo que realmente querían. Era su forma de tenerlos controlados... era su forma de no aburrirse.
Pero Olga Uval de momento iba a descansar, y Lira volvía al tablero de juego. Lira, la arpía favorita de Diana Valens: la de su mayor confianza, la más experimentada de la última remesa. Diana había invertido especial esfuerzo en convertirla en la agente que era, y enormemente agradecida por ello, Lira acudía a su encuentro antes incluso de que Diana le hubiese pedido que regresara. Porque Lira también tenía sus propias arpías, por supuesto.
Porque había aprendido bien de la Reina.
—Pero qué ven mis ojos: creía que mentían cuando las voces decían que la mismísima Lira estaba de camino. Suponía que te habían confundido.
—¿Confundirme? ¿A mí? Soy única, ya lo sabes, Hans. Deberías creer un poco más en tus faunos, nunca mienten.
Hans Seidel tomó la mano de Lira cuando ella se la ofreció y le besó el dorso con una sonrisa en los labios. El capitán de la guardia de los Cuervos de Hierro, responsable del pequeño ejército al servicio de la Reina que custodiaba su castillo, siempre se alegraba cuando Lira volvía. No eran amigos, pero confiaban el uno en el otro.
—¿Puedo saber el motivo de tu visita? —preguntó el soldado. Volvió la vista atrás, hacia los dos guardias que custodiaban la entrada con sus alabardas cruzadas, e hizo un ademán de cabeza para que se apartasen. Se adentraron juntos en el cavernoso edificio—. La Reina no me ha informado de tu llegada.
—Lógico, aún no me ha hecho llamar —respondió ella—. Pero iba a hacerlo, así que me he adelantado. Ambos sabemos lo poco que le gusta que le hagan esperar.
La morada de Diana Valens en Volkovia era un inmenso castillo de piedra grisácea en cuyo interior cientos de alfombras rojas cubrían sus fríos suelos. Era un lugar sombrío, con cientos de candelabros iluminando su espacioso interior, y con una decoración muy ostentosa. Las paredes estaban repletas de cuadros y retratos en cuya mayoría Diana era la protagonista, tapices rojos y negros y esculturas de seres sobrenaturales cuyos rostros cubiertos por rosas. También había gatos, un número inquietante de felinos totalmente negros que se movían por libertad por las distintas estancias, apareciendo y desapareciendo a su gusto entre las sombras. Los ventanales estaban cubiertos por gruesas cortinas rojas, los techos por grandes frescos pintados a mano como si de una gran telaraña se tratase, y las escalinatas por impresionantes gárgolas que parecían seguir a los presentes con la mirada.
A simple vista se trataba de un lugar extraño, un castillo sacado de una novela de terror donde su señora, la Reina de la Noche, se paseaba en compañía de sus escoltas y arpías con la seguridad de que nadie jamás podría atacarla en su inexpugnable fortaleza. Sin embargo, la extravagancia tan solo ocupaba las estancias comunes a las que las visitas podían llegar. El resto del castillo, las auténticas dependencias de las arpías y de la Reina, eran lugares mucho más corrientes, con mayor iluminación y una impresionante colección de retratos de sus arpías a las que tan solo las colaboradoras de mayor confianza tenían acceso.
Colaboradoras como ella.
La noticia de la llegada de Lira no tardó en extenderse por todo el castillo. El capitán de la guardia la acompañó hasta el pórtico de entrada, donde el senescal no tardó en acudir a su encuentro. Bogdan Kolwitz la saludó con un ligero ademán de cabeza, mostrando una vez más la poca simpatía que tenía por la incómoda arpía, y le pidió que la acompañase hasta uno de los salones como una invitada cualquiera.
—Avisaré a la Reina de tu llegada —le anunció—. Espera aquí.
—Puedo ir yo misma a buscarla —respondió Lira—. Conociéndola, a estas horas debe estar en el laboratorio. La nueva generación de arpías no llega hasta dentro de una semana.
—No —sentenció el senescal.
Y sin más salió de la sala, dejándola a solas en el amplio salón. Aquel gran salón en el que en tantas ocasiones se había sentado alrededor de la mesa para cenar junto a sus tres compañeras de promoción. Lira miró la mesa con melancolía, rememorando los buenos tiempos que habían pasado unidas, y se acercó a la pared del fondo, donde uno de los retratos de la Reina de la Noche encabezaba la mesa. Tan delgada, tan pálida, tan inquietante. Lira conocía a Diana Valens desde hacía diez años, cuando al finalizar la guerra había decidido trasladarse a Volkovia para servir a la causa de Leif Kerensky. La antigua pretor no solía hablar demasiado de su pasado, y mucho menos de su etapa en Albia, pero la curiosidad de Lira la había llevado a investigar al respecto. No demasiado, pues fuera de la versión oficial del cambio de bando de Diana no había demasiada información, pero sí lo suficiente como para saber que durante la guerra del Eclipse la Reina de la Noche se había visto obligada a abandonar el bando de Nyxia De Valefort en contra de su voluntad gracias a Loder Hexet.
Su odiado Loder Hexet.
Lira había aprendido a odiar al regente del Nuevo Imperio. Siendo una niña había sentido simpatía por el famoso pretor, toda una gran personalidad en Volkovia. Para muchos aquel hombre era la viva imagen de la resistencia y la fortaleza: alguien que incluso después de haberlo perdido todo, había reconstruido un imperio desde la nada. A partir de la traición a Harkon, sin embargo, su imagen se había ido deteriorando para muchos. Los volkovianos lo veían como una amenaza, como uno de los grandes culpables de la caída del gran Imperio de Hierro, y consciente de ello el aguerrido pretor había pasado muchos años sin pisar el país. Con el paso del tiempo y su amistad con el voivoda Leif Kerensky, sin embargo, las relaciones se habían ido suavizando a ojos de la opinión pública, pero no para Diana Valens. Ella seguía odiándolo como el primer día, y sus arpías más cercanas compartían aquel sentimiento.
Aunque Lira sentía antipatía por el regente, sus motivaciones eran distintas a la de su Reina. Le habían influido sus historias, por supuesto, pero la arpía tenía motivos más que suficientes para sentir aversión por Hexet. Su vida pasada había estado marcada desde sus inicios por él, y de no haber sido por la intervención de la Reina de la Noche, también lo habría estado su final. Por suerte, Diana había acudido a su rescate a tiempo, y desde ese entonces Lira no había tenido que volver a preocuparse por la niña que había sido en el pasado. Como cualquier otra arpía, tenía prohibido hablar sobre ello. No obstante, era complicado no pensar en ello, y más cuando regresaba al castillo...
Pero no era adecuado. Lira sabía que era el centro de las miradas, que estaba en el punto de vista de muchos de los habitantes del castillo y no quería alimentar ningún tipo de rumor. Para evitarlo, decidió distraerse cogiendo uno de los periódicos que había sobre la mesa. Lo llevó hasta la butaca que solía ocupar Nessa durante horas cuando leía los aburridos volúmenes que la Reina le obligaba memorizar y miró la portada.
Y soltó una sonora carcajada.
—¿¡En serio!? —Volvió a reír—. ¡Pero será posible!
Lira volvió a reír al leer el titular de la noticia. Estaba en albiano, por lo que no entendía del todo lo que decía, pero leer el nombre falso con el que su querida Morgana había viajado hasta Albia y verla en portada estrechándole la mano a uno de uno de los ministros más polémicos del momento era una delicia.
—Y querías pasar desapercibida...
—No lo quería, lo pretendía —interrumpió de repente una segunda voz procedente de la entrada. Diana Valens surgió bajo el umbral de la puerta como una aparición, salida de la nada, e irrumpió en el salón con paso tranquilo, con una sonrisa pícara cruzándole el rostro—. Pero todas sabíamos que iba a fracasar.
Lira se levantó para recibir a la Reina con una ligera reverencia, a lo que ella respondió con un beso en la frente. Tan llamativa como de costumbre, Diana lucía un atrevido conjunto rojo que no solo dejaba a la vista su abdomen plano, sino que evidenciaba aún más si cabe su palidez y delgadez. Una palidez y delgadez que parecían haberse estabilizado tras unos años de declive. Diana parecía haberse quedado congelada en su aspecto actual, con los labios siempre teñidos de rojo y la corta melena enmarcando un rostro juvenil en el que los pendientes del labio y la nariz no habían desaparecido. Un aspecto fuera de lo habitual dentro de la nobleza volkoviana que lejos de disgustar al voivoda parecía tenerle totalmente embelesado.
Claro que era complicado no estar un poco enamorado de aquella mujer. Incluso Lira sentía que el corazón se le aceleraba cada vez que estaba frente a su señora.
—¿Has leído el artículo? —le preguntó Diana tras arrebatarle el periódico, ocupando la butaca que anteriormente había ocupado Lira—. Espero que hayas perfeccionado tu nivel de albiano: lo vas a necesitar.
—Estoy en ello —respondió la arpía—. Pero no he podido leerlo, no me ha dado tiempo. Acabo de llegar.
—Soy consciente de ello: me informaron de tu partida de Arkengrad hace unas horas. Te esperaba antes.
Lira se encogió de hombros con una sonrisa traviesa en el rostro.
—¡Culpable! Me entretuve más de lo habitual para comer. Aproveché para visitar a la Medusa... tienes razón, Reina, esa mujer empieza a delirar. ¿De veras cree tener alguna posibilidad con los Marqueses Nowitz? A este paso va a acabar convirtiéndose en la presa de su próxima cacería.
Ambas rieron con complicidad. Medusa era el apodo con el que habían bautizado a una de tantas busca-fortunas que habitaban Volkovia. Lira no recordaba su auténtico nombre, ni tampoco Diana, pero ninguna de las dos jamás podría olvidar los bucles grisáceos que enmarcaban su desagradable rostro de víbora. Gracias a ellos se había ganado el apodo.
—Cava su propia tumba —sentenció Diana—. Pero gracias a gente como ella la nobleza del Imperio de Hierro está distraída, así que me doy por satisfecha. Las visitas continuas al voivoda van a acabar con su paciencia.
—Y no tiene poca precisamente —admitió Lira—. Ese hombre es un santo.
—Es una forma de decirlo, sí...
En realidad había muchísima más maldad que bondad en el voivoda, pero Lira era consciente del evidente interés de su Reina en él, por lo que prefería no mostrar abiertamente su opinión. Leif Kerensky no era un buen hombre, al igual que no lo era Diana Valens, pero mientras pudiesen contar con su apoyo y protección podrían darse por satisfechas. Y al menos por el momento, contaban con ella. Al igual que le sucedía a Diana con él, el voivoda sentía especial interés por la Reina de la Noche, y así lo había demostrado en los últimos años, convirtiéndola en la primera aristócrata extranjera de toda Volkovia.
Pero ser miembro de la alta nobleza del Imperio no era sencillo. El resto de nobles no le estaban poniendo las cosas fáciles a Diana, y en gran parte por ello Lira seguía en el país. La arpía velaba por los intereses de su señora en la corte del voivoda, pero también allí donde ella lo requiriese, y de ahí su presencia en el castillo. Los informadores de Lira le habían hablado de un posible viaje al otro continente, y ella ansiaba que fuese cierto.
—Pero volviendo a la noticia de la semana... —Diana desvió su intimidante mirada de ojos de color cambiante hacia el periódico y leyó el titular—. "Joven nederiana salva la vida al hijo del ministro Orace Kortes". —Negó suavemente con la cabeza—. Imagino que sabes quién es Kortes.
—Sí, por supuesto. Ese cerdo está en boca de todos. Rezo porque llegue el día en el que se muerda la lengua y se envenene.
—Sus declaraciones en contra de Volkovia empiezan a ser molestas —admitió Diana—, pero no lo suficiente como para que nos desgastemos más de lo necesario. Morgana sabe qué papel debe jugar... aunque admito que no esperaba que apareciese en la prensa tan pronto. Era cuestión de tiempo, pero calculaba que al menos le costaría un par de semanas más. Es una auténtica maestra en la materia.
—Ha nacido para ser una estrella —bromeó Lira—. Siempre lo tuve claro.
Diana no lo negó. Echó un rápido vistazo a la portada del periódico, incapaz de disimular el orgullo cada vez que sus ojos topaban con la fotografía de la arpía estrechando la mano del ministro albiano, y lo dejó sobre la mesa.
—Sígueme.
Lira acompañó a Diana hasta su despacho privado, el cual se encontraba en los subterráneos del castillo, fuera del alcance del personal a excepción de las arpías. Se trataba de un lugar lúgubre, frío y asfixiante con gruesas paredes de piedra y techo muy bajo, pero la Reina se sentía muy cómoda en su interior, así que Lira intentaba también parecerlo.
Otra cosa es que lo consiguiese.
Tomaron asiento alrededor de la gran mesa negra central. Sobre su superficie había grabadas varias calaveras blancas que parecían estarlas mirando en todo momento. De hecho, Lira estaba casi convencida de que incluso la seguían con la mirada, aunque era difícil de asegurar. Tal era la penumbra de la estancia que a duras penas era capaz de ver dónde se encontraba.
Pero por suerte no había ido allí para ver, si no para escuchar, y más que nunca la voz de Diana era un faro en mitad del océano de oscuridad que era aquel diminuto lugar.
—¿Igor te ha hablado también del motivo de mi llamada, o solo te ha pedido que vinieras?
—¿Igor? —Lira sonrió sin humor—. ¿Quién es Igor?
—El próximo cadáver de mi jardín como no salga hoy mismo de mi castillo. —Diana ensanchó la sonrisa—. Vas a tener que entrenar mejor a tus espías si quieres que no los detecte.
—No se ocultan, Diana, es solo...
—Lo quiero fuera, punto —sentenció la Reina, tajante—. Marija puede quedarse de momento, pero intenta que no me moleste. Como bien sabes, en tan solo unas semanas recibiré a un nuevo grupo de aprendices. Necesito paz en el castillo.
Lira se movió incómoda en la silla.
—¿Igor te ha molestado, Diana? ¿Ha hecho algo que te haya disgustado? A veces es un poco bocazas, pero es un buen hombre. Es muy leal.
—Al que más le pague, sí. Te recomiendo precaución, Lira. Por el momento le quiero fuera del castillo, y si eres inteligente, en unas semanas estará fuera de tu vida.
La arpía prefirió no seguir ahondando en el tema. Si la Reina de la Noche no confiaba en Igor, ella tampoco iba a hacerlo. De hecho, no necesitaba escuchar más para desconfiar de él. Era una lástima, de todos sus espías él era el que más información le proporcionaba, pero también el que más dinero le costaba mantener.
—Tomaré medidas —sentenció Lira—. Pero no es por ese hombre por quien me has hecho venir, ¿me equivoco? Si me has hecho salir de la corte es porque hay algo realmente importante que te preocupa.
—Admito que hubiese preferido que no dejases Arkengrad, pero el voivoda podrá arreglárselas solo unas semanas —respondió Diana con el ánimo sombrío—. Ahora te necesito a mi lado... y te necesito para algo importante. Eres conocedora de la situación entre Albia y el Nuevo Imperio, supongo.
Lira asintió. Conocía perfectamente todo lo que había pasado, y lo que aún era más importante, lo que sucedía en el día a día. Después del incidente acontecido durante la reunión entre Lucian Auren y Tyara Vespasian hacía ya unos meses, las relaciones se habían visto afectadas entre los dos países. El avance de las negociaciones de paz, si es que realmente las había, se habían visto frenadas por la desconfianza mutua, y no era para menos. En ambos bandos había muchas voces en contra de la reunión, por lo que no era de sorprender que alguna célula patriótica hubiese decidido actuar para boicotear el encuentro.
—Las relaciones están en un momento especialmente tenso. Hay muchos en ambos países que luchan por intentar sobreponerse a este último revés, por reunificar Albia... pero también hay muchos otros que luchan por lo contrario —prosiguió Diana—. Después de la guerra del Eclipse, resulta sorprendente que haya quienes quieran volver a hermanarse con aquellos con los que lucharon, pero ya sabes cómo es Albia: olvida rápido. Los muertos, las guerras, el sacrificio... todo cae en saco roto.
—Es fácil olvidar cuando no ha sido tu sangre o la de los tuyos la que se ha vertido —reflexionó Lira—. Creo que el mayor problema es que la mayor parte de los soldados que lucharon en la guerra murieron. Estoy convencida de que los gobernantes de ahora apenas saben lo que realmente sucedió.
Diana asintió con lentitud, con los ojos velados por los recuerdos del pasado. A diferencia de muchos de los que ahora luchaban por la reunificación, ella sí había regado los campos albianos con su sangre. Había luchado por la causa de Nyxia De Valefort con todas sus fuerzas, e incluso después de ser expulsada del Nuevo Imperio había seguido combatiendo. Se había sacrificado hasta rozar la muerte con la punta de los dedos, pero a nadie le había importado. La historia de Diana se había pervertido hasta el punto de ser considerada una de las personas más odiadas tanto por Albia como por el Nuevo Imperio de Solaris, y ya nada podía hacer para limpiar su nombre. Por suerte, a aquellas alturas ya no le importaba. Su lugar estaba al lado del voivoda, sirviendo para su causa. Lo pasado, pasado estaba.
—Puede que lo sepan, o puede que no —sentenció Diana—. Poco importa. Lo realmente importante es que esa alianza no debe llevarse a cabo bajo ningún concepto, y tras años manteniéndonos en un segundo plano, ha llegado el momento de empezar a trabajar. El Imperio de Hierro tiene grandes intereses al otro lado del océano que podrían verse enormemente perjudicados si se unificasen las dos Albias.
—Hasta donde sé, las relaciones con el Nuevo Imperio han mejorado notablemente en los últimos meses, ¿me equivoco? —reflexionó Lira—. Loder Hexet y el voivoda son buenos amigos... o al menos lo eran en el pasado. Hasta donde he oído, están aprovechando esa buena relación para intentar retomar el contacto entre las dos naciones.
Los ojos de Diana relampaguearon de pura ira al escuchar el nombre de Loder Hexet en labios de su arpía.
—Así es. No soy partidaria de ello, al menos no de la forma que pretende hacerlo Leif, pero es innegable que contar con el apoyo de Hexet nos va a beneficiar. No obstante, no es suficiente. Si bien es cierto que en otros tiempos Hexet intentaba alejar al Emperador Lucian de una posible unión con Albia, las cosas han cambiado desde su ascenso al trono. Lucian quiere decidir por sí mismo, está estudiando distintas alternativas, y los favorables a la unificación empiezan a susurrar con demasiada fuerza en sus oídos. Consciente de ello, hace unas semanas el voivoda me hizo llamar a Arkengrad. —Diana ensanchó la sonrisa al ver la expresión de sorpresa de Lira—. Fue un viaje muy fugaz, y no oficial precisamente, de ahí que ni tan siquiera me vieras. De haber podido te habría avisado, ya lo sabes. La cuestión es que hacía cierto tiempo que me había hablado sobre sus interés al respecto, sobre el papel que jugaba Volkovia y los próximos pasos, pero habíamos dejado que el tiempo pasara y las cosas se calmaran entre los dos bandos. Necesitábamos ver cómo evolucionaban las cosas después de la reunión. No obstante, las relaciones vuelven a estabilizarse y Leif quiere que intervengamos. Quiere que dinamitemos la posible alianza entre los dos países. Lucian Auren es joven y próximamente buscará alguien con quien firmar un acuerdo matrimonial. Si lo hace con Tyara Vespasian, Volkovia quedará en una situación de desventaja que no podemos permitirnos. Sin embargo, si es una volkoviana quien contrae matrimonio con él, la balanza podría decantarse enormemente a nuestro favor.
Lira sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Entrecerró los ojos, temiendo por un instante haber malinterpretado sus palabras, y se puso en pie.
—A ver, Diana, si me lo pides y no me queda más remedio aceptaría, pero... bueno, yo... —Apartó la mirada—. No me veo como Empera...
Antes de que pudiese acabar la frase, Diana soltó una estruendosa carcajada, profundamente divertida ante su expresión. Había querido ponerla a prueba para valorar su reacción, pero en ningún momento se lo había planteado seriamente.
Por suerte para ambas, aquella decisión logró aliviar a la arpía. Lira se dejó caer en la silla, con un suspiro en la garganta, y negó con la cabeza.
—Me estaban temblando las piernas —confesó.
—Lucian Auren es un muchacho encantador: muchas habrían matado por poder tener esa oportunidad.
—Pues ofrecédselo a esas muchas, yo paso. —La arpía se encogió de hombros—. Pero entiendo que el voivoda quiera cerrar un acuerdo de esas dimensiones. Unificar el Nuevo Imperio y Volkovia a través de un matrimonio sería la mayor bofetada que se le podría dar a Albia.
—Lo es, y vamos a trabajar en ello... pero mientras tanto, hay otro objetivo que debemos cumplir. Y es por ello por lo que hoy estás aquí Lira. El voivoda quiere que pongamos freno al intento de alianza entre los dos países de una forma un tanto drástica: quiere que quitemos del medio al líder del movimiento pro-unificación en el Nuevo Imperio. Quiere...
—Quiere que acabes con Verus Damere.
Diana asintió con pesar. Mientras que por Loder Hexet no sentía el más mínimo aprecio, Verus Damere era una de las pocas figuras dentro del Imperio de Solaris por quien sentía cierto respeto. Su cercanía y lealtad hacia Nyxia De Valefort y amabilidad con ella durante los meses que habían coincidido había decantado la balanza a su favor, convirtiéndole en alguien que, al igual que Eryn Cabal, se había ganado un hueco en su lista de hombres de confianza. Por desgracia, su simpatía hacia él no había impedido que Leif Kerensky lo quisiera fuera del tablero. Al contrario, precisamente porque Verus Damere era conocido por ser uno de los mayores rivales de Loder Hexet, su nombre había cobrado especial importancia en toda aquella trama.
De hecho, Diana incluso tenía dudas sobre quién era el responsable real de aquella orden. El voivoda no había entrado en detalle, pero no le habría sorprendido lo más mínimo que en el fondo hubiese sido una petición del propio Hexet...
—He conseguido convencerle de que en vez de matarlo, lo mejor que podríamos hacer es unirlo a nuestra causa. Damere es un hombre muy inteligente y con una gran visión de los acontecimientos. Y eso sin olvidar que es uno de los mejores amigos de Nyxia De Valefort y leal consejero del Emperador Lucian Auren... Si alguien puede ayudarnos, sin duda es él.
—¿Y qué papel juego yo en todo esto?
Diana cogió aire.
—Necesito que viajes hasta el Nuevo Imperio en mi nombre y le entregues en mano mi mensaje. Iría yo misma, pero ya sabes que no soy bienvenida. —Diana sonrió con arrogancia—. Apuesto a que Loder Hexet tiene una diana en su habitación con mi cara.
La propuesta logró arrancar una expresión de sorpresa a Lira. Le sorprendía que la hubiese elegido a ella, siendo la única de las cuatro a la que no había permitido abandonar el continente, pero comprendía sus motivaciones. Aunque Nessa se encontrase en el territorio, involucrarla en aquel trabajo podría poner en peligro su posición. Además, probablemente se tratase únicamente de un viaje de apenas unos días, por lo que alguien como Lira encajaría mejor.
Una sonrisa de satisfacción se extendió en sus labios. Aunque lo intentase, cosa que no hizo, no hubiese podido disimular su alegría.
—No sé qué has entendido, Lira, pero no te vas de vacaciones precisamente —aclaró Diana, divertida ante su reacción—. Llegar hasta Verus Damere va a ser muy complicado, y aún más que te escuche. En cuanto oiga mi nombre probablemente ordene que te ejecuten, así que vas a tener que ser astuta.
—Le entregaré el mensaje, de acuerdo, ¿y qué pasa si se niega a unirse a nosotros?
—¿Acaso crees que existe alguna posibilidad de que acepte a la primera? —Esta vez fue Diana quien sonrió—. Mi querida Lira, se va a negar. Se va a negar a toda costa, pero en tus manos estará encontrar la forma de que acepte. De lo contrario, muy a mi pesar, no me quedará más remedio que acabar con él... pero no nos pongamos en lo peor. Confío en que encontraremos la forma de entendernos. Esta noche escribiré la carta que debes entregarle: plantéate como vas a llegar hasta él. Te quiero fuera del castillo en menos de cuarenta y ocho horas, ¿de acuerdo?
Lira asintió con decisión y se puso en pie, toda energía y fortaleza. La misión que le habían encomendado no iba a ser fácil, pero confiaba en que encontraría la forma de cumplirla con éxito. Al fin y al cabo, si hasta entonces apenas nadie había logrado resistirse a sus encantos en Volkovia, ¿por qué iba a ser diferente en el Nuevo Imperio de Solaris?
Aquella noche Lira no durmió. La arpía se encerró en su pequeña habitación subterránea, en la misma donde en tantas ocasiones había trasnochado con el resto de las suyas, y empezó a idear el plan. Conseguir un permiso para poder entrar en el Nuevo Imperio legalmente no iba a ser un problema, conocía distintas formas para poder hacerlo en apenas unas horas, pero llegar hasta Verus Damere era totalmente diferente. Como gobernador de Meridian desde hacía una década, Damere contaba con una pequeña guarnición a su servicio y varias unidades pretorianas mixtas que no iban a permitir que cualquiera llegase hasta su señor. Además, su posicionamiento a favor de la reunificación de las dos albias le habían convertido en el objetivo de muchos, por lo que era de suponer que su escolta tendría especial precaución con él. Por suerte, Lira tenía una idea. Le iba a costar bastante dinero, pero estaba convencida de que si lograba convencer a sus contactos para que la acompañasen, lo conseguirían.
Dudó si contactar con ella esa misma noche, de madrugada, pero tras mucho dilucidar decidió esperar al siguiente amanecer, cuando fuesen las ocho de la mañana en Angherad. Su contacto no era precisamente madrugador; solía pasarse las noches trabajando como experta en fotografía nocturna, pero sabía que le cogería el teléfono. Siempre lo hacía.
Y aquel día no fue distinto.
—¿Tasha? ¿Tasha Vinov?
—La misma. ¿Cómo estás, Enid? ¿Te cojo ocupada?
Se escuchó de fondo un intercambio de susurros. No estaba sola. Enid Mydian nunca estaba sola.
—De viaje. Precisamente estoy de regreso a Ardloch, acabando con el último pedido que me hiciste. Se ha retrasado un poco, no me convencían las últimas instantáneas, pero en una semana tendrás el artículo en portada. —Hizo una pausa—. Te gustará, ya verás. Te va a encantar.
—Seguro que sí. —Lira sonrió para sí misma—. ¿Has dejado ya Volkovia?
—Aún no, ¿por?
—Tengo un nuevo trabajo para ti... pero no va a ser fácil. No es en Volkovia. ¿Podemos vernos hoy?
Más susurros.
—¿Dónde es?
—Lejos.
—¿Dónde?
—Muy lejos.
Silencio.
—Tasha...
—Hazme caso, Mydian: vale la pena. La ciudad de Kovenheim te viene de camino para Ardloch, cuando llegues avísame. Hay una cafetería en las afueras llamada "El peregrino". Nos veremos allí, ¿de acuerdo?
Más silencio.
—Tengo muchas ganas de volver a casa y pasar una temporada tranquila, Tasha. De hecho, con lo que me has pagado tengo para vivir unos meses tranquilamente, tumbada en la piscina. Vas a tener que ofrecerme mucho dinero para volver a desviarme.
—Apuesto a que encontraremos la forma de salir ambas beneficiadas de todo esto. Nos vemos más tarde, ¿de acuerdo? "El Peregrino", que no se te olvide.
Lira cortó la llamada y acudió a la cama, donde se dejó caer pesadamente sobre el colchón. Y lo hizo con una sonrisa. Le iba a costar mucho dinero volver a contratar a Mydian. Últimamente la había estado encargando varios reportajes y era comprensible que ella y su equipo quisieran regresar a casa. No obstante, no iban a poder negarse a su oferta. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces se podía entrevistar al mismísimo Verus Damere?
—Me prometí a mí misma que no volvería a Albia jamás.
—Ya lo sé, fue lo primero que me dijiste cuando nos conocimos hace unos meses, pero... —Lira se encogió de hombros—. No vamos a Albia.
—Oh, vamos, ¡el Nuevo Imperio de Solaris y Albia son lo mismo!
—¿Y eso me lo dice una angheradhiana? —Lira puso los ojos en blanco—. ¡Que poco respeto por los nuevos países!
Enid Mydian trató de fulminarla con la mirada. La angheradhiana no era de trato fácil, y mucho menos cuando se negociaba la posibilidad de regresar al continente donde tan mal lo había pasado, pero no era estúpida. Mydian era una mujer de negocios, una apasionada de la fotografía, y si por desempeñar su afición podía sacar una buena cantidad de dinero, no iba a dejar escapar la oportunidad. Además, el mundo del periodismo se estaba complicando cada vez más, con nuevos periodistas y fotógrafas recién salidos de las universidad con ganas de comerse el mundo, y ella no quería perder su parcela.
Pero aunque Mydian a veces podía llegar a ser un hueso duro de roer, Lira sentía especial simpatía por ella. Su mirada de ojos afilados le recordaba tanto a la de Nessa que contar con ella la hacía sentir un poco más cerca de su querida arpía.
—Disputas políticas y preferencias aparte, lo que pides es muy complicado —resumió la fotógrafa, desviando la mirada instintivamente hacia la puerta. En el exterior, esperándola junto al transporte que habían estado utilizado durante los últimos diez años para moverse por todo el continente, sus dos compañeros aguardaban pacientemente al desenlace de la reunión—. Sería una entrevista increíble, no te lo voy a negar. Poder entrevistar a ese hombre con todo lo que está pasando sería un bombazo, pero ni va a aceptarlo ni mis compañeros van a querer acompañarme.
—¿Qué implica eso? ¿Qué tú sí aceptarías?
Enid se movió incómoda en la silla. En la mano tenía la taza de café a la que Lira la había invitado, pero aún no había probado el contenido. Estaba nerviosa, estaba indecisa, y su comportamiento la delataba.
—No quiero volver a Albia —insistió—. No te puedes hacer a la idea de lo mal que lo pasé, Tasha. Si pudiese contarte...
—No hace falta que lo hagas —aseguró ella, que en realidad era plenamente conocedora de su historia—. Sé que no quieres volver a Albia, y lo respeto. Pero debes tener en cuenta que Meridian está en el Nuevo Imperio de Solaris, y allí las cosas funcionan de forma muy diferente. Además, va a ser un reportaje mucho más breve de lo que crees. Tan solo necesitaría que te encargases de arreglar la entrevista con tu revista y hacer unas cuantas fotos en la ciudad. De lo demás me encargaría yo misma.
—¿Tú le harías la entrevista?
Lira asintió con determinación, logrando con ello que Enid dejase escapar un largo suspiro.
—En definitiva, que quieres llegar a ese tipo sea como sea y el reportaje es la excusa, ¿no?
—Tan lista como de costumbre.
—¿Y cuánto me vas a pagar?
—¿Qué te parece un transporte nuevo? Esa furgoneta en la que viajáis da asco. Además, tarde o temprano os va a dejar tirados. Yo me encargo de conseguirte una nueva, de mejor calidad y mayor cilindrada.
Enid volvió a mirar a la puerta, pensativa. Necesitaba una renovación de equipo, era cierto, y también de transporte. De hecho, necesitaba cambiar absolutamente todo, pero tal era su afán de acumular el dinero para poder abandonar el país de inmediato en caso de que fuese necesario que ni tan siquiera se lo había planteado seriamente hasta entonces. Era una oportunidad sin duda.
—¿Podemos elegir el modelo?
—Si no os pasáis, sí.
—Se lo diré a Kyle. —Enid negó suavemente con la cabeza, sintiendo que una vez más la volkoviana le había ganado el pulso, y dio un sorbo a la café—. De acuerdo, déjame que hable con mi jefe para intentar arreglarlo todo. No te prometo nada.
—Seguro que lo conseguirás —sentenció Lira con orgullo. Alzó su taza en señar de reconocimiento y le dio un largo sorbo—. Avísame cuanto antes, me encargo de los billetes.
Enid volvió a suspirar.
—Solo te pido que no nos metas en problemas, Tasha.
—¿Problemas? —La arpía ensanchó la sonrisa—. Por favor, Enid, cualquiera diría que no te fías de mí...
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